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La memoria de la Otra Europa

Literatura

En la red: Pierre-Yves Trémois

En la red: Pierre-Yves Trémois

Pagina web sobre el pintor

Juan Eduardo Cirlot (1916- 1973)

Juan Eduardo Cirlot (1916- 1973)

Algo de su obra y aqui tambien algo mas de su poesia. Artículo de Cirlot "Destrucción de Rudolf Hess" La Vanguardia

Poeta español nacido en Barcelona en 1916.Es uno de los más brillantes poetas de la postguerra española, cuya obra ha sido apreciada tardíamente en toda su valía. Interrumpidos sus estudios de música por la guerra civil, entró en contacto con el surrealismo y simbolismo a partir de 1940. Trabó amistad con André Breton y formó parte del grupo "Deu al Set" creado por Joan Brossa en 1948.Su sólida educación musical lo convirtió en crítico de música para La vanguardia, donde también escribiuó artículos de cine.Su actividad poética más intensa tuvo lugar entre 1960 y 1972. Es autor de una obra muy extensa en el campo artístico: «Diccionario de ismos» en 1949, «Introducción al surrealismo» 1953, «Cubismo y figuración» 1957, «El informalismo» 1959 y su importante «Diccionario de los símbolos» 1974.De su obra poética se destacan: «En la llama» 1945, «Cordero del abismo» 1946, «Ochenta años» 1951, «El palacio de plata» 1955, «Lilith» 1949, «44 sonetos de amor» 1971 y «Bronwyn» 1966-1971.Falleció en 1973.

Tres poemas a numancia
       

              1. LA TIERRA

¡Oh, tierra! Tierra, campos, rosas,
rosales de tierra desgarrada:
de tierra de silencio y de amargura
abierta a los puñales y los besos.
              
Aquí quiero cantar, sobre tu pecho,
la inmensa soledad de tus llanuras,
el oro calcinado de tu trigo,
la noche de tu sombra y de tu pelo
salvajemente ardiente.
              
Quiero llorar por tus montes violetas,
por tus vientos helados, por tus surcos
sembrados con metales y con huesos;
porque pareces el fondo de un océano,
colmado de naufragios.
              
¡Oh, tierra! Tierra mía, tierra antigua,
durísima y paterna.
              

              

              2. EL ENEMIGO

Un ruido de cadenas y caballos
se acerca por el valle.
              
Negras espadas, tétricos arados
quieren tu espalda pura,
¡Oh rosa delgada!
¡Oh virgen campesina!
              
Lívidos tribunos, altos centuriones,
vienen con rojas enseñas,
vienen con tercas amapolas,
y con palacios de lanzas
resplandecientes.
              
Un ruido de caballos y cadenas
se acerca por el valle.

¡Afilad las lanzas y los dardos!
¡Reforzad las torres y los muros!
que los romanos vienen
con látigos de hierro enloquecido
y lobos de basalto.
              

              

              3. LA CIUDAD

¡Numancia! Qué pena dan tus cercados,
tus débiles violetas invadidas,
tus sollozantes casas sin ventanas
y aquel color tan triste de la lluvia
sobre tus hombros muertos toma.
              
He de hablar con dulzura absoluta
de tus pálidas trenzas de barro,
del país traspasado que dominan
tus canciones humildes,
tus violentas canciones.
              
Y de la oscura paciencia abandonada
con que estabas ahí, sentada en tu colina;
cinco años, diez años, veinte años,
esperando soldados y soldados,
legiones y legiones,
Cónsules y Cónsules crueles,
con águilas rabiosas y tenaces
armas, y suplicios, y murallas.
              
Quiero hablar de la harina más triste,
de la carne más seca y solitaria,
del invierno más lento, de la noche
atada a un gran dolor más hondamente.
              
Y gemir por tus ojos profundos,
por tus rosas quemadas, por el suelo,
por tus blancas gavillas de ternura,
por tus muertos sin cuna ni sepulcro,
por la misma grandeza de tu nombre
inextinguiblemente herido.

 

En la red: La Guerra infinita (bitibajk)

En la red: La Guerra infinita (bitibajk)

Era difícil caminar…la sangre resbalaba por mi pierna a pesar de que Mercedes me había taponado la herida con esmero. La bala sólo había hecho carne, pero al saltar por la ventana del Cuartel de la Montaña había caído mal y me dolía.

No dejaba de ver los rostros de los camaradas, sus ojos inertes en aquella habitación agujereada por la ametralladora que “El Campesino” había situado en dirección a la plaza de España. La explosión de una granada me había hecho caer por la ventana, donde estaba acurrucado disparando con una del nueve largo, me lo había cambiado por el mauser el bueno de Santi después de que me dieran el balazo.

- Tira con ésto que con una mano te vale….

Tras rodar barranco abajo, me arrastre por el pequeño arroyo que había en la parte de atrás. Allí me encontré con un miliciano muerto y no dudé en ponerme su mono y taponándome la herida me dirigí al único lugar seguro que estaba cerca.

Mercedes era de esas chicas, que son tan guapas que te da miedo invitarlas al cine. Me ocultó en su sótano hasta que presa de los nervios y temiendo por mi madre y mi hermana decidí salir.

- No vayas Luís, todos sabes que eres de Falange y te estarán esperando…. Yo les llevaré un mensaje… los legionarios y las centurias de Valladolid marchan sobre Madrid... será cuestión de días.

- Mercedes… tengo que ir, tengo que sacarlas de Madrid como sea.

- Eres un cabezón…. Toma esta pistola y ten cuidado. Cuando vuelvas tenemos que hablar.

Su mano acarició mi rostro y me dio un beso que me hizo olvidarlo todo durante un segundo. No sabía que era la última vez estaría con ella. Su cadáver apareció una semana después en un descampado de Villaverde. Apenas a doscientos metros de donde habían aparecido los cuerpos acribillados de madre y de mi hermanita.

Empezaba entonces una guerra que no terminaría nunca.

Parecía increíble que algo tan frágil pudiera sobrevivir en aquellas circunstancias. Entre el humo y la metralla, seguía viva aquella flor, diminuta y bella, incluso entre el ruido sordo de las granadas de mortero. Muchos se trajeron de Rusia recuerdos de hielo y amputación, de traición y hambre en un campo de concentración. Yo, en cambio, preferí traerme ese trozo, también blanco, de la lejana Rusia. Tal vez, mi alma ya estaba saciada de sangre y muerte. Con apenas 18 años había pelado durante tres en las milicias de Falange, buscando una revolución que no llegaba y apagar un odio ciego, nacido una tarde de agosto en un descampado de Villaverde.

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Las manos de mi hermanita estaban manchadas de la sangre de mi madre... había cubierto con su cuerpo a Clara, seguramente esperando que el mismo destino que la había llevado allí la salvara en el último momento. No pudo ser. Cuando llegué sus cuerpos ya estaban fríos; un camarada de la Primera Línea de Falange y antiguo jonsista, conocido como “Fitis”, les acompañaba. Estaba tan conmocionado que no recuerdo ni el tiempo que estuve allí. Una mano tocó mi espalda levemente.

