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La memoria de la Otra Europa

¿Quién era Mishima?

¿Quién era Mishima?
Jotaro Hiraoka, perteneciente a la estirpe de los campesinos, estudió leyes. En 1892 entró al Ministerio del Interior y llegó a alcanzar el puesto de gobernador en 1908. Se casó con una aristócrata llamada Natsu Nagai, perteneciente a una familia samurai12 —el abuelo de Natsu era daymio, señor feudal— que estaba emparentada con los Tokuwaga, gran familia que gobernó al Japón durante doscientos cincuenta años. A pesar de no pertenecer al mismo nivel social, contrajeron matrimonio gracias a dos factores; el primero, el título de Jotaro de la Universidad Imperial, el segundo, la propensión al histerismo y los fuertes dolores físicos que padecía Natsu, una de las mayores de 11 hermanos.

Después de alcanzar el puesto de Gobernador, la carrera política de Jotaro desciende de manera vertiginosa, hasta perder todo su prestigio.
 
(...) a consecuencia de un escándalo que se produjo mientras mi abuelo desempeñaba el cargo de gobernador colonial, éste, asumiendo la responsabilidad de los actos culpables cometidos por uno de sus subordinados, dimitió (...) a partir de entonces, mi familia experimentó una veloz decadencia, y en su carrera cuesta abajo se comportó con tan feliz tranquilidad que casi puede decirse que tarareaba alegremente mientras más y más se hundía, mientras contraía formidables deudas, mientras cerraba sus casas, vendía las fincas... Y luego cuando las dificultades financieras llegaron a su máximo punto, mi familia se entregó a una morbosa vanidad que ardía en llamas más y más altas, como si un perverso impulso las alimentara. (Mishima, Confesiones 9)
 
Natsu empieza a odiarlo, quizá desde el matrimonio al sentirse casada con una persona de otra clase. Era, al parecer, bastante apuesto y por ello propenso a las mujeres y el galanteo.
 
La raíz de los problemas familiares se encontraba en la pasión que mi abuelo sentía por iniciar grandes empresas, y la mala salud y las extravagancias de mi abuela. El abuelo, tentado por los dudosos proyectos que sus amigos le proponían, a menudo efectuaba largos viajes, llevado por sus sueños de conseguir riquezas. Mi abuela pertenecía a una muy antigua familia, por lo que despreciaba y odiaba a mi abuelo. Mi abuela estaba dotada de un espíritu de estrechas miras, indomable y enloquecidamente poético. La neuralgia crónica minaba indirecta y constantemente su sistema nervioso, y, al mismo tiempo, aguzaba estérilmente su intelecto. ¿Quién sabe si acaso aquellas depresiones que mi abuela padeció hasta su muerte no eran el rastro que en ella habían dejado los vicios a que mi abuelo se había entregado en la juventud? (Mishima, Confesiones 9)
 
Azusa es el hijo único de esta pareja. A pesar de ser un hombre correcto y serio, no alcanza las distinciones de su padre. Es apenas suplente del director en el Departamento de Pesca del Ministerio de Agricultura. Para mantener el alto nivel de vida que llevan gracias a las ínfulas de superioridad de su madre —un criado y siete muchachas— y para pagar las deudas del padre, trabaja todo el tiempo y llega tarde en la noche. En 1924 se casa con Shizue Hashi, perteneciente a una familia que se ha dedicado a estudiar y enseñar Confucio. Era, por supuesto, una mujer “encariñada” con la literatura. El 14 de enero de 1925 tienen a su primer hijo, bautizado Kimitake “nombre que reflejaba las pretensiones aristocráticas de la familia”13.
 
Nací en un barrio de Tokio que no podía considerarse uno de los mejores, y en una casa vieja alquilada. Se trataba de un edificio de ostentosas pretensiones, en una esquina, con aspecto destartalado y que causaba impresión de sordidez y decadencia (...) en el nivel superior tenía dos pisos, en tanto que en el inferior tenía tres. Sus numerosas estancias se hallaban siempre en triste penumbra (...) En aquella casa, que gemía igual que una vieja cómoda, diez personas se levantaban por la mañana y se acostaban por la noche. Eran mi abuelo y mi abuela, mi padre y mi madre, y la servidumbre. (Mishima, Confesiones 10)
 
A los cincuenta días de nacido, Natsu se lo lleva al piso que ella habita abajo, y lo cuida hasta los doce años. Esto es lo que narra Shizue:
 
Madre no se apartaba de mí mientras Kimitake mamaba, y medía el tiempo en que lo hacía con un reloj de bosillo que llevaba siempre. Cuando el tiempo había terminado, me arrebataba el niño, y se lo llevaba otra vez abajo, a su cuarto. Yo me quedaba tumbada en la cama, pensando lo que me gustaría poder tenerle y darle de mamar todo lo que él quisiera. (Nathan, 22)
 
Y esto lo que narra Mishima, en Confesiones de una Máscara:
 
Mis padres vivían en la segunda planta de la casa. So pretexto de que era peligroso criar a un niño en el piso alto, mi abuela me arrancó de los brazos de mi madre cuando yo contaba cuarenta y nueve días. Instalaron mi cama en el domirtorio de enferma de mi abuela, siempre cerrado y con aire impregnado de los olores de la enfermedad y de la vejez, siendo criado allí, junto a la cama de la enferma. (Mishima, 11)
 
Con su débil constitución física y la propensión a las enfermedades, al joven Kimitake lo tenían estrictamente vigilado. Estaba la mayoría del tiempo en la habitación de la abuela, sin hacer ruido, sin ver a otros niños. Los juegos a los cuales tenía acceso, eran juegos de niñas:
 
(...) sólo permitían sacarle cuando el tiempo era bueno (...) [cuando salía] tenía que llevar la chaqueta de invierno y la bufanda, e incluso una máscara en la cara (...) Naturalmente, Kimitake sólo podía jugar a las casitas, con muñecas y origami, o a lo mejor con bloques de madera. Y el juego tenía que ser aún más tranquilo de lo que suele serlo el de las niñas. (Nathan, 22)
 
Kimitake obedecía a la abuela. Siempre se comportaba como ella le dijera y nunca la contrariaba, sabía que al hacerlo, el daño se lo hacía a su madre. Parecía ser un niño resignado a su suerte.
 
A la edad de seis años es matriculado en la Escuela de Nobles, fundada en 1870 como una escuela privada para los hijos de la aristocracia y de la familia real. En 1931 casi la tercera parte de los estudiantes pertenecían a familias plebeyas. Quizás por esto, y unido a su fragilidad y timidez, no sabía como comportarse con niños de su misma edad. Los años del colegio fueron bastante humillantes para él. Sus compañeros se burlaban, sus profesores le tenían cierto recelo gracias a su erudición y sus capacidades literarias, y no estaba en disposición de tomar las clases de educación física, donde se medía la “valentía” y la “hombría” de los muchachos. Pero desde mucho antes Kimitake había encontrado un refugio. Este es un recuerdo de los cuatro años:
 
En aquel entonces tenía varios libros con ilustraciones, pero me encapriché, total y exclusivamente, por aquél libro y sólo aquél, y además a causa de una sola reveladora ilustración. Podía pasar tardes enteras, tardes aburridas, dedicado a contemplar aquella ilustración y soñar (...) La ilustración mostraba un caballero en blanco corcel y con la espada en alto (...) el caballero, de bello rostro, miraba por la celada y blandía la temible espada, recortada contra el cielo azul, enfrentándose con la Muerte (...) estaba yo convencido de que aquel caballero moriría al instante siguiente. Si volvía la página, le vería sin la menor duda en el instante de morir. (Mishima, Confesiones 15)
 
Ese refugio consistía en la fantasía. Eran los libros el camino para llegar a ella, pero la fantasía cumplía con su objetivo primordial: escapar de la realidad. Tras esa fantasía existía otro motor, motor que poco a poco se fue perfeccionando en Kimitake: la belleza y la muerte.
 
