Konrad Lorenz, moralista
Insistiendo a justo título en el derecho de cada uno a la igualdad de oportunidades –afirmaba Konrad Lorenz–, se ha llegado, en un espíritu de confusión pseudodemocrática, a la convicción de que la aptitud para la utilización de oportunidades es también la misma para todos, y que se puede hacer paralelamente de todo no importa qué. Para negar que existen entre los hombres diferencias innatas, se ha postulado que es posible condicionarlo para cualquier cosa. Gracias a Dios, este no es el caso".
La especie humana atraviesa actualmente un periodo de "cambio". El orden antiguo ha muerto. El nuevo orden aun no ha nacido. Estamos en un interregnum, el momento que precede a la regeneración y al "retorno" (Umschlag) de la historia.
La aptitud a la cultura es la que sufre la mayor amenaza. Ahora bien, nos asegura Konrad Lorenz que esta aptitud no es otra cosa que "el órgano de la civilización".
Aquí, pueden descubrirse, explica, "la dualidad de dos mecanismos antagonistas: uno que tiende a fijar lo que es adquirido, en tanto que otro intenta suprimir gradualmente lo fijado a fin de reemplazarlo por una realidad superior. La falta de fijeza provoca la formación de monstruos, tanto en el dominio de la herencia genérica como de la tradición cultural. La falta de cambios entraña la pérdida de poder de adaptación, la muerte del arte y de la cultura". En otros términos: cuanto más se escleriotiza el orden, más se destruye.
Conclusión: "Cada generación debe recrear un nuevo equilibrio entre el mantenimiento de la tradición y la ruptura con el pasado".
Y, precisamente porque este mecanismo está fallando, Konrad Lorenz se hizo moralista, inquieto ante "la degradación de la calidad de la vida".
Un ser de cultura
En el libro que publicó, apresuradamente, en 1973, Los siete pecados capitales de la civilización (que se continúa con El reflejo del espejo, 1975), Lorenz enumera los siete grandes "errores" principales que amenazan no solamente nuestro futuro inmediato, sino la existencia misma de la especie humana.
La obra comienza con esta declaración: "La humanidad es, hasta el momento, un todo funcional que está completamente perdido en busca de su camino".
Cada uno de estos "pecados capitales" se remite a las amenazas del conjunto, dejando ver que la solución es imposible para cada uno de ellos por separado: la superpoblación y (sobre todo) el desequilibrio demográfico, la contaminación y el expolio de los recursos naturales, el stress provocado por el terrorismo y la posibilidad de ser un objetivo potencial, el peligro atómico, etc. Pero (sorpresa) no es en estos peligros "evidentes" en los que Konrad Lorenz más insiste, sino en los otros menos conocidos, a saber: "las perturbaciones de un comportamiento que tiene, en su origen, un valor para el mantenimiento de la especie".
En primer lugar, la ruptura del equilibrio entre las pulsiones agresivas y las inhibiciones tradicionales.
En sus trabajos anteriores, Konrad Lorenz había dejado establecido que la agresividad, lejos de ser una "pulsión patológica", tiene como finalidad la supervivencia de los individuos y los grupos. En un mundo donde el antagonismo es la regla, contra más un organismo esté desprovisto de agresividad, más vulnerable es y más inadaptado a la vida se encuentra.
La agresividad, como la mayor parte de las pulsiones instintivas, pone en juego las reacciones afectivas emocionales ("animales"), que se ponen en marcha espontáneamente. Estas reacciones encuentran su localización física en lo que el fisiólogo Paul McLean denominó "viejo cerebro" (situado en el hipotálamo), por oposición al neocortex, lugar de las reacciones racionales y "humanas".
En el individuo normal, las pulsiones que se forman a nivel del paleocortex son en general dominadas por el neocortex. En caso contrario, el hipotálamo bloquea el cortex y la razón parece paralizada: esto explica ciertas características de la psicología de los locos y los dementes.
En el seno de la sociedad, se descubre esta misma interacción entre el orden y el desorden, entre las pulsiones racionales y las pulsiones afectivas.