- ¡Oiga, oiga...!.

Era la voz suave de un señor anciano y demacrado que tiraba de un carrito tirado por una mula. Llevaba el cadáver reventado a culatazos de un chico de unos 15 o 16 años. Al ver que fijaba mi mirada en él, una voz seca y de ultratumba, que no parecía la suya, contestó:

- Es mi hijo Antonio, seminarista...

Aquella última palabra era una explicación en si misma, me hizo razonar y salí levemente del aturdimiento. El hombre, con ojos todavía llorosos, me agarró del brazo.

- Debemos irnos, si le cogen aquí y siendo joven, lo matan.

Subimos los cuerpos al carrito y fuimos a Móstoles, pueblo natal de padre e hijo. Nada más llegar fuimos al cementerio, era ya de noche, y a la luz de un candil enterramos a los tres juntos en una tumba falsa. En tan difícil trabajo nos ayudó un vecino de Eugenio, aquel hombre muerto en vida, que roto por el destino, mascullaba oraciones. Fuimos luego a su casa y en un viejo papel escribí lo sucedido tres veces; una copia para cada uno, alguno de los tres sobreviviría y podría recuperar los cuerpos en un futuro.

Esquivando a las patrullas de milicianos logré alcanzar Guadarrama, y subiendo por la sierra, tras unos días de hambre y silencio, un reguero de camisas azules me iluminó la vista. Llegaba a Ávila.

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- Pasa camarada, ¿Has comido algo?.

Quién hablaba era un viejo camarada de Madrid, Marcelino Cifuentes, “Cifu”, que estaba al mando de una centuria que peleaba en Somosierra.

- Sí, algo me han dado. Gracias por la gestión. Me alegro de saber que si me pasa algo alguien se encargará de los cuerpos.

- Nada hombre, mi familia es la tuya para lo que quieras.

- ¿Y lo otro? –inquirí-.

- Bueno... hay un problema.... Los jefes no te quieren en el frente, quieren que vayas a Barcelona y te encargues de alguien.

Suavemente, sobre la mesa, dejó una foto de un hombre con uniforme soviético sonriente.

- Que lo haga otro.... O al frente o a Madrid.

- Mira… les tengo localizados, dos de la V columna están cerca de ellos todo el rato.... Ya tendrás tiempo.... Esto es muy importante. En Barcelona no queda nadie, tú conoces la ciudad y nadie se acuerda de ti allí…. Luego te prometo que te mando a Madrid o dónde haga falta, a un palabra tuya los mando eliminar….

- ¡No!, ¡son míos!. ¿¡Me oyes!?... ¡m-í-o-s¡... ¡Si alguien los toca, le mato!.

“Cifu” se asustó, nunca me había visto así. Aquel chico tranquilo y amable que alistó junto a él en el SEU le agarraba descompuesto, con los ojos brillantes y rojos como los de quién no duerme desde hace días.

- Está bien Luís, tranquilo…nadie los tocará…, pero lo de Barcelona es importante… Es cosa de Franco.

- Vale Marcelino… perdona… yo….

- ¡Tranquilo hombre!. Sabía que entrarías en razón. Mañana te cuento los detalles. Y ahora un pacharán de Navarra, como en los viejos tiempos…

Román era un hombre, de todo, menos agradable. Forjado como estibador del puerto de Barcelona había sido un histórico de la CNT barcelonesa. Gatillo fácil, verbo corto, en los sucesos de mayo del 37 lo había perdido todo. Su sección había sido barrida por las milicias del PSUC, y su propio hijo había sido asesinado por pistoleros de la NKVD estalinista. A él, sólo le salvo su enorme prestigio, una intervención “in extremis” de Cipriano Mera y el hecho de que no había participado en las sacas de derechistas cometidas por la FAI, dónde tampoco le sobraban los amigos.

Por órdenes de Madrid se encontraba bajo arresto domiciliario acusado de “socialfascismo” y seguramente le esperaba un juicio sumario y un paredón. Mi misión en Barcelona pasaba por contactar con él y ofrecerle una fuga, a cambio me ayudaría a matar al asesino de su hijo que no era otro que mi objetivo en Barcelona.

- Sí señor… muy buena esta documentación del PCE.
- Entonces, Román, ¿hay trato?….
- Mucha gracia no me hace… ustedes los fascistas no son muy de fiar y en cuantico pise zona nacional me limpian el forro -alegó-.
- Tal vez un pasaje Marsella-Buenos Aires, con su hija Paula, le resulten más atractivos.
- Sí… la verdad es que sí…. Ahora bien, usted es consciente de que sólo tendría que gritar por esa ventana y los perros de ahí fuera le darían “matarile”.
- Bueno, serían entonces dos fusilados….
- ¡No es usted la alegría de la huerta precisamente!, -dijo Román entre irónico y feliz-.

Dos certeros disparos acabaron con la vida de Nicola Ricci, comisario de la NKDV en Barcelona y miembro del PCE con el nombre supuesto de Francesco Rotellí. Román se acercó al cadáver clavándole dos veces una navaja de un palmo a la altura de las costillas. Miguelito, su hijo, había conocido a tan siniestro personaje en una cheka que PSUC tenía en la calle del Clavel. Tras tres días de torturas había muerto de un tiro en la cabeza en una cuneta tras haber delatado a todos los miembros de su sección de la CNT que estaban ocultos en la Barceloneta tras los sucesos de mayo del 37.

- Por si acaso… que no me gusta tener que mirar por encima del hombro.

Corrimos por las calles del barrio gótico y en un coche facilitado por un viejo “faista” nos trasladamos hasta la frontera. Allí un pastor, también anarquista, nos hizo cruzar hasta Perpiñán donde un veterano “cruz de fuego” nos acogió unos días. Los agentes comunistas batían el Rosellón en nuestra búsqueda y tuvimos que pasar una temporada en un convento de clausura de los concepcionistas hasta que la red franquista en el sur de Francia pudo facilitar la salida de Román y su hija Paula para Buenos Aires.

- Adiós y buena suerte. Si algún día quieres volver a España localízame a través de la embajada y lo gestionamos.
- No sé yo si el enano y yo somos compatibles…suerte y salud amigo, tal vez si gente como tú y como yo nos hubiésemos conocido mejor España hubiera conocido mejores horas y menos sufrimientos
- Tal vez, o nos hubiésemos matado mejor….

Luís estrechó la mano de Román afectuosamente y le metió en el bolsillo un sobre con el dinero suficiente para empezar de nuevo en aquellas lejanas tierras de la Argentina. Todavía no sabía que el destino me llevaría allí unos años después a requerimiento del General Perón.

La sangre manchaba mis manos y no era la primera vez.... Aún recuerdo la sangre de Javier, falangista turolense, confundida con el rojo bordado de su uniforme. Era Rusia, cerca de Leningrado, y aquel muchacho jovial y valiente había sido partido en dos por una ráfaga de ametralladora. Su cuerpo inerte lo pudimos arrastrar hasta retaguardia y por la noche, musitando la oración de los caídos, le dimos cristiana sepultura en un tierra donde era muy difícil creer que Dios existiera.

