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La memoria de la Otra Europa

En la red: La Guerra infinita (bitibajk)

En la red: La Guerra infinita (bitibajk)

Era difícil caminar…la sangre resbalaba por mi pierna a pesar de que Mercedes me había taponado la herida con esmero. La bala sólo había hecho carne, pero al saltar por la ventana del Cuartel de la Montaña había caído mal y me dolía.

No dejaba de ver los rostros de los camaradas, sus ojos inertes en aquella habitación agujereada por la ametralladora que “El Campesino” había situado en dirección a la plaza de España. La explosión de una granada me había hecho caer por la ventana, donde estaba acurrucado disparando con una del nueve largo, me lo había cambiado por el mauser el bueno de Santi después de que me dieran el balazo.

- Tira con ésto que con una mano te vale….

Tras rodar barranco abajo, me arrastre por el pequeño arroyo que había en la parte de atrás. Allí me encontré con un miliciano muerto y no dudé en ponerme su mono y taponándome la herida me dirigí al único lugar seguro que estaba cerca.

Mercedes era de esas chicas, que son tan guapas que te da miedo invitarlas al cine. Me ocultó en su sótano hasta que presa de los nervios y temiendo por mi madre y mi hermana decidí salir.

- No vayas Luís, todos sabes que eres de Falange y te estarán esperando…. Yo les llevaré un mensaje… los legionarios y las centurias de Valladolid marchan sobre Madrid... será cuestión de días.

- Mercedes… tengo que ir, tengo que sacarlas de Madrid como sea.

- Eres un cabezón…. Toma esta pistola y ten cuidado. Cuando vuelvas tenemos que hablar.

Su mano acarició mi rostro y me dio un beso que me hizo olvidarlo todo durante un segundo. No sabía que era la última vez estaría con ella. Su cadáver apareció una semana después en un descampado de Villaverde. Apenas a doscientos metros de donde habían aparecido los cuerpos acribillados de madre y de mi hermanita.

Empezaba entonces una guerra que no terminaría nunca.

Parecía increíble que algo tan frágil pudiera sobrevivir en aquellas circunstancias. Entre el humo y la metralla, seguía viva aquella flor, diminuta y bella, incluso entre el ruido sordo de las granadas de mortero. Muchos se trajeron de Rusia recuerdos de hielo y amputación, de traición y hambre en un campo de concentración. Yo, en cambio, preferí traerme ese trozo, también blanco, de la lejana Rusia. Tal vez, mi alma ya estaba saciada de sangre y muerte. Con apenas 18 años había pelado durante tres en las milicias de Falange, buscando una revolución que no llegaba y apagar un odio ciego, nacido una tarde de agosto en un descampado de Villaverde.

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Las manos de mi hermanita estaban manchadas de la sangre de mi madre... había cubierto con su cuerpo a Clara, seguramente esperando que el mismo destino que la había llevado allí la salvara en el último momento. No pudo ser. Cuando llegué sus cuerpos ya estaban fríos; un camarada de la Primera Línea de Falange y antiguo jonsista, conocido como “Fitis”, les acompañaba. Estaba tan conmocionado que no recuerdo ni el tiempo que estuve allí. Una mano tocó mi espalda levemente.

- ¡Oiga, oiga...!.

Era la voz suave de un señor anciano y demacrado que tiraba de un carrito tirado por una mula. Llevaba el cadáver reventado a culatazos de un chico de unos 15 o 16 años. Al ver que fijaba mi mirada en él, una voz seca y de ultratumba, que no parecía la suya, contestó:

- Es mi hijo Antonio, seminarista...

Aquella última palabra era una explicación en si misma, me hizo razonar y salí levemente del aturdimiento. El hombre, con ojos todavía llorosos, me agarró del brazo.

- Debemos irnos, si le cogen aquí y siendo joven, lo matan.