"Como justamente comentó Arthur Gehlen –nos dice Lorenz–, el hombre, por su naturaleza, es decir su filogénesis, es un ser de cultura. Por decirlo de otra forma, sus impulsos naturales y su control consciente, impuesto por la sociedad forman un sistema único en el interior del cual estos dos factores son complementarios".
En La ley natural (1971), Robert Ardrey dejó escrito: "Sin el orden, que solamente puede crear la sociedad, el individuo vulnerable perece. En revancha, sin un cierto desorden permitiendo y favoreciendo el pleno desarrollo de la diversidad de sus miembros, la sociedad se marchita y se disgrega en las competiciones de la selección del grupo".
Normalmente, entre las tendencias contradictorias se establece un equilibrio mediante un fenómeno de regulación interna análogo al feed-back ("retroalimentación") de la cibernética.
Konrad Lorenz piensa que este equilibrio, en la sociedad humana contemporánea, se ha roto, y por ello estamos pasando por "oscilaciones" cuya amplitud puede devenir temible.
"La opinión que se eleva contra una opinión siempre responde a una razón –observa. Pero si en este enfrentamiento la oposición adopta formas tan exageradas que no se toma tiempo en comprender al contrario, si la opinión reinante se enfrenta toda y de golpe, entonces, el péndulo oscila en sentido inverso hacia una opinión igualmente exagerada". Las pasiones y las ideologías acentúan este fenómeno, que desemboca ya en la dictadura ya en la anarquía. Ambas, por cierto, "dictadura" y "anarquía" pueden estar encubiertas "democráticamente".
Es probable que en este sentido pueda apreciarse mejor el problema de la demografía. Porque "Es importante no solamente saber cuántos hombre puede sustentar la Tierra, sino también a partir de qué densidad, de qué proximidad, los hombres comienzan a agredirse los unos a los otros".
¿Qué hacer para que la agresividad no adopte formas patológicas? Lorenz señala que sería vano esperar hacerla desaparecer suprimiendo las "situaciones estimulantes" en las cuales se pone en marcha el comportamiento agresivo, o bien oponiendo al mismo un veto moral: "La puesta en práctica de uno u otro de los dos métodos equivaldría a pretender disminuir la presión de una caldera cerrando la válvula de seguridad".
Lo único humanamente posible sería reorientar la agresividad natural hacia formas de actividad que permitan una "descarga catártica": la competición científica, el deporte, que provoca el "entusiasmo militante", etc.
La "tibieza mortal" del mundo contemporáneo
Otro peligro: la desviación del sentimiento innato que posee todo individuo normalmente constituido para proteger a los más débiles y revolverse contra la injusticia.
En su estado natural, este sentimiento contribuye, también, a la supervivencia del grupo. En una sociedad evolucionada, donde la selección natural ya no actúa, tal sentimiento puede, por el contrario, provocar la disolución de la sociedad.
En 1940, Konrad Lorenz había escrito: "En los tiempos prehistóricos de la humanidad, la selección por medio de la dureza, el heroísmo, la utilidad social, etc., se había efectuado únicamente por factores exteriores hostiles. En la actualidad, este rol ha sido sustituido por una organización humana" (Zeitschrift für angewand Psychologie und Charakterkunde).
En una entrevista con Friedrich Hacker (Agresión y violencia en el mundo moderno, 1972), Lorenz comenta: "Desgraciadamente, los intereses de la especie se oponen a las exigencias humanas".
En 1973 precisaba: "Los sentimientos humanos que debemos tener para cada uno en particular se oponen a los intereses de la especie humana en general. La piedad que debemos hacia nuestros congéneres, cuya inferioridad puede provenir de lesiones irreversibles de la infancia o de taras hereditarias, nos empuja a protegerlos de los seres normales. Por otra parte, no podemos emplear los calificativos de "superior" e "inferior", hablando de seres humanos, sin ser sospechosos de defender la cámara de gas".
Ejemplo: "En sus conferencias en la clínica Menniger de Topeka, Hacker citaba el caso de un asesino sometido a un tratamiento psicoterapéutico, más tarde considerado sano y puesto en libertad. Al poco tiempo, cometió un nuevo asesinato, y después otro más. Fue necesario que este hombre ejecutase a su cuarta víctima para que una sociedad engreída de principios humanitaristas democráticos y conductistas admitiese que tal hombre presentaba un peligro público".
