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La memoria de la Otra Europa

El sentido histórico de Ramiro Ledesma

El sentido histórico de Ramiro Ledesma Hay dos formas extremas de vivir la Historia: o se la vive de un modo pasivo, al modo oriental, sintiéndose aprisionado, embargado, ensimismado en el destino histórico, o se la vive de un modo activo, al modo occidental, sintiéndose conscientemente árbitro, conocedor y cooperador del destino que impulsa y guía la Historia. Contadísimos y muy geniales hombres son capaces de vivirla del modo último, y, por tanto, solamente de ellos puede decirse que poseen sentido o sensibilidad para percibir y notar el rumbo de la Historia. También solamente para éstos la Historia es esencialmente un acontecer, y han sido ellos quienes divulgaron este término, del cual todo el mundo usa y abusa sin ningún género de reparos.

El conocimiento y dominio de la Historia que posee este tipo de hombres raros, audaces y geniales no es el del historiador. Al contrario, ese espécimen de hombres que son los historiadores suele vivir del primer modo, al estilo oriental, sumidos en el pasado, y, por ello, sólo nos cuentan de la Historia lo que ha pasado, cuando, además, son capaces de precisarnos lo que ha pasado; pero jamás se atreverán a ofrecernos, aunque sea subrepticiamente, la figura ingrávida de lo que pasará, y, si lo hacen, su visión del porvenir padece de tales obnubilaciones que suele inducirnos a caer en errores garrafales. La verdad de su Historia alcanza y acaba en el día de hoy. Un hoy indefinido, sin fin y sin principio, ya que no se arriesgan a decirnos ni a dónde va ni de dónde proviene la Historia. El ex abrupto es para ellos el fin y el principio de la Historia, la concluyen ex abrupto y la comienzan ex abrupto. Son gentes sin albedrío –y esto nace de su carencia de sentido histórico–, y no se atreven a traspasar y remontar la etapa histórica en que se apoyan y de que se nutren sus ideas acerca de la Historia. Pocos son los historiadores que se apartan de su grey; pero cuando algunos lo hacen, entran en la categoría de los grandes políticos y de los grandes filósofos; es decir, de los excelsos creadores y animadores y educadores de pueblos.

El político consumado –no conviene referirse ahora al filósofo– es en sí mismo el sentido de la Historia. De ahí que, de una o de otra manera, es conocedor y dictador, conoce y dicta aquello que hay que hacer, y que hacerlo representa la conquista de la dirección de la Historia. Algo todavía más cesáreo: conoce y dicta las leyes a que habrá de atemperarse la vida de la Historia. Y cuando las leyes no bastan, crea las fuerzas que habrán de regir el futuro de la Historia. El pasado jamás se presenta a este hombre como el único título que legitime y que justifique sus empresas actuales y venideras. Muy al contrario, contra el imperio absorbente del pasado, en cuanto quiere imponerse a lo actual e impedir su realización, va a recobrar este hombre, que se dispone a concederle una autoridad condicionada por lo que coadyuva a la tarea actual de rehacer el curso de la Historia.

Y no quiere decirse con todo lo anterior que el sentido histórico del político genial no alcance también al pasado y que la Historia no sea para él más que un magno acontecer. Pues un hombre de esta especie es quien entraña en sí el pasado e intuye la Historia sub specie aeternitatis, o el que contempla en sí la Historia como un acontecer y un permanecer, como un pervivir en el curso del mismo vivir. Por una parte, creen que son los verdaderos continuadores de las esencias vivas e imperecederas del pasado; por otra parte, creen que lo que ellos sienten y hacen no desaparecerá con el tiempo actual, sino que perdurará y prevalecerá en los tiempos venideros. Lo que hacen lo hacen creyendo que es de un valor incalculable y que será indestructible en la Historia. Lo que los acucia no es interés inmediato o un interés pasajero, que complace por su transitoriedad, sino un interés que desborda el momento de su aparición y que repercutirá permanentemente en la vida de la Historia.

El sentido histórico concierta en sí dos supuestos indefectibles de la Historia: el de su estabilidad y el de su inestabilidad. La Historia no puede ser, como propenden a sostener ciertos autores, un puro acontecer, simple realidad móvil. Tras lo móvil resta algo inamovible. Es lo mudable en lo inmóvil. No cabe que se hable de sentido histórico donde todo es mudable. Y de la misma manera, tampoco es posible si la Historia es una realidad quiescente, inmutable. Por ejemplo, el oriental ni posee sentido histórico ni lo necesita, dado que la Historia se le ofrece como un todo inmóvil, petrificada en su religiosidad, en sus costumbres, en sus artes y en sus saberes, y en ella vive sumido durante milenios, creyendo que su misión se reduce a ajustar sus actos a los cánones invariables de la Historia. Si existe algún cambio y mutación es tan lento, de un ritmo tan pausado, que nadie lo advierte, o, cuando esto tenga lugar, ya habrá dejado de ser actual.

Pero, en correlación con esos dos supuestos objetivos, aparecen otros dos supuestos subjetivos del sentido histórico, que son memoria y previsión. Ante una Historia inmutable, el hombre no sólo carecerá de memoria, sino que no la necesitará, pues allí donde nada acontece, cambia o se transforma, nada es preciso recordar, todo es presente y nada puede pertenecer a un pasado. También carecerá de previsión, y no la necesitará, puesto que nada tiene que prevenir ni esperar, si todo es en el momento actual. El león carece y no necesita ni de memoria ni de previsión; te basta simplemente el instinto para existir; porque el modo de vivir y el repertorio de actos que tiene que practicar en el fondo de la selva son siempre idénticos a los que practicaban sus antepasados de hace cuatro mil años. ¿Qué tiene que recordar o qué tiene que presentir que no haya experimentado cada individuo de la especie de los leones?

