Adriano Scianca: El mito y la vanguardia
El problema del lenguaje
Todo movimiento auténticamente revolucionario – es decir, portador de proyectos radicalmente innovadores y originales a todo lo que se ha experimentado y en todo y por todo heterogéneo y alternativo con respecto al mundo socio-político en que irrumpe – choca inevitablemente con el problema del lenguaje.
Esto sucede porque todo movimiento “nuevo” debe necesariamente hacer uso de un lenguaje “viejo”, impregnado de la sensibilidad y de la lógica propia del mundo que se querría subvertir. Por lo demás, no podría proceder de otra manera: el lenguaje es siempre lenguaje recibido. Observa con lucidez un filósofo contemporáneo – aunque muy lejano de nuestra perspectiva – que “un sujeto que fuese el origen absoluto del propio discurso y lo construyese ‘en todas sus piezas’ sería el creador del verbo, el Verbo en persona” (1), sería por tanto el Dios de la Biblia que crea ex nihilo, siendo el “totalmente otro” respecto al mundo, estando entonces fuera de la historia y del lenguaje. El hombre, en cambio, es siempre en el lenguaje; una obra de ingeniería lingüística le resulta completamente imposible, ya que siempre debe actuar con los “instrumentos” que encuentra en su lugar. Pero actuar con “instrumentos” pensados para finalidades completamente distintas respecto a las que uno se ha propuesto no siempre resulta cómodo.
Pensemos en Heidegger- pero problemas análogos se presentan ya en Nietzsche – que deja inacabada su obra maestra Ser y Tiempo porque carece de un lenguaje apropiado; en cierto momento al pensador alemán “le faltan las palabras”, ya que todas aquellas disponibles están irremediablemente empapadas de la visión del mundo dominante en Occidente. Pero para que el problema aquí abordado no resulte excesivamente abstracto e individualista, pensemos también en todos aquellos movimientos políticos y culturales que han pasado a la historia con el nombre de Konservative Revolution: echando un vistazo a los eslóganes, a los lemas, a los títulos de los libros, a los nombres de los distintos grupos no se puede más que observar un cierto gusto por el oxímoron, por la paradoja, por la violación abierta de los cánones y de los esquemas comunes; pensar en un socialismo que sea también nacional, en una aristocracia que hunda sus raíces en el pueblo, en una democracia desvinculada de la tutela del liberalismo plutocrático, en un cristianismo que afirme valores germánicos (es decir, paganos) – todo esto tiene orígenes de una muchísima mayor profundidad que un simple anhelo de originalidad.
Detrás de todo esto, se encuentra más bien la incapacidad de definirse uno mismo de manera adecuada a través del lenguaje dominante y hay, por tanto, una voluntad de síntesis, una tentativa de pensar de forma simultánea lo que siempre se ha concebido como distinto. Un ejemplo más todavía, pero esta vez más concreto: pensemos en nosotros mismos; pongámonos en relación con los grandes temas de la actualidad y tratemos de tomar parte en el debate tal y como nos viene presentado por los medios de comunicación.
Y bien, ¿estamos con la retórica angelical, empalagosa, igualitaria e hipócrita de los pacifistas o con la cruzada a base de Bible & business de George W. Bush? ¿Estamos contra los bárbaros inmigrantes islámicos en nombre del Occidente cristiano o somos filo-inmigracionistas a ultranza, seguidores del cosmopolitismo y del mestizaje etnocultural? ¿Estamos a favor de la fuga hacia delante del “desarrollo” neoliberal o a favor del “retorno” a una civilización neopastoral, fuera de la historia, al estilo de las últimas tribus africanas? De manera más banal: ¿somos de derechas o de izquierdas? Estas son las alternativas que nos propone el mundo contemporáneo. Nuestra incomodidad ante estas es evidente ya que la posición que hay que tomar nos parece que es siempre una tercera con respecto a las que nos dan. Eso sucede porque, en la medida en que somos realmente revolucionarios, usamos un lenguaje diferente. El lenguaje del mito.
