España ante el Islam
Hace unos meses se me ofreció la oportunidad de dar mi opinión sobre el Islam en una conferencia para un grupo de patriotas. Petición que he tenido el honor de recibir de Raúl y Yordi, y a quienes agradezco la oportunidad poder dárosla. Vaya por delante mi compromiso de lealtad, es decir, de deciros la verdad de lo que pienso sobre este asunto. Por tanto mi papel no es el de exponer una lección al estilo académico, sino de trasladaros mi verdadero parecer sobre un tema que es necesario afrontar sin vendas sobre los ojos, con vistas a tomar una actitud respecto a un problema actual. Esas vendas que pueden ser de diverso tipo, bien para esconder la realidad tras excusas de tipo económico, bien tras supuestos valores religiosos, humanistas, etcétera. Cualquier cosa sirve con tal de no reconocer la magnitud del problema que ya está entre nosotros. Una de las primeras carencias detectadas al acercarnos al fenómeno actual del Islam es que muy pocos autores son verdaderamente útiles para elaborar un pensamiento de defensa frente a la invasión que estamos padeciendo. Pero no todo es desechable, y existen en verdad algunos dignos de elogio de los que me siento deudor en algunos de los argumentos que voy a exponer. Ya para empezar habréis notado que he introducido dos conceptos: “pensamiento de defensa” e “invasión”. Posteriormente veremos por qué, porque sólo puede hablarse de invasión respecto de algo extranjero. Los separatismos son un problema, un grave problema, pero forman parte de nuestros demonios nacionales, a nadie se le ocurre decir que los separatismos son problemas exteriores a España. Sin embargo, ante el problema del Islam hay que establecer una actitud distinta puesto que se trata de un elemento alógeno por completo a nuestra cultura y a nuestra idiosincrasia. Pero antes de extenderme más, quiero dejar una cosa clara: Que no voy a realizar una exposición desde el punto de vista verdadero/falso en el sentido metafísico del término, sino desde la disyuntiva nuestro/ajeno, como pueblo. El compromiso que merece el planteamiento religioso, exige una prudencia que aconseja soslayar dicha perspectiva en esta ocasión, puesto que probablemente habría que dedicar antes una o varias sesiones monográficas al problema de la religión en Occidente, cuestión muy grave, y que constituye, por el gran vacío existente, una brecha de penetración en las gentes de Europa. Por el momento el Islam, independientemente del seguimiento que goza por parte de las nuevas generaciones nacidas de inmigrantes mahometanos, ha cautivado a reducidos sectores con cierta formación intelectual. Pero no cabe duda de que existe un peligro de expansión ideológica fruto del vacío interior de Occidente. El Islam no nace por generación espontánea en una tierra de arena y simples beduinos, sin más circunstancia cultural que las dunas del desierto de la península de arábiga. Arabia era una región fronteriza con el Imperio Romano y luego con el Bizantino. Asimismo tenía en frente al Imperio Persa, la propia vega del Éufrates y Tigris no queda lejos de sus límites, es decir en su entorno ha habido desde tiempos muy lejanos acontecimientos culturales de primer orden, sin olvidar el imperio faraónico y la influencia israelita. Es importante señalar esto, porque se ha pretendido presentar al Islam como una religión tan revelada, que nace prácticamente sin ninguna influencia cultural, cuando lo cierto es que los árabes en el momento del surgimiento de Mahoma como jefe religioso eran un universo de intensos consumidores de las opciones religiosas de la época. En el siglo XXIV a.C. la región oriental de Arabia, Bahrain, se había convertido en un lugar de paso entre Mesopotamia, el sur de la península e India. Hacia fines del segundo milenio a.C. comenzó el tráfico de mercancías mediante caravanas entre el sur y la parte fértil de Arabia. Se cree que la domesticación del camello sucedió hacia el siglo XII a.C., hecho que contribuyó a facilitar las travesías del desierto y el desarrollo del reino de Saba, en la parte meridional. Más adelante, la observación de los ciclos de los vientos monzones dio lugar a un intenso flujo de navíos entre India (en algunos casos incluso China) y el sur de Arabia. Dicho tráfico comercial seguía también hasta los puertos del norte del Mar Rojo y el Mediterráneo. De modo que no nos encontramos ante unas tierras ajenas a las corrientes de pensamiento que ocurrían en aquellos siglos, sino con un pueblo que estaba al corriente de lo que sucedía y que tenía influjos de su entorno y de las corrientes de ideas que llevaban y traían los mercaderes que atravesaban la inmensa tierra arábiga.