Recuerdo que a la luz del candil de la choza ví mis manos manchadas de sangre y tierra, salí al frío y las froté con la nieve helada hasta que casi no las notaba.

- ¡Qué haces hombre!... ¡se te van a congelar!.

El sargento Eulogio era el de la reprimenda, casi sin pedirlo me puso una taza de caldo en las manos.

- Era un buen chico este Javier.
- ¿Se acuerda que siempre andaba con lo de “En Gea si que hace frío, ésto de aquí es pa señoritingos de la capital…”?.
- La verdad es que el buen humor no le faltaba.

Al mirarme las manos, de nuevo ensangrentadas, recordé casi de inmediato aquel día en Rusia. Fueron días y sensaciones difíciles de olvidar. Y ahora, después de casi 20 años, volvía a tener entre mis manos el cuerpo de un joven muerto. En la manga de su camisa un rudimentario brazalete escribía un resumen de su vida: “OAS.”.

Los dos tiros que la gendarmería móvil le había acertado en la espalda eran los suficientemente certeros como para que Jean Luc Gudrat no viera las hermosas playas de Alicante. En el último velero de Orán habíamos salido él, yo y otros 25 franceses de Argelia perseguidos por De Gaulle y el FLN. Cientos de embarcaciones inundaban la ruta hacía Alicante ya que Francia había bloqueado sus puertos a sus propios nacionales. Sólo Franco se digno a acoger y ayudar a aquellos europeos, muchos de ellos republicanos españoles, que habían hecho de Argelia su hogar y parte de su Patria. Asesinado por su propio ejército Jean Luc Gudrat fue enterrado como un patriota y un soldado al llegar a tierra española.

Nada más llegar a la orilla me lavé las manos en las cristalinas playas alicantinas. Las miraba con tal fijeza que los oraníes me miraban extrañados esperando algún tipo de instrucción. Al poco, llegó la Guardia Civil. Entre ellos un Capitán que me reconoció enseguida.

- La ha liado usted buena, su cara está en todos los periódicos franceses. Que sepa que le han condenado a muerte por terrorismo y que en Madrid están por deportarle con su verdadero nombre…

Mi nombre supuesto, “Manuel Fuentes”, aparecía en la prensa gala como uno de los comandos más peligrosos de la OAS en Orán. A pesar del balazo que llevaba en el hombro me metieron, con las primeras curas aún frescas, en un coche de la Guardia Civil rumbo a Madrid.

En la antesala del despacho del general Franco los gritos no eran habituales, pero el Ministro de Asuntos Exteriores, Fernando Maria de Castiella, no dudó en dedicarme lo mejor de su repertorio, aplaudido por buena parte de los personajillos que rodeaban a Franco en el palacio de El Pardo.

- ¡Pero quién coño se ha creído usted que es!... ¡poniendo bombas en Argelia!... ¡un alto cargo del Servicio Exterior de la Falange!.... ¡Es usted un dinosaurio!. ¡Si le llegan a descubrir…no quiero ni imaginarme la reacción francesa!. ¡No necesitamos gente como usted creando problemas por ahí fuera¡. ¡¿Me entiende?!.... ¡Voy a acabar con su carrera!. ¡Bueno…pero qué digo!, ¡qué carrera, si es usted un simple camisa vie…

En eso estaba cuando entró Franco y el silencio se impuso en la sala. Con ademán gallego se acercó a mí lentamente.

- Gayarre, ha cumplido usted con la misión que personalmente le encomendé, diría que incluso con exceso de celo.... Nunca me ha gustado De Gaulle, lo que le hizo a Petain no lo hace un oficial ni un caballero. Les ha liado una buena, allá en Orán. A veces, tengo nostalgia de África, allí era todo más sencillo....
- La verdad es que sí, mi General.

A los allí presentes casi les dio un infarto cuando vieron que no le trataba de “Excelencia”. El general, esbozando una sonrisa al ver lo contrariado que estaba su Ministro de Exteriores, se despidió.

- Gayarre, cuando se encuentre bien de ese rasguño, venga a verme. Tengo un asunto que tratar con usted.

Se retiró por la misma puerta por la que había entrado con la misma parsimonia que un tabor de regulares. Estupefactos, empezaron a marcharse uno tras otro aquellos paniaguados de la corte franquista. Estoy seguro de que el viejo General me tenía afecto. Había pasado por la mesa de su despacho tantas veces,que sin duda pensaba que era una especie de chiste recurrente. Al fin y al cabo, una laureada, una palma de plata, una condena a muerte y un destierro no se acumulan llevando una vida tranquila.

- Sé que el 18 de julio morirá conmigo, pero, por favor, vengue a Carrero. Era un amigo y como españoles se lo debemos…. Confío en usted para tan delicada misión que... que ya no veré cumplida. Me queda poco. Gracias por los servicios extraordinarios que ha prestado a España, ha sido usted fiel a nuestra Patria y a sus convicciones, pese a que en muchas ocasiones no fueran las mías. Le tengo por un patriota y hombre de bien y quiero que sepa que le guardo un sincero afecto.

Lentamente el viejo general me tendió la mano y, al estrecharla, su otra mano cubrió la mía con entrañable afecto. Yo nunca había sido franquista, no había sido uno de esos aduladores de su corte. Ni siquiera me había alineado con los Girón y Arrese, falangistas cortesanos y buscaprebendas. Tal vez me refugié en esa vida militar del servicio exterior de Falange pensando en alejarme de aquella chusma de folclóricas, meapilas y curas del Opus.

Sin embargo, sentía un afecto especial por aquel anciano. No le odiaba y, con el tiempo, fue descubriendo la soledad de aquel militar gallego que había metido a España, aunque a empujones, en el primer mundo. Me daba pena, rodeado de aquellos cuervos que buscaban la continuidad en el timón de España de alguien que garantizara sus privilegios. Estas personas estaban muy lejos de los jóvenes criados en el Frente de Juventudes, de los obreros de las fábricas, de los conserjes excombatientes, de todas esas personas que no hubieran dudado en levantarse a una orden de su viejo general.

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Aquella breve llamada, recibida en el Hogar de la Falange en Buenos Aires, me había alegrado el día….

- Antonio, ya he enviado la corona. Mañana se lo diré a tu prima de Madrid.
- Gracias Manuel. Yo, en cuento pueda, le envió un telegrama.

Al día siguiente, Radio Nacional de España daba la noticia: José Miguel Beñarán Ordeñana, alias Argala, moría en el pueblo de Anglet (Iparralde) al estallar su vehículo por acción de una bomba colocada por un fantasmagórico Batallón Vasco Español. Las agencias de prensa en seguida se hicieron eco de que era uno de los asesinos de Carrero.