Pese a que, en la infancia leía cuantos cuentos de hadas estaban al alcance de mi mano, las princesas jamás me gustaron. Sólo me gustaban los príncipes. Y entre éstos, los que más me agradaban eran aquellos que morían asesinados o aquellos otros a los que su sino había condenado a una muerte violenta (...) la debilidad que mi corazón sentía por la Muerte, la Noche y la Sangre era innegable. Las visiones de “príncipes muertos” violentamente me perseguía sin cesar. ¿Quién podía explicarme la razón por la que hallaba tan gran placer en aquellas fantasías14 (...) (Mishima, Confesiones 23)
 
En 1934 se mudan a dos casas, en el mismo barrio, lo cual separa aún más a Kimitake de su familia: su padre, su madre y de sus hermanos Mitsuko y Chiyuki. El sigue viviendo con la abuela, quien lo espera a las tres de la tarde con el almuerzo, y luego de estudiar, lo deja ir a la otra casa, pero nunca le permite quedarse a cenar. Finalmente, y gracias a la insistencia de Jotaro, Kimitake vuelve junto a su madre. Ella consigue una casa en otro lugar y se mudan. Kimitake tenía que llamar a la abuela dos veces al día y dormir en su casa por lo menos una vez por semana. En aquella época es cuando Mishima conoce el teatro Kabuki y queda fascinado con el despliegue de color, fantasía, vestuario y con las obras que tiene ocasión de ver.
 
En su nueva casa encuentra algo nuevo; por fin tiene ante él una autoridad masculina: Azusa. Para su padre, la literatura era basura, corrupción y siempre que lo encontraba leyendo le rompía o arrebataba los libros. En 1938 Azusa es ascendido al puesto de director del Departamento de Pesca y como la central queda en Osaka, Azusa sólo duerme en casa dos o tres veces al mes. Sabía que su hijo mayor escribía poesía pero no sabía que pertenecía al club de literatura y que sus escritos se estaban publicando en la revista del club. Mishima era considerado el niño prodigio; la mascota del grupo. “A los doce años causaba maravilla verle improvisar poemas indistintamente en japonés contemporáneo o en el lenguaje cortesano arcaico del siglo X.”15 Poco a poco Mishima se fue convirtiendo en un escritor “niño-genio” y muy admirado por las personas mayores que él como Bojo, el director de la revista. Con él tejen una amistad literaria —se escriben cartas casi a diario en las que discuten versos y critican libros— que dura hasta que Kimitake siente que lo ha superado. Funda entonces la revista Cuadros Rojos junto con Tokugawa y Azuma. El primero, ilustrador de su primer libro; el segundo, gran escritor y amigo suyo hasta su prematura muerte.
 
En 1939 muere Natsu. Kimitake no tiene ninguna reacción. Había aprendido a ocultar sus sentimientos. En 1940 se convirtió en el miembro más joven de la junta editorial del club y al año siguiente se convirtió en el director de la revista, reemplazando a Azuma, que acababa de graduarse. La revista literaria Arte y Cultura lo invitó a publicar una novela por entregas: Un bosque en plena floración.
 
Aquí, el narrador cansado de la vida (dieciséis años) exalta el anhelo que lleva dentro y lo convierte en un destino personal y privilegiado (...) ¿Cuál es entonces el objeto de esa búsqueda que el joven artista concibe como su destino personal? No es otra cosa que la Belleza:
 
“Ahora bien, la Belleza es un soberbio caballo desbocado. Pero, hubo un tiempo en que obedecía a la rienda, y se quedaba parado, estremeciéndose un poco y relinchando en el cielo brumoso de la mañana. Sólo entonces el caballo era limpio y puro, con una gracia incomparable. Ahora la severidad a soltado riendas; el caballo tropieza, recobra el paso, corcovea impetuoso. Ya no es un caballo inmaculado, el barro se pega a sus flancos. Sin embargo, aun ahora, hay momentos en los que un hombre puede ver el fantasma de un inmaculado caballo blanco. Es precisamente ese hombre el que nuestros antepasados están buscando”. (Nathan, 52)
 
En esta, su primera novela, el narrador (el propio Kimitake) se declara el hombre capaz de reconocer la belleza. El anhelo de sus antepasados se convierte en su propio anhelo, y ese anhelo:
 
se equipara nada menos que a la misma fuerza de la vida, y se convierte así en esencial para la existencia. El anhelo crea o conduce a la belleza, cuya existencia es el éxtasis (...) por último, el éxtasis buscado produce la muerte. Cuando escribió Un bosque en plena floración, Mishima estaba ya en camino de desarrollar una fórmula estética en que la Belleza, Extasis y Muerte eran equivalentes, y juntos constituían para él su santo grial particular. (Nathan, 53)
 
Pidió entonces a su maestro y mentor, Fumio Shimizu, ayudarle a elegir un seudónimo: Yukio Mishima.
El padre pronto volverá de Osaka empeñado en que su hijo no siga el camino de las letras, en una de sus cartas le dice:
 
Hijo, deja una temporada la literatura y emplea la buena cabeza que has tenido la suerte de tener, en algo que pueda serte beneficioso, como la física, la ingeniería, o la química. Sólo con que pudieras emplear la energía que dedicas a la literatura en cualquiera de estos campos, sé que podrías llegar a ser algo (...) (Nathan, 56)
 
Mishima, por supuesto no comparte estos pensamientos:
 
¡Me tratan como si fuera un pagano! He tenido que prometerle a mi padre que no volveré a escribir novelas. Y he quedado de acuerdo en no leer mas que los libros que él me recomiende. Mi madre, que me entiende mejor que nadie, sabe la verdad. Pero a mi padre, que todavía está en Osaka, tengo que ocultarle que escribo como el mayor de los secretos.16 (Nathan, 55)
 
Cuando el padre llega de nuevo a casa y encuentra a un Kimitake que se encierra en su cuarto hasta el amanecer, toma medidas drásticas. Entra a hurtadillas a su cuarto y rompe cada manuscrito que encuentra. A pesar de las reprimendas de su padre, se las arregla para escribir ocho novelas cortas, un volumen de poesías y tres ensayos antes de graduarse, en 1944.
 
Fue de la Escuela Romántica japonesa de la que Mishima, gracias a sus protectores y admiradores de la revista, recibía grandes influencias. Uno de los dirigentes del fascismo japonés, Fasuo Hayashi, expone así la doctrina sobre la cual los romanticistas fabricarían su ultranacionalismo estético:
 
Es imposible que el marxismo funcione como eterno soporte del espíritu japonés. No es más que una teoría arbitraria, basada en la sociedad de clases occidental del siglo XIX. Es una ideología pero no puede ser nunca una causa por la que el pueblo japonés pueda morir con alegría... El fundamento o soporte del espíritu nacional tiene que descubrirse dentro del pueblo. La tradición, producto de tres mil años de cultura, es la única causa por la que el pueblo puede morir. (Nathan, 58)
 
Ese ultranacionalismo estético era “increíblemente complejo e impenetrable, en el que todo lo tradicional se sublimaba y pasaba a ser un ideal supremo y absoluto”. (Nathan, 56)
 
Hombres como Zenmei Hasuda o Shizuo Ito, que leyó durante la guerra, despertaban una “sensibilidad adolescente” que luego él mismo repudiaría.
 
