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La memoria de la Otra Europa

Alexis Carrel

Alexis Carrel

Un rostro de trazos regulares, completamente dominado por la caja craneana y unos labios finos perfectamente paralelos, unas gafas de montura negra que no dejaban ver sus ojos, una camisa inmaculada, recién planchada todas las mañanas. Tal era, a principios del siglo XX; Alexis Carrel, el apóstol de la vida sana.

Después del asesinato de Sadi Carnot en Lyón, en 1894, ciertos medios médicos se preguntaron si una intervención rápida no pudo haber salvado la vida del presidente. Alexis Carrel, un joven con el título aun caliente bajo el brazo, a quien sus compañeros bautizaron, por temperamento explosivo, con el sobrenombre de "Polvorilla" ("Petit-poudre") no solamente estaba de acuerdo con sus colegas; se propuso probar el buen fundamento de su hipótesis.

Siendo profesor en la facultad de Lyón, Carrel fue invitado a los Estados Unidos, presentándose en 1905 en Chicago. Un año más tarde se instala en el Instituto Rockefeller, donde ejercerá toda su carrera.

En el espacio de pocos años, sus métodos de sutura de las venas y los vasos sanguíneos (la célebre "técnica de la costura") le valen un renombre mundial. Paralelamente, realiza junto a G.C. Guthrie, los primeros injertos de órganos y experimenta con el cultivo de tejidos in vitro: en el curso de una de sus experiencias, logra mantener en actividad orgánica un fragmento de corazón de embrión de pollo durante un lapso de tiempo superior a la duración total de la vida del animal.

En 1912, Carrel recibe el premio Nóbel de medicina y fisiología. Ese mismo año concibe la posibilidad de fundar establecimientos que pongan "a disposición de los cirujanos un "stock" suficiente de tejidos e injertos conservados para responder a los casos urgentes", lo que popularmente conocemos como "bancos de órganos".

Muy vinculado al aviador Charles Lindbergh, con quien escribirá un libro sobre El cultivo de los órganos (1938), Carrel presenta a los periodistas un "corazón artificial", aparato que se compone de un depósito conteniendo, en un medio nutritivo líquido, el órgano destinado a la conservación, y un segundo cuerpo que permite, gracias a una presión de gas intermitente, un ritmo pulsativo.

"Conócete a ti mismo"

Pero Carrel se daría a conocer, sobre todo, por sus obras destinadas al gran público. La más célebre, El hombre, ese desconocido (1935), será publicada en veinte lenguas diferentes

Comienza con una doble constatación: desde el Renacimiento, nuestro conocimiento de los seres vivos y de nosotros mismos ha sido más lento que nuestro conocimiento de la materia inanimada; paralelamente, hemos hecho sufrir a nuestro medio transformaciones considerables, sin medir las consecuencias, de tal modo que hemos abierto un foso entre nosotros y la naturaleza. Ha llegado el momento de meditar sobre nuestro devenir.

Para ver claro, dice Carrel, es necesario practicar la máxima apolínea "conócete a ti mismo", es decir, fundar una ciencia del hombre susceptible de conducir a una "regeneración" fundada sobre la naturaleza y sobre la observación. "Como nuestros hermanos inferiores, los cetáceos de los mares polares, o los antropoides que vagan por los bosques tropicales, nosotros también formamos parte de la naturaleza. Estamos sumisos a las mismas leyes que el resto del mundo terrestre. Y porque formamos parte de la naturaleza, debemos, como enseñaba Epicteto, vivir conforme a sus órdenes".

Gracias a su inteligencia, el hombre puede (y debe) dominar la naturaleza. Pero, en su dominio, tiene tendencia a olvidar las leyes más imperiosas. Carrel propone una nueva perspectiva.

En el interior de un cuerpo vivo, cada parte se define por su relación con las demás partes. Las partes se benefician de una real autonomía pero, al mismo tiempo, el organismo en su conjunto prima sobre cada parte considerada aisladamente. No sucede nada diferente en el interior de un cuerpo social. El individuo se define por su relación con los que le rodea en el espacio (y que constituyen la sociedad) y por su relación a los que le han precedido en el tiempo (y que constituyen su linaje). Existe una cadena ininterrumpida de la vida. Nosotros no somos mas que los relevos y las continuaciones.