Panorama religioso en Arabia antes de mahoma
Detengámonos especialmente en los sabeos, por la evidente semejanza de algunos de sus ritos con los coránicos.SabeísmoNo era un politeísmo en el sentido estricto pues adoraban a un sólo Dios,(Allah Taala) pero consideraban como agentes de éste a los Siete Angeles que presidían los astros y los llamaban al-Ilaat.Entre sus prácticas religiosas ocupaba un lugar relevante la oración; la realizaban tres veces al día : al salir el sol rezaban ocho plegarias, posternándose tres veces por cada una ; al medio día cinco e igual número en el ocaso.La Kaaba, en la Meca, era centro espiritual del SabeísmoAllí se encuentra la famosa piedra negra, que en un tiempo fue diamante en llamas (meteorito), la cual, dicen, en su caída del cielo iluminó toda Arabia como la luz de la aurora y que la maldad humana hizo que fuese tomando color negro.A la Kaaba iban en peregrinación todos los años los devotos sabeos, dando siete vueltas a su alrededor, besando siete veces la piedra negraEn el sabeísmo también está presente la creencia en los genios.MandeanosDe acuerdo con la cosmología de los mandeanos, el Universo está constituido por dos fuerzas: el mundo de la luz situado al norte y el de las tinieblas al sur. Hay un principio rector de ambos y alrededor de los superiores hay pequeños dioses llamados reyes. Entre ambas fuerzas hay hostilidad y un fruto de esta lucha fue la creación del mundo, sin el permiso supremo de la luz. El ser humano fue creado por las fuerzas de la oscuridad, pero en cada uno de nosotros hay un Adán o una Eva ocultos, es decir: el alma, la cual tiene origen en el mundo de la luz.NestorianosAsí como de manera análoga hay dos naturalezas en Cristo, es necesario admitir también que existen en Él dos sujetos o personas distintas.Por la encarnación el Logos-Dios no se ha hecho hombre en sentido propio, sino que ha pasado a habitar en el hombre JesucristoMonofisistasEran otra iglesia cristiana con predicamento en Arabia, su origen está en una reacción frente al nestorianismo. Eutiques, un monje que presidía un convento en Constantinopla, sostenía que el Verbo Encarnado no era de dos naturalezas sino que éstas se unieron para formar una sola naturaleza personal, la cual era divina.Así llegamos al año 570, en que nace Mahoma. Huérfano desde niño, se casa con una viuda acaudalada. Comenzó a predicar su fe en Alá. Habiendo sido rechazado al principio en La Meca, logró el apoyo de los jefes tribales de Medina, a donde ser traslada en el 622 d.C., año en que comienza la cuenta de la era musulmana. La gran conquista mahometana comienza con la entrada de su líder en La Meca en el año 630. Tras la muerte del caudillo fundador, Omar, segundo califa, asumió la dirección de la conquista árabe. En sólo diez años los árabes ocuparon Siria, Palestina, Egipto y Persia. Aunque el centro de gravedad político se traslada a Damasco, son los árabes la casta de gobierno de tan bastos territorios. La península arábiga no logró superar su estructura de ciudades rodeadas por desiertos de arena y tribus cruzándola en toda su extensión. En los siglos sucesivos además sufriría una sangría demográfica, que alimentaba a las clases gobernantes de la Unma. En el siglo VIII las fronteras del Islam se extendieron desde África del Norte y España, en Occidente, hasta Pakistán y Afganistán, en el Este. Posteriormente surgió el califato de Bagdad y las amplias conquistas comenzaron su fragmentación. Los abbasíes sucedieron a los omeyas de Damasco. El califato de Bagdad fue fundado por Abú-Abbas, que mató a todos los miembros de la familia Omeya.