El mito
Según Giorgio Locchi(2), todo movimiento que encarne una tendencia histórica nueva se presenta bajo forma mítica. El mito, precisamente porque es “nuevo”, no puede hablar un lenguaje totalmente in-formado por valores a él antitéticos, y sin embargo no tiene otras formas expresivas a su disposición; por esto nace bajo el signo de la ambigüedad, su expresión es la paradoja.
Respecto a los códigos lingüísticos dominantes la expresión mítica aparece como herejía, como trasgresión, como unidad de los contrarios. Esto sucede precisamente en virtud de la violación- más o menos consciente- de la dialéctica del lenguaje utilizado. El lenguaje que se parasita se desarrolla y se articula de hecho mediante la institución de parejas de opuestos y de contrarios- que en el caso del igualitarismo son, entre otras, cristianismo/ateismo, comunismo/capitalismo, nacionalismo/internacionalismo, derecha/izquierda, individualismo/colectivismo, reacción/progreso, etc.- que reflejan la autorreflexión ideológica del universo político-cultural imperante. La expresión mítica hace de cortocircuito para esta dialéctica al no pensar los contrarios ya como tales. Las palabras fundamentales son, por tanto, “falsificadas”. Significados nuevos se derraman en significantes viejos. Se tiene así un uso instrumental del lenguaje, que ya no debe explicar analíticamente, sino que ahora debe evocar, tocar una sensibilidad profunda que va más allá de la mera razón. La unidad de los contrarios propia del mito viene dada por los Leitbilder (imágenes conductoras) de las que habla Armin Mohler (3).
Los Leitbilder son los mitemas, las unidades primarias de la estructura mítica, del Weltbild, es decir, de la imagen del mundo. Son símbolos evocadores, imágenes conductoras de una idea del mundo. La creación y la difusión de los mitemas instaura un flujo comunicativo, es decir, la red de las relaciones humanas mediante la cual el mito mismo se dice y habla. Comunicar es, de hecho, instaurar relaciones, vincularse a otros, descubrir afinidades o idiosincrasias. Los individuos están necesariamente abiertos al propio contexto comunicacional; comunicándose tienden también a re-conocerse, tienden a tomar posición junto a quienes sienten como afines. La disposición mítica de quien dice el discurso mítico, en la práctica, tiende a “excitar” la disponibilidad mítica de quien acoge el discurso. Quien logra situarse como centro de la estructura de los signos lingüísticos del discurso mítico -para usar un lenguaje estructuralista precisamente- logra dominar (aunque sólo sea parcialmente: el lenguaje no se domina nunca como una cosa) el flujo comunicativo, logra imponerse en la producción de los símbolos y se sitúa como vanguardia metapolítica.
La vanguardia
Por tanto, dominar el lenguaje. Imponer una lógica nueva que deconstruya los paradigmas dominantes, que disuelva y vuelva a plasmar las formaciones. La vanguardia debe distinguirse por “una acción sistemática y culturalmente eversiva, que trate de introducir en el circuito ideas ‘envenenadas’, que trate no tanto de influir, demostrar, convencer, organizar burocráticamente, como de chocar, fascinar, crear dudas, generar necesidades, hacer que crezcan consciencias, producir actitudes y conductas desestabilizadoras. Debe, en una palabra, hablar y saber hablar el lenguaje del mito, crear a partir de sí misma su propio público, atraer plenamente la atención tanto de las tendencias espontáneas de rechazo político de la realidad del Sistema en sus variadas articulaciones, como de los arquetipos romántico-fáusticos que todavía circulan en el inconsciente colectivo europeo” (4).
Chocar y seducir. Pero para esto es preciso otro estilo, que salga definitivamente de la ritualidad vacía del nostalgismo, de los eslóganes manidos, del conformismo sectario. Superar los estereotipos, hablar un lenguaje nuevo, rechazar las lógicas del Sistema para imponer otras nuevas, enfrentarse al presente y proyectar el futuro- he aquí nuestro objetivo. Debemos practicar- como ya hizo brillantemente la Nouvelle Droite en su periodo de oro- la lógica del terzo incluso (el tercero incluido): se participa en el debate sosteniendo siempre una tercera opinión (lógicamente usando la cabeza: innovar por innovar es un ejercicio estéril) respecto a las posiciones opuestas en que se dividen los seguidores del Sistema.
