Blogia
La memoria de la Otra Europa

La palabra y el concepto de Guerrillero. Carl Schmitt,

La palabra y el concepto de Guerrillero. Carl Schmitt,

El corto resumen de algunos acontecimientos y nombres conocidos, con el que intentamos la primera descripción del horizonte de nuestro estudio, ya permite percibir la inmensa abundancia del material y de la problemática. Es aconsejable, por lo tanto, precisar algunas características y criterios a fin de que la exposición no se vuelva abstracta e indefinida. A una primera característica ya la hemos mencionado justo al principio de nuestra exposición, cuando partimos del hecho que el guerrillero es un combatiente irregular. El carácter regular se manifiesta en el uniforme del soldado, que es más que una vestimenta profesional puesto que demuestra un dominio de lo público, siendo que, con el uniforme, también se porta el arma exhibiéndola de un modo abierto y ostensible. El soldado enemigo uniformado es el verdadero blanco para el disparo del guerrillero moderno

Como otra característica adicional se nos impone hoy el intenso compromiso político que distingue al guerrillero de otros combatientes. No hay que perder de vista este carácter intensamente político del guerrillero aunque más no sea porque hay que diferenciarlo del delincuente y del criminal violento común cuyos motivos están orientados a un enriquecimiento privado. Este criterio conceptual del carácter político tiene (exactamente invertida) la misma estructura que el aplicable al pirata del Derecho Marítimo, cuyo concepto se relaciona con el carácter apolítico de una inconducta orientada al robo y al lucro privado. El pirata tiene, como dicen los juristas, el animus furandi. El guerrillero combate en un frente político y es precisamente el carácter político de su accionar el que otorga nuevamente validez al sentido original de la palabra “partisano”. Es que la palabra proviene de partido e indica el vínculo con un partido o grupo que de alguna forma se encuentra combatiendo, haciendo la guerra o actuando en forma política. Esta clase de vínculo partidario se vuelve especialmente fuerte en épocas revolucionarias.

En la guerra revolucionaria, la pertenencia a un partido revolucionario implica nada menos que la integración total. Otros grupos y asociaciones, especialmente también el Estado actual, ya no pueden integrar a sus miembros y participantes de una forma tan total como lo hace un partido revolucionario combatiente con sus combatientes activos. En la amplia discusión sobre el llamado Estado total todavía no se ha llegado a tomar conciencia de que, hoy en día, no es el Estado como tal sino el Partido revolucionario el que constituye la verdadera – y básicamente la única – organización totalitaria. [11] Desde un punto de vista organizacional, en el sentido del rígido funcionamiento del mando y la obediencia, incluso debería decirse que cierta organización revolucionaria es superior en este aspecto a la de algunas tropas regulares y que tiene que producirse cierta confusión en el Derecho Internacional cuando la organización como tal se convierte en el criterio para establecer lo regular, como ha sucedido en la Convención de Ginebra del 12 de Agosto de 1949. (Cf. más adelante).

En alemán “Partisan” significa “partidario” (Parteigänger); alguien que marcha con un partido; y el significado concreto de esto ha sido muy diferente en distintas épocas, tanto en lo referente al partido o frente con el cual alguien marcha, como en lo que hace a su participación en la marcha, en la militancia, en la lucha y eventualmente incluso en la prisión conjunta. Existen partidos que hacen la guerra, pero también hay partidos en el proceso jurídico, partidos de la democracia parlamentaria, partidos de opinión y de acción, etc. En los idiomas románicos la palabra puede ser empleada de modo sustantivado o adjetivado: en francés se habla incluso del partisan de alguna opinión; en síntesis: una denominación genérica de múltiples significados de pronto se convierte en una palabra altamente política. Los paralelos lingüísticos con una palabra générica como status, que de pronto puede significar Estado, se hacen evidentes. En épocas de disgregación, como en el Siglo XVII por la época de la Guerra de los Treinta Años, el soldado irregular termina en la cercanía de bandoleros y merodeadores. Hace la guerra por cuenta propia y se convierte en un personaje de novela picaresca, como el pícaro español de Estebanillo Gonzales quien tuvo que ver con la batalla de Nördlingen (1635) y que relata esa batalla con el estilo del soldado Schwejk; o como se lo puede releer en el Simplizius Simplizissimus de Grimmeishausen y observar en los aguafuertes y carbonillas de Jacques Callot. En el Siglo XVIII, el “partidario” perteneció a los panduros, a los húsares, y a otras clases de tropas ligeras que libraban la llamada “pequeña guerra” como tropas móviles dedicadas al “combate individual”, en contraposición a la “gran guerra”, más lenta, de las tropas de línea. Aquí, la distinción entre regular e irregular está pensada de una forma puramente militar y de ninguna manera equivalente a lo legal e ilegal, entendidos en el sentido jurídico del Derecho Internacional y del Derecho Constitucional. En el guerrillero actual la mayoría de las veces se borran y se superponen los dos pares de contraposiciones de regular-irregular y legal-ilegal.