La guerra proponía una realidad no muy fácil de eludir. Mishima estaba muy consciente de la muerte:
 
La guerra nos había conferido una madurez extrañamente sentimental. Eso se debía a que se nos hizo considerar que la vida era una realidad que podía acabar bruscamente a nuestros veinte años. Jamás llegamos a pensar en la posibilidad de que algo nos aguardara después de los inmediatos años siguientes. (Mishima, Confesiones 105)
 
Aunque no por ello hay que considerarlo un realista. Todo lo contrario, él seguía soñando con una muerte gloriosa:
 
(...)ansiaba la gran sensación de alivio que la muerte traería consigo, incluso en el caso de que yo, como luchador, tuviera que quitarme violentamente de la espada el peso de la vida. Aceptaba sensualmente el credo de la muerte, que se había popularizado durante la guerra. Pensaba que si por azar hallara “gloriosa muerte en batalla” (...) pero cuando sonaban las sirenas, me dirigía como una flecha a los refugios antiaéreos, venciendo a todos en mi veloz carrera. (Mishima, Confesiones 114)
 
Como el primero en la clase, lo cual le confería el honor de recibir de manos del emperador el reloj de plata que por tradiciones se entregaba, Mishima se graduó en 1944.
 
Publicar algo en octubre de 1944, cuando Tokyo empezaba a arder, no era nada fácil. Primero había que dirigir una instancia al gobierno para que concediera el papel. Mishima había justificado la suya “en un modesto intento de preservar la tradición literaria del imperio”, y se la habían concedido. Luego había que buscar un editor; durante varias semanas un amigo de Shimizu que se llamaba Masaharu Fuji había estado visitando con Mishima a una serie de pequeños editores, y por fin habían encontrado uno que estaba dispuesto a imprimir una obra de ficción. (Nathan, 63)
 
Fue así como Mishima logra publicar Un bosque en plena floración con cuatro mil ejemplares. Pero este gran comienzo en plena guerra, no logró captar toda la atención necesaria para que Mishima fuera lanzado y reconocido “oficialmente” como escritor.
 
Ese mismo año empieza sus estudios en derecho. A pesar de ser evidente su inclinación hacia la literatura, el padre ya había escogido por él. Mishima estudiaba sin gran entusiasmo, esperando que una bomba acabara con él. En las tardes seguía escribiendo y en 1945 ya había terminado su novela larga La Edad Media. En esos tiempos sangrientos, sus ideas de muerte y belleza parecen tomar más fuerza:
 
El narcisismo de la frontera que separa la adolescencia de la edad adulta utilizará lo que sea para sus propios fines. Hasta la aniquilación del mundo. A los veinte años, yo podía imaginarme a mí mismo como más me gustase. Como genio destinado a la muerte temprana. Como el último heredero de la tradición de belleza japonesa. Como el decadente de decadentes, el último emperador en una época de decadencia. ¡Hasta como la escuadrilla kamikaze de la belleza! (Nathan, 64)
 
Por esa misma fecha, llega la llamada al alistamiento de la cual logra escapar. Se había presentado en el campo, donde su palidez y fragilidad habían llamado la atención. Por otra parte, la noche anterior había tenido fiebre alta y a la mañana siguiente aún no se había mejorado totalmente. “Bronquitis aguda” había dicho el médico que lo examinó.
 
Tan pronto como hube cruzado la puerta del cuartel, eché a correr por la triste e invernal ladera que en descenso llevaba al pueblo (...) mis piernas me llevaba a todo correr hacia algo que no sabía lo que era, pero me constaba que no era la Muerte. Fuera lo que fuere, no era la Muerte... (Mishima, Confesiones 122)
 
Mishima había logrado eludir el servicio militar, mintió quizá ante los médicos, pero también era cierto que estaba un poco enfermo ese día. ¿Por qué corrió tanto y tan felizmente? La muerte que se proponía, la muerte gloriosa, era parte de sus fantasías, y como tal no podía llevarse a cabo, no podía realizarse en un campo de batalla; en una situación tan real como lo era la guerra. La realidad dañaba su sueño. Por otro lado, aún no estaba listo para morir.
 
Aquella noche, cuando estuve ya en la casa de los suburbios pensé seriamente, por primera vez en mi vida en suicidarme. Pero mientras pensaba en eso, la idea se me hizo extremadamente fatigosa y, por fin, decidí que era ridículo. Sentía innata repugnancia al darme por derrotado. (Mishima, Confesiones 180)
 
Esa idea de muerte todavía no estaba suficientemente bien conectada con la belleza; era la semilla apenas. Mishima tenía que seguir viviendo.
 
La guerra continúa,
 
(...) desde el lugar en que nos encontrábamos [refugios antiaéreos], nadie podía distinguir a los aviones propios de los enemigos, en las batallas que se desarrollaban en el cielo de Tokyo. Sin embargo, la multitud de espectadores lanzaba vivas cuando veía, destacando sobre el fondo carmesí, la negra sombra del avión tocado que caía (...) (Mishima, Confesiones 165)
 
Mishima sigue haciendo trabajos de oficina en la fábrica de aviones, a donde habían sido destinados los estudiantes de derecho, y seguía soñando:
 
Albergaba esperanzas (...)los norteamericanos desembarcarían en la bahía de S, y que nos mandarían, en concepto de ejercito de estudiantes, a luchar hasta el último hombre, o bien que una monstruosa bomba, una bomba como nadie había podido imaginar, me mataría en cualquier refugio... ¿Fue eso un presentimiento de la bomba atómica que los norteamericanos no tardarían en arrojar? (Mishima, Confesiones 173)
 
Hiroshima es destruido.
 
Había llegado el momento final. La gente decía que la próxima bomba atómica la arrojarían en Tokyo (...) La gente había llegado ya a los últimos límites de desesperación, e iba a sus asuntos con gesto alegre (...) Sin embargo, a pesar de que esperábamos que algo ocurriera de un momento a otro, nada ocurría. Esa situación duró casi diez días. Si hubiese durado más, el único camino hubiera sido la locura. (Mishima, Confesiones 188)
 
La guerra acaba. “¡Paz! ¡Paz! No podía creer que esa palabra con sonido de campana, que sonaba perpetuamente a lo lejos, fuera algo más que un zumbido en mis oídos.” (Mishima, Confesiones 157)
(...) no era que habíamos sido derrotados en la guerra, sino que, para mí —y sólo para mí— iba a comenzar un terrible periodo. Significaba que, tanto si yo quería como si no, y a pesar de todo lo que me había inducido a creer erróneamente que semejante día jamás llegaría, mañana, mañana mismo, tendría que comenzar la “vida cotidiana” propia de un individuo de toda sociedad. Y con sólo pensarlo me eché a temblar. (Mishima, Confesiones 189)
 