A veces, en la vida hay que aprender a delegar, especialmente si uno tiene otras cosas más importantes que hacer…y más difíciles. Ricardo “el Sastre” era uno de los dobles agentes del KGB más veteranos. Curtido en la clandestinidad del PCE en España, tras el asesinato de Carrero había puesto tierra de por medio. Instalado en el Buenos Aires de la dictadura se había infiltrado con éxito en “Montoneros” contribuyendo a su deriva comunista. Al tiempo se ganaba la amistad de los militares “gorilas”, vendiendo a quienes dentro de “Montoneros” se resistían a las directrices del “pequeño timonel”.

- Aquí lo podrás encontrar, fue él –dijo alargando una foto su viejo camarada Rafael-. Ten cuidado es un viejo zorro como tú. Por cierto, no será fácil salir del país, los “milicos” y “los montos” están a su alrededor, cualquiera que te coja….
- No te preocupes, estoy mayor para correr.

Un seco y certero disparo abatió al viejo espía comunista en el Café Español, casi al instante, sus guardaespaldas “montos” empezaron a tirotearme. Abatí a dos y salí como pude del café mientras el que quedaba se afanaba en recargar su Browning. Sangraba a mares del balazo que me habían dado en el estómago. Dos “milicos” de paisano enseguida me identificaron como al “monto” rebelde que se había “limpiado” a uno de sus mejores agentes en la organización. Tres disparos más terminaron conmigo en el suelo, no si antes vaciar mi cargador en uno de los “gorilillas de Videla”. Caí al suelo, mi espalda tocaba el ardiente asfalto del verano austral bonaerense… miraba al cielo azul, muy azul…como el de España.

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“D. Luis Gayarre Alonso, Coronel de Infantería, Camisa Vieja de la Primera Línea de Falange, Divisionario, Laureado de San Fernando, Palma de Plata de la Falange, Mutilado de Brunete. Fallecido por causas naturales…”.

- No sé si poner lo de “condenado a muerte e indultado” -dijo con cierta nostalgia el teniente Cifuentes.

Había desenterrado el cadáver de su padrino clandestinamente una calurosa noche de Buenos Aires y ahora redactaba un obituario para “El Alcázar”. Allí había sido enterrado con el nombre de su pasaporte y sin muchas preguntas gracias a la gestión llevada a cabo por su amigo Rafaelillo, “el Flecha de Coria”, ante el Coronel Seineldín, “el Turco”.

- ¿Dónde lo vas a enterrar?
- Junto a su madre y su hermana, para que por fin descanse…
- Me parece bien… al menos terminó su guerra.
- No Antonio, hay guerras infinitas, que no acaban nunca, ni cuando mueres, porque es la luz frente a las tinieblas… él lo entendió como nadie.

Dragases

Julius Evola: El Cuestionario de Ernst von Salomon (1954)

Julius Evola: El Cuestionario de Ernst von Salomon (1954)

En Alemania tuvo una triste fama el denominado “Cuestionario”: der Fragebogen. Era un formulario que había que llenar y que comprendía 131 preguntas, las cuales no solamente representaban un sistema de información sobre cada mínimo detalle de la persona, de la vida y de las actividades del interrogado, sino que implicaban un verdadero y propio “examen de conciencia”. La única diferencia estaba en que quien lo solicitaba no era la Iglesia sino el gobierno militar aliado.

Justamente con el título El Cuestionario Ernst von Salomon ha escrito un libro que ha tenido en Alemania una vasta resonancia y que ahora ha salido a través de Ediciones Longanesi en versión italiana con el título modificado de Yo sigo siendo prusiano (Io resto prussiano). Von Salomon es ya conocido por otros libros exitosos tales como La ciudad, Los proscriptos, Los cadetes. Aquí emplea casi 900 páginas para darle al aludido “cuestionario” aliado la respuesta deseada de acuerdo a su conciencia. Las diferentes preguntas son ocasiones para una especie de sugestiva autobiografía, que comprende al mismo tiempo el encuadre de acontecimientos, de experiencias y de encuentros de todo tipo, desde el período de la primera posguerra al de la ocupación aliada.

El rubro reservado a las “observaciones” es quizás el más impresionante: se refiere a todo aquello que el autor experimentó con los norteamericanos en sus campos de concentración. En su objetividad es un terrible documento respecto de una brutalidad inaudita, cuanto más odiosa en tanto ha sido producida por aquellos que presumieron de dar a su guerra el carácter de una cruzada en nombre de la humanidad y de la dignidad de la persona humana. Aun queriendo establecer un paralelo con aquello que pudo acontecer en algún campo de concentración alemán, aquí no era ahorrado ni el combatiente heroico, ni el general, ni el alto o digno funcionario, agregándose también aquellas personas arrestadas casualmente que no estaban en condiciones de responder sobre nada en especial. Lo cual fue el caso del mismo von Salomon, nunca inscripto en el partido nazi, y de su compañera, una judía protegida por éste en contra de las medidas anti-hebraicas, a la cual le había hecho poner un nombre falso. Ambos no fueron liberados sino después de más de un año de vida degradante, luego de haberse dado cuenta de que… se trataba de un equívoco.

Respecto al contenido del libro, queremos tan sólo hacer mención a todo aquello que se refiere a aspectos poco conocidos de las fuerzas políticas que en Alemania actuaron durante el advenimiento de Hitler y, en parte, también durante su dictadura. Tal como se ha dicho, Salomon no era nazi. Pertenecía más bien a aquel movimiento que puede denominarse como de la “revolución conservadora“. Luego del derrumbe de 1918 en Alemania tomó forma un movimiento múltiple de entonación nacionalista el cual se proponía la renovación resuelta de formas y métodos, conservando sin embargo los principios fundamentales de la tradición y de la concepción germánico-prusiana del Estado. Con este espíritu estuvieron animadas las formaciones de voluntarios que, al mando del capitán Erhardt, se batieron en la frontera oriental aun luego del derrumbe y que luego, al lado de otras corrientes, actuaron como fuerzas políticas en contra de la Alemania de Weimar, la socialdemocracia y el comunismo. Aquí la consigna era la “revolución desde lo alto”: es decir, una revolución que partiera del Estado y desde la idea de Estado y desde el concepto de autoridad legítima. Estos mismos ambientes forjaron entonces por vez primera la famosa fórmula del “Tercer Reich”.

Y bien, todo este nucleamiento vio en el nacionalsocialismo no tanto la realización cuanto la traición de sus ideas. Tal como dice von Salomon, el primer serio y gran tentativo del movimiento nacional de provocar un vuelco histórico decisivo partiendo desde lo alto, desde el Estado, fracasó a causa de la existencia de Hitler. Con Hitler, nos agrega, el acento decisivo del nacionalismo se desplazó del Estado al pueblo, a la pura autoridad de la nación como colectividad, y ello fue formulado en el hecho de que para defender una concepción política totalmente opuesta fue utilizada una terminología que se remontaba en gran parte al patrimonio tradicional germano-prusiano.

