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La memoria de la Otra Europa

Tolkien, el redescubrimiento del mito

Tolkien, el redescubrimiento del mito

 

Corrían los años 60; en las universidades californianas se vivía la explosión de la "Beat Generation", eran los tiempos del LSD, de Kerouac y de los "Hell Angels". Pedro Girón contaba en la desaparecida revista "Punto y Coma" cómo, además de las consignas clásicas del hippismo, aparecían otras de significado extraño para el profano ("¡Dejad vivir a los hobbits!, ¡Orcos fuera!"). Al preguntar sobre ellos le dieron unos gruesos libros titulados "El hobbit" y "El Señor de los Anillos", escritos por un tal John Ronald Revel Tolkien.

Los tiempos de rebeldía pasaron y poco quedó de aquello, como no sea la mala conciencia de los recuerdos juveniles de algunos yuppies. Otra cosa muy distinta ocurrió con los libros de Tolkien, libros que nos hablaban de un mundo lejano en el tiempo, habitado por guerreros, duendes, enanos y monstruos. Esos libros, lejos de olvidarse, fueron creciendo en aceptación. Fueron escritos por un erudito profesor de lenguas de la Universidad de Oxford. ¿Quién era ese desconocido creador de tanta belleza?

J.R.R Tolkien vivió como un sencillo y afable profesor universitario. Toda su vida discurrió entre sus clases de lenguas antiguas y su familia. Esta vida careció casi por completo de sobresaltos y transcurrió con una regularidad asombrosa.

Inglés nacido en Sudáfrica, Tolkien vivió una triste infancia, con un padre que no llegó a conocer y constantes cambios de domicilio. La conversión al catolicismo de su madre hizo que, para una familia con fuertes problemas económicos, los problemas de aceptación social se agravaran.

Una de sus primeras aficiones fue el lenguaje: la pasión por las palabras le dominó a lo largo de toda su vida; estudió multitud de lenguas antiguas, llegando a dominar el gótico, el latín e incluso algo de español. sobre todo le fascinó el estudio del inglés medieval, que contenía ciertas vinculaciones emocionales vinculadas a sus antepasados y a su tierra. Esta es una de las razones de que, en sus obras, los lenguajes, diferenciando pueblos y modos de vida, cobraran tanta importancia. Para Tolkien el lenguaje era un reflejo de la conciencia colectiva de un pueblo; la decadencia de una lengua era reflejo de la decadencia anímica de ese pueblo.

Tolkien permaneció ajeno al mundo moderno, al que comparó muchas veces con una prisión. Apenas leía los periódicos (actividad intranscendente para él) y la política le parecía una mascarada.

Nunca quiso ocupar cargos públicos: no creía en la democracia y no tenía reparo (¡horror!) en decirlo. Para él, la auténtica existencia transcurría en el mundo mítico, infinitamente más interesante que la monotonía gris de la sociedad industrial.

Tenía una idea elemental de la sociedad: creía que la posición social estaba dada por la función desempeñada en dicho cuerpo. Esa concepción estamental, aunque parezca paradójico, le hizo tremendamente popular entre la gente sencilla de Oxford. Trataba a los más humildes sin el desprecio característico de los burgueses. Y nunca envidió a los ricos: sentía un desdén aristocrático por la acumulación de riquezas.

La conversión al catolicismo de su madre, que antes mencioné, fue uno de los hechos que marcaron definitivamente su vida. Se convirtió en una de sus más grandes lealtades. El catolicismo que profesaba era de carácter tradicional, disgustándose profundamente con la reforma del Concilio Vaticano II.

Debido a sus grandes conocimientos sobre la religión católica, supo ver la vinculación entre el catolicismo medieval con la religión druídica de los celtas. Esto, en cambio, no ocurre con el protestantismo, religión de carácter bíblico ajena por completo a las tradiciones precristianas de Europa.

Quizá su fuerte personalidad le impidió convertirse en un pesimista, pese a la desazón que le causaba vivir en un mundo de valores totalmente opuestos a lo más íntimo de su ser.

Sentía un profundo desprecio por el progreso técnico. Se quejaba frecuentemente de la destrucción del mundo rural a manos de la industria. Una anécdota significativa al respecto fue el abandono de su automóvil cuando vio cómo destrozaban las carreteras su adorada campiña inglesa.