"Cada hombre está ligado a sus predecesores y a sus descendientes. La humanidad no está compuesta por elementos separados, como las moléculas de un gas. Se asimila a una red de filamentos que se extienden en el tiempo, llevando, como las cuentas de un rosario, las generaciones sucesivas de individuos".

La "libertad" de los hombres frente a sus ancestros es, pues, relativa. Su igualdad lo es aun más.

Se han confundido durante mucho tiempo, afirma Alexis Carrel, la noción abstracta de ser humano y la noción concreta de individuo. "Los seres humanos son iguales, pero no así los individuos. Los sexos tampoco son iguales. Sería muy peligroso ignorar todas estas desigualdades. El principio democrático ha contribuido al debilitamiento de la civilización impidiendo el desarrollo de la élite. Es evidente que las desigualdades naturales deben ser respetadas. Existen, en la sociedad moderna, funciones apropiadas a los grandes, a los pequeños, a los medios y a los inferiores. Pero no podemos buscar formar a los individuos superiores por los mismos procedimientos que a los mediocres (...) El mito de la igualdad, el amor del símbolo, el desdén por lo concreto, en gran medida, son culpables del debilitamiento del individuo. Ya que resulta imposible elevar a los inferiores, el único medio de producir la igualdad entre los hombres es reducirlos a todos al nivel más bajo. Así, desaparece la fuerza de la personalidad".

El programa propuesto por Carrel es completamente diferente: "Cada individuo debe utilizar sus características propias. Intentando establecer la igualdad entre los hombres, hemos suprimido las particularidades individuales, que son las más útiles, porque la felicidad de cada uno depende de su adaptación exacta a su género de trabajo, y en una nación moderna existen muchas tareas diferentes. Debemos, pues, en lugar de uniformarlos, variar los tipos humanos, aumentando las diferencias por la educación y los hábitos de vida".

Alexis Carrel denuncia violentamente la degradación de las costumbres, el alcoholismo, la blandura, la licencia, pues la mala salud de una población está muy vinculada a su relajación, a su falta de energía.

El progreso de la medicina permite atender los casos más graves. De hecho, el verbo "remediar" comparte la misma raíz etimológica que "remendar" (los medicamentos cumplen el papel que ya no desempeña la resistencia natural). Cuando se trata de adquirir una "gran salud", el legislador cuenta con la medicina. Carrel declara a este respecto: "Siempre es preferible la salud natural, la que procede de la resistencia del organismo a las enfermedades infecciosas y degenerativas, del equilibrio del sistema nervioso, a la salud artificial, que reposa en los regímenes alimenticios, las vacunas, los sueros, los productos endocrinos, las vitaminas, los exámenes periódicos, y sobre la costosa protección de las medicinas, los hospitales y las enfermeras".

No se trata, ni mucho menos, de rechazar las técnicas modernas, sino de emplearlas con mayor discernimiento: "La cultura sin el confort, la belleza sin el lujo, la máquina sin la servidumbre del uso, la ciencia sin el culto de la materia, permitiendo a los hombres desarrollarse indefinidamente, guardando su inteligencia, su moral y su virilidad".

En sus Reflexiones sobre la conducta de la vida (1950), Carrel distingue tres grandes leyes de la vida, "inseparables, aun cuando distintas: las leyes de la conservación de la vida, de la propagación de la raza y de la ascensión del espíritu".

En otros términos, la vida "tiende a la vez a su conservación, propagación y espiritualización", y a estos tres planes corresponden tres datos fundamentales: la supervivencia orgánica, la reproducción genética y el ascenso del psiquismo por la evolución.

De ahí una concepción natural del bien y del mal, que concuerda plenamente con las conclusiones de la etología moderna: "Nuestras acciones, nuestras instituciones sociales favorecen o impiden el desarrollo de la vida. Son, pues, buenas o malvadas. Es malvada, por ejemplo, toda forma de sociedad que amontona grandes masas de seres humanos en las fábricas y los barrios-hormiguero, en donde la conservación de la vida y la propagación de la raza son precarias y el ascenso del espíritu resulta imposible. En las instituciones, como en los individuos, el bien es aquello que está conforme a la estructura de nuestro cuerpo, y el mal todo lo que se le opone".