Todo sumado, nos dice Salomon, el régimen totalitario instaurado por Hitler no sale de los marcos de la democracia, más aun es una democracia exasperada en una especie de tribunado del pueblo. El poder se lo conquista a través de las masas, la legitimación formal del poder es recabada de las masas, mientras que el Estado tradicional autoritario se basa en la jerarquía y sobre un concepto autónomo y superior de la soberanía. Por esto von Salomon no podía ser nacionalsocialista; ni tampoco lo fueron muchos otros que, luego del advenimiento de Hitler y del “partido de masas”, se echaron atrás o bien se afiliaron al movimiento con la sola intención de accionar desde lo interno del mismo en el momento oportuno, luego de que hubiesen sido resueltos algunos problemas improrrogables de política interna y externa. Muchos de tales elementos figuraron entre aquellos que intentaron liberarse de Hitler en junio de 1944. Esta veta escondida de la “revolución conservadora” es en general muy poco conocida, a pesar de su importancia. También a tal respecto los libros de von Salomon son interesantes documentos.

Respecto del último punto, corría por Alemania la siguiente historieta. Se preguntaba: “¿Qué es peor, que se gane la guerra y los nazis sigan estando, o bien que se la pierda y que los nazis desaparezcan?” La respuesta humorista era: “Lo peor de todo es perder la guerra y que a pesar de ello los nazis sigan estando”. Von Salomon nos refiere que, aparte de la broma, los ambientes que le resultaban cercanos habrían considerado una cuarta posibilidad: Ganar la guerra y sobre la base de ello liberarse luego del gobierno de los nazis. Ello en la medida que aun sin ser tan radicales, se hubiese hablado de una acción que, partiendo de las fuerzas combatientes más puras, hubiese removido las estructuras del Estado totalitario tribunalicio en nombre del ideal de un verdadero Estado nacional jerárquico, en esto se habría quizás tenido la fórmula de un futuro mejor, válido no sólo para la Alemania sino quizá también para la misma Italia.

Roma, 2 de julio de 1954

Fuente: Centro Studi La Runa

Novedad: Diario de un Falangista de Primera Linea

Novedad: Diario de un Falangista de Primera Linea

Ediciones Nueva República

Frank Frazetta: La épica extraparlamentaria de los 70

Frank Frazetta: La épica extraparlamentaria de los 70

Para ver su obra, aqui.

Ernesto Milá: Ultramemorias (Vol. I)

Ernesto Milá: Ultramemorias (Vol. I)
Infokrisis.- EMInves acaba de editar la obra de Ernesto Milà, ULTRAMEMORIAS, Volumen I, subtitulado HISTORIA PINTORESCA DE 40 AÑOS DE EXTREMA-DERECHA. La obra completa se compone de dos volúmenes (la fecha de aparición del Volumen II está establecida para el 15 de septiembre de 2011).Se ha intentado evitar que esta obra fuera otra "historia" de la extrema-derecha en los últimos 40 años y se ha optado por dar unas pinceladas suficientes para describir cómo fue aquel tiempo y cuál fue el papel que le tocó representar a la extrema-derecha. Se desvelan algunos misterios de la época (el origen del terrorismo ultra, aspectos del 23-F) y se explica, finalmente, por qué fracasó todo un ambiente político que no supo adaptarse al tiempo que se aproximaba. Se trata de un testimonio personal, pero también supone la descripción de una época y de las ilusiones que pudieron ser y no fueron. El estilo es frecuentemente irónico, con pinceladas de humor, pero no se olvida el rigor en las explicaciones de las situaciones y en la descripción de los personajes. A pesar de tratarse de "memorias", el autor ha procurado no hablar solamente de sí mismo, sino, como puede leerse en el subtítulo, de un "fresco pintoresco de 40 años de extrema-derecha".
 
Descripción de la obra:
- Tamaño: 15 x 23 cm
- Páginas:  360 páginas
- Portada: peliculada
 
Precio de venta al público:
- 22,00 euros + 3,00 euros de gastos de envío
- Descuentos del 50% por compras de más de 9 ejemplares
Pedidos:  - eminves@gmail.com
 
INDICE DEL VOLUMEN I
Prefacio e intención         
 
Introducción
Recordando a Enzo desesperadamente         
Capítulo I
Falangistas valerosos        
Pinceladas de la época          
Una Guardia de Franco suicida        
Un juicio crítico rápido sobre el franquismo        
Un aparte sobre la izquierda falangista         6
La izquierda falangista y la anarquía        
Stanley Payne desmoralizando a intelectuales azules        
En el Círculo Doctrinal José Antonio      
Miserias del “hedillismo”        
Últimos coletazos del mundo falangista         

Capítulo II
Detenciones, cárcel, exilio          

En primera plana a mi pesar...        
Detenido en Montparnasse       
En la prisión parisina de La Santé        
Allí donde empezaron mis problemas: Barcelona 1971        
Camino del exilio        

Capítulo III
Intrahistoria ultra en el arranque de la transición        

En Fuerza Nueva       
Montejurra 76 dentro de la recomposición de la ultra       
Era jueves y la tarde había caído en las Ramblas...        
Las “fuerzas nacionales” frente a la transición        
Otro paréntesis sobre “Pertur”        
El falso diario de Argala. Así funcionaba el SEDEC        
Pequeña introducción al golpismo y a los golpeteros        
El I Congreso de Fuerza Nueva        
La irrelevante levedad del Frente Nacional de la Juventud       
Un par de provocadores        
El nacimiento del Frente Nacional de la Juventud        
Un mal giro en el Caso Papus       
El día a día activista del FNJ       
Diseñando la estrategia de la ultraderecha        
Desfile de ultras extranjeros por Barcelona        
Con el “jefe del Estado Mayor del gobierno italiano en el exilio”...        
París, la interminable        
Una zona del París mágico       
Golpistas de opereta y cursillos de pichiglás        
La muerte del FNJ, como su vida: aburrida y sin historia        

Capítulo IV
El Frente de la Juventud y el atajo golpista (1ª Parte)      

¿Qué fue la transición?       
Hybris activista       
Algunas pinceladas previas sobre el Frente de la Juventud       
El membrillo que llevó a la crisis       
Los alegres muchachos y muchachas del Frente de la Juventud       

Plan de la obra: Volumen II

Capítulo IV. El Frente de la Juventud y el atajo golpista (2ª Parte)

Capítulo V. 23–F, el fin de la transición
Capítulo VI.Lo que quedó de la ultraderecha
 
Capítulo VII. Tipologías insólitas
1. El camarada alcoholizado
2. El camarada delincuente
3. El camarada maricón
4. El camarada chivato
5. Los odiadores

Capítulo VIII. Vida sexual de la ultra 

Coda

Anexo: Psicopatología de la ultraderecha

 

Fuente: Infokrisis

Giménez Caballero: Carta a un compañero de la Joven España (1929)

Giménez Caballero: Carta a un compañero de la Joven España (1929)

Corrigiendo las últimas pruebas de este libro, architaliano, de Curzio Malaparte {(1) «En torno al casticismo de España». Prólogo y traducción de E. Giménez Caballero, Caro Raggio, editor.}, me llega una carta desde Goteborg, desde archiescandinavia. La carta es de un muchacho español como yo, que ha sido estudiante de letras como yo, embebido de tradición germanizante y occidental como yo, soldado como yo, lector universitario en una región nórdica de Europa como yo, y que se ha encontrado de pronto –en la vuelta fatal de nuestra generación– a Italia: como yo.

