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La memoria de la Otra Europa

Orientaciones

Berto Ricci: Categoria espiritual y categoria social

Berto Ricci: Categoria espiritual y categoria social

La vieja lucha antiburguesa parte de una error: el de la burguesía entendida exclusivamente como clase; definida además, abstractamente, por mínimo límite censatario; definida, incluso, con criterio elástico pero con persistencia en el método, por uno o más tipos de ocupación; rigurosamente prolongada mediante la herencia desde el individuo a la familia, de los nacidos a los nasciturus, porque en la concepción clasista, los hijos y los nietos del burgués no pueden ser, salvo ruina económica o inscripción en un partido extremista, otra cosa que burgueses. Así pues, categoría social y categoría económica; y, al cabo, casta. El equivoco de tal concepción es múltiple. Se encuentra en la presunta omnipotencia de la herencia y el ambiente. Se encuentra en la contraposición sofística de trabajo técnico o directivo, a menudo simplemente administrativo, frente a trabajo manual. Se encuentra en elevar la clase, entidad mutable a absoluto político. Se encuentra en el materialismo económico que ve en el individuo solamente un detentador, apropiador o productor de riqueza, aboliendo o marginando toda la inextinguible realidad del hombre. Frente ello se alza la concepción opuesta, que quiere ver en la burguesía sólo una categoría del espíritu. No ya clase sino mentalidad, no ya la ocupación sino el modo de vida, el uso de sí mismo y de sus propios medios, Postura preferible a la primera, por cuanto tiene en cuenta de ese dato indestructible que es la personalidad humana, colocando la voluntad y el carácter por encima de la némesis clasista y de la fatídica nivelación profesional y considerando el trabajo unitariamente.

Sus defectos son los de todas las posiciones íntegramente espiritualistas cuando se aplican a realidades terrenas. Consisten en no tener en cuenta el elemento económico que a menudo acompaña y se entrecruza en diversos grados con la valoración espiritual, creando intereses cuyas resistencias pueden obstaculizar o dañar seriamente un proceso de renovación. Consisten en pasar por alto el hecho de que toda mentalidad tiende a hacerse “clase”, por ley de afinidad y ley de defensa, que alcanzado un cierto nivel de satisfacción el hombre medio busca, quizá inconscientemente, condiciones propias para aislarse del cuerpo social en una coalición de hombres medios satisfechos, y que para controlar este anhelo no bastan las leyes, se precisa de la sensibilidad política de la Nación. Son también defectos de la antiburguesía espiritual, excluir o ningunear esa influencia de la herencia y del ambiente que la antiburguesía clasista exageraba. Porque por ejemplo, no se ha dicho, e incluso se ha desmentido, que la familia del burgués deba generar individuos burgueses; pero no por esto se debe negar que la familia burguesa exista y opere sobre las concepciones de sus hijos. Generosos defectos, y excesos por reacción, que pueden restarse al juego de ladinos e interesados agentes. Categorías espirituales y categorías sociales no se identifican pero se entrelazan; no coinciden pero se compenetran. En las zonas de intersección del fenómeno burgués será más manifiesto y producirá mayor daño porque sus medios son mayores y mayor es el radio de acción.

En el pensamiento burgués se hallan presentes en primer término el particularismo de clase y el afán de lucro. Vicios morales, vicios intelectuales de la burguesía, tienen aquí su origen. Superar la clase como hecho social y como hecho económico, en la triple realidad del Estado unitario, de la jerarquía de los valores, de la representación provisional orgánica, es misión del Fascismo. Aquí reside precisamente la más cruda y tajante oposición del Fascismo al clasismo capitalista y al clasismo comunista: términos antitéticos de una misma ecuación. Superar las clases. Se puede cometer el error de considerarlas ya superadas. Error, frecuente en las revoluciones, de tomar una realidad en devenir como realidad efectuada. Error de buena fe y de la fe, de quien, al haber completado en sí mismo esta superación, atribuye a la colectividad el resultado que pocos han logrado, No olvidemos, sin embargo, que la colectividad se compone de individuos que deben, cada uno, incluyendo todas las eventuales ayudas y sugerencias, establecer por sí mismos una verdad histórica como verdad moral. El ambiente político, aun sustentado por heroica disciplina, hace mucho. Pero no lo es todo. Debe contarse con eso que en cinética se llama variable t : el tiempo. Tiempo que debe no solamente correr cinéticamente, sino que debe estar pleno de obras, granado de impulsos, de ejemplos, de normas. Tiempo que debe ser permanencia; tiempo vivido por la sociedad y a su través por los individuos, en la práctica de un anticlasismo profundo, continuo, hecho al fin espontáneo.

Si Roma no se hizo en un día, nada extraño tiene que el clasismo sobreviva. Sobrevive arriba y abajo, por utilizar una abusiva topografía social. Sobrevive en el mismo hecho de que aún, en el lenguaje común exista un alto y un bajo de la sociedad nacional, siguiendo criterios inevitables no de valor, sino de censo y de estirpe. Sobrevive en el “nosotros los pobres” y en el “nosotros gentes de bien”; en los lugares en los que baila o se sienta a la mesa cierta subespecie de humanidad, particularmente titulada o particularmente vestida. Sobrevive allí donde exista rechazo de lo comunitario dentro de la comunidad, y es por esto típico de la zona meridional donde el Fascismo se ha sobrepuesto a los “caballeritos” de Giovanni Verga. Decíamos: la variable t. Se debe también decir que la obsesión por los resultados a alcanzar es mucho más noble y más beneficiosa, mucho más revolucionaria, que la de los resultados alcanzados. Que el pesimismo activo vale más que cien optimismos contemplativos. Sobrevive, el clasismo, tanto en una infracción empresarial sobre las vacaciones retribuidas como en la vaporosa palabrería de la mujer de un catedrático que envía a regañadientes a su hijo al campamento juvenil junto al hijo del bedel. Tanto en la vil reverencia del dependiente, como en el llamado “pueblo humilde” del cronista de prensa. Sobrevive en todas partes y así será mientras no prepondere sobre el valor riqueza el valor hombre.

Fuerzas vigorosas lo combaten sin descanso. La enseñanza del Duce, también en esto, impele y ordena. Mussolini, que comparte mesa con los obreros, para citar solo uno de los infinitos episodios, no permite alternativas a la conciencia fascista. Ser o no ser. El encuadramiento de la juventud, el compañerismo militar o la educación sobre el terreno de minorías crecidas en las guerras fascistas, minorías que son legiones, son necesarias para desarraigar las pálidas supervivencias de castas impenetrables. La asistencia como deber social, la asistencia sobre el plano de la dignidad, del Grupo Regional al jardín de infancia y a las colonias juveniles, es instrumento anticlasista en acción. Siempre puede serlo más en la escuela, con el incremento de la formación profesional: la escuela, donde el punto arduo, la línea Maginot de la mentalidad clasista, reside en cierto tipo de instituto de enseñanza media-superior. El sistema corporativo no pretende solo dar al trabajador la conciencia de productor, convirtiéndolo en parte activa de la empresa y transformándolo sustancialmente en propietario responsable; sino, también, mediante la integración sindical de categorías heterogéneas (mozos, pescadores, músicos, dentro de “trabajadores autónomos”; tocólogos y abogados, por ejemplo, dentro de profesionales y artistas; el peluquero y el pulidor dentro del artesanado) contribuye a la erosión de las vanidades intelectualistas, de los prejuicios pequeñoburgueses.

Es preciso intensificar la acción. Intensificarla positivamente incitando cada vez más a las gentes italianas a hacer vida, trabajo, fiesta en común; a sentir la solidaridad activa coma si fuera un carácter adquirido, casi como un don de la naturaleza; a frecuentar el Fascio, el Grupo, el Descanso Obrero (Dopolavoro), el campamento del pueblo, el ocio del pueblo, la asamblea del pueblo, el estadio del pueblo, las vacaciones del pueblo, el espectáculo del pueblo. Aproximar a la juventud de las escuelas a la vida de las oficinas del campo, de la mina, al trabajo manual. Compactar las asambleas sindicales, hacerlas debatir problemas concretos, hacerlas presidir por trabajadores, como ha sucedido recientemente. Intensificar la acción en su aspecto negativo, menoscabando las reuniones minoritarias, aireando o asfixiando los espacios cerrados, el casino de los nobles, el salón de los acomodados, el café de los literatos, respetando únicamente una soledad, la del que piensa y la del que sufre, con la firme exigencia de que el pensamiento no sea separación, con la exigencia cariñosa de que el sufrimiento no sea sepultura. Golpear los residuos clasistas con todos los medios desde los disciplinaros a los del ridículo; golpear, reeducar al que hace la reverencia y al que la exige; vigilar los pequeños detalles que sumados producen grandes males, y esto es obligación de las jerarquías periféricas y éstas deben funcionar. Observar a las mujeres, conservadoras natas, tanto para lo bueno como para lo malo. Hacer al cabeza de familia responsable, disciplinariamente de cualquier disonancia clasista de los suyos. Vigilar al señorito de provincias, y dar armas a quien deba usarlas contra él, si alborota.

Una sensibilidad escasa en esta materia puede comprometer, anular, cualquier propaganda. La apologética del régimen es fácil. La educación en Fascismo es arte difícil. La escuela abierta a todos –excepción hecha de perezosos e incapaces- en todos sus niveles y grados; las escuela abierta a todos según las capacidades y no según las capacidades económicas de la familia: tal es el tránsito obligado para una antiburguesía que quiera ir hasta el fondo. Mientras que el profesional sea hijo del profesional, el espíritu burgués expulsado de las calles hallará refugio en los hogares, la acción política deberá emplear la mitad de sus recursos en deshacer los prejuicios domésticos y la familia quedará fuera del radio de acción fascista. O escuela abierta o mandarinato. O escuela abierta o linaje económico. O escuela abierta o formación clasista de los técnicos de la industria, de los oficiales del Ejército, de los funcionarios del Estado. O escuela abierta o casta burguesa. Este es el valor revolucionario de esa Carta Escolar que garantice hoy al Fascismo la pedagogía de su civilización.

Cuando se evidencian las insuficiencias y las culpas de la burguesía, es preciso no incurrir en la deificación del pueblo. Esta demagógica adulación, a menudo unida a la mortificación expresada en palabras como “pueblo humilde”, y similares, tiene ciertamente un poco el sabor del amo que acaricia a su perro. ¿Qué pueblo? Pueblo eres también tú, mi buen erudito; y si no lo eres o no quieres serlo peor para ti. Ni el pueblo es incondicionalmente bello, ni tiene incondicionalmente razón; ni asumirlo como fuerza social primogénita y amarlo como sustancia del Estado puede implicar como consecuencia que se deba creer en él ciegamente. Al feudal desprecio del pueblo humilde, a la democrática exaltación del pueblo-soberano, que admiran en ese pueblo-clase (con el que se guardan bien, tanto unos como otros, de mezclarse) la fuerza y el ímpetu de los instintos, hay que responderles que estos instintos, precisamente porque están vivos, contienen todas las posibilidades de verdad y de error, de grandeza y de crimen; van, como todos los instintos, desde la intuición hasta el apetito. Existe un pueblo tal como lo quiso y en parte realizó el socialismo más vil: existe un pueblo que mirándose al espejo de la burguesía asume miméticamente sus atributos, llegando a convertirse en burguesía auténtica; existe un pueblo que en las revueltas rojas, creyendo con esto ajustar cuentas, quema y roba a mansalva. Existe, en fin, el “pueblo” querido y comenzado a formar por parte del Fascismo. Ni imitación burguesa ni retrógrada plebe, sino milicia y trabajo. No clase, sino totalidad organizada de trabajadores y soldados. Este es para los italianos el índice de referencia para cualquier valoración del pueblo, que deberá basarse precisamente sobre la distancia, cualitativa y cuantitativa, de dicho modelo ideal.

Si el particularismo de clase pertenece a la burguesía de todos los tiempos, la mentalidad de lucro perfila el rostro más exacto de la burguesía en el mundo capitalista. El rentista y el usurero de la historia antigua, el avaro y el buhonero de la comedia clásica, se proyectan en el capitalista moderno ampliando la galería tipológica. Ciertamente no todo el capitalismo es burguesía. Un célebre autor distingue como componentes suyos el espíritu burgués ordenado, conquistador, y el espíritu de aventura, de conquista. Partiendo de la riqueza como valor el burgués llega a la riqueza como patrón único de referencia, metro de medir hombres y pueblos. La lógica quiere que, aceptada tal medida, los eventuales comportamientos del burgués sean tres. El del pobre o rico, siempre descontento que tiende a cumular. El del pobre que, por falta de iniciativa, renuncia a la riqueza pero que continúa reconociendo en ella el valor supremo. En el primer tipo entra una parte de la nobleza decadente, en el segundo el emprendedor como el aventurero, el tercero es aquel –psicológicamente hablando- del pequeño burgués. Los despilfarradores, categoría muy compleja, ponen en circulación riqueza acumulada, a menudo en beneficio del segundo tipo. Finalmente, puede ser interesante bajo el aspecto étnico o social la preferencia por la riqueza mueble o inmueble. Pero más importante resulta la preferencia del empleo de esta riqueza, proceda del lucro o sea hereditaria. Mientras tanto, el tipo que llamaremos burgués integral, adquirida la riqueza no quiere o no sabe, aplicarla a la producción. Digo esto de modo relativo, entiéndase. Si se trata del medio rural, continuaran produciendo: sólo que el patrón no se ocupará para nada ni del rendimiento de la empresa ni de su equilibrio social. Continuará, en un régimen de economía libre, gozando del “sagrado” derecho de propietario dejando para los descendientes el chaparrón. Caso claro: parásito integral.

Desde aquí, mediante grados intermedios, se llega al propietario productor (de mercancías o de servicios o de créditos) y, caso especial, al muy presunto “dador de trabajo”; el camarada Omero del Valle la ha emprendido contra este paternalístico “dar trabajo” a gente que ofrece los brazos o el cerebro, y tiene razón. Se presenta rápidamente la interrogación: ¿existe interferencia entre el dador de trabajo y el burgués? El marxista responde que no solo existe interferencia sino coincidencia, los burgueses son, para él, o patrones o parásitos o gente que se lava el pescuezo, o mejor aún: todo esto a la vez. El fascista, partiendo del concepto de burguesía ante todo espiritual, no puede admitir coincidencias de este género. Sin embargo debe reconocer también las interferencias y valorarlas. Pero debe también, reconocer que el temperamento burgués, diseminado en todas las categorías y en todos los oficios, encuentra en un determinado nivel económico las condiciones más favorables para prosperar y para destruir. La culpa, hay que decirlo y repetirlo, no es de los individuos, salvo obviamente las culpas concretas de quien las tengan. La culpa de ese prosperar y de ese destruir está antes que nada en la riqueza tomada como valor fundamental, dotada de poder y asumida como ideal de vida. Atención pues, espiritualistas, al puro espíritu burgués. Atentos a que el espíritu no se convierta en humo; y que no permanezca triunfante sobre el escenario de la mentalidad de lucro con grandes beneficios a un lado, y grandes retribuciones a otro.