El Islam invade España
Las disputas intestinas de la aristocracia visigoda llevaron a uno de sus nobles, Witiza, a pedir la entrada de los sarracenos (palabra que significa “habitante del desierto”) en España para apoyar sus pretensiones dinásticas. Tras vencer a D. Rodrigo en la batalla de Guadalete el 26 de julio del 711, los árabes se hacen con toda la península en pocos años. Pero no era ésta la primera vez que pueblos semitas cruzaban el estrecho de las Torres de Hércules. En el siglo II de nuestra era hubo un par de invasiones de pueblos "mauri". La primera afectó a la Bética. La segunda, a la Bética y a la Lusitania. Ambas fueron frenadas echando mano de la VII legión acantonada en Hispania. En la segunda, además, los romanos les persiguieron al otro lado del estrecho. Es necesario recordar que en plazas importantes los invasores contaron con la colaboración de una minoría no asimilada que, llegada la hora decisiva para la tierra que le había dado cobijo, se puso del lado del expoliador: Me refiero a los judíos, que llegaron incluso a abrir las puertas de la capital del reino godo, Toledo, para que entrasen las tropas invasoras. Recordemos que los israelitas tampoco nombran a España por su nombre, sino que tienen el suyo para llamarla, Sefarad. La tropa invasora está compuesta principalmente por sirios y mauritanos. Situémonos en aquel momento, el Islam la anega todo, como una presa que ha roto las compuertas y reventado el muro de contención. Nada se resiste a los nuevos amos. Unas veces por la fuerza de las armas, otras por acuerdos de vasallaje, pero al final toda la península hasta los Pirineos cae bajo su soberanía. Todo, excepto un pequeño territorio del norte, donde un reducido contingente de patriotas decide plantar cara al enemigo. En las montañas de Asturias, en la zona conocida como Covadonga, la grandeza de los irreductibles no consistió en estar dispuestos a luchar hasta la muerte. Esa es una gran gesta, pero como esas hay alguna más en la historia de los pueblos. La grandeza de la resistencia de los combatientes agrupados en torno a Pelayo fue que, pese a que el enemigo les rodeaba, no se trataba de una lucha sin cuartel, ni se les exigía una rendición incondicional. Al contrario, se les ofrecía la conservación de vidas, haciendas y categoría social, tan sólo tenían que pagar un simbólico tributo al Califa. Pero eso es precisamente lo que los resistentes españoles no estaban dispuestos a conceder al enemigo ni concederse a si mismos. Es más, el príncipe de la Iglesia española de aquel entonces, el Obispo de Toledo, Opas, viajó exclusivamente a entrevistarse con los combatientes cristianos para legitimar su rendición al Islam sin cargo de conciencia alguno. No sabemos si Opas, como gesto ecuménico, llegó a besar el Corán ante Pelayo… El resultado de las gestiones de Opas y de los parlamentarios musulmanes es de todos conocido, así como el resultado de la batalla de Covadonga. ¿Quiénes componían aquel grupo de resistentes? No sólo lugareños, sino también aquellos que, viniendo del sur, no se habían avenido a negociar su rendición, aquellos que no habían admitido transacción con lo fundamental, que está por encima de la hacienda y de la propia vida individual. El naciente reino de Asturias creció sin frontera con cualquier otro reino cristiano, incomunicado con las referencias de la Cristiandad europea. Pero, superada la primera fase de la reconquista, se tomó contacto con la Europa de Carlomagno, se observó que, sin seguir el modelo del otro lado de los Pirineos, en las montañas del norte español crecía una cultura similar a la de los restantes reinos de Europa. Esto ha llevado a decir a Claudio Sánchez Albornoz que Asturias es la región más europea de las españolas, no la catalana, que creció como europea con tan sólo alzar la vista sobre la valla pirenaica para mirar el modelo francés. Asturias fue europea sin referencias, sin modelo al que seguir, porque el modelo estaba dentro de ella misma. Naturalmente que hubo contactos, viajes, enlaces matrimoniales, el Camino de Santiago, etc, pero Asturias decidió ser Europa siguiendo su propia fuerza interior, y con ello dotó a España de un carácter que la haría inasimilable por el Islam, estableció la semilla de la refractariedad entre ambas culturas, entre ambos modos de entender la existencia.