Subimos los cuerpos al carrito y fuimos a Móstoles, pueblo natal de padre e hijo. Nada más llegar fuimos al cementerio, era ya de noche, y a la luz de un candil enterramos a los tres juntos en una tumba falsa. En tan difícil trabajo nos ayudó un vecino de Eugenio, aquel hombre muerto en vida, que roto por el destino, mascullaba oraciones. Fuimos luego a su casa y en un viejo papel escribí lo sucedido tres veces; una copia para cada uno, alguno de los tres sobreviviría y podría recuperar los cuerpos en un futuro.

Esquivando a las patrullas de milicianos logré alcanzar Guadarrama, y subiendo por la sierra, tras unos días de hambre y silencio, un reguero de camisas azules me iluminó la vista. Llegaba a Ávila.

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- Pasa camarada, ¿Has comido algo?.

Quién hablaba era un viejo camarada de Madrid, Marcelino Cifuentes, “Cifu”, que estaba al mando de una centuria que peleaba en Somosierra.

- Sí, algo me han dado. Gracias por la gestión. Me alegro de saber que si me pasa algo alguien se encargará de los cuerpos.

- Nada hombre, mi familia es la tuya para lo que quieras.

- ¿Y lo otro? –inquirí-.

- Bueno... hay un problema.... Los jefes no te quieren en el frente, quieren que vayas a Barcelona y te encargues de alguien.

Suavemente, sobre la mesa, dejó una foto de un hombre con uniforme soviético sonriente.

- Que lo haga otro.... O al frente o a Madrid.

- Mira… les tengo localizados, dos de la V columna están cerca de ellos todo el rato.... Ya tendrás tiempo.... Esto es muy importante. En Barcelona no queda nadie, tú conoces la ciudad y nadie se acuerda de ti allí…. Luego te prometo que te mando a Madrid o dónde haga falta, a un palabra tuya los mando eliminar….

- ¡No!, ¡son míos!. ¿¡Me oyes!?... ¡m-í-o-s¡... ¡Si alguien los toca, le mato!.

“Cifu” se asustó, nunca me había visto así. Aquel chico tranquilo y amable que alistó junto a él en el SEU le agarraba descompuesto, con los ojos brillantes y rojos como los de quién no duerme desde hace días.

- Está bien Luís, tranquilo…nadie los tocará…, pero lo de Barcelona es importante… Es cosa de Franco.

- Vale Marcelino… perdona… yo….

- ¡Tranquilo hombre!. Sabía que entrarías en razón. Mañana te cuento los detalles. Y ahora un pacharán de Navarra, como en los viejos tiempos…

Román era un hombre, de todo, menos agradable. Forjado como estibador del puerto de Barcelona había sido un histórico de la CNT barcelonesa. Gatillo fácil, verbo corto, en los sucesos de mayo del 37 lo había perdido todo. Su sección había sido barrida por las milicias del PSUC, y su propio hijo había sido asesinado por pistoleros de la NKVD estalinista. A él, sólo le salvo su enorme prestigio, una intervención “in extremis” de Cipriano Mera y el hecho de que no había participado en las sacas de derechistas cometidas por la FAI, dónde tampoco le sobraban los amigos.

Por órdenes de Madrid se encontraba bajo arresto domiciliario acusado de “socialfascismo” y seguramente le esperaba un juicio sumario y un paredón. Mi misión en Barcelona pasaba por contactar con él y ofrecerle una fuga, a cambio me ayudaría a matar al asesino de su hijo que no era otro que mi objetivo en Barcelona.

- Sí señor… muy buena esta documentación del PCE.
- Entonces, Román, ¿hay trato?….
- Mucha gracia no me hace… ustedes los fascistas no son muy de fiar y en cuantico pise zona nacional me limpian el forro -alegó-.
- Tal vez un pasaje Marsella-Buenos Aires, con su hija Paula, le resulten más atractivos.
- Sí… la verdad es que sí…. Ahora bien, usted es consciente de que sólo tendría que gritar por esa ventana y los perros de ahí fuera le darían “matarile”.
- Bueno, serían entonces dos fusilados….
- ¡No es usted la alegría de la huerta precisamente!, -dijo Román entre irónico y feliz-.