“Acortar las distancias”. El actual desequilibrio de beneficios de dador de trabajo y los del prestador de mano de obra dentro de la misma empresa es burgués, pues implica disparatadas diferencias de nivel de vida, con su inevitable desahogo de supersticiones sociales; y porque da razones a la mentalidad lucrativa, a la riqueza en función no ya económica (esto es, orientada exclusivamente a la producción) sino social, es decir, mantenedora y creadora de distancias. La comprensión, la buena voluntad de las dos partes puede hacer mucho, pero no bastan para abatir los muros levantados por el privilegio económico. El concepto mismo de salario es burgués, porque reduce al mínimo cualquier participación real del trabajador en una producción que se traduce económicamente para él en un tanto fijo. El salario es el trabajo-mercancía. La alta y la mediana burocracia presentan el espectáculo del máximo beneficio sin correr siquiera los riesgos empresariales. Muchos pretenden encaminar allí a sus hijos y crear, con la habitual razón de una posición segura, un nido de burgueses. La burguesía es también categoría social. Mejor: la categoría espiritual burguesía, presente por doquier en la sociedad, tiende a coagularse en una categoría social donde se encuentran ya sus elementos más afortunados. Ciertamente, la categoría espiritual burguesía no es una cota económica.

Puede ocurrir que la mentalidad de lucro no sea eliminable de la naturaleza humana. Es verdad. Es verdad que debe ser combatida y limitada, so pena de permanecer sometidos al ideal antiheróico y antifascista de la riqueza como valor supremo. Esto no se puede hacer (salvo en mínimas, pedagógicas, dosis, y para minorías, no para un pueblo) mientras se admita el enriquecimiento ilimitado o incluso el casual. Medítese sobre la moralidad de una lotería millonaria. No creo en la eficacia de una obra educativa separada de aquella otra legislativa o viceversa. Los valores no se invierten por la persuasión. Sobre todo dar al pueblo la sensación de que la riqueza no es ni todo ni mucho. Pero, para ello, es preciso que la riqueza privada valga poco; que sirva para poco; que mediante ella solo se obtenga poco, tanto en el orden de los bienes materiales, como en el campo de la autoridad sobre los hombres. El lector captará que henos llegado a un punto en el que educación y legislación, organización social de la riqueza y valoración de los hombres, formación de las jerarquías y condiciones de vida del trabajador, se encuentran y se entrelazan en el núcleo unitario de una sociedad fascista, de una civilización mussoliniana , de un estilo finalmente italiano, tras siglos de feudalismo extranjero, de todas las importaciones bárbaras. Dos son las directrices de un único camino. El privilegio económico debe disminuir. La jerarquía social no debe basarse en el privilegio económico. Directrices convergentes para el final de la burguesía, que será, también, el final del proletariado. Directrices sobre cuyo camino pueden alzarse bastillas patrimoniales, pero ninguna de estas inexpugnable para la Revolución.

Bajo el aspecto de las interferencias entre categoría espiritual y categoría social puede verse, comprobarse, como incide el espíritu burgués en la demografía. Es propio de una casta espiritual, pero particularmente preponderante a cierto nivel económico, el dogma de “hacerse una posición” antes de tomar esposa. Resultan más frecuentes a cierto nivel económico los casos de limitación de nacimientos, porque los embarazos deforman la línea; porque los hijos de algunas familias deben, por inclinación paterna, emprender costosos estudios; porque demasiados hijos dividen la herencia familiar; porque, en definitiva, la vida debe ser placentera, para estos hijos y para estos progenitores. Ocurre sobre todo a cierto nivel económico que la familia, de miembro del Estado se convierte en rebelde al Estado.

El burgués ante los valores políticos esenciales. La posición del burgués ante el “hecho” Nación es variable. En general, un reconocimiento a menudo ostentoso, con el sobreentendido de servirla mientras les sirva a ellos; y con numerosas inclinaciones hacia un internacionalismo sea de ideas como de gustos o intereses: internacionalismo de la nada que es el justo opuesto a la centrada universalidad italiana. Pero la Nación no es solo “hecho”, es “acto”, o sea construcción consciente, voluntaria, unánime, de una realidad que transciende individualidades y que exige la abnegación reiterada, cotidiana. La pasividad política del burgués se hace aquí patente. Su escaso coeficiente de cohesión social no le permite alegrías. El burgués es el anti-sacrificio.

Frente al instituto de la Dictadura el burgués se pliega pero, más que la soberbia es la envidia la que salta de las pupilas y le carcome las palabras. Son los efectos de un rechazo; es reconcentrado, el aborrecimiento de una adaptación. Negado las más de las veces para el sentimiento de superioridad, negado siempre para reconocerla sinceramente, el burgués quiere discutir, sufre de no poder discutir por discutir. Su semicultura es por definición la negación de la fe, pero que a él le otorga la ilusión de poderlo juzgar todo improvisándose economista, hombre de estado, estratega. El burgués es el anti-obediencia. El burgués que viste uniforme no llega nunca a comprender la necesidad real y la virtud de seguir una orden, cualquiera que sea, dada por quien sea. Esto le sucede porque, en su atomismo, no existe una jerarquía de referencia: una jerarquía justa que redima, que discrimine, a la injusta.

El burgués ve a los enemigos en forma de peligros. Existe un peligro comunista, pero ver el comunismo bajo el aspecto del peligro es típico del burgués de derecha, mientras que en el burgués de izquierda sucede otro tanto con relación al Fascismo. El Fascismo es ofensiva. El Fascismo es y quiere ser no un peligro, sino el peligro para el mundo burgués y para sus rojos derivados, para el mundo del valor-riqueza. El ideal del burgués es aquel de la política francesa tras 1919: la sûreté. También llamada vida cómoda.

Un solo valor estético ha creado el burgués, a saber: la “distinción”. En el comportamiento, en el vestir, hacer y hablar, el burgués tiende hacia el tipo ideal de la categoría. En las artes y en la literatura se refleja mediante la preferencia por el brillante mediocre, el patético superficial, el decadente vaporoso, el garboso un poco excéntrico. Distinguido de distinguir. La estética del burgués es clasista como su ética política.

La lucha antiburguesa, de la que existen antecedentes incluso medievales, fue alternativa y simultáneamente de izquierda y de derecha, de estirpe y de cultura. Fue de los socialistas, de los artistas, de los militares, de los nobles, del clero. Fue también de los burgueses audaces. Tuvo en todas sus variedades, motivos justos y acentos felices. Pero ninguno de estos antiburgueses supo ver, además de la clase, sobre todo el espíritu. Quedan, de estas luchas, fragmentos útiles. Nada más que fragmentos. La misma moral del superhombre fue usurpada, viciada por decadentes aburguesados y por burgueses de vanguardia a la búsqueda de fáciles instrumentos de dominación. Para la polémica antiburguesa del Fascismo viene bien prefijar objetivos visibles e incluso anecdóticos, pero hay que evitar perderse en lo exterior, evitar la ignorancia del hecho económico. Es preciso llevarla adelante por la fuerza. “Tocar los intereses”.

La antiburguesía fascista debe, sobre todo, no ser sólo polémica. Debe ser construcción, educación. El burgués no existe únicamente en estado puro. El burgués está en nosotros, en cada uno de nosotros, con sus renuncias y sus ambiciones, sus sutilezas y sus dudas, su particularismo individual, familiar, de casta, su sed de riqueza, su –especialmente- miedo a la pobreza; su miedo a ser valiente; su carga de caprichos; su ducha tibia de conformismo; su lejanía de la vida física y de ese punto de naturaleza que requiere el hombre civil para que la civilización no se deforme en la más mezquina barbarie. La lucha antiburguesa es, así, en su significado más elevado, pura experiencia de todos nosotros, uno por uno, porque sólo una humanidad fascista, en la cual nadie busque excusas y nadie las encuentre, todos acepten cometidos y todos los asuman, podrá reconocer la supremacía del espíritu, erradicando de la vida la riqueza.

Fuente: Antagonistas traduccçión: A Beltran

Adriano Romualdi y el 68.

Adriano Romualdi y el 68.

Entre marzo y febrero de 1968 se iniciaron en Roma las revueltas universitarias surgidas en el marco de los movimientos de protesta y contestación estudiantil desarrollados durante la primavera de aquel año entre cierto sector de la juventud, importados desde Estados Unidos, y gestados e instrumentalizados principalmente por los partidos comunistas europeos en su versión maoísta o trotskista. Es importante añadir que muchos dirigentes posteriores de la izquierda europea fueron protagonistas de dichas jornadas o las tomaron como referencia en sus políticas de “nueva izquierda” cuyas consecuencias son en la actualidad ciertas referencias del pensamiento actual de la izquierda destinados a desarmar y narcotizar a la juventud europea, presa de las políticas del sistema en sus actuales fases. En Italia, este movimiento fue posterior al ocurrido en Alemania, y tuvo lugar en los meses anteriores al más conocido “mayo francés”, aunque con motivaciones y objetivos similares. Mientras las facultades de Filosofía y Letras eran ocupadas por los estudiantes de izquierdas, en la de Jurisprudencia, donde el FUAN-Caravella –organización universitaria del MSI– mantenía desde hacía años una mayoría absoluta parlamentaria, una turbia asociación estudiantil próxima a cierto partido gaullista toma la iniciativa ante la confusión y división de los jóvenes de la Destra participantes también en dicha ocupación. El movimiento político de la Destra muy activo en Italia y particularmente en Roma tenía como principales organizaciones al partido parlamentario MSI (Movimiento Social Italiano), mientras que los activos y numerosos sectores juveniles surgidos de la derrota de la República Social Italiana, se hallaban divididos en aquella época entre las secciones juveniles y universitarias del MSI, Ordine Nuovo y el ambiente todavía activo de la oficialmente disuelta Avanguardia Nazionale. El FUAN en aquella época estaba formado por algunos jóvenes de brillante preparación que luchando decididamente en las filas del MSI, colaboraban y mantenían un estrecho contacto con las dos principales organizaciones extraparlamentarias, la más intelectual ON y la activista AN, ambas con una gran influencia del pensamiento de Julius Evola.

Uno de aquellos jóvenes era Adriano Romualdi, brillante y respetado intelectual y militante incansable de las ideas identitarias, hijo del dirigente misino Pino Romualdi, y a quien ya por entonces muchos auguraban un claro porvenir como dirigente político, como pensador y como docente. Activista incansable en las filas del MSI y del FUAN, no escondía sus colaboraciones con el grupo extraparlamentario Ordine Nuovo, y en muchas ocasiones se le podía ver en primera línea en los frecuentes enfrentamientos que los miembros juveniles del MSI, ON y AN mantenían en aquellos años en las aulas y las calles de Roma. En esos días Romualdi pudo vivir de cerca las manifestaciones estudiantiles de sus coetáneos, y sobre todo las respuestas y actuaciones de sus camaradas políticos durante aquellas jornadas, indecisos algunos, confundidos otros e incluso las de aquellos que participaron activamente en las mismas imbuidos de diferentes motivaciones. Entre los que eran favorables a la participación en la actividad contestataria destacaban los grupos de AN guiados por Stefano Della Chiae, Mario Merlino, Dantini y otros, y algunos sectores de la FUAN que decidieron actuar en las mismas como una forma de asalto frontal al Sistema. Muchos de ellos estaban ya influidos por esa voluntad de cambio y contestación que permeabilizó en otros camaradas de partidos que por origen e ideología debía ser contrarios al cosmopolitismo decadente de la esencia misma del movimiento. Por las mismas razones, en España un sector del partido tradicionalista se convertiría en socialista autogestionario o muchos falangistas contrarios al régimen de Franco terminarían en el bando izquierdista, mientras que algunos de los activistas italianos empezaban a ser fascinados por el maoísmo chino. Por su parte, la dirección del MSI, incapaz en aquella época de dar a sus sectores juveniles motivaciones revolucionarias y de pensamiento más profundo, se enfrentaba abiertamente al movimiento del 68 desde un prisma conservador y de defensa del sistema que no convenció a los sectores más revolucionarios del mismo, como a algunas corrientes de la “izquierda misina”, en particular a la representada por Gianni Accame entre otros. El sector más intelectual y espiritual de la Destra, encabezado por Evola, o por Rauti y su ON no vieron tampoco con buenos ojos la participación de sus camaradas en las jornadas del 68 italiano. Evola deja clara su opinión en textos como este:
“Agotada la "protesta" de tipo marxista y obrera, queda la revolución de la nada. Es significativo que en los movimientos revolucionarios y contestatarios acontecidos en Francia en mayo de 1968 junto a las banderas rojas comunistas aparecieron las banderas negras de los anarquistas, como también es significativo que en tales manifestaciones, y no sólo en Francia, se hayan verificado formas de puro desencadenamiento salvaje y destructivo. Es inútil por lo tanto hacerse ilusiones optimistas respecto a la tan fetichizada "juventud", estudiantil o no, si la situación de base no es cambiada. Cada revuelta sin aquellos principios superiores que el mismo Nietzsche había evocado a su manera en la parte válida de su pensamiento, callando acerca de las contribuciones dadas por los exponentes de una revolución de Destra, lleva fatalmente a la emergencia de fuerzas de un orden aun más bajo que las de la subversión comunista. Con la afirmación eventual de estas fuerzas todo el ciclo de una civilización condenada se cerraría, si es que no surge un poder superior y si no se reafirma la imagen de un tipo “humano superior”.

Entre los detractores del movimiento estudiantil se encontraba Adriano Romualdi que consideraba el movimiento del 68 como una evolución interna del sistema y en ningún modo una antítesis del mismo, y que intentó infructuosamente convencer a muchos de los activistas de Destra de no participar en las actuaciones que él sabía surgidas desde el propio sistema e instrumentalizadas por las fuerzas de la subversión. El propio Mario Melino, uno de los protagonistas del asalto ala facultad de arquitectura y de los conocidos enfrentamientos de Valle Giulia, recuerda cómo en la concentración previa a dichos hechos, que tuvo lugar en la Plaza de España, Adriano Romualdi le advirtió de la esterilidad de dicha participación intentando que no participara en la misma. A medio camino entre los que sinceramente participaron en el movimiento del 68 esperando poder influir con las consignas evolianas, y que equivocadamente creyeron poder atraer a los estudiantes de izquierda –en especial a los maoístas–, y a la acción de su propio partido, con el que fue también muy crítico en este aspecto, y que finalizó dando una imagen de “guardia blanca del sistema” en palabras de Buontempo, Adriano Romualdi fue perfectamente consciente de que desde el campo de la Destra había un importante vacío doctrinal e ideológico en el que era necesario trabajar. De su presencia como testigo de aquellos hechos, pero sobre todo de su profunda preparación y brillantez intelectual, nacen ciertas reflexiones que sobre las jornadas de la primavera del 68 en Roma fueron maduradas durantes los siguientes años y recogidos en el texto Branni tratti da Contestazione Contraluce, publicado en las páginas de la revista Ordine Nuovo en la primavera de 1970.