"La convicción elevada al rango de religión –prosigue Lorenz– de que todos los hombres son iguales y que las taras y defectos del criminal son debidas a una educación fallida por la falta de los educadores, contribuye a aniquilar el normal sentimiento del bien y del mal, premiando moralmente al culpable, que se considera a sí mismo como una víctima de la sociedad (...) El individuo deficiente en el dominio afectivo y social es un enfermo digno de compasión. Pero la deficiencia es el mal en sí".
Konrad Lorenz llama nuestra atención sobre la "debilidad mortal" (Wärmetod: la "muerte caliente") reinante en el mundo contemporáneo.
En la naturaleza, "cada aprendizaje de un comportamiento, conformado con una recompensa, empuja al organismo a acomodarse a situaciones penosas, a causa del placer obtenido. Dicho de otra forma, el organismo acepta sin protestar situaciones que, antes del entrenamiento, habrían provocado por su parte reacciones de aversión e inhibición. Un perro o un lobo, por ejemplo, para apoderarse de una fuente de alimentos suculentos, sería capaz de hacer una serie de cosas que normalmente se negaría a hacer, como atravesar zarzas, saltar sobre agua fría, exponerse a peligros para él evidentes, etc."
Brevemente, cuanto más se desea una cosa, más se acepta sufrir para obtenerla. Este equilibrio entre "placer" y "sufrir" es la base de toda economía.
Durante siglos, los hombres han dado valor a las cosas que les ha costado trabajo procurarse. "A las rudas semanas, felices fiestas", decía Goethe. Esos tiempos han pasado. "Por la dominación progresiva de su medio, el hombre moderno ha desplazado, por la fuerza de las cosas, el equilibrio "placer-sufrir" en el sentido de una hipersensibilidad creciente en desconsideración de toda situación penosa, y por ello su capacidad de juicio de ha debilitado".
"No somos conscientes de hasta qué punto dependemos del "confort" moderno. La más modesta empleada del hogar se revolvería violentamente si pusiesen a su disposición una habitación con la misma calefacción, la iluminación y la litera que en su tiempo pudieron disponer el emperador Carlos V o la duquesa de Weimar".
La hipersensibilidad al sufrimiento hace inaccesible la alegría: "Helmut Schulze ha señalado el hecho sorprendente de que ni la palabra ni el concepto de "alegría" aparecen en toda la obra de Freud. Freud conoce el goce y el placer, pero no la alegría. Cuando, dice Schulze, se accede a la cima de una montaña difícil de subir, con los músculos dolorosos, los dedos entumecidos por la escalada y la perspectiva de afrontar los mayores riesgos y dificultades en el descenso, uno no piensa en el placer, sino en la alegría".
Gracias a la manipulación de la moda, una cierta industria tiende a fomentar este deseo de satisfacción inmediata, creando necesidades y produciendo "objetos-inmediatamente-obsoletos" (built-in-obsoletion).
"La intolerancia a la pena, que no cesa de aumentar en nuestros días, transforma los altos y los bajos naturales de la vida humana en una planicie artificialmente nivelada. Y esta tendencia engendra un aburrimiento mortal".
El hombre cuyo placer está debilitado por el hábito y la facilidad está, en efecto, predispuesto a buscar emociones siempre nuevas, siempre más fuertes, a desear aquello que está más allá de la norma: la droga, las perversiones, la violencia...
"Los hombres –continúa Lorenz– están hoy día aquejados de un estado de ablandamiento peligroso que puede conducir verdaderamente a la ruina de la cultura".
El amor enfermo por la novedad se denomina "neofilia". Una exageración patológica de este rasgo característicamente humano es la "neotenia", la exigencia de una satisfacción inmediata de todo deseo en germen, que es un rasgo característico de la infancia, comenta Lorenz. Antaño, al transformarse en adulto, el adolescente aprendía la paciencia. Hoy, la paciencia es una cualidad inútil: la "infancia mental" se extiende en el tiempo más allá de la "infancia psicológica". El igualitarismo, que alinea a todos por lo más bajo, además de infantilizar a los adultos, añade las desventajas de una civilización fool-proof, valga decir donde los "imbéciles" pueden ocupar los primeros puestos.