Dos certeros disparos acabaron con la vida de Nicola Ricci, comisario de la NKDV en Barcelona y miembro del PCE con el nombre supuesto de Francesco Rotellí. Román se acercó al cadáver clavándole dos veces una navaja de un palmo a la altura de las costillas. Miguelito, su hijo, había conocido a tan siniestro personaje en una cheka que PSUC tenía en la calle del Clavel. Tras tres días de torturas había muerto de un tiro en la cabeza en una cuneta tras haber delatado a todos los miembros de su sección de la CNT que estaban ocultos en la Barceloneta tras los sucesos de mayo del 37.

- Por si acaso… que no me gusta tener que mirar por encima del hombro.

Corrimos por las calles del barrio gótico y en un coche facilitado por un viejo “faista” nos trasladamos hasta la frontera. Allí un pastor, también anarquista, nos hizo cruzar hasta Perpiñán donde un veterano “cruz de fuego” nos acogió unos días. Los agentes comunistas batían el Rosellón en nuestra búsqueda y tuvimos que pasar una temporada en un convento de clausura de los concepcionistas hasta que la red franquista en el sur de Francia pudo facilitar la salida de Román y su hija Paula para Buenos Aires.

- Adiós y buena suerte. Si algún día quieres volver a España localízame a través de la embajada y lo gestionamos.
- No sé yo si el enano y yo somos compatibles…suerte y salud amigo, tal vez si gente como tú y como yo nos hubiésemos conocido mejor España hubiera conocido mejores horas y menos sufrimientos
- Tal vez, o nos hubiésemos matado mejor….

Luís estrechó la mano de Román afectuosamente y le metió en el bolsillo un sobre con el dinero suficiente para empezar de nuevo en aquellas lejanas tierras de la Argentina. Todavía no sabía que el destino me llevaría allí unos años después a requerimiento del General Perón.

La sangre manchaba mis manos y no era la primera vez.... Aún recuerdo la sangre de Javier, falangista turolense, confundida con el rojo bordado de su uniforme. Era Rusia, cerca de Leningrado, y aquel muchacho jovial y valiente había sido partido en dos por una ráfaga de ametralladora. Su cuerpo inerte lo pudimos arrastrar hasta retaguardia y por la noche, musitando la oración de los caídos, le dimos cristiana sepultura en un tierra donde era muy difícil creer que Dios existiera.

Recuerdo que a la luz del candil de la choza ví mis manos manchadas de sangre y tierra, salí al frío y las froté con la nieve helada hasta que casi no las notaba.

- ¡Qué haces hombre!... ¡se te van a congelar!.

El sargento Eulogio era el de la reprimenda, casi sin pedirlo me puso una taza de caldo en las manos.

- Era un buen chico este Javier.
- ¿Se acuerda que siempre andaba con lo de “En Gea si que hace frío, ésto de aquí es pa señoritingos de la capital…”?.
- La verdad es que el buen humor no le faltaba.

Al mirarme las manos, de nuevo ensangrentadas, recordé casi de inmediato aquel día en Rusia. Fueron días y sensaciones difíciles de olvidar. Y ahora, después de casi 20 años, volvía a tener entre mis manos el cuerpo de un joven muerto. En la manga de su camisa un rudimentario brazalete escribía un resumen de su vida: “OAS.”.

Los dos tiros que la gendarmería móvil le había acertado en la espalda eran los suficientemente certeros como para que Jean Luc Gudrat no viera las hermosas playas de Alicante. En el último velero de Orán habíamos salido él, yo y otros 25 franceses de Argelia perseguidos por De Gaulle y el FLN. Cientos de embarcaciones inundaban la ruta hacía Alicante ya que Francia había bloqueado sus puertos a sus propios nacionales. Sólo Franco se digno a acoger y ayudar a aquellos europeos, muchos de ellos republicanos españoles, que habían hecho de Argelia su hogar y parte de su Patria. Asesinado por su propio ejército Jean Luc Gudrat fue enterrado como un patriota y un soldado al llegar a tierra española.