Para Romualdi, el movimiento estudiantil se había convertido en un fenómeno característico de la fase de senilidad que caracterizaba en dicha época a la democracia italiana y pensaba que agrupaba sólo a una exigua parte de la población universitaria italiana. “Es un hecho sin embargo que la gran mayoría es totalmente apática y pasiva, así como que esta misma mayoría termina siendo la punta de lanza de la confusión, del extravío y de la mistificación propagada en todo el mundo juvenil (…) Documenta la profanidad en la cual penetra en los ánimos inmaduros un tipo de retórica izquierdista difundida en la televisión, el cine, las grandes casas editoriales y todas las centrales ideológicas ocultas y acampanadas en el corazón del sistema (…). El problema es que el movimiento estudiantil supone una contestación contra un sistema que simpatiza con los contestatarios, y junto a la cual la contestación se inserta en la retórica democrática en lugar de volverse contra ella”.

“«Poder estudiantil» es el lema con el que los comunistas y sus útiles idiotas han comenzado a ocupar la universidad italiana desde principios del 68. Un slogan claramente copiado del «poder negro», y, de hecho, algunos de los contracorrientes seguían al «Black power» mientras otros se reclamaban seguidores de la revolución cultural china (…), sobre los beneficios de la droga y sobre las relaciones entre poder sexual y autoritarismo. «Poder estudiantil» es una grosera fórmula demagógica con la que los comunistas intentan especular sobre las graves descompensaciones que afligen las universidades italianas. Quieren el «poder estudiantil» o sea la dictadura de aquella minoritaria franja de estudiantes roída por el marxismo que introduce en las universidades la demagogia permanente e impide aquella selección de los cuadros, aquel ahondamiento de los estudios, que son garantía de mayor seriedad en la vida pública y de una mayor eficacia nacional. (…). «Poder estudiantil» es una fórmula mítica que se introduce en un cierto mito general de la vida, un mito del que forman parte, el «poder negro», el LSD, Fidel Castro, Che Guevara, Marcuse y la melena”.

“Los ocupantes pretenden luchar contra la sociedad, pero sus mitos, sus costumbres y su conformismo son precisamente aquellos de esta sociedad contra la que dicen luchar. Dicen estar contra el Estado, la televisión estatal, la adulación y el cariño, dicen estar contra el gobierno, y los socialistas en el gobierno les protegen, dicen constituir una alternativa en el tiempo, pero sus cabelleras, sus hábitos, sus gestos, y su música, sus mujercitas beat, están más conformes con el espíritu de los tiempos de lo que se pueda imaginar. Se pretenden «anti-norteamericanos», pero están podridos de americanismo hasta la médula: sus chaquetas, sus pantalones, sus gorros, son aquellos de los beatniks de San Francisco, su profeta es Allen Ginsberg, su bandera el LSD, su canciones folcklóricas son las de los de los negros del Mississipi, su patria espiritual el Greewich-Village. Son marxistas, pero no a la manera bárbara de los rusos o de los chinos, sino en esa particular manera en la que es marxista un cierto tipo de joven americano manido de civilización. Proclaman el «enlace con la clase obrera», la «articulación entre la semántica de la reivindicación estudiantil y la dialéctica del mundo obrero» pero su esnobismo es totalmente lejano al ánimo de los verdaderos obreros y campesinos, nadie más que estos polluelos salidos del huevo de una burguesía podrida están tan lejos de la mentalidad de quien tiene que luchar con las más elementales exigencias. Su problema es la droga; el de los obreros, el pan”.
“Ya es suficiente el motín de una minoría de intelectuales de cuarto de estar, de jóvenes y ricos burgueses que con ello rompen el aburrimiento de una existencia demasiado fácil jugando a los «chinos» o a los castristas. Las fortalezas de la revuelta estudiantil han estado justo en las facultades más snobs, como la facultad de arquitectura de Roma donde frente a los muros sobre en los que fue escrito «guerrilla ciudadana» aparcaron en doble fila los elegantes coches deportivos de sus ocupantes. Es la revuelta de una minoría de burgueses comunistas criada tradicionalmente en los invernaderos calientes de algunas facultades rojas como Letras, Físicas o Arquitectura. Es la revuelta de los melenudos, de los bolcheviques de cuarto de estar, de una juventud que, más que quemada, se podría llamar desparramada. He aquí que al obrero, integrado en la sociedad burguesa e indisponible para las orgías marxistas, es sustituido por el joven blasé, el niño de papá con la spider y el retrato del Che sobre su mesita de noche”.
“Para colmo de ironía, la revuelta estudiantil que tiene el marxismo escrito en su bandera, desmiente por su parte la teoría marxista del fundamento económico de cualquier motor político. La revuelta estudiantil es un típico motín ideológico, libresco, difuminadas por las revistas de empeño, de la librería Feltrinelli, como los distintivos de protesta y los retratos del Ché vendidos en los grandes almacenes para tapicería. Ésta revuelta que polemiza con la civilización de los consumos, es una típica expresión del «consumo cultural», de un estampido librero instalado sobre el sexo y sobre el marxismo, sobre la droga y Ché Guevara, sobre Fidel Castro y sobre las mujeres desnudas. Desde el punto de vista del mercado, el militante del «movimiento estudiantil» es el típico consumidor medio de la cultura de protesta, que traga cada día su ración de literatura marxista, sexual y necrófila, que las grandes editoriales arrojan sobre el mercado en cantidad cada vez mayor. El consumidor cultural es progresista, pro-chino, antirracista, por el mismo motivo por el que viste los tejanos y bebe Coca-cola, consume el romance sucio o el diario de Ché como se «consume» una caja de judías o un rollo de papel higiénico, consumen la revuelta juvenil que ya se fabrica y se vende como una mercancía cualquiera”.
“El problema al llegar a este punto es ¿por qué una «revolución» tan descaradamente inauténtica ha logrado imponerse a la juventud, y no sólo a aquel más conformista, sino también a aquel más enérgico y fantasioso? La respuesta es simple: porque de la otra parte no existe nada. Enterrada bajo un cúmulo de qualunquismo burgués y patriotero bajo la respetabilidad imbécil de la garantía «indudablemente nacional indudablemente católica, indudablemente antimarxista» la Destra no tuvo que una lema que dar a la juventud. En una época de creciente excitación de los jóvenes, les dijo «sed buenos»; en una época de ofensivas y comparaciones ideológicas, ella durmió tranquila porque los porcentajes del FUAN en los «parlamentillos» universitarios estaban estacionarios. Se fosilizaba en las trincheras de retaguardia del patriotismo burgués, incapaz de agitar al adulto, les dijo «sed buenos». Se fosilizada en las trincheras de retaguardia del patriotismo burgués, incapaz de agitar en el futuro el gran mito de Europa, las organizaciones juveniles oficiales vegetaron sin contacto alguno con el mundo de las ideas, de la cultura, de la historia. Ha bastado un soplo de viento para barrer este inmovilismo que quiso ser socarrón, pero fue solamente imbécil. Bastaron las primeras ocupaciones para comprender que de la otra parte -la de la Destra- no había nada. La así llamada clase juvenil se dejó sumergir en pocos días, sin fantasías y sin gloria. Cuando las banderas rojas agitaron en aquellas universidades que constituyeron hasta pocos años antes las fortalezas de la Destra nacional, muchos miraron a la Destra, esperando una señal. Pero la señal no llegó: faltaron, el ánimo y la iniciativa juvenil y las ideas estuvieron listas. Madurada en los pasillos de partido, en un clima socarrón, la así llamada clase dirigente juvenil ya disminuida a tres o a cuatro nombres no tuvo absolutamente nada decir frente a la formidable ofensiva ideológica de las izquierdas. Fue sencillamente barrido. Logró hacerse encerrar en el gueto de la banalidad más retrógrada”.
“Mientras las izquierdas, con toda una red de círculos políticos y culturales, agitaron, siempre con mayor fantasía, toda una serie de temas revolucionarios, la juventud de la Destra fue castigada a montar la guardia al «dios - patria - familia». Se habló un poco de Gentile, cuyo patriotismo genérico fue bastante desteñido y tranquilizante, pero se evitaron con gran cuidado las tesis antiburguesas de un Julius Evola. Los lemas fueron aquellos de amor a la patria y a la conciliación, el odio al divorcio, al cine pornográfico y al Partido del Pueblo del Sud-Tirol. Fascistas sí, pero con moderación; sobre los nazis la menor referencia posible. ¿Nos tiene que maravillar que muchos de los mejores jóvenes de Destra se hayan convertido en «pro-chinos»? Para el joven de carácter realmente fascista, las palabras extremas, la violencia, las banderas de los «pro-chinos» vinieron a sustituir aquellas que la Destra oficial, tibia y envejecida, ya no pudo dar. ¿Puede maravillarnos que por reacción, surgiera el fenómeno de los nazimaoístas? Muchos de estos nazi-maoístas fueron solamente los señoritos que trataron de estar a la moda. Pero también aquéllos que esperaron sinceramente crear un nuevo frente revolucionario, disueltos en la selva de banderas rojas de sus «aliados» Su incierta temática fue aspirada por la jerga marxista. Crearon dudas, de cuyo solista el comunismo se aventajó. Ello nos demuestra como una visión de Destra revolucionaria y antiburguesa tendría menos desorientados a los contestatarios, y como la contestación habría podido ser arrancada de su mano si sólo se hubiera tenido sobre los hombros una temática menos vaga y convencional. Lo que no ha comprendido la Destra, esto es, la necesidad de de rejuvenecer su temática, lo ha comprendido muy bien el PCI.”
“El PCI ha cultivado conscientemente toda una mitología a través de asociaciones culturales, políticas, artísticas, en los que viene garantizado la máxima libertad crítica respecto al partido, pero que llevan antes de un cierto discurso el acto de conducir a los jóvenes hacia el área del comunismo. El PCI también ha comprendido que cierto comunismo de célula, a la rusa, ya es algo de sobra con los tiempos que corren, y ha apuntado sus cartas sobre un comunismo estoico, romántico, tropical, sobre los poderes negros y amarillos, sobre los comunismos de las barbas, piojosos, fantasiosos, el comunismo del Ché, el cha-cha-cha, de Luther King y el Halleluja. Y éste es el comunismo a la moda, el comunismo que gusta a una juventud cada vez más fanfarrona. El centro de infección de este nuevo comunismo es la editorial del milmillonario comunista Giangiacomo Feltrinelli, para los amigos «Giangi», el Rousseau de la nueva revolución. Desde las librerías de Feltrinelli salen a miles los libros sobre la cultura de la droga y sobre Bolivia, sobre los negros y sobre Fidel Castro, en ella se pueden comprar los distintivos de protesta, es allí donde nació la revista Quince, órgano del «movimiento estudiantil». Poco importa que las vanguardias chinas y castristas desdeñen al PCI. Ellas incluso siembran siempre un trigo que no será segado en la lejana Habana y Pekín, pero sí en el comunismo local. El «movimiento estudiantil» atrae los jóvenes en un orden de ideas en los que calmados los jóvenes hervores harán de ellos buenos electores comunistas. El PCI siempre ha controlado la agitación estudiantil. Nadie creerá que las ocupaciones de facultades dilatadas por meses enteros hayan sido posibles sin el aparato logístico del partido comunista, ni sin los abastecimientos del FGC. Los paquetes-víveres que fueron distribuidos a Roma en la facultad de Letras iban envueltas en cartas electorales del PCI. Los profesores a la cabeza de la revuelta fueron los usuales Chiarini, Amaldi, Asor-Rosa. Los parlamentarios a la cabeza de los cortejos del «movimiento estudiantil» fueron parlamentarios comunistas”.
“Ésta es la mitología de una burguesía podrida que espera en la «revolución», poder conquistar nuevos paraísos de libertad y mugre, sin ser en modo alguno una antítesis al sistema, sino sólo la evolución interior del sistema hacia su inevitable objetivo: la putrefacción de los pueblos de raza blanca y el ocaso del occidente. El hecho es que el partido comunista ha comprendido desde hace años una verdad que en nuestro entorno no ha entrado todavía en la cabeza a nadie, es decir que un partido extremista, en un momento no revolucionario, con una situación internacional estática y un ciertamente soñoliento bienestar en su interior, puede llevar a cabo una ofensiva ideológica, apoyada en minorías centrada en un cierto mito de la vida y que llevan adelante para conseguir ciertos efectos psicológicos. Porque está claro que se puede rechazar cierto lenguaje bienpensante sin caer por esto en el retórico Viet-cong o guevarista. Que se puede alzar la bandera del nacionalismo europeo sin olvidar las garantías necesarias a la seguridad de Europa. Que se puede golpear en las universidades contra el orden constituido, pero, no se debe olvidar que se debe golpear al mismo tiempo al comunismo. Ya que la Destra, el fascismo, incluso en su crisis actual, representan la única alternativa revolucionaria para la juventud”.
De esta manera Adriano Romualdi denunciaba el gran vacío ideológico de los jóvenes de la Destra, en gran parte responsabilidad de la dirección del MSI, así como la instrumentalización por parte del propio sistema a través de las organizaciones comunistas de las jornadas supuestamente “revolucionarias” del 68, a la vez que, para evitar equívocos, apuntaba desde donde debía surgir cualquier movimiento de asalto al Sistema. Mario Merlino, histórico dirigente de Avanguardia Nazionale, y cercano en esos años a Adriano Romualdi, cuenta cómo éste trató de disuadir a muchos militantes de Destra ante el temor de la dispersión de las fuerzas juveniles de este ambiente, “temía –y no erraba del todo- que nos dispersáramos dejando engatusarnos por un universo muy alejado de nuestras ideas e incluso capaz de atraernos”. Pero no todos –dentro y fuera de su partido- tuvieron entonces, la claridad y lucidez política de Adriano Romuldi. Lo cierto es que muchos militantes de la Destra italiana, participaron en las jornadas de Valle Giulia con la honrada intención de protagonizar una revolución juvenil contra el sistema y reorientar el movimiento estudiantil hacia posiciones nacional-revolucionarias, intentando renovar un neofascismo cada vez más atlantista y derechista y al mismo tiempo mantener una influencia en las aulas universitarias en las que entraba con fuerza la “nueva izquierda”, mientras el partido neofascista oficial seguía intentando introducirse en el Sistema como ala derecha del mismo y que por ello se enfrentaba directamente al movimiento del 68 por motivaciones puramente anticomunistas.
Para Adriano la revolución que debía hacerse, era desde luego diferente, y por supuesto sabía que no entraba en los planes del Sistema permitirla. Después del 68, las escisiones nazi-maoistas , las agresiones comunistas, los sucesos políticos, la alianza DC-PCI parecen darle, una vez más, la razón. Mientras, en la Universidad de Roma el FUAN entraba en una importante crisis, y el comunismo se introducía fuertemente entre los estudiantes, los jóvenes identitarios italianos continuaron su trabajo de lucha por las ideas de una Nueva Europa en todos los campos, de los institutos y las universidades a los barrios pasando por el propio MSI. Una lucha que a partir de entonces volvía a tener un enemigo perfectamente definido: el Sistema en sus dos vertientes, la liberal-capitalista y la comunista.
E. Monsonís

Extractos sacados de “Contestazione Controluce”, in Ordine Nuovo, a. I, n. s. 1, marzo-aprile 1970 publicado en www.centrostudilaruna.it

Nicola Rao, La fiamma e la celtica. Sperling Kupfer Editori, Milán 2006.