El occidental se inclina, ultrapasando toda medida y proporción, a comprender la Historia como una realidad mudable, como la sola realidad arquetipo de la movilidad. De ahí su creencia general de que la Historia es simplemente cambio y acontecimiento, y de ahí sus ideas concordes de fenómeno, proceso, transformación, progreso y libertad, con las cuales ha intentado captar conceptualmente una realidad en perenne huida de sí misma. El occidental, en mayor o menor grado, vive en una disyuntiva entre lo que ya fue y lo que aún será. Una tal disyuntiva constituye una verdadera tragedia cuando el sentido histórico no compagina la memoria con la previsión, lo que acaba de pasar con lo que va a suceder. Si así no lo hace, es posible que yerre, y que, o perciba, a la manera de Heráclito, que sólo el cambio es lo real, o perciba, a la manera de Parménides, que lo real es la inmovilidad. Y este error de visión es fatal para todos los hombres, pero principalmente para el político que quiera dirigir la Historia.

Sin sentido histórico no suscita pasiones la Historia. La pasión se suscita cuando se siente que su misión sólo es realizable en una determinada coyuntura de la Historia. Nadie se batiría ayer mejor que hoy, y nadie lucharía con denuedo por incrustar lo que a uno mueve en el hueco que le ofrece la Historia, si en ella no jugase un activo papel la urgencia y la necesidad. Pero es en la Historia donde aparecen con facciones desmesuradas la urgencia y la necesidad. ¡Ahora o nunca!, es la medida de la desesperación en que vivimos. El destino mismo decreta que es inaplazable la tarea de un hombre, y éste la acomete altivo cuando se siente cooperador de lo que exige la Historia. Los grandes capitanes, un César o un Napoleón, carecen de ánimo para esperar que vengan tiempos propicios; ellos son el tiempo que arrecia con pasión irrefrenable. Y en esa pasión se contagian y se inflaman los demás hombres. Por la manera como se baten y como se sacrifican por conseguir el objeto de su pasión se deduce que no importa tanto lo que pasa como lo que queda en la Historia. No sobre lo que pasa, sino sobre lo que queda, se edifica la continuidad de la Historia.

Al lector parecerá todo lo anterior un prólogo demasiado largo para introducirnos al sentido histórico de Ramiro Ledesma. Pero me permitirá advertirle que no lo concebí como un prólogo, sino como un epílogo, el cual encierra los conceptos más generales que se desprenden de la visión que Ramiro tuvo de la Historia. Un poco apresuradamente y a grandes trazos, puesto que no otra cosa permite el breve espacio concedido a un artículo, traducimos en conceptos la esencia del sentido histórico de Ramiro Ledesma, el político genial que desbordó concepciones y posiciones anacrónicas y se constituyó en guía de los quehaceres reservados a las Juventudes de España.

En concordancia con su sentido histórico, el apasionado y laboriosísímo esfuerzo de Ramiro se pone al servicio de una política que permita, «la contribución española a la transmutación mundial». Toda su política se condensa en la frase final del Discurso a las Juventudes de España: «Quizá la voz de España, la presencia de España, cuando se efectúe y logre de un modo pleno, de a la realidad transmutadora su sentido más perfecto y fértil, las formas que la claven genialmente en las páginas de la Historia universal.»

El léxico inquieto de Ramiro reincide en la palabra transmutación para expresar tanto la índole de su visión como la índole de la realidad histórica con que hay que contar y a la que hay, que cooperar. No nota simplemente un cambio en los objetos, sino también en los sujetos que enrola la transmutación. Antes eran sus paladines las masas obreras; ahora lo son las juventudes nacionales: «Parece, camaradas, que todos los presagios coinciden hoy en señalar firmemente con el dedo a las actuales juventudes españolas como las únicas fuerzas creadoras y liberadoras de que la Patria dispone.»

El sentido histórico se halla siempre implantado en un tiempo actual. La misma memoria que él presupone y requiere es también una pervivencia del pretérito en la actualidad. Memoria, la viva y la verdadera, no es el relato que consta en los cronicones, sino la experiencia indeleble que florezca del pasado en el presente del espíritu. «A los efectos de nuestro presente, dirá, la tradición histórica es apenas válida. Sólo es estimable de ella lo que llegue a nosotros como valores vivos, buenos o malos, y que florezcan y alienten a nuestra vera.»

Así es que el sentido histórico de Ramiro, fundado sobre una memoria y experiencia vivas, declaraba la ruptura entre el pasado y el porvenir de España. «Resumimos así el panorama de los últimos cien años: Fracaso de la España tradicional, fracaso de la España subversiva (ambas en sus luchas del siglo XIX), fracaso de la Restauración (Monarquía constitucional), fracaso de la dictadura militar de Primo de Rivera, fracaso de la República. Vamos a ver cómo sobre esa gran pirámide egipcíaca de fracasos se puede edificar un formidable éxito histórico, duradero y rotundo. La consigna es: ¡REVOLUCIÓN NACIONAL!»

Autor: Manuel Souto Vilas

1 comentario

Ramirista -

Muy buen artículo.
Yo lo leí en la web NUESTRA REVOLUCIÓN, alojada en el dominio: www.ramiroledesma.com donde hay una biblioteca con más de 100 textos dedicados a Ramiro Ledesma.
No estaría mal que figurase un enlace a la misma en vuestro blog.