"La cuestión está en saber si las características infantilizantes del programa genético están en trámite de desarrollarse en proporciones desastrosas".
El desmoronamiento de la tradición
Konrad Lorenz constata grandes analogías entre el desarrollo de los individuos y la evolución de las civilizaciones, y la filogénesis de las especies.
La ideología que domina en el presente, nos comenta, es una ideología del menor esfuerzo, que rechaza toda jerarquía y toda contrariedad. Ahora bien, la aceptación de la contrariedad, bajo todas sus formas, es una de las características de la madurez. En las doctrinas igualitarias, se da, al contrario, un utopismo pueril que encuentra en el culto a lo infantil ("el niño al poder") una prolongación natural. Según Rousseau, el hombre, en su estado de naturaleza, es intrínsecamente "bueno": la sociedad le corrompe: según ciertas tesis a la moda, el carácter del niño es naturalmente inocente: el adulto le corrompe. La querella generacional ocupa así su lugar ideológico-socio-político.
"La revolución de la juventud actual está fundada sobre el odio. La juventud revuelta reacciona contra la generación anterior como lo haría un grupo cultural contra una etnia extranjera".
Konrad Lorenz señala, sin embargo, que la revolución juvenil no es un mal en sí. El adolescente, como el cangrejo, debe refugiarse en su caparazón para crecer: para liberar su personalidad propia debe tomar distancias frente a ese mundo con que se identificó siendo infante. Los tiempos de la "justa medida" vendrán después. Hasta aquí todo es normal.
"En la época de la pubertad, los jóvenes se desapegan de la tradición paternal. Su función generacional debe ser la de criticar, hasta cierta medida, los antiguos ideales, de investigar nuevos caminos y tácticas (...) pero, al mismo tiempo, la coherencia de la tradición jamás debe ser verdaderamente rota".
Konrad Lorenz responsabiliza a los padres, por la dimisión de su responsabilidad, del desmoronamiento de la tradición. La denominada "educación anti-autoritaria" no es mas que un bonito pretexto para evitar las fatigas de una educación bien comprendida.
"Estamos criando generaciones de miles, cuando no millones de niños neuróticos por culpa de la célebre "educación anti-autoritaria" destinada a evitar frustraciones. Millones de personas frustradas de por vida son la causa de una educación que pretende evitar frustraciones".
Explica: "El niño educado en el interior de un grupo no-jerárquico se encuentra en una situación absolutamente artificial. No puede reprimir su tendencia instintiva a ocupar el primer lugar, tiraniza a los padres que le oponen resistencia y se ve obligado a asumir un rol de jefe en el cual, en verdad, no se siente nada cómodo. Cuando ensaya molestar a sus padres para provocar de su parte una justa indignación, no recibe la respuesta agresiva que inconscientemente espera, sino que se choca contra un muro de goma de bellos discursos y de frases pseudo-racionales que para él no significan nada".
"Pero ningún hombre se ha sentido jamás identificado con un pobre esclavo, y ninguna persona está dispuesta a admitir los valores culturales respetados por este esclavo. Y esta es la "imagen del padre" que manifiestan gran parte de los adolescentes de la actualidad".
Frente a una contestación que afirma el antagonismo irreductible de la autoridad y del amor, Lorenz proclama: "El reconocimiento de una situación jerárquica no es un obstáculo para el amor. Siendo niños, todos y cada uno de nosotros hemos amado tanto y mejor que a nuestros iguales e inferiores a las personas que hemos admirado y a las que hemos estado sumisos".
"Un hombre en el cual el comportamiento social no haya alcanzado el grado de madurez suficiente, permanecerá en un estado de infantilismo y no podrá ser sino un parásito de la sociedad. Continuará siempre demandando la solicitud de los adultos, igual que cuando era niño. Innumerables jóvenes que se revuelven hoy día contra el orden social lo hacen, en realidad, contra sus padres. A despecho de esta actitud, pretenden estar bien cuidados por esta misma sociedad y sus padres. Este es un signo de un comportamiento infantil irreflexivo. Si estos estados frecuentes de infantilismo, junto al progreso creciente de la criminalidad juvenil, reposan en el hombre civilizado, como me inclino a creer, sobre anomalías genéticas, corremos un grave, muy grave peligro de autodestrucción".