Agilidad, rapidez, sorprendente cambio de ataque y retirada; en una palabra: elevada movilidad, son aún hoy una característica del guerrillero y dicha característica aumenta todavía más por medio de la tecnología y la motorización. Sólo que la guerra revolucionaria disuelve a los dos pares de contraposiciones y surgen innumerables formaciones y grupos semi- y para-regulares. El guerrillero que combate con las armas siempre queda dependiendo de la colaboración con alguna organización regular. Precisamente el colaborador de Fidel Castro en Cuba, Ernesto Che Guevara, enfatiza esto de forma muy especial [12]. Consecuentemente, ya la colabroración entre regulares e irregulares produce algunas escalas intermedias, incluso en los casos en los que un gobierno, de ningún modo revolucionario, convoca a la defensa del territorio nacional contra un conquistador extranjero. En estos casos, la guerra masiva y la guerra limitada se entremezclan. Ya desde el Siglo XVI se encuentra en los Reglamentos para esta clase de misiones, la denominación de “partisano” [13]. Veremos todavía dos importantes ejemplos de una reglamentación formal de guerra nacional (Volkskrieg) y guerra local (Landsturm) que intentaron reglamentar la guerra de guerrillas. Por el otro lado, también el conquistador emite reglamentaciones para el combate contra guerrilleros enemigos. Todas estas normativas se encuentran ante el difícil problema de una regulación de lo irregular hecha conforme al Derecho Internacional – es decir: válida para ambos bandos – con miras a, por un lado, el reconocimiento del guerrillero como combatiente y su tratamiento como prisionero de guerra y, por el otro lado, al respeto de los derechos de la fuerza de ocupación militar. Ya hemos indicado que en esto surgen algunas controversias jurídicas y volveremos sobre la disputa relacionada con los francotiradores de la guerra franco-germana de 1870/71 después que hayamos echado un vistazo a la situación jurídica internacional.

Ante la rápida transformación del mundo es muy comprensible la tendencia generalizada a la modificación e incluso al cambio de los conceptos tradicionales – los conceptos clásicos como hoy suele decirse [14]. Esto atañe también al concepto “clásico” – si es que se lo puede llamar así – del guerrillero. En “El Partisano” (Der Partisan) de Rolf Schroers, un libro muy importante para nuestro tema publicado en 1961, el luchador ilegal y activista clandestino de la resistencia, está presentado como el auténtico tipo de guerrillero [15]. Se trata aquí de un giro conceptual, orientado principalmente a determinadas situaciones internas alemanas de la época de Hitler, y como tal, es importante. La irregularidad es reemplazada por la ilegalidad y el combate militar por la resistencia. En mi opinión, esto implica una amplia redefinición del guerrillero protagonista de las guerras nacionales por la independencia y omite considerar que también la revolución operada en la guerra no ha obviado la relación militar existente entre el ejército regular y el combatiente irregular.

En algunos casos la redefinición llega hasta una simbolización genérica y a la dilución del concepto. En virtud de ello, al fin y al cabo cualquier rebelde individual o cualquier inconforme podría llegar a llamarse guerrillero, más allá de si piensa aún en absoluto tomar algún arma en la mano [16]. Esto, como metáfora, no necesariamente habría de ser improcedente; yo mismo la he utilizado para caracterizar figuras y situaciones de la filosofía de la Historia [17]. En un sentido figurado “ser Hombre significa ser combatiente” y el individualista consecuente combate sencillamente por cuenta propia y, si es valiente, incluso a propio riesgo. Resulta así, pues, partidario de si mismo. Estas diluciones conceptuales constituyen signos de nuestra época, tan dignos de atención que merecen una investigación específica [18]. Sin embargo, para una Teoría del Guerrillero, tal como aquí se la entiende, no hay que perder de vista algunos criterios para que el tema no se esfume en una generalidad abstracta. Estos criterios son: irregularidad, incrementada movilidad del combate activo e incrementada intensidad del compromiso político.