«Estoy atravesando la crisis del lector, españolizándome y sintiéndome cada vez más desinteresado de lo que no es español. Está aquí de lector de italiano Ercole Reggio, discípulo de Giovanni Gentile, con no sé qué cargo en el Instituto que le invitó a usted a conferenciar en Roma. Me está saturando de fascismo de buena ley. ¿No puede La Gaceta Literaria empujar en este movimiento de Sur contra Norte? Conviene llamar la atención de la gente hacia Italia. ¿Por qué no publicar en las ediciones de La Gaceta una traducción de Italia contra Europa, de Malaparte? Yo podría hacerla, y ponerla un prólogo. También convendría poner en español algunos estudios cortos de G. Volpe, el historiador; buenos ejemplos de historia en marcha, llena de vida. En España estamos perdidos. No interesa la historia ni la política. Yo fui de los que dijeron «no» en una encuesta de usted sobre política, hace un año. Y hoy diría «si». No a lo presente, claro, sino a lo que vendrá si nosotros sembramos... ¿Cuándo tendremos nosotros una España contra Europa?»

La contestación a esta carta, trémula de clarividencias inquietas, parida entre hielos y dolicocéfalos rubios, con una fiebre contenida, que es el mejor signo de los auténticos movimientos de generaciones nuevas, quiero verificarla en este prólogo mío, que hoy es una simple epístola sincrónica a un camarada lejano; pero que mañana pudiera ser una manifestación para muchos camaradas circuntornados.

Esa crisis del lector español –asaeteado de derrotas y pesimismos españoles, por una herencia, atroz, tres siglos, de criticismos, de dudas, de desconfiamos y de cobardías– la he sentido yo. No digo como nadie: sí como el que más. Ahí está, en un cajón, el libro mío que reflejó esa crisis –crisis que aún me persiste, y en la que debato mis horas más agudas. Un libro titulado El Fermento, novela autobiográfica del lector español, del pensionado español, del español que va a Europa, en misión patria, para reportar la levadura, el fermento europeo que habría de regenerarnos. Recuerdo que este libro, escrito de un tirón, tras mi primero, Notas marruecas de un soldado, se lo ofrecí una remota tarde a Pío Baroja, en la misma imprenta donde va a salir este prólogo. Baroja me dio una evasiva, sin verlo. Yo lo arrojé a una. esquina de mi estancia, y ahí está, sin moverse. Quizá ya para nunca.

Pero me puse a vivir y a actuar con la substancia de aquel libro. Por matrimonio, por lazo de sangre, corté amarras con el Norte. Por literatura, no cesé de bogar y bracear –nadador en campeonato único– hasta que logré un periódico como cualquiera de eso que se venía llamando Europa, hasta que logré que eso que se venía llamando Europa, me llamase a mí, no a recibir, sino a ofrecer. Como a un cualquier conferenciante de una cualquier alta cultura europea. No como al suramericano para mediatizarle con una beca, para sugerirle motivos de un libro galicista, anglosajonista o italicista, sino como a un español que tenía detrás de sí espíritu bastante para no aceptar ningún préstamo, si no lo deseaba. Que tenía, entre otras cosas, detrás de sí –querido camarada de Goteborg– una España contra Europa en la historia y en la literatura. Antes que Italia. Antes de que usted o yo pudiéramos pensar en traducir el libro de Malaparte, la Italia contra Europa, antes de que la palabra fascio irradiase sus divergencias por la nueva historia europea de la trasguerra.

Nudo y haz; Fascio: haz. O sea nuestro siglo XV, el emblema de nuestros católicos y españoles reyes, la reunión de todos nuestros haces hispánicos, sin mezclas de Austrias ni Borbones, de Alemanias, Inglaterras, ni Francias; con Cortes, pero sin parlamentarismos; con libertades, pero sin liberalismos; con santas hermandades, pero sin somatenismos.

Nodo, culmen, haz. Ya vio este fascismo Unamuno: «aquel culmen del proceso histórico de España, aquel nodo en que convergieron los haces del pasado para divergir de allí.»

¿Cuáles, los haces españoles de hoy? ¿Dónde? Sin duda era imposible hoy –todavía– la vuelta a ejecutar el nudo hispánico, porque apenas existían las divergencias, los haces. Por eso es un error decisivo considerar la situación actual de España como fascista.

Situación defensiva más que agresiva. De policía severa más que de irrespetuosos condotieros, de aventureros terribles, de infanzones arriscados.

Desde luego tiene razón Ortega y Gasset, al soñar que son precisas todas las divergencias previas, todos los regionalismos preliminares, todos los separatismos –sin asustarnos de esta palabra–, para poder tener un verdadero día el nodo central, un motivo de hacinamiento, de fascismo hispánico.

Por nubarrones disgregadores que anublen el horizonte, ningún patriota sincero deberá temer que nos arranque alguien nuestro yo.

Antes que Ortega –propulsor de las grandes comarcas– ya vio, también esto, Unamuno, al considerar los brotes de divergencias peninsulares. «No tienen otro sentido hondo los pruritos de regionalismo, más vivaces cada día, pruritos que siente Castilla misma; son síntomas del proceso de españolización de España, son prodromos de la honda labor de unificación. Y toda unificación procede al compás de la diferenciación interna y el compás de la sumisión, del conjunto todo, a una unidad superior a él.»

Eran débiles aún los disturbios, las divergencias, anteriores al 13 de Septiembre de 1923, en España. Reflejos, más que procesos. Retruques, más que golpes directos. Agracidad, más que madurez, sin bastante sentido nacional y radical aún.

Compárese la España multiforme del Cuatrocientos, la España prehacista, rica en partidismos, en feudalismos, en separatismos, en «Españas diversas y contrarias» –y esta España del novecientos, uniformada, provincial, centralista (no centralizada)– y se verá la diferencia de posibilidades duraderas.

Compárese tal misma España provincial y la Italia prefascista, y se verá que aquélla era un sueño gris, con despertares iluminados y subitáneos, que se apagaban y realumbraban breves momentos, mientras ésta –la Italia, anterior al Cisneros italiano, que es Mussolini– era un hervidero de ansias, de fascios, de haces, de minorías y estados, de tendencias unitarias, nunca bien conseguidas: un hervidero de risorgimento. Un risorgimento preparado por intelectuales, profesores, estudiantes, viejos republicanos, facciosos y garibaldinos, por gentes ilustres y conscientes, que en un momento dado supieron fundir todas sus ideologías oficiales y dispares en una sola –y única– entrañable.

¿Dónde han estado nuestro D’Annunzio, nuestro De Sanctis, nuestro Croce, nuestro Rajna, nuestro D’Ovidio, nuestro Corradini, nuestro Marinetti, nuestro Bontempelli, nuestro Missiroli, nuestro Gentile, nuestro Pirandello?