Nada más llegar a la orilla me lavé las manos en las cristalinas playas alicantinas. Las miraba con tal fijeza que los oraníes me miraban extrañados esperando algún tipo de instrucción. Al poco, llegó la Guardia Civil. Entre ellos un Capitán que me reconoció enseguida.

- La ha liado usted buena, su cara está en todos los periódicos franceses. Que sepa que le han condenado a muerte por terrorismo y que en Madrid están por deportarle con su verdadero nombre…

Mi nombre supuesto, “Manuel Fuentes”, aparecía en la prensa gala como uno de los comandos más peligrosos de la OAS en Orán. A pesar del balazo que llevaba en el hombro me metieron, con las primeras curas aún frescas, en un coche de la Guardia Civil rumbo a Madrid.

En la antesala del despacho del general Franco los gritos no eran habituales, pero el Ministro de Asuntos Exteriores, Fernando Maria de Castiella, no dudó en dedicarme lo mejor de su repertorio, aplaudido por buena parte de los personajillos que rodeaban a Franco en el palacio de El Pardo.

- ¡Pero quién coño se ha creído usted que es!... ¡poniendo bombas en Argelia!... ¡un alto cargo del Servicio Exterior de la Falange!.... ¡Es usted un dinosaurio!. ¡Si le llegan a descubrir…no quiero ni imaginarme la reacción francesa!. ¡No necesitamos gente como usted creando problemas por ahí fuera¡. ¡¿Me entiende?!.... ¡Voy a acabar con su carrera!. ¡Bueno…pero qué digo!, ¡qué carrera, si es usted un simple camisa vie…

En eso estaba cuando entró Franco y el silencio se impuso en la sala. Con ademán gallego se acercó a mí lentamente.

- Gayarre, ha cumplido usted con la misión que personalmente le encomendé, diría que incluso con exceso de celo.... Nunca me ha gustado De Gaulle, lo que le hizo a Petain no lo hace un oficial ni un caballero. Les ha liado una buena, allá en Orán. A veces, tengo nostalgia de África, allí era todo más sencillo....
- La verdad es que sí, mi General.

A los allí presentes casi les dio un infarto cuando vieron que no le trataba de “Excelencia”. El general, esbozando una sonrisa al ver lo contrariado que estaba su Ministro de Exteriores, se despidió.

- Gayarre, cuando se encuentre bien de ese rasguño, venga a verme. Tengo un asunto que tratar con usted.

Se retiró por la misma puerta por la que había entrado con la misma parsimonia que un tabor de regulares. Estupefactos, empezaron a marcharse uno tras otro aquellos paniaguados de la corte franquista. Estoy seguro de que el viejo General me tenía afecto. Había pasado por la mesa de su despacho tantas veces,que sin duda pensaba que era una especie de chiste recurrente. Al fin y al cabo, una laureada, una palma de plata, una condena a muerte y un destierro no se acumulan llevando una vida tranquila.

- Sé que el 18 de julio morirá conmigo, pero, por favor, vengue a Carrero. Era un amigo y como españoles se lo debemos…. Confío en usted para tan delicada misión que... que ya no veré cumplida. Me queda poco. Gracias por los servicios extraordinarios que ha prestado a España, ha sido usted fiel a nuestra Patria y a sus convicciones, pese a que en muchas ocasiones no fueran las mías. Le tengo por un patriota y hombre de bien y quiero que sepa que le guardo un sincero afecto.

Lentamente el viejo general me tendió la mano y, al estrecharla, su otra mano cubrió la mía con entrañable afecto. Yo nunca había sido franquista, no había sido uno de esos aduladores de su corte. Ni siquiera me había alineado con los Girón y Arrese, falangistas cortesanos y buscaprebendas. Tal vez me refugié en esa vida militar del servicio exterior de Falange pensando en alejarme de aquella chusma de folclóricas, meapilas y curas del Opus.