Quisiera también fijar un cuarto carácter adicional del auténtico guerrillero; ése que Jover Zamora ha denominado como su carácter telúrico. Este carácter es importante para la situación del guerrillero que es básicamente defensiva a pesar de toda su movilidad táctica, ya que su esencia cambia cuando se identifica con la absoluta agresividad del revolucionario mundial o con una ideología tecnicista. Dos estudios del tema especialmente interesantes para nosotros – el libro de Rolf Schroers y la disertación de Jürg. H. Schmid sobre la posición jurídica internacional del guerrillero – coinciden básicamente con este criterio. La fundamentación de esta posición sobre el carácter telúrico me parece necesaria para destacar el caracter defensivo – esto es de limitación de la enemistad - de un modo espacialmente evidente y aislarla de una justicia abstracta con pretensiones absolutas.

En relación con los guerrilleros que combatieron durante 1808/13 en España, el Tirol y Rusia esto queda claro sin dificultad alguna. Pero también los combates guerrilleros de la Segunda Guerra Mundial y de los años subsiguientes en Indochina y otros países, que quedan suficientemente delineados con los nombres de Mao Tse-tung, Ho Chi-minh y Fidel Castro, permiten comprender que sigue estando íntegramente vigente el vínculo con el suelo, con la población autóctona y con la característica geográfica especial del país – montaña, bosque, selva o desierto. El guerrillero está y sigue diferenciándose, no sólo del pirata sino incluso del corsario, del mismo modo en que pueden diferenciarse la tierra y el mar en sus condición de diferentes espacios elementales en dónde tienen lugar tanto el trabajo humano como los conflictos bélicos entre los pueblos. La tierra y el mar no sólo implican diferentes vehículos para conducir la guerra y diferentes teatros de operaciones militares; sino que han desarrollado diferentes conceptos de la guerra, el enemigo y el botín [19]. El guerrillero representará un tipo específicamente terrestre del combatiente activo, por lo menos mientras sean posibles las guerras anticolonialistas sobre nuestro planeta [20]. El carácter telúrico del guerrillero se pondrá todavía más en relieve cuando lo comparemos con personajes marítimos típicos y cuando tratemos el aspecto espacial más adelante.

Sin embargo, incluso el guerrillero autóctono de procedencia agraria termina atraído por el campo gravitatorio del irresistible avance tecnoindustrial. Con ello, su movilidad resulta tan incrementada por la motorización que corre peligro de quedar completamente desarraigado. En las situaciones de la guerra fría se convierte en un técnico del combate invisible, en saboteador y en espía. Ya durante la Segunda Guerra Mundial existieron unidades de sabotaje con adiestramiento guerrillero. Un guerrillero así motorizado pierde su carácter telúrico y termina siendo tan sólo la herramienta portátil e intercambiable de una central poderosa, impulsora de una política mundial, que lo activa tanto en la guerra abierta como en la invisible y lo vuelve a desactivar según lo demanden las circunstancias. También esta posibilidad existe en su vida actual y una Teoría del Guerrillero no debe dejar de considerarla. Con estos cuatro criterios – irregularidad, movilidad incrementada, intensidad del compromiso político y carácter telúrico – además de considerar las posibles consecuencias provenientes de una progresiva tecnificación, industrialización y desagrarización, hemos delineado el horizonte de nuestro examen desde el punto de vista conceptual. Abarca desde el guerrillero de la época napoléonica hasta el guerrillero bien equipado de la actualidad; desde el Empecinado hasta Mao Tse-tung, Ho Chi-minh y Fidel Castro. Es un campo muy grande acerca del cual la historiografía y la ciencia militar han producido un material enorme que incluso aumenta todos los días. Lo utilizaremos en la medida en que nos es accesible e intentaremos extraer del mismo algunos conocimientos necesarios para la Teoría del Guerrillero.

[11] A esto, la glosa 3 al artículo »Weiterentwicklung des totalen Staates in Deutschland« (1933), impreso en la colección »Verfassungsrechtliche Aufsätze« (Duncker & Humblot) Berlin, 1958, pág. 366

[12] Ernesto Che Guevara, On Guerrilla Warfare; with an Introduction by Major Harries-Clichy Peterson, (Frederick A. Praeger, New York) 1961, p. 9: It is obvious that guerrilla warfare is a preliminary step, unable to win a war all by itself. Cito de esta edición porque la edición original española y las demás traducciones me fueron conocidas posteriormente.

[13] Manuel Fraga Iribarne indica en su artículo Guerra y Politica en el siglo XX que existen decretos franceses sobre la resistencia contra una invasión enemiga ya desde 1595 (en la colección Las Relaciones Internacionales de la Era de la guerra fria, Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1962, p. 29 n. 62); utilizan las palabras partisan y parti de guerre; Cf. Nota 27.