Por una aristocracia

Por sí sola, la ley de propagación de la vida impone tres obligaciones: "La primera, el deber de tener hijos, e hijos de buena calidad, gracias a la puesta en práctica de los principios de la eugenesia. Segunda, educar a estos hijos de tal modo que se actualicen y desarrollen sus potencialidades hereditarias del modo más óptimo. Tercera y última, adquirir nosotros mismos y enseñar a nuestros niños las cualidades morales e intelectuales indispensables para el triunfo de la vida social; porque el devenir de la raza, su felicidad y su infelicidad, depende del valor de la familia y de la comunidad".

El eugenismo, explica Alexis Carrel, no trata de eliminar, sino de promover. Mejorando cualitativamente la población, se actúa en el sentido del bien común. "Es necesario hacer una elección –afirma. La inutilidad de nuestros esfuerzos para mejorar a los individuos de mala calidad resulta evidente. Resultaría mucho mejor mejorar a aquellos de buena calidad. La masa prefiere siempre las ideas, las invenciones de la élite y las instituciones creadas por ella. Es necesario abandonar la idea peligrosa de restringir a los fuertes, elevar a los débiles y hacer, así, pulular a los mediocres (...) El eugenismo voluntario no solamente conduciría a la producción de individuos más fuertes, sino también más familiares a la resistencia, la inteligencia y el coraje, haciendo hereditarias estas virtudes. Estas familias constituirían una aristocracia, de la cual surgirían, probablemente, los hombres de élite. El establecimiento, por medio de la eugenesia, de una aristocracia biológica hereditaria sería una paso importante para la solución de los problemas de ayer y de hoy".

Al comenzar la Segunda Guerra Mundial, Alexis Carrel es a la vez miembro de honor de la Academia de Ciencias de la URSS y de la Academia Pontificia. Pero no es un profeta en su tierra.

Regresa a Francia en 1941, después de un año de estancia en España. El 16 de abril es recibido por Petain. El 5 de diciembre, el Journal officiel publica un texto-ley anunciando la creación de una Fundación para el Estudio de los Problemas Humanos, cuya creación se retrasará hasta el 17 de noviembre del siguiente año. Alexis Carrel es nombrado director regente.

La "Fundación Carrel" (como todos la conocen) tiene por objeto "el estudio, bajo todos sus aspectos, de las medidas más apropiadas para la mejora y el desarrollo de la población francesa en todas sus actividades". Debe, especialmente, "Buscar todas las soluciones prácticas y proceder con todas las demostraciones en vistas de mejorar el estado fisiológico, mental y social de la población".

Para realizar esta tarea, Carrel se rodea de jóvenes médicos con ideas originales: Jean Sutter, futuro animador del Instituto de Estudios Demográficos, Dujarric de la Riviere, Ménétrier, Gessain, etc.

En el espacio de dos años, los dirigentes de la fundación crean cuatro departamentos y seis equipos especializados para el estudio de los problemas de natalidad, biología del linaje, desarrollo de la infancia, hábitat, economía rural, biotipología, nutrición, etc. Fundan también un laboratorio de investigaciones bioquímicas, un centro de estadísticas y sondeos, un instituto de fisiopsicología, un Centro de la madre y de la infancia, y un centro de síntesis.

El tiempo de los "hombres civilizados"

Después de 1935, el número de fallecimientos, por vez primera en Occidente, supera al de nacimientos. En siete años, la población francesa ha disminuido en medio millón de individuos. La fundación lucha contra la desnatalidad y favorece la elaboración de una nueva legislación social. "La cantidad de niños es insuficiente –se afirma en la revista de oficial de la fundación. En general, podemos decir lo mismo de su calidad. No serviría de nada aumentar la natalidad si el crecimiento de la población se hace a costa de elementos tarados. Los subsidios familiares practicados en estos momentos están lejos de favorecer la propagación de las mejores cepas".