Los rasgos de su personalidad se pueden rastrear en los hobbits: seres de creación propia que no tuvieron una inspiración directa en ninguna leyenda. Los hobbits, antiguo pueblo de guerreros que habían decaído ante la domesticación de su existencia, vivían con sencillez y eran amantes de la buena mesa.

Otro puntal de vida de Tolkien es la pertenencia a sociedades literarias masculinas (como la "Tea Club Barrivian Society") donde, junto a otros profesores, compartía la lectura y el comentario de los mitos y leyendas, especialmente los de la Europa nórdica. Lo cual tuvo un reflejo claro en el amplísimo conocimiento que sobre el mundo antiguo hace gala en sus libros (las sagas islandesas, la Odisea, el Kalevala, el ciclo artúrico...)

La obra

Los libros de Tolkien recrean en toda su extensión el mundo de la "Tradición Originaria": no se trata propiamente de una invención, sino de un retorno a las leyendas del origen de Europa.

Con esta inmensa erudición Tolkien rescata para un público actual la temática de los relatos míticos antes citados; así, en "El Silmarillion" y en "El Señor de los Anillos" pueden hallarse referencias de los Eddas, la visión cíclica del tiempo que era la forma de ver la historia entre los antiguos pueblos europeos.

El mundo tolkieniano (la "Tierra Media") los estados son monarquías estamentales, impera una ética guerrera y la magia es algo común y presente en multitud de aspectos de la vida. Sobre el tema monárquico puede rastrearse la historia de los reyes taumaturgos, que en el medievo cobraban poderes de sanación si consagraban su reinado a las leyes divinas, y que perdieron tales poderes a medida que se secularizaba su rol.

Uno de los principales defectos de la obra de Tolkien es, a mi juicio, el gran maniqueísmo que la recorre; la lucha eterna entre los principios del bien y del mal como fuerza separadas y en estado puro. Este maniqueísmo se opone a las concepciones paganas, en las cuales los dioses no representaban necesariamente el bien o el mal, sino aspectos distintos de la vida.

Quizás este maniqueísmo pudo surgir de la convicción íntima del propio autor en la oposición fundamental entre el mundo moderno, decadente y materialista (los seguidores de Mordor explotaban la naturaleza con sus ingenios técnicos), y en mundo de la Tradición Originaria, los mitos el culto de la Madre Tierra.

Tolkien, en numerosas entrevistas, afirmó que él nunca creó nada, que las leyendas y relatos, simplemente, aparecieron, como si hubieran estado allí por siempre en espera de que alguien las descubriese [1].

Cuentan sus biógrafos que un buen día garabateó en un papel: "En un agujero en el suelo vivía un hobbit": ahí dio comienzo una de las mitologías más acabadas que nunca se han escrito; no es aventurado reconocer que, desde nuestros antepasados paganos (salvo el ciclo artúrico) no se había escrito nada parecido.

El conjunto coherente de relatos que forman "El Silmarillion", "El hobbit" y "El señor de los Anillos" crean su propio mundo, sus propias lenguas y dialectos, su propia escritura (rúnica) y su propia geografía. Todo esto, según él, no salió de su imaginación: fue descubriendo la Tierra Media a medida que la escribía.

Esto, en cierto modo, es cierto; la Tierra Media es un auténtico retro-mundo con su propio mito de la creación, su propio universo ético, sus propios dioses... Tolkien se impone una coherencia total a esta cosmogonía. Cuando uno termina de leer "El Señor de los Anillos" le queda la impresión de que este mundo existió en alguna parte. Tal vez esto sea cierto; en cualquier caso, sólo los dioses lo saben.

La Edad de Oro

El mito de los orígenes surge con fuerza en la inacabada cosmogonía de "El Silmarillion". Tolkien cristaliza este universo cargado de fuerte paganismo nórdico: así, la creación emana de un Dios (Eru Ilúvatar [2]), alejado de la Tierra, que actúa por medio de numerosos dioses menores (los Valar [3]) envueltos en una lucha titánica provocada por la traición de uno de ellos (Mogroth/Melkor [4]). Estos dioses menores controlan la vida y están presentes en todos los fenómenos naturales.