A Mishima, en 1945, no le interesaba y no le convenía seguir con sus mentores de la Escuela Romántica. Entonces visita a Yasunari Kawabata, quien será su mentor por el resto de su vida17. Sus manuscritos, llevados al grupo de editores que imprimió su primer libro, fueron rechazados. Fueron rechazados durante casi tres años. Japón, tanto en el pensamiento como en la literatura era dominado por la izquierda. Sus novelas llenas de fantasía no interesaban a nadie hasta que en 1946 empieza a emerger un grupo de escritores de posguerra con una literatura penosa y sombría donde la muerte no era un concepto para sublimar; la muerte había sido una realidad y algunos de ellos habían escapado de sus garras por suerte. La vida era pues LA VIDA y estaban felices de tenerla. En cambio Mishima seguía siendo presa del “deseo romántico de la muerte como ideal estético, que nacía de su naturaleza erótica, de su misma identidad sexual”. (Nathan, 82) Con la guerra, su nihilismo se unía al nihilismo general, pero ahora en la posguerra se encontraba sólo y sin quien compartir ese deseo. La nueva realidad la encontraba ajena y sus novelas seguían siendo el único punto de apoyo de su propia realidad.
 
En octubre de 1945 muere su hermana Mitsuko. “Y el descubrimiento de que yo era capaz de llorar me produjo una superficial paz intelectiva”. (Mishima, Confesiones 190).
 
En la revista Ningen (Hombre) que funda Kawabata —entre otros—, publican “Cigarrillo”, pero este, el lanzamiento oficial de Mishima, no tiene resonancia. En la revista mensual Gunzo publican “Un cuento en el cabo” y sigue publicando, pero sin atención alguna sobre él.
 
En 1947 se licenció en la Facultad de Derecho de la Universidad Imperial (Universidad de Tokyo). Ese mismo año recibió el nombramiento, gracias a Azusa, en el Departamento de Banca del Ministerio de Economía. Después de nueve meses renuncia, con la aprobación de su padre. “Pues entonces deja el trabajo y hazte novelista, pero asegúrate bien de que vas a ser el mejor del país”. (Nathan, 97)
 
En 1948 empieza a escribir Confesiones de una máscara, hermosa novela autobiográfica.
 
Mishima la llevó al editor explicando que era su “primera autobiografía”. Doble petulancia una autobiografía a los 23 años y advertir que era la primera (...) por supuesto al editor le tuvo sin cuidado que se tratase o no de una autobiografía. Mishima como persona no interesaba a nadie; lo aceptó para publicar porque le pareció un libro atractivo. (Vallejo-Nágera, Prólogo a Confesiones V)
 
Lo que intentaba hacer con Confesiones, era precisamente eso, tratar de encontrar en sí mismo eso que tanto le preocupaba. Primero, claro está, su homosexualidad y su afán de pertenecer al grupo, a sus compañeros, a la humanidad; su afán de ser normal. Pero también, quería conocer las razones que lo motivaban a ser como era y a pensar en la muerte como pensaba. Vallejo-Nágera, como buen siquiatra, dice que Confesiones era un vómito necesario para lograr la desintoxicación. Pero en la página 89 él mismo se pregunta: “¿Por qué es malo que siga siendo tal como soy?”. Para Mishima, era una obra que debía escribir para seguir viviendo. Es la primera etapa en el desarrollo de su estética: el reconocimiento. Se reconoce a sí mismo como una máscara, una máquina de fabricación de falsedades que quiere encontrar su verdadero rostro; pero aún está confundido. Quiere la muerte, pero huye de ella, siente atracción por los hombres pero busca enamorarse de Sonoko, la hermana de un amigo de escuela18. Es consciente de que hay algo extraño en él y lo está descubriendo. Se está reconociendo como otro distinto del resto. “En Confesiones de una máscara hizo la disección de sí mismo en vivo. Lo que esperaba encontrar era el origen de su fascinación por la muerte, según sus propias palabras, la raíz de [su] temerario, nihilista esteticismo.”19 (Nathan, 102)
 
No se trata de una novela que retome el pasado y permita descubrir en él razones; es una novela que desde el pasado empieza un camino de autodescubrimiento que lo llevará hacia lo que logra en el futuro.
 
Entre sus libros favoritos se encontraba uno con una reproducción de la imagen de san Sebastián de Guido Reni. (Amarrado a un árbol con los brazos en alto y varias flechas atravesando su pecho.)
 
He aquí la profecía —si me permiten llamarla así— donde ya están reunidos los elementos que conformarán su estética:
 
Este era Sebastián, joven capitán de la guardia pretoriana. ¿Y no tenía belleza semejante que estar destinada a la muerte? ¿Acaso las robustas romanas, con sus sentidos acostumbrados al gusto del buen vino que estremece sus huesos y al sabor de la carne goteando sangre roja, no supieron prontamente el malhadado destino de Sebastián, que él aún ignoraba, y acaso no le amaron por eso? Su sangre más torrencial de lo natural dentro de su carne blanca, esperaba la apertura por la que manaría, cuando aquella carne fuera desgarrada. ¿Cómo podían las mujeres dejar de oír los tempestuosos deseos de semejante sangre?
 
Pero no era el suyo destino que inspirase lástima. No, en modo alguno fue destino lastimoso, antes bien altivo y trágico. Destino que bien hubiera podido llamarse esplendente. (Mishima, Confesiones 43)
 
Ese libro vendió más de veintemil copias. “Mishima: la esperanza de 1950” escribe Kawabata en un artículo. Todos los críticos hablan de él. El éxito es rotundo. Empieza a escribir novelas por entregas que él llamará sus obras menores —diecisiete en total—, muchas de ellas best-sellers dignos de películas.
 
Sus manuscritos estaban siempre a tiempo, y siempre limpios. Nunca incumplió un plazo.
 
Gracias a una serie de artimañas, Mishima logra viajar fuera de Japón en 1951. Los Angeles, San Francisco, Nueva York, Sao Paulo, Paris, Londres, Atenas, Delfos. En Grecias, por supuesto, quedó fascinado con las estatuas:
 
Lo que Mishima le pedía a Grecia era un antídoto contra su aflicción “romántica”. No era sólo la razón, la norma y la medida del clasicismo lo que buscaba; quería luz física y mental en lugar de oscuridad (...) Mientras contemplaba las estatuas bajo la “luz copiosa y virulenta”, decía entusiasmado “Los griegos creían en el exterior y esa era una noble filosofía” Y la lección que aprendió de lo que contemplaba fue la lección que le hacía falta, una lección liberadora; que “la belleza y la ética eran uno y lo mismo”; que “crear una obra de arte hermosa y volverse hermoso uno mismo era algo éticamente idéntico.” (Nathan 120)20
 
En ese entonces todavía no había empezado a ejercitar su cuerpo, pero pronto lo haría.
 
Mishima conoce a una estudiante llamada Eiko y sale con ella frecuentemente pero a ella nunca se le pasa por la cabeza casarse con él. Shizue ejercía demasiado control sobre Mishima, y siempre que podía estaba presente en sus citas. Su vida social era bastante complicada y conocida por todos en Japón. Hacía parte de un grupo literario llamado “Sociedad del árbol en tiesto” conformada por Mitsuo Nakamura, crítico; Ken’ ichi Yoshida, escritor; Kozon Fukada, director, crítico y traductor; Shohei Ooka, escritor, e Itsuji Yoshikawa, historiador. Publicaban la revista Voces y se reunían una vez al mes. Mishima participó durante diez años, hasta que se presentaron algunas diferencias entre él y algunos miembros de la sociedad. Tenía un grupo de amigos homosexuales con el cual paseaba por todos los bares gays que existían en aquel entonces y que se habían proliferado después de la guerra y tenía también amigos del teatro donde varias de sus obras se habían ya estrenado.
 