A los educadores y a los especialistas de orientación profesional, la "Fundación Carrel" les hace conocer los últimos avances en materia de biotipología. A los médicos, les apremia "a prevenir antes que a curar, a considerar que las visitas a los talleres son más útiles que las horas de presencia en los dispensarios de las fábricas".

La fundación promueve además el deporte en los centros industriales, se dedica al estudio de la fatiga psicológica (tarea novedosa en todo el mundo), vela por la mejora de las condiciones de trabajo, la higiene, el hábitat. Procede a un inventario de la población.

Toda esta actividad reposa sobre un credo, que el doctor Soupault explica en estos términos: "La Fundación comprende la diferencia que existe entre la materia inerte y la materia pensante. Pero también sabe que la consciencia, siendo inseparable de la materia, responde al perfeccionamiento de su "substratum" orgánico por la mejora de su calidad. Sabe, en fin, que, en el curso de la evolución de las formas vivas, existe un paralelismo constante entre el auge del espíritu y el progreso estructural y funcional de los órganos, en particular de los cetros nerviosos".

Alexis Carrel precisa él mismo los datos de base de la obra a cumplir: "La ciencia del hombre engendra necesariamente una antropotecnia. Y esta antropotecnia hará para el hombre lo que la tecnología ha hecho para los aviones. Pudiera ser que la ciencia del hombre construya, un día, individuos tan superiores a nosotros mismos como los aparatos modernos lo son al biplano con el que los hermanos Wright volaron por vez primera. La Fundación se presenta como la primera institución científica dedicada a la construcción de hombres civilizados".

En Día tras día, Carrel esboza un programa: "Es necesario establecer nuevas relaciones entre los hombres; sustituir las antiguas ideologías por los conceptos científicos de la vida; desarrollar armoniosamente en cada individuo todas sus potencialidades hereditarias suprimir las clases sociales y reemplazarlas por clases biológicas, la biocracia en lugar de la democracia; hacer a los hombres aptos para conducirse racionalmente a: la fraternidad y la ley del amor; el objetivo de la vida no es el acopio de beneficios ..."

El programa no será jamás aplicado, pues la época desata las pasiones. El 21 de agosto de 1941 Carrel es suspendido de sus funciones por el gobierno provisional de la "Francia libre" a propuesta del profesor Pasteur Vallery-Radot, nombrado secretario general de Sanidad. La Fundación para el estudio de los Problemas Humanos, que se había mantenido al margen de toda actividad política, es disuelta.

Pocos meses más tarde Alexis Carrel sufre dos crisis cardiacas consecutivas. Fallece el 4 de noviembre de 1944. Ningún representante oficial asiste a su funeral.

La unidad de todos los seres vivos

Toda la cirugía vascular moderna estaba en germen antes de los trabajos de Alexis Carrel. Las técnicas del transplante de órganos de deben mucho más de lo que se atreven a reconocer. Pero el moralista ha sido aun más incomprendido.

De El hombre, ese desconocido, el decano Jean Lépine ha dicho: "Es, a la vez, un homenaje a la ciencia y una afirmación de lo desconocido, una demostración de la unidad del ser vivo, irreducible tanto a un principio material como a una unidad espiritual".

El reverendo J.T. Durkin precisó al respecto: "La pasión de Alexis Carrel fue la de llegar a nuevas ideas por nuevos medios. Resulta extraño constatar fuese que su rechazo deliberado a aceptar ideas admitidas lo que le situó en la picota por la vanguardia de los "intelectuales" de su época".

"Carrel pertenece a la élite –concluye el doctor Soupault–, en el sentido de que pudo ver lo que no vieron la mayor parte de sus contemporáneos, especialmente sus colegas. Intentó poner de relieve ciertas grandes relaciones de la sociedad humana del siglo XX, distinguiendo los riesgos que amenazaban su buen curso. Indicó las vías para buscar con urgencia las soluciones. Podemos sin exageraciones clasificarlo entre los profetas. Pero sus esfuerzos no resultaron suficientes. Y el destino implacable nos empuja a las sombras profundas que Carrel temía".

Autor: Alain de Benoist

[Vu de Droite]

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