Mario Merlino, “Frammenti e immagini d’una amicizia” en Adriano Romualdi, l’Uomo, l’Azione, il Testimone. Asoc.Culturale Raido.Roma 2003

Fuente Adriano Romualdi. el pensador, el militante, el hombre

Ernesto Milá: Es hora de cambiar Los Hombres y las Ruinas por Cabalgar el Tigre

Ernesto Milá: Es hora de cambiar Los Hombres y las Ruinas por Cabalgar el Tigre

 

Este artículo será entendido perfectamente por los evolianos (gentes familiarizadas con el pensamiento de Julius Evola) y acaso sonará raro a quienes no se hayan aproximado hasta este autor que es considerado como el maestro de la “derecha tradicional” del siglo XX. En efecto, cuando Evola regreso a Italia en 1949 tras su periplo hospitalario tras la II Guerra Mundial, inmovilizado por las heridas en su médula, empezó a relacionarse con los medios activistas de la derecha radical, los neofascistas que formaban en las filas del entonces recientemente constituido Movimiento Social Italiano.

Percibía en ellos las mismas componentes que habían estado presentes en el fascismo de los orígenes con su activismo y su militantismo desenfrenado y en el fascismo de la República Social Italiana, con su fideísmo y su compromiso con una causa irremisiblemente perdida. En ambos casos se entregaba todo a cambio de nada. Evola había identificado en las primeras generaciones del MSI el mismo estado de ánimo y por eso se comprometió con ellos. A finales de los años 40 escribió un pequeño folleto, Orientamenti (Orientaciones), que con 14 breves puntos anticipaba lo que en 1954 iba a ser el verdadero manifiesto político de la “derecha tradicional” en la postguerra: Gli uomini e le rovine (Los hombres y las ruinas). Los dedica a los hombres que representan a un “tipo humano superior”, dotados de un carácter que hace de la acción el centro de su vida casi como si los antiguos guerreros hubieran resucitado entre las ruinas morales y materiales herederas del segundo conflicto mundial.


El libro iba dirigido a los militantes que creían que todavía podía hacerse algo, a aquellos en cuyos cerebros ardía un ideal. En el marasmo de la postguerra, esa generación se preocupaba mucho más de las actitudes que de la doctrina, pero en ese gesto estaba implícito su valía. Evola les facilitó elementos doctrinales y una ideología coherente, completa y orgánica. Muchos, desde las columnas de las múltiples revistas neofascistas de aquellos tiempos asumieron esos ideales y salieron a la calle desarrollando un activismo frenético con el respaldo de un proyecto político.
Pasaron 10 años, en ese tiempo (entre 1950 y 1960) Evola siguió colaborando con los generaciones del MSI, pero también tuvo entre sus alumnos (los que le iban a visitar a su domicilio romano) a cuadros de las organizaciones juveniles que se habían ido desgajando del MSI. Evola colaboró con Ordine Nuovo y con Avanguardia Nazionale. A partir del congreso de Bari del MSI (1950), fueron habituales la presentación de mociones evolianas que intentaron siempre encarrilar a esta organización sobre rieles tradicionalistas.


Justo cuando la “contestación” empezó a despuntar en los primeros años 60 desde los EEUU, Evola que con el tiempo se había configurado como un agudo observador de la sociedad norteamericana entendió cuál iba a ser el signo de los tiempos que estaba por llegar: fue el primero en analizar el pensamiento de Herbert Marcusse y percibió en elunderground algo que ya había visto en sus escritos sobre la beat-generation, entendió que la revolución sexual de los 60 y el descubrimiento de la píldora anticonceptiva iban a revolucionar los usos sociales. Entrevió también los contenidos de la agitación estudiantil y empezó a preguntarse si todos estos elementos de crisis afectaban a quienes defendían ideas tradicionales. El fruto de estas reflexiones le llevó a establecer importantes conclusiones que cristalizarían, primero en la publicación de ensayos y artículos en las revistas próximas al MSI y a los grupos extraparlamentarios y luego en la publicación de un libro que todavía hoy no ha perdido actualidad: Cabalcare la tigre (Cabalgar el Tigre).

Esta nueva obra va dirigida a otro público: si Los hombres y las ruinas iba dirigido a los hombres que todavía querían hacer algo, Cabalgar el Tigre lo está a los “hombres diferenciados”, esto es, a aquellos que se sienten alejados de la modernidad, que no tienen sitio en la modernidad, que se reclaman “ciudadanos” de otra realidad (el mundo tradicional) y de otros valores y que no están dispuestos a la “acción exterior” simplemente porque ya no creen que pueda hacerse nada en este terreno. ¿De qué manera hombres así pueden vivir en el seno de la modernidad? Y Evola responde a lo largo de 250 intensas páginas.

El título, como se sabe, responde a la antigua idea oriental de que la única forma con la que alguien puede escapar del ataque de un tigre es… subiéndose a sus espaldas, cabalgándolo. En esa situación el tigre no puede atacar con sus garras y, finalmente, cansado con el peso de alguien que es invulnerable a sus espaldas, se sentirá agotado y se le podrá derrotar. De lo que se trata es, pues, de no dejarse ganar por la virulencia y la omnipresencia del “tigre”, sino vivir en una especie de permanente exilio interior. Evola utiliza entonces una frase de Hoffmansthal para definir un futuro en el que se darán la mano los que han estado en vela en la noche oscura con los que hayan nacido en el nuevo amanecer. Y plantea una imagen evocadora: la modernidad es como un alud que desciende por una montaña cada vez arrastrando más masa y a mayor velocidad: nadie puede detenerlo y situarse ante él para intentar frenarlo constituye la forma más directa de suicidarse. Evola, ya no está hablando de “mantenerse en pie entre las ruinas”, la actitud de aquellos jóvenes de la postguerra que intentaban detener el alud con la mera fuerza de su activismo. Está hablando a otro tipo humano, a los “hombres diferenciados”, aquellos que ESTÁN EN EL SENO DE LA MODERNIDAD, pero que NO SON DE LA MODERNIDAD.
Cabalgar el Tigre es hijo de dos influencias: la de Ernst Jünger, de sus Tempestades de acero y de su Trabajador, y de la experiencia acumulada por Evola a lo largo de su extenso periplo por las doctrinas tradicionales y especialmente por la llamada “Vía de la Mano Izquierda”. Así como en la “Vía de la Mano Derecha” de lo que se trata es de rechazar el mal y combatir las destrucciones, contraponiendo un programa positivo, en la “Via de la Mano Izquierda” de lo que se trata es de “convertir el veneno en remedio”, ver en todos los procesos de disolución, puntos de apoyo. Es evidente que la primera vía es la que corresponde a lo redactado para el “tipo humano superior”, mientras que la segunda es propia del “tipo humano diferenciado”. La primera es la propia de los lectores identificados con el proyecto político de Los hombres y las ruinas, y los segundos con los contenidos deCabalgar el Tigre.

Evola explica que las destrucciones presentes en la modernidad no deben ser tenidas por el hombre que vive su exilio interior como algo negativo: a fin de cuentas, ese no es su lugar, no es la “sociedad tradicional” la que está en crisis sino la “sociedad moderna”, no es la “familia tradicional” sino la “familia burguesa” y las “nuevas fórmulas familiares” las que están en crisis, no es la “metafísica” la que experimenta una crisis terminal, sino las viejas fórmulas religiosas agotadas e inadaptadas por su dogmatismo y su rigidez; no es la economía orgánica y comunitaria la que vive su período postrero, sino la economía liberal que después de su fase industrial, luego multinacional y finalmente globalizadora, ha llegado a su última etapa; así pues, es la totalidad del mundo moderno lo que está en crisis, no los valores, las ideas y el mundo tradicional. El “hombre diferenciado” no debe entristecerse por estas desintegraciones que no son las de su mundo, sino las de una estructura que no tiene nada que ver con él. No debe hacer, por tanto, nada para defender ese mundo: su hundimiento es garantía de la próxima renovación, del “nuevo amanecer” al que aludía Hofmansthal.
Durante cuarenta años de mi vida he creído que “aún podía hacerse algo”, incluso que era posible hacerlo disponiendo de cuadros políticos perfectamente formados doctrinal y técnicamente. He creído que era posible, utilizando técnicas políticas, generar un movimiento de masas capaz de detener el proceso de disolución de la modernidad y revertirlo. He creído que en la misma lucha política operaría a modo de “fuego purificador” que afectaría en primer lugar a los “combatientes” (los “hombres en pie”, aquellos en cuyo cerebro arde un proyecto político que quieren dar vida) y que sería posible operar una transmutación del mundo: que el poder no estuviera en manos de una casta política degenerada y miserable que considera la política como la mejor relación “esfuerzo-beneficio”, que la comunidad nacional se viera libre de las ideas nacidas en 1789 con la revolución liberal, la ley de la cantidad (la democracia numérica) y el marxismo que vino luego, que desaparecieran partidos y sindicatos como sujetos políticos y fueran las estructuras intermedias de la sociedad quienes asumieran la representatividad en el marco de un Estado Orgánico y Comunitario. He creído incluso que la “construcción de Europa” superaría las carencias de los Estados Nacionales surgidos tras el Renacimiento lograría un marco con “dimensión adecuada” para responder a las necesidades de un tiempo en el que los “bloques” han condicionado le mundo y que una Europa surgida de la hermandad entre combatientes de distintos países estaría en condiciones de ser “primera fuerza” o bien un “espacio cerrado” a la economía globalizada. He creído que la “lucha cultural” era un complemento de la lucha política y que en ese terreno podía realizarse un trabajo que afectaría a toda la sociedad y construiría las bases de un “nuevo orden”. A fin de cuentas, combatir los “productos culturales” que llegan de la “cultura americana”, supone hoy una prioridad en la medida en que se trata de meros productos de intoxicación  contaminación. Todo eso (y mucho más) valdría la pena hacerlo y se podría hacer a través de la lucha política. Nadie me podrá reprochar que no lo intentara hasta el punto de que mi propia vida se ha visto comprometida y que incluso he recibido ataques (en Internet las mentiras sobre mí son uno más de los motivos que inducen a pensar que hoy calumniar salen gratis) de personajillos irrelevantes que jamás me han interesado ni preocupado. Pero todo esto ha llegado demasiado lejos y vale la pena detenerse un momento y reconocer, no solo mi fracaso personal, sino el de todo el ambiente que en un tiempo ya lejano pensó que era posible combatir “a la bestia” e incluso, vencerla.


Cuando escribí las Ultramemorias resultaba evidente mi alejamiento de la extrema-derecha y el análisis crítico que vertía en relación a los últimos 40 años de este ambiente político. Pero no quedaba cerrada la puerta a una acción política posterior. La puerta para desembocar en ella cada vez se ha ido estrechando más y más, y no creo que en la actualidad haya motivos para ser optimista: el percibir en España 7.000.000 de inmigrantes y un signo de desfiguración de la identidad nacional no implica que ese fenómeno vaya a generar una reacción y una respuesta a partir de la cual se vaya a construir un movimiento político sólido y en condiciones de responder a las exigencias de la lucha contra la modernidad, quiere decir solamente que la tierra sobre la que he nacido perderá su rostro y el pueblo al que he pertenecido puede desaparecer… La actual crisis económica es de una envergadura suficiente como para que no nos hagamos ni la más mínima esperanza sobre cómo va a desembocar: en Grecia se ha vivido en los últimos tres años una situación igual y la reacción ha sido mínima, a través del Amanecer Dorado, casi como una respuesta exclusivamente económico-social y el problema trasciende con mucho esa dimensión. En España ni siquiera ha aparecido un fenómeno similar. La economía liberal en su última etapa de desarrollo deglutirá naciones y pueblos enteros y estas naciones y pueblos solamente pensarán –solamente están pensando- como sucumbir antes y de manera más extrema, pues los gobiernos que han elegido democráticamente, ni tienen interés en defender otros intereses que los suyos propios, es decir, los de meros siervos del gran capital financiero internacional. En la modernidad y en la España actual no existen intelectuales y “hombres de tipo humano superior” como para establecer un pensamiento que alguien afecto a los principios tradicionales puede compartir ni mínimamente, ni existe tampoco un “pensamiento crítico” que abarque siquiera a una pequeña élite cultural en condiciones de repercutir sobre un sector social con claridad e impacto suficiente como para hacerse ilusiones de que algo pueda cambiar.

Introducirse en los circuitos culturales y políticos de la modernidad (y, por tanto, tener repercusiones y ver que el trabajo realizado sirve para algo) implica tal nivel de compromisos, renuncias y adaptaciones que, simplemente, no vale la pena ni abordarlo. En cuanto a los que hoy todavía tienden a presentarse como “intransigentes” y activistas que responderían a un “tipo humano superior”, o se engañan, o están en la lucha política por alguna carencia, o simplemente, por una dinámica endiablada, casi como si una fuerza de inercia les impulsase desde el pasado.
Evola me enseñó dos cosas: en primer lugar la necesidad de esforzarse en todo momento, a toda hora, en percibir los rasgos de un tiempo. A eso se le llama “objetividad” (y a definir una “nueva objetividad” utiliza 40 páginas de su Cabalgar…). Hay que esforzarse  continuamente en percibir el mundo tal cual es, intentando sobre todo no engañarse queriéndolo ver tal como a nosotros nos gustaría (o nos interesaría) ver. Objetividad siempre, objetividad ante todo. En segundo lugar me enseñó la importancia de la claridad: renuncias las mínimas, compromisos solamente cuando sean inevitables, calidad anterior y superior a cantidad, élite antes que masa, pero la élite es tal solamente cuando lo demuestra, no cuando se califica así misma como tal; la política no es un fin en sí mismo sino un medio para alcanzar un fin, la construcción de un marco orgánico para la Comunidad del Pueblo, de otra manera no es más que una forma para satisfacer egocentrismos de pobres tontos, carencias afectivas o simplemente para llenar el tiempo libre…
Lo esencial. Lo importante, lo auténticamente importante, es ser “de verdad” o bien un “tipo humano superior” o un “hombre diferenciado”, y demostrárselo a uno mismo, todo lo demás es completamente secundario.  