De este modo, se les pone ante un discurso nuevo para el que no están preparados, se les obliga a tomar posición y a redefinir las formaciones. Los individuos habituados, por convicción o costumbre, al discurso dominante nos consideran algo ya previsible, nos asignan de oficio una identidad compuesta de ignorancia y prepotencia, de nostalgia e intolerancia, de prejuicio y arrogancia. Nuestro cometido es sorprenderles, hacer que salten por los aires las lógicas y los ritmos impuestos, escapar a las clasificaciones y a las etiquetas. Lo que importa en estar en el mundo contemporáneo, siempre dispuestos a enfrentarnos con este y a recoger sus desafíos, sin ser de este mundo, perteneciendo a otra raza, a otro estilo, ligados a otros mitos y a otros valores. Sólo así se puede escapar de dos comportamientos especulares pero igualmente peligrosos: el ansia de tomar posición, de participar, de ser recuperados por el Sistema y admitidos en la discusión entre las “personas civiles” y el opuesto repliegue a debates esotéricos e insignificantes, todos internos a un micro-ambiente aislado del mundo.
Después de todo, la misma Nouvelle Droite, aunque aquí se la ha tomado como ejemplo positivo, no ha aplicado esta estrategia más que de manera parcial, limitándose al discurso cultural y filosófico, casi como si una idea por sí misma innovadora resultase revolucionaria por el mero hecho de ser dicha. La elaboración ideológica en sentido estricto, sin embargo, ha de integrarse en una acción global y diversificada más ambiciosa y de mayor alcance, aunque al mismo tiempo más humilde y concreta.
El mito se afirma con todos los lenguajes posibles, también y sobre todo con el del ejemplo y el de la acción, afirmando cotidianamente una presencia activa en la sociedad y sobre el terreno; presencia que, de vez en cuando, no sirva para reclamar una comisión o una poltrona sino que sea, al contrario, la demostración concreta de que la alternativa es posible. Sólo madurando la capacidad de mantener y afirmar tal presencia en el corazón de la sociedad podremos arrancar de las indignas manos del carro new-global el monopolio del pensamiento alternativo, atrayendo por consiguiente hacia nuestro campo todas las institividades de rebelión y los conatos de revuelta, tratando así de “dar forma” y de movilizar conscientemente tales sentimientos expresados hasta ahora sólo en estado bruto. Tan sólo este esfuerzo constante en dirección hacia una apertura al mundo contemporáneo puede permitirnos hablar el verdadero lenguaje del mito, que por su naturaleza es siempre provocador (pro-vocare, es decir, etimológicamente, “llamar fuera”, es decir, invitar, desafiar, tentar, excitar, incitar; en una palabra: movilizar).
La alternativa es la cerrazón orgullosa en un ghetto que se cree comunidad, en una secta que se cree aristocracia, fuera del mundo y de los desafíos de la contemporaneidad, eternamente tarde en la historia, por todos mal conocidos e ignorados antes incluso que condenados y proscritos.
A nosotros nos corresponde la elección.
* * *
[i] Jacques Derrida, La struttura, il segno e il gioco nel discorso delle scienze umane, in La scrittura e la differenza, Einaudi, Turín 2002.
[ii] Cfr Giorgio Locchi, Wagner, Nietzsche e il mito sovrumanista, Akropolis, Roma 1982.
[iii] Cfr. Armin Mohler, La Rivoluzione Conservatrice in Germania 1918-1932. Una guida, Akropolis/La Roccia di Erec, Florencia 1990.
[iv] Stefano vaj, Introducción alla prima edizione de Il Sistema per uccidere i popoli di Guillaume Faye (SEB, Milán 1997).
Tratto da Orion n° 228, settembre 2003.
Fuente: Centro Studi La runa
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