La ira de las legiones
Nos habían dicho, al abandonar la tierra madre, que partíamos para defender los derechos sagrados de tantos ciudadanos allá lejos asentados, de tantos años de presencia y de tantos beneficios aportados a pueblos que necesitaban nuestra ayuda y nuestra civilización.
Hemos podido comprobar que todo era verdad, y porque lo era, no vacilamos en derramar el tributo de nuestra sangre, en sacrificar nuestra juventud y nuestras esperanzas. No nos quejamos; pero, mientras aquí estamos impulsados por este espíritu, me dicen que en Roma se suceden conjuras y maquinaciones, que florece la traición y que muchos, cansados y conturbados, prestan complacientes oídos a las más bajas tentaciones de abandono vilipendiando así nuestra acción.
No puedo creer que todo esto sea verdad, y sin embargo las guerras recientes han demostrado hasta qué punto puede ser perniciosa tal situación y hasta dónde puede conducir.
Te lo ruego, tranquilízame lo más pronto posible y dime que nuestros conciudadanos nos comprenden, nos sostienen y nos protegen como nosotros protegemos la grandeza del Imperio.
Si ha de ser de otro modo, si tenemos que dejar vanamente nuestros huesos calcinados por las sendas del desierto, entonces ¡Cuidado con la ira de las legiones!
Carta de Marcus Flavinius, Centurión de la segunda cohorte de la legión Augusta, a su primo Tertulio en Roma.
La acción de los paracaidistas de Dien-Bien-Fu, trasladados al nuevo teatro de guerra de Argelia, es apenas el fondo de un penetrante estudio psicológico de tipos y caracteres que encuentra en los episodios bélicos el motivo para manifestarse.
Los Centuriones se convierten en Pretorianos. El asesinato de uno de sus camaradas lleva a los amigos de éste a desbordar el marco nacional de la acción militar y a "hacer política".
El último volumen de la trilogía trata sobre los combatientes del Batallón Francés de Corea. Es la novela del orgullo nacional burlado, de las energías que no hallan donde emplearse, de los sacrificios sin sentido y sin causa.
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