En 1953 Mishima, era una figura pública. No sólo por toda su obra —publicada en la época en seis volúmenes— si no también por sus excentricidades “occidentalizadas”.
 
En 1954 publica la novela El ruido de las olas que bate el récord de ventas de la posguerra con 106.000 ejemplares encuadernados vendidos. La película basada en el libro fue otro éxito. “El ruido de las olas nació de la decisión de Mishima de transformarse en su contrario, de reconstruirse célula a célula, no sólo física sino síquicamente”. (Nathan, 126)
 
El mismo decía que esa novela había sido un gran engaño al público, quizá le avergonzaba el hecho de que esa novela precisamente hubiera gustado tanto. (Era la única novela de amor que había escrito).
 
Por esa misma época empieza a ejercitar su cuerpo. Desde allí y durante quince años, no había nada que le impidiera faltar a su rutina. Poco a poco su cuerpo endeble se iba fortaleciendo y tomando forma (una enciclopedia decidió fotografiarlo para que saliera al lado de la palabra “culturismo”).
 
En 1956 publica dos novelas: El Pabellón de Oro, un éxito mayor que El ruido de las olas, y Demasiada primavera.
 
En Nueva York, después de haber sido traducido su libro Cinco obras Noh modernas, dos (casi) desconocidos deciden hacer el montaje con tres de ellas. Mishima está de acuerdo. Mientras todo está listo, viaja a Yucatán, Haití, Puerto Rico, México y República Dominicana. Al regresar, encontró que no había apoyo y que nadie quería hacer el montaje. Desilusionado, y gastando el dinero que aún le quedaba, viajó a Madrid y de allí de nuevo a Japón. Al parecer, llegó buscando una novia  —se lo había prometido a sus padres— y después de varios fracasos, citas, anuncios, fotos y rechazos se casó con Yoko Sugiyama, hija de uno de los pintores tradicionales más famosos del Japón. El 30 de mayo de 1958 deciden casarse. Al parecer, su nueva esposa estaba enterada de su homosexualidad, sin embargo la boda se lleva a cabo y la luna de miel también. Es muy difícil averiguar —dicen sus biógrafos— algo de su vida matrimonial, pero lo que sí es seguro, es que Mishima dejó de hacer las fiestas que hacía en su casa con sus amigos del culturismo y cambió su modo de vida. En 1959 decidió construir una casa occidental con un ala destinada a sus padres. Ese mismo año nació Noriko, primera hija del matrimonio. Y se publicó La casa de Kyoko, de 947 páginas, en la cual Mishima trabajó durante más de quince meses.
 
Mishima quería que los cuatro protagonistas del libro, un hombre de negocios, un pintor, un boxeador y un actor representaran distintos aspectos de él mismo. Todos ellos comparten la sensación de encontrarse ante “un muro imposible de escalar”. El obstáculo que encuentran es un obstáculo que les impide participar en la vida: la pregunta a la que cada uno de ellos se ve forzado a encontrar una respuesta es cómo existir, cómo estar vivo. (Nathan, 164)
 
Uno de ellos encuentra la verdad de su triste existencia:
 
(...) la única realidad verdadera es el mundo suspendido al borde de la destrucción (...) la realidad de posguerra era irreal porque la muerte y la destrucción no eran algo inmanente a ella. (Nathan, 164)
 
Mishima era bastante susceptible a las críticas, y la novela fue recibida como su primer gran fracaso. Pero él quería la atención, así que decide protagonizar la película Tough Guy. Su actuación no fue bien, ni mal recibida. Dirigió posteriormente Salomé de Oscar Wilde para el teatro de títeres y fue un éxito.
 
La situación que vivía el país no era fácil, en 1960 se había vencido el tratado de seguridad Japón - USA y se discutía su renovación. Sin embargo, Mishima parece no estar interesado en el tema de la política, como sí lo estaría ocho años después.
 
A finales de 1960, Mishima escribe Patriotismo, una historia que narra en 40 páginas la insurrección de veintiún oficiales contra el gobierno que ellos consideraban traidor. El propósito de la insurrección fracasó y dos oficiales se suicidaron, los demás fueron ejecutados (como efectivamente sucede en la historia real, en 1936). Para Mishima, la historia no era una tragedia; era un cuento de “felicidad suma”. En el se encuentran los elementos que siempre han estado en Mishima, pero también este otro: “(...)una muerte atrozmente dolorosa con la propia espada se convierte en el acto de sinceridad suprema de un soldado; igual en todos los aspectos a la honrosa muerte en el campo de batalla.” (Nathan, 180)
 
Este otro elemento que empieza a participar en la estética de Mishima, parece abrirle un camino para que su deseo de muerte sea sincero y se pueda llevar a cabo. Tras el fin de la guerra, la posibilidad de morir se había cerrado; pero el patriotismo, donde se encuentra la “esencia del espíritu japonés” abre de nuevo el camino. En Un solo día de retraso (1961) muestra que la solución a la paz, la bendita y gloriosa alternativa, es el terrorismo.
 
En octubre de 1960, el presidente del partido socialista es asesinado por un joven de derechas. La oposición de izquierda al tratado de seguridad nacional creaba grandes conflictos internos. Incluso los escritores se veían amenazados: Kenzaburo Oe quien publica Diecisiete recibió numerosas amenazas contra su vida, Fukazawa, el que hizo la música para Tough Guy, publicó en una revista y ganó un premio con Relato de un sueño elegante, donde narra la decapitación del príncipe heredero. Piden que sea expulsado del Japón. Del director de la revista piden la vida. Poco después intentan asesinar al presidente de Chuo Koron editores. Cuando Mishima vuelve de su “segunda vuelta por el mundo” encuentra que quieren echarle la culpa a él por la publicación del cuento de Fukazawa. Amenazan a su familia y deciden colocarle un guardaespaldas.
 
Este incidente no cambia su destino, lo conduce hacia él con más facilidad. En 1963 publica un ensayo autobiográfico:
 
Ahora, en el fondo de mi corazón, ya no creo en ese ideal conocido como clasicismo que abracé con tanto entusiasmo cuando tenía veintiséis años... Y ya he empezado a creer que la juventud y la flor de la juventud son una tontería, de muy escaso valor. Lo que no quiere decir que espere con ilusión la vejez. Lo que queda entonces es el concepto de la muerte, la muerte presente, momentánea, segundo a segundo. Parece probable que para mí ése es el único concepto realmente tentador, realmente vivo, realmente erótico. (Nathan, 190)
 
Donde deja muy en claro su deseo de muerte. Publica varios libros más pero sin lograr que ninguno de ellos sea un éxito editorial. Su popularidad va en descenso a pesar de ser considerado el mejor anfitrión del Japón.
 
En 1965 decide hacer el papel principal para cine de Patriotismo (traducido como Rito de amor y muerte). Pero nadie lo sabía. Mishima quería que la película se estrenase en el exterior primero. Se estrenó en París y en 1966 llegó a Japón creando gran sensación por el desmayo de varios miembros del público gracias al realismo de la escena del seppuku. Esta película de 28 minutos batió el récord de taquillas.
 