Pues sencillamente: han estado... aparte. Porque existían. Porque existen. Sustituyamos nombres y veremos que frente a Rajna o D’Ovidio, hay un Menéndez Pidal, creador de nuestra épica nacionalista; frente a Croce o Missiroli, hay un Ortega, creador de nuestra Idea nazionale; un D’Ors, amante de la Unidad; frente a D’Annunzio, Marinetti y Bontempelli, un Gómez de la Serna, creador del sentido latino y modernísimo de España, straccittadino y strapaesano a un tiempo; frente a Pirandello, un Baroja, un «Azorín», regionalistas como punto de partida en su obra y elevadores del conocimiento nacional de una tierra, creadores de anchos espejos; frente a Gentile, un Luzuriaga, en posibilidad de experimentos enérgicos, de instrucción... Frente a tantos otros, ilustres hacedores de nuestra Italia, un Maeztu, o un Araquistain, un Marañón, un Zulueta, un Sangróniz, un Castro, un Salaverría; &c. Y frente a Malaparte... Pero, ¿por qué frente a Malaparte? Malaparte detrás de él, siguiéndolo con respeto en muchas de sus afirmaciones. Delante de Malaparte, Miguel de Unamuno.

No en vano he titulado esta traducción –querido camarada, de Goteborg–, «En torno al casticismo... de Italia». Un título unamunesco. Por no hacerla aparecer con el titulo francés de L’Italie contre l’Europe... Otro título unamunesco también. Porque así como antes de que el fascismo de hoy surgiese en Italia hubo el hacismo de la España cuatrocentista, del mismo modo: antes de que Malaparte pensara su Italia contra Europa, pensó Unamuno su España contra Europa.

¡Qué gran asombro el mío al llegar a Roma –esa Roma tan absolutamente ignorada por mí, por nosotros, por toda una España de tres siglos– y encontrarme en aquella estancia de la vía Sixtina, despachito de La Voce, un fiero fascista –rodeado de señales de luchas y agresiones, espadas de esgrima, revólveres, piolets de montaña y alpe– que me pregunta como primera, única e interesante cosa: ¿E il vostro Unamuno? ¿Y sus grandes ensayos sobre vuestro casticismo?

Aquel fiero fascista joven era Curzio Malaparte, que sabía, antes de escribir sus piezas de política bélica, nacional y religiosa, existente en España, un espíritu, un alto espíritu, que se había propuesto las mismas radicales cuestiones suyas: «No europeizar a España, españolizar a Europa», «no Norte contra Sur, sino Sur contra Norte»; «bien, abrir todas las ventanas a los vientos europeos, pero retorno al chapuzón de lo castizo, de la intra-historia, de la tradición, de la humanidad oceánica, silenciosa y eterna de España» . «Alerta a vidas como la de Loyola».

Casticismo, bárbaro septentrión, civilizadísimos, Loyola, catolicismo, contrarreforma: todos términos existentes en los ensayos de Unamuno y que luego reaparecerían, por analogía o sincronismo, en la prosa heráclida de Curzio Malaparte.

¡Qué tragedia, y qué error esta bipartición triste de España en los de acá y los de allá! No ver, los que se llaman de Unión Patriótica, en esos que se llaman liberales, latente una gran España, una sacra continuidad, no por ser liberales, sino por soñar con amor, fervor y conocimiento, en una España abierta. Una stracittá. Y no ver los que se llaman liberales que –en muchos de éstos que se llaman de Unión Patriótica– puede existir un fondo sano y rudo y eterno de casticismo, de mantillo terruñero, de autoctonía sagrada, de España cerrada. Un Strapaese.

He ahí la fórmula del patriotismo exacto dada por el mismo Unamuno: «El desarrollo del amor al campanario sólo es fecundo y sano cuando va de par con el desarrollo del amor a la patria universal humana; de la fusión de estos dos amores, sensitivo sobre todo el uno, y el otro sobre todo intelectual, brota el verdadero amor patrio».

Y en otro lugar: «El regionalismo y el cosmopolitismo, son dos aspectos de una misma idea, y los sostenes del verdadero patriotismo; que todo cuerpo se sostiene del juego de la presión externa con la tensión interna».

Por consiguiente –hoy– en España: ningún miedo a la corriente cosmopolita de Moscú; ningún miedo tampoco a la corriente casticista de Roma. Ninguna de las dos nos arrancarán nuestro yo. Sino que lo fortificarán, lo revelarán. En el siglo XV, nuestro hacismo, se forjó al compás de esas dos mismas corrientes: por un lado, el franciscanismo comunista y universal; por otro lado, la expulsión del infiel, del moro. Abrir España con San Francisco. Cerrar España con Santiago.

El resultado fueron nuestros fascistas, que se llamaron exactamente; comuneros.

¡Los comuneros, sí; los seguidores de reyes españoles auténticos, de reyes naturales, los que dieron su cuello por defender la entrada de alemanes, franceses y holandeses! Por defender a España de eso que bajo el nombre de luteranismo, reforma, enciclopedismo, liberalismo, democracia, socialismo –en suma– nordismo, iba a sepultar para siglos en la decadencia y la abyección, a la comunísima y universalísima y catolicísima España, hacedora de la primera nación de Europa, inauguradora de Europa –conquistadora, en nombre de la Europa de entonces que era España –de todo eso que se llama hoy Nuevo Mundo, país del progreso y de la civilización.

El mérito de Malaparte en Italia ha consistido en señalar, sin vacilaciones, una vía de conducta que en España ya había señalado Unamuno, con vacilación.

La salvación de Italia –dice Malaparte– está en la Contrarreforma: en depurar y expulsar todo el espíritu enemigo de la Reforma, que toma aspecto religioso porque es, en el fondo, profundamente político.

Donde Malaparte dice: «espíritu de la Reforma», hay que traducir tres naciones: Francia, Inglaterra, Alemania. O sean tres vencedores por tres siglos de España e Italia.

¿Cómo es –se pregunta Malaparte, crispado– una España e Italia, estos dos países civilizados hasta la Reforma, son, a partir de la Reforma, los países bárbaros, los trogloditas, y los otros, los auténticamente bárbaros, pasan a ser los civilizadísimos? ¿No habrá en el fondo de esa subversión una simple falta de verdad, una treta política, lanzada intencionadamente por los vencedores?

Nada de asimilaciones –reafirma bravamente Malaparte–. Nada de europeizaciones de Italia y de España. Italia, como España y como Rusia, son inaptas, por naturaleza, para asimilar el espíritu nórdico y occidental, se traicionarían, se perderían irremisiblemente. Nada de pasar por la vergüenza de una Reforma, de un Liberalismo, de una Democracia: formas nórdicas y occidentales que repugnan a nuestra íntima constitución.

Italia, contra Europa. España, contra Europa. Rusia, contra Europa. Y en eso estarán sus funciones esencialmente europeas.

 Yo sé que ha de causar escándalo en nuestros inmediatos antepasados –querido camarada de Goteborg– el que nosotros, como saliendo de un sueño de tres siglos, tornemos las miradas del Norte y del Occidente –ídolos de otras generaciones–, tendiéndolas decididos al Sur y al Oriente. Las dos vías eternas y auténticas de la auténtica y eterna España. Porque Moscú –hoy– pudiera ser para nosotros el Monte Carmelo de ayer, el fermento cristiano, oriental, que hará falta siempre a España para activar su circulación. Santa Teresa y San Juan de la Cruz, al atacar al luterano, a Europa, tuvieron más de comunistas cristianos que de otra cosa.