Sin embargo, sentía un afecto especial por aquel anciano. No le odiaba y, con el tiempo, fue descubriendo la soledad de aquel militar gallego que había metido a España, aunque a empujones, en el primer mundo. Me daba pena, rodeado de aquellos cuervos que buscaban la continuidad en el timón de España de alguien que garantizara sus privilegios. Estas personas estaban muy lejos de los jóvenes criados en el Frente de Juventudes, de los obreros de las fábricas, de los conserjes excombatientes, de todas esas personas que no hubieran dudado en levantarse a una orden de su viejo general.

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Aquella breve llamada, recibida en el Hogar de la Falange en Buenos Aires, me había alegrado el día….

- Antonio, ya he enviado la corona. Mañana se lo diré a tu prima de Madrid.
- Gracias Manuel. Yo, en cuento pueda, le envió un telegrama.

Al día siguiente, Radio Nacional de España daba la noticia: José Miguel Beñarán Ordeñana, alias Argala, moría en el pueblo de Anglet (Iparralde) al estallar su vehículo por acción de una bomba colocada por un fantasmagórico Batallón Vasco Español. Las agencias de prensa en seguida se hicieron eco de que era uno de los asesinos de Carrero.

A veces, en la vida hay que aprender a delegar, especialmente si uno tiene otras cosas más importantes que hacer…y más difíciles. Ricardo “el Sastre” era uno de los dobles agentes del KGB más veteranos. Curtido en la clandestinidad del PCE en España, tras el asesinato de Carrero había puesto tierra de por medio. Instalado en el Buenos Aires de la dictadura se había infiltrado con éxito en “Montoneros” contribuyendo a su deriva comunista. Al tiempo se ganaba la amistad de los militares “gorilas”, vendiendo a quienes dentro de “Montoneros” se resistían a las directrices del “pequeño timonel”.

- Aquí lo podrás encontrar, fue él –dijo alargando una foto su viejo camarada Rafael-. Ten cuidado es un viejo zorro como tú. Por cierto, no será fácil salir del país, los “milicos” y “los montos” están a su alrededor, cualquiera que te coja….
- No te preocupes, estoy mayor para correr.

Un seco y certero disparo abatió al viejo espía comunista en el Café Español, casi al instante, sus guardaespaldas “montos” empezaron a tirotearme. Abatí a dos y salí como pude del café mientras el que quedaba se afanaba en recargar su Browning. Sangraba a mares del balazo que me habían dado en el estómago. Dos “milicos” de paisano enseguida me identificaron como al “monto” rebelde que se había “limpiado” a uno de sus mejores agentes en la organización. Tres disparos más terminaron conmigo en el suelo, no si antes vaciar mi cargador en uno de los “gorilillas de Videla”. Caí al suelo, mi espalda tocaba el ardiente asfalto del verano austral bonaerense… miraba al cielo azul, muy azul…como el de España.

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“D. Luis Gayarre Alonso, Coronel de Infantería, Camisa Vieja de la Primera Línea de Falange, Divisionario, Laureado de San Fernando, Palma de Plata de la Falange, Mutilado de Brunete. Fallecido por causas naturales…”.

- No sé si poner lo de “condenado a muerte e indultado” -dijo con cierta nostalgia el teniente Cifuentes.

Había desenterrado el cadáver de su padrino clandestinamente una calurosa noche de Buenos Aires y ahora redactaba un obituario para “El Alcázar”. Allí había sido enterrado con el nombre de su pasaporte y sin muchas preguntas gracias a la gestión llevada a cabo por su amigo Rafaelillo, “el Flecha de Coria”, ante el Coronel Seineldín, “el Turco”.

- ¿Dónde lo vas a enterrar?
- Junto a su madre y su hermana, para que por fin descanse…
- Me parece bien… al menos terminó su guerra.
- No Antonio, hay guerras infinitas, que no acaban nunca, ni cuando mueres, porque es la luz frente a las tinieblas… él lo entendió como nadie.

Dragases

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