En junio de 1965 empieza a trabajar en su tetralogía El mar de la fertilidad21. En septiembre emprende su tercer viaje alrededor del mundo y pasa por Estocolmo creyendo ser él el próximo Nobel. El 16 de octubre dan al ganador: Mikhail Sholokov. (Al año siguiente sería Miguel Angel Asturias. El premio debía ser ahora para un japonés). La primera novela Nieve de Primavera la termina en noviembre de1966. Caballos desbocados la termina en mayo de 1967. Ese año se lleva de nuevo una gran desilusión; el Nobel lo obtiene Kawabata. El templo del alba lo empieza el primero de julio y en 1968 empieza a escribir el último de los cuatro libros La corrupción de un ángel que terminó tres meses antes de su muerte.
 
El personaje que le da unidad a la tetralogía es Shigekuni Honda. Su amigo de infancia, Kiyaoki Matsugae sufre varias reencarnaciones con las que Honda se encontrará a lo largo de su vida.
 
En Nieve de Primavera, Kiyaoki se siente a sí mismo como un ser aparte, un ser distinto que no encaja en ninguna parte y a la vez siente lo precario de la vida. “Desde su infancia, todo lo que le habían enseñado a reverenciar como honorable y hermoso habría de encontrarse en las proximidades de la muerte”.22 Se enamora de Satoko, pero ella estaba destinada a casarse con un príncipe; este amor imposible lo lleva a la muerte. En este libro vemos claramente los anhelos del propio Mishima, puestos en boca de los dos jóvenes amantes:
 
¿Por qué vivimos una era de decadencia? ¿Por qué el mundo desprecia el vigor, la juventud, las ambiciones honorables y la sinceridad? Una vez derribaste a los hombres con tu espada, fuiste herido por las espadas de los otros, soportaste los peligros más horribles, todo para fundar un Japón nuevo. Y finalmente, habiendo alcanzado un alto puesto y la estimación de todos, moriste como el héroe más grande de una era heroica. ¿Por qué no podemos volver a la gloria de tu tiempo? ¿Cuánto va a durar esta edad despreciable? ¿O todavía vendrá algo peor? (Mishima, Nieve 68)
 
“Pienso que me estás empujando a sentirme disuelta en tu belleza hasta morir en la nieve. Ningún destino podría ser más dulce.” (Mishima, Nieve 103)
 
Mishima quería, al igual que el protagonista, “una muerte graciosa, como un kimono rico que arrojado sobre una mesa pulida se desliza sin encontrar ningún obstáculo hasta la oscuridad del suelo. Una muerte marcada por la elegancia”. (Mishima, Nieve 110)
 
Honda, por el contrario, jamás tuvo deseos de morir. Era un hombre común que la vida trataba con benevolencia. No tenía quejas. Era el hombre que el joven Mishima —el de Confesiones— quiso ser. Honda era razón. Kiyaoki, pasión.
 
En un círculo de luz amarilla la lámpara cogía los símbolos definitivos de dos mundos diametralmente opuestos, a los que estos jóvenes se habían entregado. Uno de ellos yacía seriamente enfermo en nombre del amor. El otro se preparaba para las graves exigencias de la realidad. Kiyaoki, medio dormido, nadaba en un mar caótico de pasiones, agarrándose a las algas marinas con los pies. Honda soñaba con un mundo de creación firmemente apoyado en una base de orden y de razón. Y así durante una amarga noche de principios de primavera, en la habitación de una vieja posada, estas dos cabezas juveniles estaban juntas bajo la luz, uno fríamente racional, el otro ardiendo en fiebre, cada uno de ellos ligado finalmente al ritmo de su propio mundo particular. (Mishima, Nieve 340)
 
Nieve de primavera, nieve frágil en que los copos de nieve se deshacen al soplo del viento o con el primer rayo de sol.
 
En Caballos desbocados, Isao, hijo del estudiante que fue el sirviente de Kiyaoki, resulta ser su reencarnación. Honda—ya abogado— lo descubre y trata de proteger y seguir los pasos del muchacho. Isao era un joven corpulento dedicado al kendo y a lectura de La Liga del Viento Divino de Tsunanori Yamao donde se relata el afán de unos samurais —se había prohibido el uso de espadas— por poner fin al “desgobierno”, aún a riesgo de perder la vida.
 
Desde mi punto de vista, el llevar espada es una costumbre que ha caracterizado nuestra tierra (...) Se trata de un hábito definitivamente incorporado a nuestros orígenes como nación y exalta la dignidad del Trono Imperial, solemniza los ritos debidos a nuestros dioses, ahuyenta el espíritu del mal y sofoca los desordenes. La espada pues, no sólo mantiene la tranquilidad de la nación, sino que también preserva la seguridad del ciudadano (...) ¿Cómo es posible, entonces, que aquellos sobre quienes recae la tarea de esbozar y llevar a los hechos una política nacional que honore a los dioses y fortalezca nuestra patria, se muestren tan olvidadizos sobre lo que se refiere a la espada?23
 
El plan que había elaborado fracasa y muchos de ellos cometen seppuku. Isao estaba encantado con la historia al igual que Mishima.
 
“La Liga del Viento Divino” es un drama de trágica perfección. El acontecimiento al que se refiere fue un hecho político tan absolutamente notable, que llega a constituir por sí mismo una obra de arte. Fue un crisol en que la pureza de los propósitos fue puesta a prueba de manera acaso única en la historia. (Mishima, Caballos 112)
 
Isao decide conformar su propio ejército: “Ante el sol... en la cima de una montaña, al amanecer, rindiendo culto al sol... mirando hacia abajo donde se halla el resplandeciente mar, bajo un pino alto y noble... darme la muerte”. (Mishima, Caballos 122) Isao quería la restauración y quería dar como cimiento para ella su propia vida.
 
Mishima, por su parte, vivía sus deseos de muerte en la literatura.
 
Isao era un caballo desbocado, rompiendo todas las ataduras, galopando hasta el fin con una increíble fuerza salvaje...
 
Aspiró una gran bocanada de aire y cerró los ojos mientras su mano izquierda recorría acariciante la pared de su estómago (...) entonces con un poderoso impulso de su brazo, hundió la hoja en su vientre. En aquel momento, cuando sus carnes se entreabrían, el brillante disco del sol surgió de pronto, estallando tras sus párpados. (Mishima, Caballos 408)
 
En el tercer libro, El Templo del alba, Honda aparece con 46 años. En un viaje a Bangkok descubre que una pequeña princesa, a quien toman por retrasada, es la reencarnación de Isao.
 
De la reina Sunantha sólo heredé mi cuerpo. Mi corazón vino del Japón así que en realidad debo dejar mi cuerpo aquí y sólo mi corazón ha de volver. Pero para hacer eso tendría que morir. Por eso tendré que cargar con mi cuerpo como una niña con su muñeca favorita. ¿Me entiende señor Honda? Por bonita que le parezca, se trata sólo de la muñeca que llevo conmigo.24
 
Honda se transforma en un estudioso de la transmigración.
 