En los orígenes todo era perfección, y los dioses, los elfos y los hombres eran Uno. Al iniciarse la actuación del mal comienza la decadencia y la lucha por el retorno de los tiempos primigenios.

Esta concepción supone la destrucción del hombre y de sus creaciones en el devenir incesante de los ciclos históricos. La razón de la existencia sólo tiene un significado: la lucha eterna contra el destino marcado por los dioses, algo que vieron Nietzsche y Goethe en su concepto de "Tragedia".

El lenguaje y el mito

Cuando los humanos ponen nombres a las cosas están solamente inventando sus propios términos para designarlas. El lenguaje, según Tolkien, es invención de objetos e ideas; el mito es invención de la verdad.

Venimos de los dioses e inevitablemente los mitos reflejan un pequeño fragmento del espíritu de la divinidad.

Sólo cuando creamos (o descubrimos) relatos míticos y heroicos podemos aspirar a reencontrarnos con el estado primigenio de la Edad de Oro.

"Vuestros mitos pueden equivocarse, pero se dirigen, aunque vacilen, hacia el puerto verdadero; en tanto que el progreso materialista conduce sólo a un abismo devorador y a la corona de hierro de las fuerzas del mal" (J.R.R. Tolkien).

En "El Señor de los Anillos" el autor emplea los lenguajes para delinear actitudes culturales, presentando personajes de variadas razas para levar al lector a la comprensión de los tipos de conciencia según el modelo jungiano) que tienen los distintos pueblos.

Las identidades culturales están fuertemente marcadas y elfos, hombres, etc., se subdividen por el hábitat, el lenguaje y su aspecto externo, que les hace tener una variada percepción de las cosas. Eso no les impide una concepción unitaria del Estado que hace que diferentes pueblos se unan entorno a una misión.

La pluralidad de lenguas revela el carácter íntimo de cada grupo: la fealdad del lenguaje de los orcos (servidores de Mordor, la tierra del Enemigo) en contraste con la belleza de los lenguajes élficos. La desaparición de una lengua conlleva la extinción de una cultura. Gran filólogo, Tolkien nos descubre la importancia de la pluralidad cultural, hoy amenazada por el mundialismo yankee.

El concepto de héroe

Para el escritor romántico Thomas Carlyle las religiones no son más que un culto a los héroes y a los antepasados, quienes con su comportamiento nos indican el camino a seguir para encontrar las fuerzas del espíritu.

En los relatos paganos, lo divino, presente en la naturaleza, se experimenta por medio de héroes sobrehumanos que hacen demandas a los mortales para que se superen a sí mismos y accedan a un estado superior (Walhalla, Olimpo...)

El heroísmo guarda una relación directa con la mayor exigencia que se hace uno para sí. Las grandes hazañas no siempre las tienen que realizar los guerreros más fuertes o los dioses más poderosos. Tolkien, por identificación personal, hace protagonista de su obra principal a un hobbit, un miembro del pueblo bonachón y alegre, a su manera pequeño-burgués.

El verdadero Yo del hobbit Frodo se despierta y mata al "yo" común. Quizás una de las principales lecciones de esta obra puede ser esta: "hay que matar al hobbit que hay en nosotros". En una terminología más celtibérica el hobbit es el perfecto Sancho Panza.

El pecado del héroe no está en perder la esperanza, sino en permitir que la desesperación le inmovilice; como también afirmó el filósofo Julius Evola, "La actitud de quien sabe combatir aun sabiendo que la batalla está materialmente perdida".

El héroe, en la obra tolkieniana, recoge estas ideas presentes en una visión del mundo que tuvo su esplendor en el pasado: "Debemos arreglárnoslas sin esperanzas", dice Aragorn, el rey escondido que retorna, al que Tolkien da las características físicas y anímicas del antiguo dios Wotan.

En las religiones paganas, a los períodos de plenitud les suceden épocas de caos y decadencia. La última oportunidad para remontar la situación se encuentra, hoy como ayer y como siempre, en la asunción de un pensamiento trágico heroico.

Los héroes, en las viejas religiones, están en un nivel similar a los propios dioses [5], pero en "El Señor de los Anillos" presentan defectos que les humanizan, conocen la fe y la piedad y sufren remordimientos por sus flaquezas; tal vez por este motivo se asemejen más a los caballeros andantes del medievo. En la obra tolkieniana se dan los dos tipos característicos: el caballero católico medieval y el héroe pagano. Los hombres de Rohan (una de las tierras de la geografía tolkieniana) "aman la guerra y la valentía como cosas buenas en sí: a la vez un deporte y un fin".