A fin de cuantas, afirma Lorenz, los "ocho pecados capitales" son los signos más visibles de un proceso de deshumanización. Y este proceso está favorecido por esta "doctrina pseudo-democrática según la cual el comportamiento social y moral del hombre no está absolutamente determinado por la evolución filogenética de su sistema nervioso o de sus órganos sensoriales, sino que únicamente está influenciado por el "condicionamiento" que ha sufrido en el curso de su ontogénesis".
"Es insensato suponer –continúa– que se puede destruir un bosque para reemplazarlo automáticamente por otro nuevo. Ahora bien, asistimos en nuestros días al desmoronamiento continuo de factores irremplazables que aseguran la trasmisión de la tradición y que refuerzan los factores de ruptura. Destruyendo las instituciones y los dones antiguos, nos estamos condenando a una verdadera regresión (...) Si esta evolución continúa de modo incontrolado, si ningún mecanismo, ninguna institución de conservación hace aparición, el fenómeno bien podría significar el fin de la civilización y, yo al menos lo pienso muy seriamente, la regresión del hombre a un estado pre-cromagnoide".
Es de señalar que el marxista Jean-Michelle Goux, profesor en la universidad de París VII, reprocha al autor de La agresión "tratar como fenómenos biológicos aquellos que están manifiestamente ligados a la concurrencia capitalista" (L´Humanité, 2-10-1973) !!!
Para Konrad Lorenz, la solución de los problemas actuales no pasa solamente por "la especulación ideológica" sino por "un paciente trabajo de investigación inductiva, consistente en identificar las verdaderas causas y actuar sobre ellas".
Y para ello es necesario, para comenzar, conocer la realidad de la vida.
"No considero utópico –declaró Konrad Lorenz–, dar a todo ser humano sensible un conocimiento suficiente de los hechos esenciales de la biología. La biología no es sólo una ciencia fascinante, sino que nos concierne directamente en cuanto que somos seres vivos (...) La enseñanza cualificada de la biología constituye el único fundamento sobre el cual establecer sanas opiniones concernientes a la humanidad y sus relaciones con el universo".
Robert Ardrey diría más tarde: "Es verdaderamente dramático que dos siglos después de Rousseau sus errores sigan influenciando a miles de personas, como si las evidencias de las ciencias naturales no los hubiesen desmentido hace ya mucho tiempo".
Una perspectiva fisiológica del conocimiento
En El reflejo del espejo. Una historia natural del conocimiento (1975) obra que pretendía ser una continuación a Los siete pecados capitales de la civilización, Konrad Lorenz intentó ofrecer una visión de conjunto de los mecanismos cognitivos humanos. Precisa que esta tarea es la previa indispensable a un "autoanálisis del hombre civilizado fundado sobre conocimientos biológicos".
Desbordando ampliamente la etología para asentarse en la antropología y la sociología sobre bases nuevas, recuerda que nuestro conocimiento del mundo está estrechamente ligado a la apariencia fisiológica (el "espejo" humano) que nos da el reflejo. Esta apariencia perceptiva y cognitiva reposa en las bases innatas, heredadas de la evolución de la especie. No existe, pues, ni "razón" ni "conocimiento" autónomos: las relaciones entre el hombre-percibidor y el mundo-percibido forman un sistema orgánico de interacciones. Por lo mismo, no existen "experiencias a priori": la evolución en sí misma es un "stock" de informaciones, a las que el hombre añade lo que adquiere de propio. Progresivamente, todas las actividades espirituales, intelectuales y tecnológicas de la humanidad se ven así reemplazadas en una perspectiva filogenética.
La teoría de la percepción y la teoría del conocimiento propuestas por Konrad Lorenz contradicen a los racionalistas, que pretenden poder conocer el mundo "objetivamente", y a los idealistas, que pretenden estudiar la "naturaleza humana" sin tener en cuenta el mundo en el que está "reflejada".
Autor: Alain de Benoist
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