Por todo esto, estos días, mientras estaba escribiendo un ensayo sobre Julius Evola y el neofascismo que se publicará en los dos próximos meses en la Revista de Historia del Fascismo, he caído en todas estas reflexiones que transmito a los lectores de esta página. Los textos de apoyo pueden encontrarse en http://juliusevola.blogia.com en la Biblioteca Evoliana. No se trata de un debate nuevo sino de la continuación de una conversación que tuve en el invierno de 1980 con Philipe Baillet en París. Era Baillet traductor al francés de los textos de Julius Evola y autor de una notable biografía de Evola que traduje y edité al regresar a España. Un reciente viaje a Sardegna este mes de septiembre me ha dado la ocasión de meditar nuevamente sobre aquella conversación y de realizar una relectura de los textos de Evola para la confección del ensayo sobre las relaciones de Evola con los grupos neofascistas entre 1949  y 1974. Y esas líneas que he escrito suponen un hablar sólo en voz alta. Porque, en realidad, estamos solos, nacemos solos, aunque nos veamos rodeados de seres queridos, mantengamos una vida social intenta, en realidad, siempre estamos solos: dentro de mí no hay nadie… si hubiera alguien no sería yo, sería otro. Y si fuera otro estaría alienado, por tanto, cuando escribimos hablamos sólo para nosotros mismos. Evola lo sabía y sus libros no son más que las reflexiones interiores de un hombre preocupado por el tiempo en el que le había tocado vivir y que, en realidad, no era su tiempo.

© Ernesto Milà – infokrisis – Ernesto.mila.rodri@gmail.com

Pd: Dedico estas líneas a Carlos Oriente Corominas, muy querido camarada, diez o doce años más joven que yo, que ha fallecido en Barcelona este fin de semana de manera inesperada. El hecho de que los “amados de los dioses mueran jóvenes” no implica que muchos dejemos de lamentar su pérdida. Él era uno de esos “tipos humanos superiores” capaces de comprometerse con cualquier causa con una completa entrega. Valiente, con un sentido del humor que impedía aburrirse a su lado, también él pertenecía a otro tiempo.
E.M

Donde hay voluntad hay un camino

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Ernesto Milá: La ofensiva Neofascista

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Julius Evola: tres textos sobre ética tradicional

Julius Evola: tres textos sobre ética tradicional
Infokrisis.- En 1982, el Centro de Estudios Evolianos de Génova, publicó en el nº 3 de sus "Quaderni", tres artículos escritos por Julius Evola en 1942 y 1943. Diez años después, las Edizioni Settimo Sigillo reprodujeron estos textos en un pequeño cuderno titulado (abusivamente, creemos) "Ética Aria". Los tres artículos son: "Rostros del Heroismo", "El derecho a la vida" y "Fidelidad a la propia naturaleza". Las dieas contenidas en estos artículos fueron desarrolladas posteriormente en "CAbalgar el Tigre". Las hemos traducido por primera vez en castellano para los lectores de infokrisis.

 

 I ROSTROS DEL HEROISMO

Un punto sobre el que a menudo hemos aludido y que en una investigación acerca de la "raza interior" tiene su importancia, se relaciona con el hecho de que, además del morir y del combatir, debe considerarse un "estilo" diferenciado, una diferente aptitud y un diferente sentido propio a la lucha y al sacrificio heroico. Más bien, generalmente, se puede hablar, aquí, de una escala, que varia según los casos, para medir el valor de la vida humana. 

Precisamente los hechos de esta guerra [el texto fue escrito durante la II Guerra Mundial] revelan, a este respecto, contrastes que desearíamos ilustras brevemente. Nos limitaremos esencialmente a los casos límite, representados, respectivamente, por Rusia y el Japón. 

Subpersonalidad bolchevique 

Qué la conducta de guerra de la Rusia soviética no tenga ni lo más mínímo en cuenta la vida humana y la personalidad, es algo que ya conocemos. Los bolcheviques reducen sus combatientes a un verdadero "material humano", en el sentido más brutal de esta siniestra expresión que se ha convertido en habitual en cierta literatura militar: un material, por el que no se tiene que tener ningún respeto y que, por lo tanto, no hay que titubear a la hora de sacrificarlo de la forma más despiadada dondequiera que haga falta mínimamente. Por lo general, tal como ya se ha resaltado, el ruso siempre ha sabido ir con facilidad al encuentro de la muerte por una especie de innato y oscuro fatalismo; desde hace tiempo la vida humana siempre ha tenido un bajo precio en Rusia. Pero la utilizacion actual del soldado ruso como "carne de cañón" también es una consecuencia lógica de la concepción bolchevique, que nutre el desprecio más radical por el valor de la personalidad y afirma querer liberar al individuo de las supersticiones y "prejuicios burguéses", es decir, el “yo” y “lo mío”, intendo reducirlo a miembro mecanizado de un conjunto colectivo, lo único que se considera vital e importante. 

Sobre esta base se perfila la posibilidad de una forma, que nosotros diríamos "telúrica" y subpersonal del sacrificio y del heroísmo: es el rasgo del hombre colectivo omnipotente y sin rostro. La muerte sobre el campo de batalla del hombre bolchevizado representa para esta vía la fase extrema del proceso de despersonalización y destrucción de cada valor cualitativo y personal, que se encuentra en la base del ideal bolchevique de "civilización". Así puede realizarse verdaderamente lo que, en un libro tristementte famoso, Erich Maria Remarque dio como significado total de la guerra: la trágica irrelevancia del individuo en el hecho bélico, en el cual los puros instintos, las fuerzas elementales desatadas, empujadas subpersonales toman ventaja sobre cualquier valor e ideal. Más bien, este dramatismo tampoco se experimenta, por que el sentido de la personalidad ya se ha agotado y cada horizonte superior está previamente cerrado; la colectivización, también del espíritu, ya ha hundido sus raíces en una nueva generación de fanáticos, educada según el verbo de Lenin y Stalin. Se tiene así un forma precisa, casi incomprensible para nuestra mentalidad europea, de predisposición para morir y sacrificarse, e incluso hasta una siniestra alegría por la destrucción propia y ajena.  

La mística japonesa del combate 

Algunos episodios recientes de la guerra japonesa han hecho conocer un "estilo" del morir, que, sin embargo, tiene similitudes con el del hombre bolchevique, para testimoniar, en apariencia, el mismo desprecio por el valor del individuo y, generalmente, de la personalidad. Se sabe, en efecto, que aviadores japoneses que se han precipitado sobre el blanco, deliberadamente, con su carga de bombas, o de “hombres mina” predestinados a morir en su acción. E incluso parece que en Japón se haya sido organizado desde hace tiempo un cuerpo con estos "voluntarios" de la muerte [NdA: el autor alude a los “kamikazes”]. De nuevo, nos encontramos ante algo poco comprensible para la mentalidad occidental. Sin embargo, si intentamos penetrar en el sentido más íntimo de esta forma extrema de heroísmo, encontramos valores que representan la perfecta antítesis con el "heroísmo telúrico" y sin luz del hombre bolchevique. 

En el caso japonés, las premisas, en efecto, son de carácter rigurosamente religioso, e incluso diríamos mejor ascético y místico. Esto no hay que entenderlo en el sentido más conocido y exterior,  es decir, con la idea, de que en Japón la idea religiosa y la idea imperial son una sola y misma idea, y  que el servicio al emperador, se identifica con un servicio divino y el sacrificarse por el Tenno y por el Estado tiene el mismo valor que el sacrificio de un misionero o un mártir, pero en sentido absolutamente activo y combativo. Todo esto es cierto y forma parte de los aspectos de la idea político religiosa japonesa: sin embargo la última y más exacta referencia debe de ser buscada  en un nivel superior, esto es en la visión del mundo y de la vida propia del buddhismo y sobre todo en la escuela Zen, que ha sido definida justamente como la "relígión" del samurai, es decir de la casta específicamente guerrero japonesa. 

Tal visión del mundo y de la vida aspira esencialmente a desplazar el sentimiento de uno mismo sobre un plano transcendente, y relativiza el sentido y la realidad del individuo y de su vida terrenal. 

Primer punto: el sentimiento de “venir de lejos". La vida terrenal no es sino un episodio, no empieza ni acaba aquí, tiene causas remotas, es la tensión de una fuerza que se proyectará de otras formas, hasta la liberación suprema. Segundo punto: en relación a eso, se niega la realidad del yo, del yo simplemente humano. La "persona" vuelve a tener el sentido que este término tuvo originariamente en latín, donde equivalía a “máscara” de actores. es decir un determinado modo de aparecer, una forma de “manifestación”... Según el Zen, es decir según la religión del samurai, existe algo inaprensible e indomable en la vida, algo infinito, susceptible de asumir infinitas formas, y que simbólicamente se designa como çûnya, es decir "vacío", opuesto a todo aquello que es materialmente consistente y vinculado a una forma. 

Sobre tal base se perfila el sentido de un tipo de heroísmo que puede llamarse en rigor "suprapersonale", en oposición al bolchevique de naturaleza "subpersonal". Se puede tomar la propia vida y arrojarla, con una intensidad extrema, en la certeza de una existencia eterna y la indestructibilidad que, no habiendo tenido principio, tampoco puede tener un fin. Lo que puede parecer extremo para alguna mentalidad occidental, resulta aquí natural, claro y evidente. No se puede hablar tampoco de tragedia sino en un sentido opuesto al que del bolchevismo: no se puede hablar de tragedia a causa de la irrelevancia del individuo y por la posesión de un sentido y de una fuerza que, en la vida, va de allá de la vida. Es un heroísmo, que casi podríamos llamar "olímpico." 

Y aquí, de paso, remarcamos la diletante banalidad de quienes han tratado de demostrar, con cuatro renglones, el carácter deletereo que similares puntos de vista -directamente opuestos a quienes suponemos que la existencia terrenal sea única e irrevocable- tendría para la idea de Estado y de servicio al Estado. El Japón representa el más fragante desmentido para semejantes elucubraciones;  la vehemencia con que, junto a nosotros [NdA: en la época Japón era aliado de Italia en el Pacto Tripartito], Japón conduce una lucha heroica y victoriosa, demuestra sin embargo, el enorme potencial guerrero y espiritual que procede de un sentimiento experimentado de la transcendencia y el superpersonalità como el que hemos aludido.

La "devotio" romana 

Aquí conviene subrayar que, si en el occidente moderno se reconocen los valores de la persona, ello conduce también a una acentuación, casi supersticiosa, de la importancia de la vida terrenal, que luego, al “democratizarse”, dió lugar a los famosos "derechos" del hombre y a una serie de supersticiones sociales, democráticas y humanitarias. Cómo contrapartida de este aspecto en absoluto positivo, se ha tendido a otorgar un similar énfasis a la concepción "trágica" -por no decir "prometeica"- algu que, asimismo, equivale a una caída de nivel. 

Debemos, contrariamente a esto, recordar los ideales "olímpicos" de nuestras más antiguas y auténticas tradiciones; así podremos comprender que nuestro heroísmo aristocrático, libre de pasión, se sitúa justo en seres en los que el centro de su vida se sitúa verdaderamente sobre de un plano superior, desde el que se lanzan, más allá de cada tragedia, de cada vínculo, de cada angustia, como fuerzas irresistibles. 

Conviene realizar una breve reevocación histórica. Aunque las antiguas tradiciones romanas sean poco conocidas, presentan rasgos similares a aquellos ue suponen el don heroico a fondo perdido de la misma persona en nombre del Estado y de los objetivos de la victoria, que hemos visto también aparecer en la mística japonesa del combate. Aludimos al llamado rito de la “devotio”. Las bases de este rito son, natrualmente, sagradas. En él está también presente el sentimiento general del hombre tradicional, de que fuerzas invisibles están actuando tras el mundo visible y que el hombre, a su vez, puede influir sobre de ellas. 

Según el antiguo ritual romano del “devotio”, un guerrero y, sobre todo, un Jefe, puede facilitar la victoria a través de un misterioso desencadenamiento de fuerzas desencadenadas por el sacrificio deliberado de su persona, realizándose con la voluntad de no salir vivo de la experiencia. Se recuerda la ejecución de este ritual por parte del cónsul Decio en la guerra contra los latinos el 340 A.C., al igual que su repetición -exaltada por Cicerón (Fin. 11, 19, 61; Tusc. 1, 37, 39)- de parte de otros dos representantes de la misma familia. El ritual tuvo un preciso ceremonial suyo que atestigua la perfecta conciencia y lucidez de esta ofrenda heroica sacrificial. Según el orden jerárquico, fueron invocadas inicialmente las divinidades olímpicas del Estado romano, Jano, Júpiter, Quirino; luego el dios de la guerra, Pater Mars; luego los dioses indigetas, "dioses que tenéis potencia sobre los héroes y sobre los enemigos"; en nombre del sacrificio que se propone de cumplir, se invocó "conceder fuerza y victoria al pueblo romano de los Quiriti y de arrollar con terror, susto y muerte a los enemigos de nuestro pueblo" (cfr. Livío, VIII, 9). Propuestas por el pontifex, las palabras de esta fórmula son pronunciadas por el guerrero, revestido por la praetesta, con un pie sobre de una jabalina. Después de qué  se lanzase al combate para morir. 

La transformación del sentido de la palabra devotio es, así mismo, significativa. Aplicada originariaintnte a este orden de ideas, es decir a una acción heroica, sacrificiale y evocadora, en el Bajo Imperio significó la simple fidelidad del ciudadano y hasta el esmero en el pago de la hacienda (devotio rei annonariae). Según las palabras de Bouché Lequerq, al final, "al ser reemplazado el César por el Dios cristiano, “devotio” pasó a significar simple religiosidad, la fe dispuesta para todos los sacrificios y, más tarde, una posterior degeneración de la expresión, convirtió a la “devotio” en “devoción”, en el sentido actual de la palabra, es decir una preocupación constante por la salvación, afirmada en una práctica minuciosa y recta del culto." 

En la antigua “devotio” romana tenemos pues signos bien precisas de un mística consciente del heroísmo y del sacrificio, próxima a una estrecha conexión entre el sentimiento de una realidad sobrenatural y suprahumana y la lucha y la dedicación en nombre del propio Jefe, del justo Estado y de la misma raza. No faltan testimonios acerca de un sentimiento "olímpico" del combate y de la victoria en nuestras antiguas tradiciones. De eso, nos hemos ocupado extensamente en otro lugar [NdA: especialmente en “Rivolta contro il mondo moderno”]. Sólo recordamos ahora que en la ceremonia del triunfo el “duce” victorioso asumía en Roma las insignias del dios olímpico, expresando la verdadera fuerza que en él determinaba la victoria; recordaremos también que más allá del César mortal, la romaniddad veneró al César como un "vencedor peremne", es decir como una especie de fuerza suprapersonal de las destinos del Imperio. 