El nihilismo ortodoxo de San Juan de la Cruz, la fe en la noche oscura del alma, fue algo como genuinamente ruso de España. Si España acierta a ver en Rusia lo que Rusia trae de cristiano y de universal y separarlo de lo que trae de judaico y anticristo –no tiene por qué temerla.

Del mismo modo, en la Roma de hoy puede alentar el espíritu castizo de San Ignacio. Malaparte, a quien únicamente compara con Loyola, es a Mussolini. Contrarreforma.

Loyola, el castizo pariente de Unamuno, el venerable sueño de Unamuno, el del chaleco negro, cerrado y loba blanca, el primer hacista o fascista en lucha contra Norte y Occidente.

Causará escándalo que nosotros descubramos a Italia –querido compañero–. Esa Italia mediterránea, ridícula, fracasada y superficial, de nuestros mayores. Esa Italia que sólo conocíamos por el bel canto y la filología románica. Como la hubiera podido conocer un escandinavo. ¡Nosotros españoles, nosotros que hablamos romano, que surgimos de la barbarie ibera, gracias a Roma, que dimos a Séneca y Lucano y a San Isidoro, que aprendimos a hacer versos corteses en Lombardía, que aprendimos humanismo en Nápoles, en Bolonia, y guerras en el Milanesado, que produjimos a Góngora, la esencia máxima del cultismo latino... en el preciso momento –ese, de Góngora– en que la Reforma –los nórdicos y los occidentales– intervenían en nuestra amistad y relación, en nuestro nodo mediterráneo, separándonos y extrañándonos para tres siglos, haciéndonos que sólo nos encontrásemos –españoles e italianos– en un común desprecio de aldea natal y alabanza de corte europea.

¡No somos europeos, no somos europeos! –hemos plañido lacrimosamente, durante tres siglos, españoles e italianos. ¡Pobres italianos! –decían los españoles, riéndose–. ¡Pobres españoles! –exclamaban riéndose los italianos–. Y se despreciaban ferozmente.

Pero, entre tanto, españoles e italianos, querían españolizar e italianizar Suramérica, la América latina.

Grandmontagne me decía una noche en San Sebastián: «Yo tengo en mi casa un colchón para tumbarme a patalear de risa cuando oigo que quieren aquí europeizar a España y españolizar allí a América».

Sólo nosotros –querido camarada de Goteborg– podemos empezar ya a darnos cuenta del porvenir de eso que se ha llamado el hispanoamericanismo, o el latinoamericanismo, o el iberoamericanismo.

¡Qué terminachos esos! ¡Qué cosa absurda esa! ¡Qué imperialismo pobre y fantástico ese!

Términos que respondían y responden a una España, a una Italia, a un Portugal, vueltos por tres siglos a Europa, dominados y gozados tres siglos por Europa, y que creyeron llegada su hora ecuménica en el momento de saberse bien la lección nórdica y occidental.

Mientras nosotros estemos pendientes del «espíritu de la Reforma», como diría Malaparte (de Francia, Inglaterra, Alemania), ¿cómo vamos a pretender que los suramericanos, descendientes nuestros, estén pendientes de nosotros y no de Norteamérica, donde alienta con multiplicada fuerza el «espíritu de la Reforma», el espirita de Francia, Inglaterra y Alemania? A una España que sólo cree en la cultura nórdica, ¿cómo va a responder sinceramente una América que crea en una cultura del Sur, en una cultura española?

Mientras nosotros estemos pendientes del último libro francés, o inglés, o alemán, ¿cómo vamos a pretender que Portugal nos mire con respeto, y que Gibraltar deje de ser un quiste?

Mientras nosotros –los colonizadores de América– estemos pendientes de los métodos colonistas de Llautey, ¿cómo vamos a resolver con grandeza el problema de Marruecos, de África?

Si Méjico va significando algo frente a Yankilandia, es porque en Méjico no hacen ya caso de meridianos, y potencian por vía rusa o india la esencia cristiana, humana, universal que llevan en la sangre hispánica de sus venas.

Nuestra generación tiene una enorme misión, querido camarada. Quizá una ingratísima misión. Volver proas y tajar mares. Atravesar tormentas, odios, incomprensiones y bajezas. Rectificar brújulas. Y doblar cabos de buenas esperanzas.

Nuestra hora no es de hoy ni de mañana.

Hoy no seríamos comprendidos y atendidos en esta unidad, aún no natural en nuestro país. Forzada.

Mañana, la reacción liberalizante, tampoco nos comprenderá ni nos atenderá. Pero las vías están abiertas. Las rutas, señaladas. Vengan subversiones, desmembramientos inquietudes, conmociones, luchas.

Nuestro espíritu español, archiespañol, de hacistas, de comuneros futuros, está ya vigilante y no morirá. Resucitará magnifico en venideras generaciones, en un porvenir otra vez ecuménico y humano.

Entretanto, ábrannos brechas, preparemos haces, flechas, nodos. Traduzcamos, prediquemos, estudiemos. Conozcamos a fondo, bien a fondo, ahí en el Norte y Occidente, los escondrijos del enemigo.

Yo, director y fundador de La Gaceta Literaria, no he querido infiltrar de ninguna, otra política que la purísima de la cultura, esta publicación honesta, generosa, estrictamente literaria, que siendo universalista es también peninsular. Y por eso este libro sale fuera de sus ediciones, a una editorial libre.

Pero no hay que olvidar –querido camarada de Goteborg– que si usted fue uno de los jóvenes que hoy se arrepienten de haber dicho no a la política, yo fui el único en aquella famosa encuesta que no dijo su palabra.

Hoy exclamo mi sí rotundo fuera de mi periódico, sin dañarlo, respetándolo amorosamente. Yo, escritor que ama la literatura, pura, por misticismo profesional. Pero que antes, como Curzio Malaparte –camarada sincrónico italiano– intervine en guerra, me intervino la justicia y el rigor de aquellos que se llamaban liberales, por creerme derrotista, cuando no hacía mis Notas marruecas sino lo que Curzio Malaparte en su Rivolta dei santi maledetti: cantar la infantería proletaria, cantar el primer fascismo, el que abominaba de una era histórica, liberalizante, corroída, irresoluta, bellaca, de verdadero antiguo régimen europeo.

Y convocar a todos los jóvenes espíritus de nuestro país para preparar el resurgimiento hispánico –nuestro risorgimento–, aprovechando todas las fuerzas auténticas del pasado y porvenir. No las falaces, las que pasarán como pasa –y cuando pasa– la vida de un hombre.

Que esta epístola a usted –amigo y compañero de Goteborg–, además de servir de prólogo a Curzio Malaparte, sirva de algo más; de carta ancha, magna, para los jóvenes muchachos españoles que quieran pasar por ella su conciencia en madrugada.

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