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La memoria de la Otra Europa

Agapito Maestre: Pio Baroja, Miserias de la guerra

Agapito Maestre: Pio Baroja, Miserias de la guerra
En el cincuentenario de su muerte, la editorial Caro Raggio ha publicado una novela inédita de Pío Baroja. Al margen de las revistas especializadas y de un par de suplementos literarios, pocas reseñas y aún menos comentarios he visto de esta obra póstuma de uno de los grandes narradores del siglo XX. Resulta extraña esta escasez crítica, sobre todo si reparamos en que el tema, la II República y la Guerra Civil, coincide con una de las principales cuestiones que interesan a la política cultural del Gobierno Zapatero. Es como si se quisiera ocultar la visión vivida, pero distante y objetiva, que nos ofrece Baroja de esa época.
La visión barojiana de esos años es, en efecto, la de un espectador escéptico y alejado de cualquier forma de sectarismo ideológico, que contrasta con el partidismo de las cientos de "novelitas" que están editándose sobre ese tiempo en los últimos años. Quizá sea esa proliferación de "novelitas" ideológicamente estupidizadas, o sea políticamente correctas con los tópicos de una izquierda dogmática y totalitaria, la principal explicación de que esta novela no esté presente en el debate cultural y político. Mejor, pues, ocultar la novela de Baroja, dicen los responsables del tinglado político y cultural, porque su objetividad y maestría pudiera terminar fácilmente con la arbitrariedad y faramalla ideológica de los sobrevalorados "nuevos" novelistas hispánicos.
 
Miserias de la guerra, que no pudo ser publicada en vida de Baroja por problemas con la censura franquista, pone en cuestión a mucho saltimbanqui literario que ha convertido la Segunda República en una Arcadia Feliz. La obra es un testimonio espeluznante sobre la incultura, la violencia y los crímenes de una triste época de España que sin embargo, según Rodríguez Zapatero, es la fuente ideológica clave de nuestra democracia. Si el severo Baroja levantase la cabeza y tuviese ocasión de oír tal aserto de Zapatero, estoy convencido de que se volvería horrorizado a su tumba. Nada más lejos de una república burguesa y liberal, pacífica y dialogante, que la Segunda República a los ojos de Baroja.
 
El lector de esta obra comprobará, desde la primera hasta la última página, que la II República fue un fracaso, que ineludiblemente condujo al horror de la Guerra Civil. Más aún, quien haya leído esta novela ya no podrá comprender la Revolución de 1936, por utilizar el lenguaje de Baroja, sin percatarse del nacimiento y desarrollo de la II República. Una no es sin la otra. La República trajo inexorablemente la guerra.
Sin embargo, hay políticos e ideólogos, entre otros Rodríguez Zapatero, empeñados en separar el régimen republicano de la guerra civil. Imposible. Eso es una manera de "revivir" teatralmente, ideológicamente, aquella época desconociendo por completo el pasado, su historia. Eso es lo que ha hecho, en cierto modo, la izquierda con la República, convertirla en algo peor que un mito, en un tabú. Una mezcla extraña, que renuncia a conocer de verdad el pasado, la historia, a la par que se afana por volver a vivirlo bajo una representación ficticia, una falsificación del presente, es la principal función de este tabú.
 
Esta novela tiene que ser leída como antídoto contra esa enfermedad del alma, ese cruel tabú, que a la vez que se ofusca en desconocer el pasado lo utiliza para falsificar el presente. El saldo de Miserias de la guerra no puede ser más preciso. Desde el comienzo de la República estaba augurado el desastre. El horror fue terrible en los dos bandos, pero las miserias del terror impuesto por la izquierda en Madrid en los últimos años de la República convirtieron la capital en un infierno. Las torturas llevadas a cabo en las checas madrileñas, llega a decir Baroja, no tuvieron parangón:
 
"Me hubiese gustado estar en Madrid durante la guerra en una embajada, afrontando, claro es, el peligro de las bombas, pero caer en una checa (...) debía ser un horror".
En fin, haría bien Zapatero en tomar nota de esta cita de Baroja:
 
"La República comenzó aquí con las clásicas pedanterías de los revolucionarios. Decretó la abolición de la pena de muerte, y luego ha resultado que no ha habido en España época en que se haya matado más gente".
 
Y es que no hay recuperación de la memoria histórica que no pase por la memoria pasionis. Quien lea a Baroja sabrá que toda memoria, incluida la histórica, lleva su cruz.
 
Baroja retrata, con la desnudez ejemplar de su estilo, lo sucedido en Madrid durante la República y la Guerra Civil. Finge seguir los diarios de un militar y diplomático inglés, Carlos Evans, que vive en Madrid durante esa época. Más tarde, cuando Evans decide dejar Madrid por el peligro que corría, recoge todo lo que sucede a través de la correspondencia que el británico recibe en París a partir de 1938. El libro es un testimonio durísimo contra la actuación e ideología de los que él llama "rojos", y por ello se ciñe con mucha objetividad a los hechos auténticos. Tan real es que se diría que estamos ante un nuevo "episodio nacional" de Benito Pérez-Galdós.
 
En efecto, los personajes son los verdaderos protagonistas porque tienen de fondo una historia auténtica y magistralmente documentada. El saldo histórico es contundente: la República no tuvo que ver nada con un sistema democrático. El anticlericalismo y los desordenes públicos estaban por todas partes. La República fue, sencillamente, un caos completo regido por políticos mediocres e incompetentes.
 
Si la psicología de Baroja es siempre certera, y de tajo seco, en esta obra actúa como el hachazo de los hombres duros de su tierra. No hay piedad con los miserables. España, la España trágica y miserable, respira por todas sus palabras como un vaho de animal salvaje y terrorífico. Obstinado en hallar en la realidad hispana fisonomías heroicas, durante la Segunda República y la Guerra sólo se encontró miseria y mediocridad.
 
 
Pío Baroja: Miserias de la guerra. Caro Raggio, 2006; 351 páginas.
 

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