Los invasores aprovecharon parte de la aristocracia goda que cedió a la presión, para dirigir algunos territorios, como en el sureste y en Zaragoza. Pero mayoritariamente fueron colocando a árabes y sirios en los puestos de responsabilidad.
Una vez conseguido el asentamiento, los métodos para hacerse obedecer no se corresponden con la idea que algunos panegiristas pretenden hacernos creer. Las revueltas dentro del propio territorio andalusí fueron numerosísimas, reprimidas expeditivamente, entre cuyas medidas la crucifixión no era excepcional.
Además, en los mejores tiempos de la permisividad religiosa, durante la época omeya, que relativamente duró poco, ya no se podían construir más templos que no fuesen musulmanes, ni tañer las campanas de las iglesias, ni culto público de otra fe que la musulmana.
El propio estilo de dominación conllevaba un despotismo de tipo oriental, que repugnaba a las propios muladíes (antiguos hispanos convertidos al Islam) y mozárabes (hispanos en territorio andalusí). Es muy significativa la conocida rebelión de Omar ibn Hafsún, un caudillo muladí, que trajo en jaque al Emir de Córdoba, llegando a controlar la mayor parte del sur de Al-Andalus. Cuando se vio con suficiente poder, el hispano se hizo bautizar, lo que levantó la ira irrefrenable del fanatismo islámico, hasta que Abderramán III acabó con la sublevación. Por cierto, que este individuo, autoproclamado Califa, y que pasa por ser uno de los personajes más significativos de la cultura andalusí, se reiteraba en su crueldad, estando registradas en su haber numerosas matanzas masivas, de propios y cristianos, como la realizada en el Monasterio de San Pedro de Cardeña, donde ordenó degollar a los doscientos monjes que lo habitaban.
Eran los tiempos de la permisividad andalusí, cuando florece su recordada cultura, la época omeya, en el siglo X. Luego vendrían tiempos peores. A propósito del cuidado que los árabes mostraron con los monumentos que había en la España conquistada, baste con recordar que la magnificente residencia califal de Medina Azahara, en los alrededores de Córdoba, fue destruida en el transcurso de una revuelta intestina. Si esto hacían con sus propias obras, imaginemos lo que hicieron con las ajenas. El que una parte importante de las edificaciones árabes realizadas en España hayan sobrevivido ha sido gracias al cuidado de los españoles que, una vez reconquistadas las ciudades, conservaban los monumentos. Prueba de ello es la comparación que se puede hacer hoy entre Córdoba con Damasco, donde ha desaparecido la gloria monumental del pasado califal.
Las infraestructuras creadas por los romanos dejan de tener la atención necesaria para su mantenimiento. La creación de nuevos núcleos urbanos se concentra, principalmente, en cambiar el nombre a los ya existentes. Es falso que la casa típica andaluza tenga origen árabe, sino que es de procedencia romana, la aparcería estaba calcada de los bizantinos y en agricultura seguían los patrones de riego y canales que habían dejado los romanos. Lo que sí implantaron fue el sistema latifundista, que sobrevive en el sur de España, como herencia de aquel sistema de propiedad acumulativa con que el Islam premiaba a la casta árabe dirigente, especialmente a la persona del Califa, el gran terrateniente.