Así, si en los tiempos posteriores han prevalecido otras experiencias, las tradiciones más antiguas nos demuestran que el ideal de un heroísmo "olímpico" también ha sido un ideal nuestro, que también nuestra gente ha conocido la ofrenda absoluta, la consumición de toda una existencia en una fuerza arrojada contra el enemigo hasta el límite de evocación de fuerzas abisales; una victoria, por fin, que transfigura y propicia participaciones en potencias suprapersonales. Así también sobre la base de nuestro legado ancestral se perfilan puntos de referencia en radical oposición al heroísmo subpersonal y coletivista que hemos indicado al principio, y también a cada visión trágica e irracional, que ignora aquello que es más fuerte que el fuego y el hierro, que la muerte y la vida. 

 

Publicado en la sección “Diorama mensile” de la revista “Il Regime Fascista”, 19 de abril de 1942.

(c) Fundazione Julius Evola.

(c) Edizioni Il Settimo Sigillo

(c) Por la traducción en lengua española: Ernesto Milà - infokrisis

 

 

II EL DERECHO SOBRE LA VIDA

Queremos tratar aquí, brevemente, no sobre el derecho sobre la vida en general, sino sobre el derecho sobre la misma vida, según la trasposición de la antigua fórmula ius vitaes necisque, que equivaldría a la potestad de aceptar la existencia humana o bien de ponerle fin. 

Vamos a considerar este problema desde el punto de vista puramente espiritual, por tanto nos situaremos más allá de las consideraciones de carácter social. Debe pues entenderse esta responsabilidad frente a uno mismo, en lugar de restringirla a los estrechos horizontes de la vida individual, considerando el sentido general de la propia existencia terrestre y superterrestre. Nuestras consideraciones se mantendrán igualmente alejadas de cualquier referencia de carácter devocional, da un plano condicionado y poco iluminado, al que habitualmente se alude. Aspiramos a mantenernos fieles a criterios propios de un realismo de carácter superior. 

La vista de Séneca 

Sobre tal plano, la forma más severa y viril en la que se ha afirmado el derecho absoluto a disponer de la propia vida, ha sido afirmado por al estoicismo, especialmente en las formulaciones de Séneca. En los puntos de vista de esa filosofía se percibe –a ojos de muchos- un espíritu típico, no solo romano, sino también ario-romano, aun cuanto se vea limitado por cierto entumecimiento y exasperación. 

Para entender el alcance del punto de vista de Séneca -y, en. general, la esencia de las ideas que aquí queremos exponer- hace falta condenar cualquier justificación del derecho a quitarse la vida, en casos en los que intervenga un motivo pasional. El hombre que se suicida impulsado por un sentimiento pasional es digno de ser condenado y despreciado. Es un vancido, un derrotado. Su acto de suicidio solamente atestigua su pasividad, su incapacidad para afirmarse y responder a los impulsos de la vida sensitiva, por encima de la cual es preciso situarse para poder considerarse verdaderamente hombre.. No vale la pena, pues, dedicar ninguna línea a estos casos. 

La justificación de Séneca del derecho a suicidar, en cambio, es interesante, porque se sitúa, decididamente, de allá de ese plano. La visión general de la vida de Séneca y el estoicismo romano se basa en la idea de que la vida es una lucha y una prueba. Según Séneca, el hombre verdadero está por encima de los mismos dioses porque estos, por naturaleza, no están expuestos a la adversidad y la desgracias, mientras que el ser humano si está expuesta a ellas y, por tanto, tiene el poder de triunfar. Infeliz no es quien ha conocido la desgracia y el dolor, nos dice Séneca, porque no ha tenido ocasión de experimentar y de conocer su propia fuerza. A los hombres les ha sido concedido algo más que estar exento de males; se le ha dado la fuerza para triunfar sobre ellos. Y las personas más golpeadas por el destino deben ser consideradas como las más dignas, de la misma forma que durante las batallas, se encomienda la defensa de las posiciones más expuestas y difíciles y las misiones más peligrosas a los elementos más fuertes y calificados, mientras que los menos osados, atrevidos y fuertes, los menos fuerte, son destinados a la retaguardia. 

Ahora, cerca de a la más precisa afirmación de una parecida visión viril y combativa de la vida Séneca justifica el matarse. La justificación la pone en boca de la divinidad en De providentia, VI, 7-9, cuando escribe que dice no sólo se ha concedido al hombre verdadero, al sabio, una fuerza más fuerte que cualquier contingencia, sino que se le ha dado la posibilidad de abandonar el terreno de juego cuando lo desea: la vía de "salida" está siempre abierta, pater exitus. "Cuando no queráis combatir, siempre os es posible la retirada. Nada os ha sido dado más fácil que morir." 

Enseñanzas arias

La expresión “si pugnare no vultis, licet fugere”, aludía a la muerte voluntaria que el sabio tenía derecho a darse a mismo, en el espíritu del texto no debe ser entendida como una cobardía, en tanto que fuga. No se trata de apartarse de la vida porque uno no se siente lo bastante fuerte como para afrontarla como prueba. Implica, por el contrario, decir bata a un juego, cuyo sentido ya no se comparte, tras haber demostrado así mismo tener la capacidad para superar pruebas similaresparecidas. Se trata de una “separación de la vida” fría, casi podríamos decir “olímpica”, realizada por quien no se ha dejado dominar por los elementos que han ido apareciendo en su vida. 

En las antiguas tradiciones arias se encuentran justificaciones para "salir" voluntariamente de la vida terrenal, con evidentes afinidades a la vía del estoicismo romano. Allí donde se ha renunciado a la vida en nombre de la vida misma, es decir cuando algo nos impide gozar o encontrar satisfacción (una carencia, una situación personal desesperada, un desengaño, un fracaso) el suicio es condenado sin paliativos. En tales casos, este acto no significa una “liberación”, sino justo lo contrario: la forma más extrema, aunque bajo la apariencia de un rechazo, de apego a la vida, de dependencia de la vida y de los "deseos". Ningún "más allá" espera a quien utiliza tal violencia contra sí mismo; la ley de una existencia sin “luz”, de paz y de estabilidad, se reafirmará una vez en torno a quien haya optado por esta vía. 

Tendría, en cambio, derecho a poner fin a la vida terrenal quien permaneciera en una situación de distanciamiento y separación frente a la vida, hasta el punto de que le daría igual vivir o no-vivir. En esos casos, se podría plantear la pregunta de qué es lo que movería a una persona en tal coyuntura interior a asumir la iniciativa del suicidio. Tanto más por el hecho de que quien ha alcanzado tal estado de perfección interior no ha cogido también. en uno alguna medida el sentido superpersonale de su existencia en tierra, sintiendo, en igual tiempo, que el conjunto de esta misma existencia no está sino un breve tránsito, un episodío, el aparecer por una fecha misión o prueba particular, un viaje durante las horas "por la noche", como dicen los Orientales. Advertir un aburrimiento absoluto, una impaciencia o una intolerancia ante el paso del tiempo y lo que todavía tenemos por adelante ¿acaso no sería un resto humano, una debilidad, algo que todavía no “resuelto" y todavía no aplacado por el sentido de la eternidad, o, al menos, por las "grandes distancias" no-terrenales y no-temporales?

¿Es “mía” la vida?  

Dicho esto, hay otra consideración de principio que es posible realizar. Se puede tener realmente derecho solo sobre aquello que nos pertenece. El derecho a dar fin a la propia vida está condicionado por lo tanto a que esta vida pueda ser verdaderamente “mía”. Y hablando de "vida", no podemos reducirla solamente al cuerpo, el organismo fisico-psíquico sobre el que,  generalmente, se juzga que se tiene el derecho de poner término a su duración; ni se tiene que excluir la misma vida de los sentimientos y las sensaciones. 

Ahora, en términos absolutos, ¿puede decirse que, verdaderamente, todo eso es "mío" o se refiere a "yo mismo"?. Aquí cada cual se forja sus propias ilusiones que, sin embargo, un instante de reflexión basta para disipar. Un texto de la tradición aria, sitúa el problema de modo muy tangible en foirma de diálogo. El sabio pregunta: “¿Tiene un soberano poder para ejecutar, exiliar o amnistiar a quién quiera en su reino"? -"Ciertamente". "Que piensas entonces sobre esto: ¿el cuerpo soy yo mismo? O también, qué dices: La sensación soy yo mismo, la percepción soy yo mismo, puede realizarte este deseo: Así debe ser mi sensación o percepción, así no debe ser?” La respuesta del interrogatoria debe ser por fuerza negativa. No se puede hablar de "mi cuerpo" o de "mi vida", porque entonces debería tratarse de cosas sobre las que no tengo poder, mientras que, de hecho, tal poder o es nulo, o bien mínimo. No es el principio y la causa de "nuestra" vida, aquello que nosotros recibimos, síno que en las antiguas tradiciones aires todo esto es considerado como un "préstamo" que va parejo al deber restituir a otro tal vida, engendrando a un hijo. De aquí que el primogénito fuera llamado "el hijo del deber." 

Por lo demás. allá dónde la vida fuera de nuestra propiedad, debería ser posible separarse de la existencia terrenal a través de un puro acto del espíritu o la voluntad, sin acciones violentos esteriores, algo imposible para la casi totalidad de los hombres, porque sólo algunas tradiciones antiguas consideraron la posibilidad de una "salida" de este tipo en figuras absolutamente excpcionales. Suicidándose y matando al cuerpo físico, se ejerce por tanto violencia sobre algo que no puede decirse que sea nuestro, algo que no depende de nosotros mismos: algo sobre lo que no puede decirse que tengamos, en derecho, jus vitae necisque: menos incluso que sobre los propios hijos, que, al menos, han sido engendrados por nosotros. 

Aquí sin embargo puede presentarse una objeción. Puede decirse que, precisamente porque no hemos querido ni creado nuestra vida, no estamos obligados a aceptar o conservar en todos los casos este “préstamo” o “regalo” y, por tanto, en un momento determinado tenemos el derecho a ponerle fin. Para aceptar este razonamiento. naturalmente, deberemos presuponer que se ha realizado la condición ya señalada, es decir, que se ha operado un distanciamiento con la vida misma, capaz de demotrarse a sí mismo con pruebas positivas y no con simples palabras o sugestiones. De otra forma, considerar la vida como algo extraño que se puede conservar o devolver a quién sin nuestro consentimiento, nos la ha dado, sería una simple ficción mental. Así pues, seguimos, en el terreno aplicable solo a casos excepcionales. 

Pruebas de reacción sobre el destino 

La solución de la dificultad está condicionada por los puntos de vista que derivan de la visión general del mundo. La  mayor parte de los occidentales modernos, a causa de la religión predominante, se han acostumbrado a considerar el nacimiento físico como el principio de su vida. Para ellos el problema, naturalmente, es bastante grave, porque allí dónde el nacimiento, y por tanto la vida terrenal, no son consideradas como efecto de una causa o de una confluencia de circunstancias externas, el nacimiento queda vinculado únicamente a la voluntad divina. 

Tanto en un caso como en el otro, la voluntad propia no juega ningún papel, por lo que, allí dónde no se sea lo suficientemente devoto para aceptar la vida por amor de Dios, con resignación y obediencia, se puede aparecer siempre la actitud de quien reivindica la misma libertad frente a lo que él no ha deseado. 

Pero el examen de la mayor parte de las más antiguas tradiciones indo europeos no coinciden conm este punto de vista. Afirmaban, inicialmente, una preexistencia con respecto a la vida terrenal y una relación de causa y efecto -a veces incluso de elección-, entre la fuerza preexistente al nacimiento físico y la misma vida. Ésta, en tal caso, no pudiendo ser atribuida a una voluntad exterior y humana del individuo, va a representar un orden penetrado por un determinado sentido, algo que tiene su significado para el Yo, como una serie de experiencias importantes no en sí mismos, sino respecto a nuestra realización. En una palabra, entonces aquí abajo, la vida ya no es más una casualidad, sino que más bien puede considerarse como algo a aceptar o rechazar según mi libre albedrío, ni como una realidad que se impone, frente a la que solamente puede permanecerse pasivo, bien con una resignación obtusa o manifestando una constante resistencia. Surge en cambio la sensación de que la vida terrenal es algo, sobre lo que nosotros, antes de ser seres terrenales, nos hemos, por así decirlo, "comprometido" y, en cierta medida, implicado, incluso como en una aventura o como en una misión o una elección, asumiendo los aspectos problemáticos y trágicos de la misma. 

Es difícil que esta superioridad o, también, sencillamente aquel distanciamiento frente a la vida, que permitiría arrojarla, no se acompañe, como ya hemos señalado, a un sentido a la existencia; el cual, en muy pocos casos, induciría a comprender la decisión de “acabar” con ella. Todos sabemos que antes o después el fin vendrá, por lo tanto, la actitud más sabia frente a las contingencias sería descubrir el sentido oculto, la parte que tiene en el todo, que en el fondo -según el punto de vista señalado- se basa en nosotros y está contenido en nuestro deseo de trascendencial. Y allí dónde fuera sincera y decisiva nuestra impaciencia ante lo eterno, por conocer la existencia más allá de la terrenal, daría sentido a la frase de una mística española: “en tan alta vida espero, que muero porqué no muero”; a partir de ese momento, se concibe la vida como prueba, en lugar de interrumpirla con una invervención directa y violenta. Mediante las intervenciones heroicas en un conflicto bélico, o en las ascensiones en alta montaña, o en exploraciones y misiones arriesgadas, hay miles de posibilidades para interrogar a la vida sobre el “destino” y obtener respuestas sobre las razones profundas para proseguir aquí una vida humana. 

 

Publicado en la sección “Diorama mensile” de la revista “Il Regime Fascista”, 17 de mayo de 1942.

(c) Fundazione Julius Evola.

(c) Edizioni Il Settimo Sigillo

(c) Por la traducción en lengua española: Ernesto Milà - infokrisis

 

 

III FIDELIDAD A LA PROPIA NATURALEZA

Hoy más que nunca sería preciso comprender, que incluso los problemas sociales, en su esencia, siempre remiten a problemas problemas éticos y de visión general de la vida. Quien aspira a solucionar los problemas sociales sobre de un plano puramente técnico, sería como si un médico únicamente se dedicara a combatir los síntomas epidérmicos de un mal, en lugar de indagar y llegar hasta la raíz profunda del problema. La mayor parte de las crisis, de los desórdenes, de los desequilibrios que caracterizan a la sociedad occidental moderna si bien, en parte, dependen de factores materiales, al menos en la misma medida también dependen de la silenciosa sustitución de una visión general de la vida a otra, de una nueva aptitud con respecto a sí mismos y a la propia suerte, celebrada como una conquista, cuando en realidad supone una desviación y una degeneración. 

En el orden de cosas que aquí queremos tratar, tiene un relieve particular la oposición existente entre la ética “activista” e individualista moderna y la doctrina tradicional y su espacio dedicado a la “propia naturaleza".  