El que está vivo y el que se halla muerto,
El que está despierto y el que duerme,
El joven y el viejo son todos uno y el mismo.
Cuando unos cambian, se tornan en los otros.
Cuando éstos cambian de nuevo se trocan en aquellos. (Mishima, Templo 108)
 
Es 1945 y se está en plena guerra. En alguna calle encuentra a Tadeshina, la antigua sirviente de Satoko, por quien se entera que Satoko está aún en el Templo Gesshu. Transcurren los años y Honda, ahora de 52 y la princesa Ying Chan se encuentran en el Japón:
 
Mi padre me dijo que las escuelas japonesas eran buenas así que vine aquí a estudiar. Hace muy poco se me ocurrió la idea de que de niña yo era quizás como un espejo donde se reflejaba todo lo que había en las mentes de las personas y simplemente decía que se me había ocurrido a mí. Por ejemplo, si usted tenía una idea, es posible que se reflejara en mí. Probablemente sucedió así, creo. ¿Qué piensa usted? (Mishima, Templo 203)
 
Honda no sabía que pensar, al parecer la princesa había olvidado ser la reencarnación de alguien y seguía su vida como si nada hubiese sucedido. Todos sus estudios, entonces, ¿para qué le habían servido? Esto lo confundió. Pero más confundido aún se halló después al sentir algo que nunca había sentido de esa forma:
 
A Honda le resultaba insoportable que sus deseos carnales se superpusieran tan perfectamente a su deseo de percepción; y sabía muy bien que el amor nunca nacería en él a menos de que pudiera separarlos (...) Era necesario que Ying Chan existiera más allá del alcance de su deseo de percibir, que él se enfrentara solamente con la imposibilidad de su deseo. (Mishima, Templo 266)
 
Honda se convierte en un voyeur. Así descubre el lesbianismo de la princesa y los tres lunares en el pecho, símbolo de la reencarnación —Kiyaoki e Isao también los tenían—. La casa, donde podía espiar a través de la estantería se quema gracias a un accidente. La descripción del fuego es bastante parecida a la que hallamos en algunos episodios de El Pabellón de Oro. “El fuego cambiaba a cada instante. Mezclándose con sonidos como colosales pisadas entre las llamas surgía el sonido intermitente de cosas que estallaban.” (Mishima, Templo 325)
 
Después de este incidente, Honda no vuelve a ver a la princesa hasta diez años más tarde. Intenta hablarle y cuando lo logra descubre que se trata de su hermana gemela. La princesa Ying Chan había muerto a los veinte años —edad en que Isao y Kiyoaki habían muerto— por causa de la mordida de una serpiente.
 
Honda acostumbraba a viajar sólo, pero esta vez decidió hacerlo en compañía de su gran amiga Keiko. En alguna playa conocen a Toru, un muchacho de 16 años que trabaja en el muelle reconociendo y anunciando la llegada de los barcos. Así empieza La corrupción de un ángel —traducido también como La caída del ángel—.
 
[Era] un muchacho de dieciséis años que se hallaba completamente seguro de no pertenecer a este mundo. Sólo la mitad de él estaba aquí. La otra se hallaba en el reino del añil. No existían en consecuencia leyes ni normas que le gobernasen. El se limitaba a simular que se hallaba sometido a las leyes de este mundo ¿Dónde están las leyes a las que ha de someterse un ángel?25
 
Toru tenía tres lunares a un costado del pecho. Trabajando frente al mar “las olas, al romperse, constituían una clara visión de la muerte. Así se le antojaban a él. Bocas entreabiertas en el instante de la muerte”. (Mishima, Corrupción 82)
 
Honda decide adoptar a Toru y llevárselo a vivir con él.
 
Mientras instruía al atento Toru, Honda experimentaba la impresión de que en realidad se trataba de instrucciones para Kiyoaki, para Isao y para Ying Chan. Sí, debería haberles hablado. Debería haberles armado con la presciencia que hubiese evitado que se alzaran tras sus destinos, haberles privado de sus alas, impedir que se remontaran y obligarles a marchar al paso del gentío. Al mundo no le gusta el vuelo. Las alas son armas peligrosas. Invitan a la autodestrucción antes de que puedan ser empleadas. (Mishima, Corrupción 106)
 
En la siguiente conversación entre Honda y Toru encontramos finalmente lo que Mishima también buscó en su vida. El suicidio como afirmación; el suicidio para saberse vivo. Ya no se trata aquí de cómo morir, se trata de otra explicación para querer morir. En este caso era casi una necesidad.
 
– Imagínate un ratón que piensa que es un gato. No sé cómo, pero lo piensa. Pasa todas las pruebas y llega a la conclusión de que es un gato. Cambia su visón de los demás ratones. Son carne para él y nada más, pero se dice a sí mismo que se abstiene de comerlos sencillamente para ocultar el hecho de que es un gato.
– Supongo que se tratará de un ratón bastante grande.
– Eso no importa. No se trata de tamaño sino de confianza. Está claro que el concepto de “gato” se ha impuesto a la apariencia de “ratón”. Nada más. Cree en el concepto y no en la carne. La idea es suficiente. El cuerpo nada importa. El placer del desdén es máximo (...) pero un día el ratón se topa con un auténtico gato.
– Voy a comerte– dice el gato.
– No puedes– replica el ratón.
– ¿Y por qué no?
–Los gatos no se comen a los gatos. Es imposible como cuestión de instinto y como cuestión de principio. Yo soy un gato, sea cual fuere mi apariencia.
El gato se retuerce de la risa (...) empieza a comerse al ratón
– ¿Por qué estas comiéndome?
– Porque eres un ratón
– Yo soy un gato (...)
– Demuéstralo.
 
En consecuencia el ratón salta a la tina de la colada, toda blanca de espuma y se ahoga. El gato mete una zarpa en el agua y luego la lame. La espuma sabe horriblemente. Así que deja el cuerpo flotando allí. Todos sabemos por qué el gato se marcha sin comerse al ratón. Porque no es algo que pueda comer un gato. A eso me refería. El ratón se suicida para afirmarse. Desde luego no consiguió que el gato le reconociera como otro gato, ni cuando se mató pensaba lograrlo (...) muere frente a un gato sin ser devorado y se afirma a sí mismo como algo que los gatos no comen (...) así el suicidio es un éxito. El ratón ha conseguido afirmarse. (Mishima, Corrupción 111-112)
 
Pronto Toru empieza a cansarse de su padre, que dice siempre comprenderlo. Honda le confiesa a su hijo que el es una reencarnación de un amigo suyo de infancia, y tras leer el diario que Kiyoaki llevaba, se envenena.
 