El aprovechamiento de los recursos minerales no sólo sufrió retroceso, sino el abandono total, como fue el caso de las minas de cobre en Huelva.
Sin embargo Al-Andalus se convirtió en el gran centro comercial de trata de humanos. Traían negros del Sudán que vendían en los grandes mercados y prisioneros blancos que lograban en las aceifas o ataques que cada verano realizaban contra los reinos del norte. También procedían de la piratería mediterránea y, algo, del comercio con germanos, a los que compraban prisioneros eslavos.
En base a la arquitectura visigoda, popularizaron el arco de herradura como algo típico de su cultura, cuando en realidad es un elemento arquitectónico sobre cuya creación el árabe ha sido absolutamente ajeno. En el año 1031 se da por concluido el Califato y comienzan los reinos de taifas. A partir de entonces se acentúan aun más las peculiaridades agarenas en el modo de conducir el gobierno de los pueblos. Despotismo unido a continuas disputas intestinas parecen haber transcendido hacia los reinos del norte, traspasando los siglos y proyectando esta deformación gubernativa hasta nuestros días.
La marcha hacia el sur
Los godos se establecen en España hacia la segunda década del 400. Eran un pueblo de los que Roma llamaba bárbaros, un apelativo onomatopéyico por el efecto que les causaba su lengua. Otros pueblos ya les habían precedido en su entrada en la provincia más occidental del Imperio, como los alanos (arios de las montañas de Irán), o vándalos y suevos (ambos del tronco germánico). El pueblo visigodo, originario de la península escandinava, que tras un largo período en el noroeste de Alemania, se adentró en los territorios del Imperio Romano, acabando su periplo en la provincia más occidental de éste. Es importante recordar que los visigodos ni cambiaron el nombre, ni, lo que sería mucho más grave, negaron la civilización de la que España formaba parte. Hecho imposible, desde el mismo momento en que son los visigodos los que la abrazan como propia. Más bien habría que afirmar que los godos al adoptar la cultura latina toman para si un ropaje que cubría unos valores comunes a bárbaros y romanos. Cuando los árabes entran en la Península Ibérica a principios del siglo VIII, Hispania era un reino consolidado. Aunque padecía luchas intestinas entre los aristócratas, sin embargo su concepción territorial estaba netamente definida. El reino visigodo era el heredero de la antigua provincia romana de Hispania, a la que le había dado cuerpo político y continuidad en su vinculación con la cultura greco-romana. Tan claro era este concepto, que los godos, pudiendo haberle cambiado el nombre a la provincia conquistada (hubo un momento de cierta indecisión y España pudo haber pasado a llamarse Gotia) como había sucedido en la Galia (que perdió su denominación, siendo reconocida hoy como Francia, o reino de los francos) sin embargo mantuvieron el milenario nombre de Hispania, que por evolución fonética se conoce hoy como España. Por el contrario la invasión agarena cambia el nombre al nuevo territorio botín de su expansión, y, lejos de mantener el antiguo, implanta uno nuevo: Al-Andalus, de origen discutido y sobre el que existen distintas interpretaciones, pero, en cualquier caso, lo que está claro es que se rechazó el nombre clásico de España. Esta transmutación expresaba por sí sola la pérdida de la naturaleza “occidental” de cuanto Hispania había sido hasta entonces. España no sólo perdía el nombre, sino que dejaba de formar parte de la latinidad y del conjunto de pueblos europeos que habían poblado el continente y habían irradiado su cultura desde el Mediterráneo. Así que con la llegada del Islam España perdía nombre, territorio, civilización y raza. Sí, incuso raza, pues por un lado, en la casta dominante estaban los árabes, bien procedentes de Siria, del Yemen o de otros territorios por donde se habían extendido. Y por la base, se produjo una continuada inmigración de gentes africanas, los conocidos como “moros”, que, junto con los primeros, hacen que no se le pueda negar el calificativo de racial a la invasión sufrida. Tal era la conciencia de filiación patria que existía en el reino antes de la invasión semita, que S. Isidoro de Sevilla (siglo VII) en las Etimologías dice: “¡Oh, España! La más hermosa de todas las naciones que se extienden desde Occidente hasta la India. Tierra bendita y feliz, madre de muchos pueblos… De ti reciben la luz el Oriente y el Occidente. Tú, honra y prez de todo el orbe; tú, el país más ilustre del globo… Con razón, ya hace tiempo, te deseó la dorada Roma, cabeza de gentes y, aunque vencedor, aquel empuje romano te desposara primero, luego el muy floreciente pueblo de los godos, tras haber conseguido numerosas victorias, a su vez te tomó y te amó…”
Es importante dejar bien sentado que España no nace en 1492, con la reconquista del sur peninsular, sino que en el cuatrocientos, con los visigodos asentados definitivamente en España, tenemos una antigua provincia romana que en pocos años se va a convertir en un auténtico reino.