En todas las civilizaciones tradicionales -aquéllas que la vacua presunción "historicista" considera "superadas" y que la ideología masónica juzga "obscurantista"- el principio de la igualdad de la naturaleza humana siempre fue ignorado y considerada como una visible aberración. Cada ser tiene, con el nacimiento, una "naturaleza propia", lo que equivale a decir un rostro, una cualidad, una personalidad, siempre, más o menos, diferenciada. Según las más antiguas enseñanzas arias y también clásicas, esto no fue “casual”, sino que se consideba como efecto de una especie de elección o determinación anterior al mismo estado humano de existencia. La constatación de la "propia naturaleza" no fue nunca el producto de la suerte o del azar. Se nace incontestablemente con ciertas tendencias, con ciertas vocaciones e inclinaciones, en ocasiones sin que sean patentes ni precisas, pero que afloran y salen a la superficie en determinadas circunstancias o pruebas. Frente a este elemento innato y distinto en cada uno de nosotros, ligado al nacimiento, si no incluso -como sugieren las enseñanzas ya señaladas- a algo que viene de más lejos, e incluso que precede el mismo nacimiento, cada uno tiene un margen de libertad. 

Y está aquí que se presenta la oposición entre las “vías” y las “éticas”: las primeras son tradicionales, las segundas son "moderna". El punto esencial de la ética tradicional es “ser uno mismo y permanecer fiel a uno mismo”. Es preciso reconocer y querer lo qu se es, en vez de intentar realizarse de manera diferente a lo que se es. Eso no significa para nada pasividad y quietismo. Ser uno mismo siempre es, en cierta medida, una tarea, una forma de "mantenerse firme". Implica una fuerza, una determinación, un desarrollo. Pero esta fuerza, esta determinación, este desarrollo, tiene una base, amplía las predisposiciones innatas, se relaciona con un tipo de carácter, se manifiesta con rasgos de armonía, de coherencia consigo mismo. de organicidad, en definitiva. El hombre se va construyendo, es decir, va pasando a ser “de una pieza”. Sus energías son dirigidas a potenciar y refinar su naturaleza y su carácter, a defenderlo contra cada tendencia extraña, contra cada influencia que pretenda alterarlo. 

Así la antigua sabiduría formuló principios como éste: "Si los hombres hacen una norma de acción no conforme a su naturaleza, no deberá ser considerada como norma de acción". Y tambiéna: "Mejor cumplir el propio deber aunque de forma imperfecta, que el deber de otro bien ejecutado. La muerte en cumplir del propio deber es preferible; el deber de otro tiene grandes peligros". Esta fidelidad al propio modo de ser ascendió hasta alcanzar un valor religioso: "El hombre alcanza la perfección –se dice en un antiguo texto ario- adorando a aquel del cual proceden todo los vivientes y que penetra todo el universo, a través del cumplimiento del propio modo de ser". Y, finalmente: “Siempre haz lo que tenga que ser hecho, de conformidad con tu propia naturaleza, sin experimentar apego, porque el hombre que actúa con desinterés activo alcanza al Supremo". 

Todo esto se ha convertido en horrible e insoportable para la civilización moderna, especialmente cuando se hace alusión al régimen de castas. Pero se elude completamente hablar de castas y casi no se habla siquiera de "clases" y apenas se realizan alusión a "categorías sociales". Hoy se hacen saltar los "compartimentos estancos" y se "va hacia el pueblo"... Tales prejuicios son el fruto de la ignorancia y a lo sumo se explican por el hecho que, en lugar de considerar los principios de un sistema, se pasa a formas extraviadas, vacías o degeneradas del mismo. Hay que recordar que la "casta", en sentido tradicional, no tiene absolutamente nada a ver con las "clases"; la clase es una distribución completamente artificiales realizada sobre una base esencialmente materialista y economicista, mientras que las castas se relacionan con la teoría de la “propia naturaleza” y la ética de la fidelidad a la naturaleza propia.  

Por esta razón -en segúndo lugar- frecuentemente aparece un régimen de castas de hecho, sin fundamentación doctrinal y, por lo tanto, sin tampoco que fuera usada la palabra "casta" o una palabra parecida: como en cierta medida ocurrió durante la Edad Media. 

Reconociendo la misma naturaleza, el hombre tradicional también reconoció su "lugar", su función y las justas relaciones de superioridad e inferioridad. Las castas o los equivalente de las castas, antes de definir grupos sociales, definieron funciones, modos típicos de ser y de actuar. El hecho de que la casta  correspondiera a las tendencias innatas y aceptadas y a la naturaleza propia de los individuos a estas funciones, determinó su pertenencia a la casta correspondiente, de modo que, en los deberes propios a su casta, cada uno pudo reconocer el cumplimiento normal de su propia naturaleza. Por eso, en el mundo tradicional, el régimen de las castas tuvo una calma y una serenidad institucional, evidente a los ojos de todo, y no se asentó sobre ningún exclusivismo, sobre abusos de aujtoridad o sobre la voluntad de unos pocos. En el fondo, el principio romano bien conocido “suum cuique tribuere” remite exactamente a la misma idea: a cada uno el suyo. En tanto que los seres eran considerados fundamentalmente desiguales, resulta absurdo que todo fuera accesible a todos y a cada uno; se consideraba que cada casta tenía sus elementos y leyes adecuadas a su función específica. No tenerlas implicaba una desnaturalización y una deformación. 

Las dificultades que surgen en quienes viven en las condiciones actuales -muy diferentes del sistema que estamos describien- se relaciones con individuos que manifiestan vocaciones y dotes diferentes a las del grupo en el que se encuentran por nacimiento y tradición. En un mundo “normal”, esto es, tradicional, tales casos son una excepción y ello por una razón precisa: porque en aquellos tiempos los valores de sangre, de raza y de familia fueron reconocidos de forma natural y por ello se realizaba, en gran medida, una continuidad biológico hereditaria, vocacional, de cualificaciones y de tradiciones. Precisamente, ésta es la contrapartida de la ética del ser uno mismo: reducir a lo mínimo la posibilidad de que el nacimiento sea verdaderamente una casualidad y que el individuo se encuentre desarraigado, en disonancia con su entorno, con su familia, e incluso consigo mismo, con el propio cuerpo y la propia raza. Además, hay que señalar que el factor materialísta y utilitario en estas civilizaciones y sociedades estuvo notablemente reducido y estaba subordinado a valores más altos, íntimamente experimentados. Nada pareciía como más digno que seguir a la propia actividad natural, la vocación que realmente estuviera conforme al propio modo de ser, por humilde o modesta que fuera: hasta tal punto, que pudo concebirse, que quien se mantenía en conforme a su propia función y seguía la ley de la casta, cumplien con impersonalidad y pureza los deberes a ella inherentes, tenía la misma dignidad que el miembro de cualquier casta "superior": un artesano, igual a un miembro de la aristocracia guerrera o un príncipe.  

De aquí también procede aquel sentido de dignidad, de calidad y de diligencia que se ha descubierto en todas las organizaciones y profesiones tradicionales; de aquí, aquel estilo, que hacía de un herrero, un carpintero o un zapatero no se presentaron como hombres embrutecidos por su condición sino casi como de los "Señores", personas que libremente tuvieran elección y ejercieron su actividad, con amor y entegra, siempre dándolea una huella personal y cualitativa, manteniéndose desapegados de la pura preocupación por las ganancias y los beneficios.              

El mundo "moderno", sin embargo, ha optado por seguir el principio opuesto, la vía un olvido sistemático de la naturaleza propia, la vía del individualismo, del "activismo" y del arribismo. El ideal ya no es más ser aquello que se realmente se es, sino "construirse", aplicarse a cada actividad, al azar, o bien por consideraciones completamente utilitarias. No es actuar con fidelidad y pureza, el propio ser, sino usar todas las energías para ser lo que no se es. El individualismo, está en la base de tales puntos de vista, es decir el hombre atomizado, sin nombre, sin raza y, sin tradición, ha pregonado, lógicamente, la pretensión de la igualdad, ha reivindicado el derecho a poder ser todo lo que cualquier otro también puede ser, y no ha querido reconocer diferencia más verdadera y justa que la construida por sí mismo, artificialmente, en el seno de una una civilización materialízada y secularizada. Como sabemos, esta desviación ha llegado al límite en los Países anglosajones y puritanos. Haciendo frente común la Ilustración masónica, la democracia y el liberalismo, se ha alcanzado un punto que para muchos, cada diferencia innata y natural aparece como un feo elemento "naturalista", cada vista tradicional es juzgada oscurantista y anacrónica y no se oye más que la absurda idea de que todo esté abierto a todos, que se tengan iguales derechos e iguales deberes, que valga una única moral, común para todos que debería incluso imponerse, permaneciendocon llena indiferentes sino hostiles por las naturales individuales y las diferentes dignidades. De aquí, también, procede todo antirracismo, la denegación de los valores de la sangre o de la familia concebida tradicionalmente. En rigor podríamos hablar, sin eufemismos, de una real "civilización" compuestas por "excluidos de las casta", de parias felices de su condición. 

Precisamente en el marco de tal seudocivilización surgen las clases, grupos sociales que no tienen nada a que ver con las castas, carentes de base orgánica y verdadero sentido tradicional. Las clases son agrupaciones sociales artificiales, determinadas por factores extrínsecos y casi siempre materialistas. La clase, casi siempre, tiene una base individualista; es el "lugar" que recoge a todos los que han alcanzado una misma posición social, con independencia de aquello que por naturaleza realmente son. Estas agrupaciones artificiales tienden luego a cristalizar, engendrando tensiones interclasistas. En la disgregación propia a este tipo de "civilización", también produce la degradación de las "artes" que se convierten en simple "trabajo", el antiguo artífice o artesano se convierte en el "obrero" proletarizado, cuya tarea únicamente sirve como medio para obtener un jornal, que sabe sólo pensar en términos de "sueldos" y "horas de trabajo" y, poco a poco, va a despertar en su interior necesidades artificiales, ambiciones y resentimientos, puesto que las "clases superiores", finalmente, no muestran ningún rasgo que justifique su superioridad, sino, tan solo, una mayor posesión de bienes materiales. Por tanto, la lucha de clase es una de las consecuencias extremas de una sociedad que se ha desnaturalizado y ha considerado el tal proceso, el desconocimiento de la propia naturaleza y la pérdida de la tradición, como una conquista y como un progreso. 

También aquí se puede considerar una perspectiva racial. La ética individualista corresponde indudablemente a un estado de mezcla de los linajes, en la misma medida en que la ética del ser uno mismo corresponde, en cambio, a un estado de pureza racial predominante. Allí dónde las sangres se cruzan, las vocaciones se confunden y cada vez resulta más difícil ver claramente la propia naturaleza, crece cada vez más la volubilidad interior, señal inequívoca de la falta de verdaderas raíces. Las mezclas étnicas propician el surgir y el potenciarse como conciencia del hombre como individuo, también favorecen todo lo que es actividad "libre", "creativa", en sentido anárquico, "habilidad" irónica, "inteligencia" en sentido racionalista o estérilmente crítico: todo eso, a expensas de las calidades de carácter, de una debilitación del sentimiento de la dignidad, del honor, de la verdad, de la rectitud, de la lealtad. Se determina así también, a nivel espiritual una situación oblicua y caótica, que para muchos de nuestros contemporáneos resulta normal; por ello, los casos de individuos llenos de contradicciones, que ignoran lo que significa vivir, que no saben lo que quieren, más allá de los bienes materiales, en contraste con la tradición, el nacimiento y su destino natural, ya no aparecen como anomalías, sino como si se tratara del orden natural de las cosas, que refutaría y demostraría lo artificial, absurdo y opresivo de la tradición, la raza y el nacimiento. 

Los que aluden habitualmente a problemas sociales y predican “justicia social”, deberían preocuparse más intensamente de los problemas éticos y de la visión general de la vida, si desean tener éxito en la lucha contra los males que, de buena fe, combaten.

El punto de partida de un proceso de rectificación no puede partir de la absurda idea clasista, sino de su superación a través de una vuelta a la ética de la fidelidad a la naturaleza propia y por lo tanto a un sistema social bien distinto y articulado. A menudo hemos dicho que el marxismo no ha surgido porque existiera una real indigencia proletaria, sino al revés: es el marxismo quien ha creado una clase social, la clase obrera proletarizada por desnaturalización, llena de resentimiento y de ambiciones contra natura. Las formas más externas del mal de combatirse pueden curarse con la "justicia social", en el sentido de una distribución de los bienes materiales más equitativa que la actual; pero estas medidas nunca alcanzarán a la raíz interior, si no se actúa enérgicamente afirmando una visión general de la vida; si no se despierta el amor por la calidad, la personalidad y la naturaleza propia; si no se devuelve su prestigio al principio, desconocido solamente en los tiempos "modernos", de una justa diferencia conforme a la realidad y si de tal principio no se extraen, en todos los terrenos, las justas consecuencias, respecto al tipo de civilización que prevalece en el mundo moderno. 

 

Publicado en “La Vita Italia” marzo de 1943.

(c) Fundazione Julius Evola.

(c) Edizioni Il Settimo Sigillo

(c) Por la traducción en lengua española: Ernesto Milà – infokrisis

Adriano Romualdi: El Fascismo

Adriano Romualdi: El Fascismo

En esta posguerra dentro del campo de la Derecha han aparecido innumerables evocaciones del Fascismo y de sus hombres. Se trata casi siempre de publicaciones de gusto oleográfico y sentimental que exaltan el Fascismo como un mito sin discutir las ideas con seriedad y profundidad. El valor de este nuevo libro podría por ello consistir sólo en esto: ser el primer libro italiano, en el que, partiendo de posiciones rigurosamente de Derecha, si hace un análisis crítico del fenómeno del Fascismo. El libro tiene tanto más valor en cuanto el autor es Evola, es decir el único autor de la Derecha italiana de proporciones europeas del que recientemente ha a aparecido en Francia la traducción de Cabalgar el Tigre y de Los hombres y las ruinas.

El punto de vista de Evola, aquél desde el que traza su análisis, es el de la Derecha. No la derecha económica o la derecha sentimental, ésa de los intereses o de las nostalgias, sino la pura Derecha como principio político que, con su estructura autoritaria, jerárquica, aristocrática ha inspirado a los Estados de la civilización europea tradicional. Es con el metro de esta Derecha con el que Evola mide el Fascismo distinguiendo lo que en el mismo es correcoto y lo que en cambio no.