La tetralogía termina —fechada el 25 de noviembre de 1970— con la visita de Honda al Templo Gesshu donde Stoko es la abadesa. Este le cuenta la historia de Kiyoaki:
 
– Ha sido una historia muy interesante, pero por desgracia yo no conocí al señor Matsugae (...)
– ¿Pero no se llama [usted] Sotoko Ayakura?
– Ese era mi nombre en el mundo (...) [pero] ¿no será, señor Honda, que jamás existió tal persona? (...)
– Si no existió Kiyoaki, entonces tampoco existió Isao. Ni existió Ying Chan y quién sabe, quizás tampoco yo haya existido. (Mishima, Corrupción 219)
 
En diciembre de 1966 Mishima conoce a dos muchachos miembros de la revista Controversia y queda impresionado con estos “neonacionalistas” que creían en el pueblo japonés y en el emperador; sus nombres: Bandai y Nakatsuji. A pesar de sus constantes viajes a Occidente, y su vida como occidental, Mishima sabía que “mi verdadera vida como escritor es el puro Japón de la lengua japonesa que utilizo todas las noches en mi estudio. Comparado con eso, todo lo demás no tiene la menor importancia”. (Nathan, 216)
 
Desde aquí encontramos la oposición tajante que Mishima encontraba entre la pluma —ser escritor— y la espada —ser guerrero—, en estos últimos años de vida cuando escribe algunos artículos para la revista de los jóvenes. “(...) hablar de un héroe literario es cometer un abuso con el lenguaje. Un héroe es un concepto que sólo puede encontrarse en el polo opuesto de la literatura... Como siempre, la gloria que me atrae a mí es la gloria del héroe no la del escritor (...)” (Nathan, 217)
 
En 1967 se alistó a la Fuerza de Defensa Propia del Ejército—ASDF— con 46 días de entrenamiento básico. Mishima se estaba preparando para ser un samurai, y como el lo entendía, prepararse para ser samurai era prepararse para la muerte. “La profesión de samurai es el negocio de la muerte. Por pacífica que sea la época en que se vive, la muerte es la base de todas sus acciones.” (Nathan, 220)
 
En octubre de 1967 Mishima estaba dispuesto a emprender la lucha política, esto se tradujo en la creación de un ejercito privado listo para ayudar a la ASDF en caso de un ataque de la izquierda. En marzo de 1968 Mishima se encargó de entrenar a su primer grupo. Él y once jóvenes más, hicieron un pacto de sangre en las oficinas—una pequeña habitación— de Controversia. “Juramos como verdaderos hombres de Yamato alzarnos espada en mano frente a cualquier amenaza a la cultura y la continuidad histórica de nuestra patria.” (Nathan, 222)
 
El tres de noviembre de 1968 escogen el nombre de La Sociedad del Escudo. Al día siguiente se anuncia a la prensa la fundación de la sociedad. Tras varios alistamientos, la sociedad logra tener en sus filas, en 1970, a 100 jóvenes. En la ideología de la sociedad estaban presentes estos elementos:
 
Los japoneses eran japoneses en virtud de la cultura japonesa; que el emperador era la “única fuente y único garante” de la cultura japonesa total; que defender al emperador era, por tanto, lo mismo que defender la cultura y la forma fundamental de defenderse. (Nathan, 229)
 
Varias polémicas generó la afirmación de que el emperador era la cultura. Mishima utilizaba el miyabi, que se define como “elegancia cortesana” y se identifica con la poesía de la corte, para sustentar su afirmación.
 
Así como la poesía cortesana era el origen de toda la literatura japonesa posterior, argumentaba él, miyabi era el origen de todos los valores estéticos subsiguientes (tales como yugen, han, awabi y sabi). Por tanto, toda la cultura popular (cultura ajena a la corte) había de ser la imitación del miyabi, el pueblo que aspira a la elegancia de la corte. Puesto que la “elegancia cortesana” sin un emperador era un absurdo, se llegaba a la conclusión de que el emperador era la fuente del miyabi. “De ahí”, el emperador como “fuente de la cultura japonesa”. (Nathan, 229)
 
Pero ¿quién era, dónde estaba ese emperador? Para convertirlo en el emperador cultural de que él hablaba, se le debían devolver el derecho de mando supremo tal como lo tenía bajo la constitución Meiji.
 
Pero a Mishima lo que le interasa era morir (así lo expresa en el ensayo Sol y Acero). Y que mejor medio que teniendo un propio ejército. El problema que se le presentaba ahora era otro. ¿Contra quién luchar?
Comprendía que únicamente a través del grupo —compartiendo el sufrimiento del grupo— podía el cuerpo alcanzar esa altura de la existencia que el individuo solo no podía nunca alcanzar. Y para que el cuerpo llegara a ese nivel en el que puede vislumbrarse lo divino, era necesario una disolución de la individualidad. El carácter trágico del grupo era también necesario, la condición que constantemente sacaba al grupo del abandono y el letargo en que tendía a caer, llevándolo a un sufrimiento compartido cada vez mayor, y así la muerte, que era el sufrimiento definitivo. El grupo tenía que estar abierto a la muerte, lo que significa, por supuesto, que tenía que ser una comunidad de guerreros. (Nathan, 235)
 
Entretanto, Mishima seguía escribiendo todas las noches, tomándose fotos en distintas poses y en distintas personificaciones —entre ellas una de san Sebastián—, haciendo obras de teatro, desfiles de su ejército con un uniforme diseñado por él, etc...
 
Varios de los miembros de la sociedad del escudo renuncian a ella. Mishima enfurece y piensa en cerrar la sociedad, pero no lo hace y nombra de presidente a Masakatsu Morita.
 
El 21 de octubre de 1969 cuando los obreros y estudiantes se lanzan a las calles a protestar contra el comunicado de Sato-Nixon encuentran a más de quince mil policías que impiden cualquier disturbio.
 
Mishima pensaba que puesto que el gobierno estaba ahora seguro de no tener que movilizar a la Fuerza de Defensa Propia, ya no se consideraría obligado a plantear la cuestión de si era o no constitucional la movilización. En otras palabras, se podía contar con que ahora el gobierno apoyaría plenamente y sin rebozo la Constitución, puesto que la reforma constitucional, un tema siempre peligroso, había quedado demostrado que no era necesaria para mantener los propios intereses. (Nathan, 254)
 
¿Qué hacer?
 
Mishima y Morita, junto con Masayoshi Koga , Hiramosa Koga y Masahiro Ogawa se tomarían la Dieta y pedirían la revisión de la Constitución, obligarían a la división Ochigaya a reunirse por medio de hacer prisionero al jefe de regimiento, les expodrían el caso y esperarían a que se unieran contra la Dieta. Usarían espadas japonesas. (Mientras se hacían los preparativos, Mishima empezó a despedirse de todos sus conocidos. Hizo una exhibición de fotografías cubriendo la sala de colgaduras negras y agrupándolas en “cuatro ríos”: el río de los libros, el río del teatro, el río del cuerpo y el río de la acción.)
El 25 de noviembre salieron todos hacia el cuartel Ichigaya y fueron conducidos a la oficina del comandante Masuda. Este los recibió, preguntó por la espada, Mishima se la mostró y al pedir el pañuelo a Koba, lo capturaron y echaron cerrojo a todas las puertas. Por debajo de la puerta pasaron las demandas del grupo y esperaron que los soldados se encontraron reunidos para que Mishima les hablara durante treinta minutos. A las doce en punto se asomó al balcón pero el ruido y los gritos eran tales que sólo pudo hablar durante siete minutos. Al entrar de nuevo a la habitación dijo “No creo que me hayan oído siquiera” y abriéndose la chaqueta se sentó en el suelo. Mishima se clavó la espada en el lado izquierdo, lentamente la pasó, atravesando el vientre, al derecho. Morita esperó y le dio desde atrás dos golpes con la espada. Koga se la quitó y decapitó a Mishima. Luego Morita haría lo mismo.
 
Dice Nathan que al día siguiente, Shizue, al recibir a alguien con flores blancas declaró: “Debías haber traído rojas para celebrarlo. Era la primera vez que Kimitake hacía algo que siempre había querido hacer. Alégrate por él.”

Publicado en Ruta de la seda


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