También se evoca en sus primeras obras el tema del viaje de iniciación espiritual, que en Europa es recogido literariamente en la leyenda del Grial.

Bilbo, el primer hobbit que lo realiza, sale del egoísmo de su vida cómoda y adquiere en el camino los rasgos del caballero andante. Ha hecho madurar dentro de sí la semilla del heroísmo, ha matado al "yo" común.

Frodo, en la trilogía de "El Señor de los Anillos", tiene que realizar un camino plagado de adversidades para, al final del mismo, llegar a comprender en toda su extensión el universo ético de la Tierra Media.

El héroe debe vencer en sí al mal que lleva dentro. Las tentaciones de Frodo respecto al anillo así nos lo demuestran. Aquí encontramos el concepto de la "Gran Yihad" de la que hablan los musulmanes, la gran guerra santa que se desarrolla en el interior de cada persona sin la cual la "pequeña yihad", la guerra santa exterior, no es nada. La vida humana aparece como búsqueda, en primer lugar, de la edad adulta y del sentido de la muerte.

Actualidad de su obra

Según el escritor tradicional Georges Gondinet, sería interesante conseguir en el campo de la distribución editorial que la juventud leyera "El Señor de los Anillos" y a continuación "Rebelión contra el mundo moderno", de Julius Evola. Tal vez así muchos espíritus perdidos tendrían la certeza de que existió otro mundo opuesto a éste, y que nuevamente puede ser reconstruido. Ciertas vocaciones podrían definirse en el interior de muchas personas.

La obra de Tolkien rompe totalmente con la literatura moderna y se aparta por completo con las corrientes ideológicas oficiales del sistema burgués. Con sus relatos accedemos a un mundo superior, a una concepción clásica de la existencia, a una alternativa al borreguismo realista de nuestros días.

Liberales y marxistas adoptan un pensamiento en el que ninguna fantasía está autorizada a tener lugar. En el mundo moderno toda una parte del espíritu humano (la imaginación) está sometida a una continua castración.

Al destruir los mitos que estructuraban las comunidades orgánicas tradicionales, sustituyéndolos por caricaturas muy pronto caídas en desuso, el progresismo tiende a rechazar, calificándolas de infantiles, todas las fantasías; así nos encadena a la realidad envenenada que ellos mismos han forjado: la sociedad de consumo. La utopía llegará, anuncian estos redentores materialistas; pero su utopía nos presenta cada vez más el rostro de ese "mundo feliz" que anunciara Huxley.

El mundo moderno ha trivializado toda búsqueda interior, que en el pasado era conducida por los mitos; ha cerrado con fuerza las puertas de lo sagrado y de una concepción superior de la existencia que, hoy por hoy, sólo la fantasía puede reabrir. Lo fantástico choca de frente con el materialismo y es capaz de anularlo.

Sólo a través de la fantasía el hombre moderno puede ser reconducido al espacio del mito. Se puede afirmar que la obra tolkieniana y sus derivaciones posteriores son la única literatura de aparición moderna que avista la superación de nuestro tiempo y la reintegración a un mundo tradicional.

Un lema del mayo´68 fue "La imaginación al poder": quieran los dioses que llegue a ser verdad y así logremos retornar a nuestros orígenes espirituales. Ya lo dijo André Malraux: después del materialismo retornará la era del espíritu.

NOTAS:

[1] No otra es la concepción indoeuropea de la sabiduría: frente al profeta semita que habla con Dios o frente al científico moderno que disgrega la naturaleza para no interrogarse por las causas sino por los modos, el "sabio" pagano es aquel que "ha visto", que accede a los estratos superiores del ser para luego describir en palabras, lo mejor que pueda, su experiencia.
[2] En el lenguaje élfico inventado por Tolkien: "El Uno, El Padre De Todo".
[3] "Potencias", "Poderes".
[4] "El Oscuro", "El Enemigo".
[5] No son muchos los que saben que héroe, en griego clásico, significa "divino", "sagrado".

Autor: Manuel R Peón

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