Es necesario decir enseguida que la valoración de conjunto es positiva. Evola reivindica al Fascismo el mérito de haber reafirmado la idea de Estado en una época en la que sólo se tiene en cuenta a la sociedad, el pueblo, el número; de haber contrapuesto el puro principio político a las instancias económico-sociales; de haber exaltado la función de las minorías heroicas contra las masas brutas y vociferantes. En los orígenes el Fascismo se sumerge todavía en la confusión ideológica. El intervencionismo en la Primera Guerra Mundial, en el que el Fascismo tiene su origen, presenta escorias libertarias, jacobinas, masónicas. Pero del intervencionismo surgirá la generación del frente con su renovado culto a la disciplina, a la autoridad del honor guerrero. También la otra fuente originaria del Fascismo, el nacionalismo, tenía evidentes taras populistas. Pero también eso será purificado en la experiencia fascista donde la nación no es sentida como la masa del pueblo, sino por el contrario como cualidad étnica y orgánica. Al final de esta “depuración” del nacionalismo Mussolini podrá escribir que “no es la nación la que crea el Estado sino que es el Estado el que crea la nación”.

Por lo demás, el nacionalismo está completamente superado en el mito imperial del Fascismo. Pues, reivindicando su derecho a guiar no sólo a pueblos no europeos (los abisinios), sino también a pueblos europeos (los albaneses, los croatas, los montenegrinos, los griegos), se proyectaba más allá de las limitaciones del nacionalismo dieciochesco. El Nuevo Orden europeo, encabezado por Italia y Alemania se proponía como un orden supranacional instituido por naciones imperiales. En aquellos años Evola escribía: “Es necesario ir más allá de un internacionalismo destructor y de un nacionalismo patriótico porque la concepción de Imperio o de Reich, está más allá de lo uno y de lo otro, si se conecta con la idea de una raza capaz de crear y dirigir una unidad jerárquica superior en la cual las unidades particulares técnica y nacionalmente definidas no sean disueltas en sus caracteres específicos, sino llevadas a participar en un más elevado nivel espiritual”. El Fascismo elige como símbolo de su vocación imperial la imagen de Roma. Era, escribe Evola, “un querer echar un puente sobre una serie de siglos, para retomar el contacto con la única herencia verdaderamente válida de toda la historia desarrollada en suelo italiano”. El mito romano debía ser un modelo de fuerza disciplinada de combativa severidad. Desgraciadamente, por ciertas inclinaciones histriónicas del alma italiana, a menudo corrió el riesgo de quedarse en la retórica.

La reivindicación del Estado como forma espiritual que imprime a partir de sí a una materia humana, un estilo militar, la superación del eudemonismo burgués bajo el signo del amor al peligro y al deber son las características positivas del Fascismo. Pero al lado de éstas se encuentran los otros elementos menos nobles. Así pues encontramos el “ducismo”, en el cual el justo respeto por el jefe degeneraba en servilismo adulador. Se debería más tarde pagar caro el 25 de julio ** cuando se verá cómo la falta de crítica interna y de verdadera libertad habían desvirtuado al Fascismo. El Fascismo, ahogado en la personalidad genial de Mussolini, no logró crear una elite de jerarcas auténticamente libres y responsables, capaces de tomar iniciativas y responsabilidades, incluso cuando el jefe hubiese flaqueado.

También la exaltación nacional que el Fascismo supo crear en torno a la figura del Duce, es observada críticamente. La misma se centraba más en un hombre que en una idea, más en un individuo, que un una sólida aristocracia política. Así sucedión que desaparecido el hombre, caído su mito, cesó también la carga magnética que mantenía juntas a fuerzas diversas y contrapuestas.

Escribe Evola a este respecto: “Se debe tener presente que, por muy intenso que pueda ser el magnetismo creado mediante tal vía, no por ello deja de tener carácter efímero… la aglomeración que de tal modo se produce es comparable a la adhesión de tantas partículas de metal atraídas por un imán: pero, cuando la corriente se termina, cuando el campo magnético viene a menos, instantáneamente todas las partículas de metal se separan…”. Por lo demás, el propio Mussolini, en la época de la República Social tuvo palabras de dura crítica para los siervos y los aduladores que le habían creado una cortina en torno a él impidiéndole tomar contacto con la realidad.

Más adelante Evola reseña las relaciones que se establecieron entre el Fascismo y la economía. La forma económica de la auténtica Derecha no es el capitalismo, es decir, una concepción anárquica y liberal de la vida económica que en última instancia tiene la responsabilidad del nacimiento del socialismo.

En la Europa tradicional existían sólidas organizaciones corporativas animadas por un espíritu medieval de honor profesional y de fidelidad. El Fascismo buscó hacer revivir un orden corporativo. Pero este ordenamiento permanece abstracto y burocrático, si queda reducido a un mero estado de arbitraje entre emprendedores y trabajadores. Mejor fue lo que se hizo en Alemania nazi donde la misma estructura de las empresas es reorganizada instituyendo relaciones de solidaridad y fidelidad entre empresarios (Betriebsführer) y su “séquito” (Gefolgschaft). De todos modos, aun con tales limitaciones, el Fascismo supo hacer revivir el espíritu económico de la verdadera Derecha, hostil tanto a la anarquía económica liberal como al igualitarismo socialcomunista.

Aquí Evola inserta una precisión para ciertos mitómanos del proletariado, llegados por casualidad a las filas fascistas y que, por falta de una sensibilidad ideal, parecen no darse cuenta de que todo pathos social y populista está en abierta contradicción con el ethos heroico, autoritario, jerárquico del verdadero Fascismo. El Fascismo cree en la justicia social entendida como justa superación de todo arbitrio y anarquía económica bajo el signo positivo del Estado. Pero eso es incompatible con el llamado “socialismo nacional”, si con este término se quiere entender un ideal escuálido, insignificante y pequeño burgués. Escribe Evola: “El socialismo es socialismo, y el añadirle el epíteto nacional es un engaño en los términos de un caballo de Troya… Realizado el socialismo nacional… se pasará al socialismo sin epítetos, y así sucesivamente porque la marcha sobre un plano inclinado no se detiene a mitad camino. En su tiempo el Fascismo italiano fue de hecho uno de los regímenes más avanzados y precursor en medidas sociales. Pero el corporativismo del ventenio, en lo que el mismo tiene de válido debe interpretarse esencialmente en el marco de una idea orgánica antimarxista, por lo tanto fuera de todo lo que legítimamente se puede llamar socialismo. Propiamente y sólo con este criterio el Fascismo habría podido ser una tercera fuerza, una tercera posibilidad europea opuesta tanto al comunismo como al capitalismo”.

Y con esta cita que cierta extraña gente no releerá nunca lo suficiente, cerramos el examen de esta obra. Para Evola este breve ensayo es un libro de poco esfuerzo, pero, por la claridad y la audacia de los planteamientos se sitúa como siempre por encima de todo lo que viene siendo escrito sobre este tema en el campo de la Derecha. Publicando esta obra la editorial Giovanni Volpe rinde un ulterior y valiente servicio a la causa de la cultura de Derecha.

* * *

(Prólogo a la Edición italiana de Il Fascismo visto dalla destra de Julius Evola*)

da http://www.geocities.com/Athens/Troy/1856/Romualdi.htm

(Il Secolo d´Italia, Roma, 7 de noviembre de 1964).

* Editado en castellano por Ediciones Heracles bajo el título Más allá del fascismo.

** El 25 de julio de 1943 fue la fecha en la cual el Consejo Supremo del Fascismo italiano en una “democrática” votación, por simple mayoría, le quita el voto de confianza a Benito Mussolini y de este modo allana el camino al rey y al General Badoglio para su posterior defenestración y encarcelamiento.

(Traducción al castellano a cargo de Enrique Ravello)

Nuestros orígenes: Ruiz de Alda en el Cine Madrid

Nuestros orígenes: Ruiz de Alda en el Cine Madrid

El 29 de octubre, en el teatro de la Comedia, empecé diciendo que España no tenía más que dos caminos: volver a tener la decisión de imperar o morir depauperada y desgarrada. Hoy vuelvo a repetir la misma afirmación: imperar o  languidecer. No puede ser de otro modo.

Cuando se hizo la unidad de España, nació el Imperio. La unidad fué la reunión de todo el potencial vital, varonil y volitivo que tenían los pueblos españoles de la Edad Media, los cuales sentían una identidad espiritual, y una misma decisión de dominio. Tan verdad es que esta es la medula del ser de España, y que esta medula es el superar al mundo en todas las luchas universales, que en todo España se siente lo mismo, se vibra al mismo tiempo cuando uno de estos hechos se produce.

Al llegar nosotros a Buenos Aires en el "Plus Ultra" cumplíamos una misión de la que no nos dimos cuenta antes de empezar el raid. ¿Sabéis cuál fué nuestra principal misión? En la América española viven, luchan y trabajan cinco millones de compatriotas rodeados de un ambiente hostil. Cuando nosotros llegamos a Buenos Aires esos hombres se sintieron orgullosos de ser "gallegos", nombre despectivo que les dan los argentinos; se sintieron orgullosos de ser españoles y fueron felices durante muchos días. Tan españoles eran los del Casal Català, como los del Centro Andaluz, como los del Lar Gallego, como los del Euzko-Echea vasco, y entonces eran españoles, hasta nuestros hermanos, los argentinos y los uruguayos, los hispanoamericanos todos.

Tan cierto es que la medula de España es el proyectarse hacia fuera, que el domingo pasado en el "stadium" de Colonia estoy seguro de que había nacionalistas vascos y separatistas catalanes llorando de alegría al ver triunfar a ¡España!

El Estado Español, la colectividad española ha abandonado esta verdad hace muchos siglos. Desde que España admitió esa puñalada en el corazón, esa puñalada que tenemos que recordar todos los días todos los españoles, que es el hecho de ser Gibraltar inglés; desde ese momento, España está languideciendo. Eso representa que había ya algo podrido, algo exhausto, o, lo que es peor, que traidoramente se posponía la nación a una dinastía, porque fijaos en que Gibraltar dejó de ser español en una época en que España era aún Imperio.

Esa amputación fué legitimada por un tratado, y desde ese momento, España, que había conquistado mundos, que había creado nuevos pueblos, empezaba a declinar. España, en vez de imperar en esos pueblos, quiso comerciar y aquellas colonias se han perdido. Desde entonces, España no es una nación independiente; desde entonces está mediatizada por las grandes potencias europeas; desde se momento comienza la mediatización tenaz, constante, continua de nuestro pueblo y cuando desde cualquier parte de España se intentaba un atisbo de rebeldía, de renacimiento, esos poderes extraños lo frustraban desde su país. Y por si fuera poco han venido a carcomernos todas las internacionales, las rojas, las negras y las blancas, y pensad en que siempre, detrás de una Internacional hay un deseo de imperio, bien real o bien en potencia.

Así llegamos a la situación en que estaba España en el momento de salir Falange Española a la luz. Había un casero Estado, que por ser casero estaba fracasado. No tenía ninguna misión grande que cumplir y las misiones pequeñas tampoco las cumplía. Una colectividad nacional que, por no tener un ideal común, tomaba siempre el camino fácil, pero también el camino mezquino, pequeño. España estaba sin esas clases directoras, que son las que en el mundo dan continuidad a la política de los Estados, clases directoras que son el puntal del Imperio Inglés, las que han sostenido a Francia, Alemania y que hoy están creando Rusia e Italia. Y así sucede el siguiente hecho, en el que debéis fijar mucho la atención, porque es fundamental y revela lo que es la vida española. En Europa, las muchedumbres, las masas viven hoy acuciadas por grandes ideales, por grandes fines. Siguen trabajando y produciendo porque están disciplinadas y porque tienen fe en sus clases directoras. En cambio, en España perdemos todos la mitad del tiempo y de nuestros días en pequeñas luchas internas, vivimos preocupados por cuestiones políticas y de escaso relieve; y ello permite hacer una comparación, cual es que Europa puede representar, en la actualidad, organización y trabajo, y España discusión y anarquía. Y si se ve el panorama político de nuestro país, vemos que parece que la unidad está hecha otra vez con fines económicos. Aquí todas las clases y regiones luchan por cuestiones de arancel y por cuestiones de producción, y yo que no creo en la interpretación materialista de la Historia y que me acuerdo cómo se perdieron las Colonias, estoy completamente seguro de que si España siguiese por este camino acabaría desgarrada.

En Cataluña y en las Vascongadas el virus antiespañol está en marcha ; si continuamos así las secundarán Galicia y Valencia y, es tristemente fatal, estad absolutamente ciertos de que si no fuese por nosotros y por lo que voy a decir, España hubiera quedado hecha jirones. Primo de Rivera presintió ya esta verdad, y solamente voy a remarcar un hecho: él trajo optimismo, fe en España y alegría, pues aunque fracasó políticamente fué el primer gobernante español que, después de cuatrocientos años, había conquistado una nueva tierra para España. Fue el que puso la primera piedra en el futuro Imperio Español.

El movimiento del 14 de abril no cabe duda que trajo una esperanza a todos los españoles, porque vieron un porvenir más abierto, pero el 14 de abril y lo que ha seguido, ha fracasado rotundamente, porque han intervenido todos los valores internacionales, todas las influencias disgregadoras. Yo os digo que podéis olvidaros de Asturias, pero tened siempre clavada en vuestro corazón esta fecha: la de la noche del 6 al 7 de octubre último en Barcelona. Esa trágica noche, que no nos damos cuenta aún de lo trascendental que ha podido ser para nosotros, es la que ha compendiado todos los crímenes que se han cometido en nuestra Patria en estos últimos años.

Pues bien, contra esta mediocridad, contra esta desesperanza, salió Falange Española a la luz. Por eso desde el primer momento hemos dicho que somos rebeldes y revolucionarios, pues nosotros no podemos concebir que España desaparezca porque unos señores voten una cosa o puedan votar otra; por eso desde le primer momento hemos pedido sólo hombres y soldados. Y fijaos ahora en la grandiosidad de nuestra obra: esos hombres y esos soldados sois vosotros; sois todos los que estáis desparramados por las tierras de España, sintiendo y vibrando con nosotros en este momento. Y esta asistencia significa que España tiene alguien que lucha, que combate y que muere por ella. Hoy existen ya unas masas, una colectividad alegre, optimista y con amor, decidida a reconquistar y rehacer nuestra España. Todos los políticos dicen que se necesita un ideal (inter)nacional para unir a los españoles y yo afirmo, camaradas, que ese ideal existe, que ese ideal está en el haz y en el yugo y en los compañeros muertos. ¿sabéis por qué han muerto esos hombres? Por ser de Falange Española, por ser integralmente españoles, ideal que encarnan ellos, y ese ideal es nuestra decisión de rehacer y recobrar España.

Podemos ser hoy optimistas porque estamos seguros de que España vuelve a ser inmortal, porque no es posible que los laico-esquerristas se lleven un jirón de España y los católicos vascos otro jirón; y vuelve España a ser inmortal porque aunque todos, coligados, nos derrotasen, nuestra sangre y nuestro espíritu harían que nuetros hijos y nuestros nietos volviesen a hacer la España que todos queremos.

Fuente: Obras completas de Ruiz de Alda

Libro: "Escritos y discursos" Ediciones nueva república