Insisto en que es fundamental retener este dato, porque toda la legitimidad de la Reconquista está basada en la “recuperación del reino de los godos”, y la idea de la “pérdida de España”, tal como aparece en numerosos documentos de los largos siglos de marcha hacia el sur. La etapa visigoda fundamental para nutrir de legitimación la recuperación territorial. Con una constancia sin par en todos los pueblos de la tierra, que en palabras de Sánchez Albornoz hacen que España sea una excepción, los hispanos recuperan palmo a palmo la península en una hazaña que ni siquiera la imaginación de las canciones de gesta o las sagas nórdicas habrían imaginado. Desde los primeros tiempos los reyes del norte pretenden ser Rex Hispaniae o Imperator Hispaniae. Así tenemos a Alfonso III (866-910), Alfonso VI (1072¨-1109), Alfonso VII (1105-1109), o Alfonso X que fue pretendiente a la corona del Sacro Imperio Romano-Germánico. Así también tenemos a Sancho III de Navarra, que también se tuvo a si mismo por Rex Hispaniae.
Es decir, en todo momento, en una cadena que no se rompe en ninguna generación, existe una continuidad de no darse por vencidos, en no admitir la situación como definitiva. España se encuentra bajo la losa de la sepultura islámica, anegada por un océano que ahogaba todo cuanto no fuese islámico. Y sin embargo existió un pueblo que no se dio jamás por vencido, que nunca reconoció en los invasores a unos connacionales, pese a que cuando la Reconquista llega a Granada ya han pasado casi ocho siglos. Hay que añadir que el sentimiento era recíproco. En todo momento existió la conciencia de estar viviendo bajo la opresión de una identidad ajena. Esta fue la clave de la refracción innata. Un proyecto de esta magnitud no hubiera sido posible si sólo hubiera sido sentido por las clases dirigentes. Fue una conciencia colectiva de todos, de todos los estamentos sociales, que se sentían como expulsados al exilio dentro de su propia tierra.