[14] Cf. mi conferencia »El orden del mundo después de la segunda guerra mundial«, Madrid, Revista de Estudios Políticos, 1962, N°. 122, pág. 12, y Verfassungsrechtliche Aufsätze 1958, Op.Cit. Palabra »Klassisch« en el índice temático pág. 512

[15] Rolf Schroers, Der Partisan; ein Beitrag zur politischen Anthropologie, Köln (Kiepenheuer & Witsch) 1961. Sobre este libro, especialmente importante para nuestro tema, volveremos frecuentemente. Cf. Nota 16, 47. Schroers distingue con justa razón al guerrillero de agente, funcionario, espía o saboteador. Por el otro lado, lo identifica con el combatiente de la resistencia en general. Frente a ello, sigo sosteniendo los criterios indicados en el texto y espero tener, con ello, una posición más clara que hace posible una discusión fructífera.

[16] Hans Joachim Seil, »Partisan« (Eugen Diederichs Verlag, Düsseldorf, 1962), una novela con excelentes e interesantes descripciones psicológicas y sociológicas de las figuras de la nobleza y de la burguesía de Alemania Federal en la situación del año 1950.

[17] He descripto p.ej. a Bruno Bauer y a Max Stirner como Partisanos del espíritu universal; como p.ej. en un artículo sobre Lorenz von Stein, en el año 1940 (Bibliographie Tommissen N° 202 y 303) y en una conferencia sobre Donoso Cortés de 1944 (Bibliographie N° 49 y 283, 287). En un artículo escrito en oportunidad del 250 aniversario del fallecimiento de J. J. Rousseau, en la Zürcher Woche N° 26 del 29 de Junio de 1962, haciendo referencia a Rolf Schroers y a H. J. Sell traje a colación la figura del guerrillero para aclarar la controvertida figura de J.J. Rousseau. Desde entonces pude conocer un artículo de Henri Guillemin J. J. Rousseau, trouble-fête, en el cual esta interpretación parece confirmarse. Guillemin es el editor de »Lettres écrites de la Montagne« de Rousseau (Collection du Sablier, Editions Ides et Calendes, Neuchâtel) 1962, con un importante prólogo.

[18] Mientras Schroers (Nota 13) ve al guerrillero como la última defensa contra el nihilismo de un mundo completamente tecnificado, como el último defensor de la especie y el suelo, y hasta como el último Hombre en absoluto, en Gerhard Nebel (Unter Partisanen und Kreuzfahrern, Stuttgart, Ernst Klett Verlag, 1950) el guerrillero aparece, a la inversa, como una figura del nihilismo moderno que – como destino de nuestro siglo – abarca a todos los estratos y a todas las profesiones, al sacerdote, al campesino, al intelectual y por lo tanto también al soldado. El libro de Nebel es el diario de guerra del soldado alemán de los años 1944/45 en Italia y en Alemania y valdría la pena comparar su descripción de los partisanos de la Italia de aquél entonces con la interpretación de Schroers (Op.Cit. pág, 243). En forma especial, el relato de Nebel describe excelentemente el momento en que un gran ejército regular se disuelve y termina, o bien siendo muerto por la población que lo considera mera gentuza, o bien comienza a matar y a saquear, constituyéndose una situación en la que ambos bandos podrían llamarse partisanos. Si Nebel, más allá de sus buenas descripciones, califica a los pobres diablos y atorrantes de “nihilistas”, la expresión no deja de ser más que un condimento, propio de la época. Hoy esto es casi de rigor, de la misma manera en que al “pícaro” del Siglo XVII le correspondía algo de teología escolástica. Ernst Jünger, Der Waldgang (Frankfurt am Main, 1951, Editorial Vittorio Klostermann) construye al Waldgänger (el habitante, o caminante, del bosque) al cual a veces también llama partisano, como una “Figura” en el sentido de su figura del “Trabajador” (1932). El individuo aislado, rodeado de aparatos, no da por perdida la partida aparentemente sin esperanzas sino que desea continuarla con sus propias fuerzas interiores y “se decide a transitar el bosque”. “En lo que se refiere a su lugar, hay bosque por todas partes” (pág. 11). Getsemaní, p.ej. el Monte de los Olivos que conocemos de la historia de la Pasión de nuestro Salvador, es “bosque” en el sentido de Ernst Jünger (pág. 73). Pero también lo es el “daimonion” de Sócrates (pág. 82).  Según esto al “profesor de Derecho y al profesor de Derecho Político” se le niega la capacidad de darle a quien transita el bosque “el equipamiento necesario. Los poetas y los filósofos ven mucho mejor el plan a afirmar”. (pág. 126) Las verdaderas fuentes de la fuerza las conoce solamente el teólogo. “Como teólogo, todo el que sabe es comprendido... “ (pág.95).

Autor: Carl Schmitt,

0 comentarios