En varias ocasiones el impulso español pudo haber echado al invasor al otro lado del Estrecho, pero esta materialización tan deseada se retrasó durante siglos. Creo que hay que tener en cuenta algunos factores que han tenido un peso muy importante en la demora de la recuperación total de la Península. De un lado tenemos que las Cruzadas polarizaron durante largo tiempo el esfuerzo militar contra el Islam. Los reinos cristianos enviaban sus principales contingentes a los Santos Lugares, mientras que en Occidente seguía la lenta reconquista. El apoyo de otros reinos europeos existió, y en la Reconquista participaron caballeros de distintas partes de la Cristiandad, pero era una participación que más bien significaba un testimonio de compromiso e identificación con nuestra causa, que una ayuda eficiente. Después de Carlomagno, poco más, y lo que se realizó tuvo que ser con recursos propios. Por otro lado había escasez demográfica. Es reconocido por todos los historiadores el despoblamiento de la cuenca del Duero, durante un largo período de la Reconquista. Pero Sánchez Albornoz afirma que esta carencia de población ya existía en la época visigoda. Es decir, las carencias demográficas de España venían desde muy atrás y con los hombres que había era necesario hacerlo todo. El territorio denominado Al-Andalus, sin embargo, no tenía estos problemas. Cuando de verdad se veían apurados de recursos humanos y materiales, acudían a África, por lo general, cuando no al Yemen, Siria u otras regiones del inmenso Islam. Así, tras la recuperación de Toledo por Alfonso VI, las taifas dan la voz de alarma y llaman a los almorávides. El norte de África fue el foco de nutrición migratoria para cubrir las fuerzas que faltaban. La invasión almohade es también otro ejemplo de cómo el Islam echaba mano del fondo inagotable de población africana para tapar la incontenible reedificación del edificio hispano. Cuando los españoles contemplaban este fenómeno, el efecto debía ser aún más encorajinador. Al ver cómo las mermadas huestes enemigas se nutrían del saco inagotable africano, por un lado debían de notar una sensación de impotencia al ver cómo de nuevo al árbol intruso le crecían las ramas tan costosamente arrancadas. Pero a la vez, les debía de reforzar la legitimidad de su lucha ver aquellos recién llegados rostros africanos que se presentaban con derechos sobre su tierra. Imaginemos qué sensación podrían tener los españoles de la época al encontrarse cara a cara con un almorávide, de tez muy oscura, cuya fe imponía una vestimenta que cubría el rostro no sólo de las mujeres, sino también de los hombres.
Esta lentitud en el avance, no obstante, tuvo sus efectos positivos. Por un lado servía para recuperar pobladores perdidos. Se trataba de los muladíes, españoles convertidos al Islam, como el caso del mencionado caudillo Omar. Al ir cambiando las tornas, la población que a regañadientes había profesado la religión del intruso, volvía, a pesar del transcurso de las generaciones, a la fe cristiana, y con ello a la civilización occidental. Pero a la vez, con la lenta marcha hacia al sur de la frontera, el corrimiento poblacional era en una doble dirección, pues los irreductibles, los fieles al Islam, especialmente de origen árabe y berebere, en vez de permanecer en los territorios ahora cristianos, donde por generaciones habían vivido sus antepasados, emigraban hacia el sur. Este paso bien podía ser súbito, con la captura de las nuevas posiciones por las fuerzas españolas, o bien, si permanecían durante un tiempo, como bolsas musulmanas dentro del territorio liberado, a la larga optaban por seguir el camino de los primeros. En ocasiones, se les “ayudaba” a tomar tan desgarradora decisión, en justa reciprocidad a las presiones y masacres que habían sufrido los cristianos que habían vivido entre enemigos durante siglos.
La larga persistencia del rincón musulmán del sur, en particular el reino de Granada, facilitó la emigración hacia tierras islámicas, sin necesidad de tomar el barco. Por otro lado, antes de las expulsiones realizadas tras la conquista del último reino moro, había habido diferentes “empujones”, como el acaecido en 1270, donde los insurrectos moriscos que subsistían en la Bética reconquistada fueron expedidos hacia Granada. O el que sucedió a la reconquista de Valencia, el 28 de septiembre de 1238, en que sus 50.000 habitantes abandonaban la ciudad por voluntad propia o ajena, pero la abandonaban, hacia Denia y Cullera. Otro tanto sucedió en Sevilla.
Aún así, cuando la Reconquista llega al mar del sur, el arco atlántico que conduce al estrecho hoy llamado de Gibraltar, o en el lado opuesto, por la zona de Málaga, también se produjo un goteo continuo de población desde la parte musulmana hacia el norte de África.
Fue inútil ya todo intento de refuerzo con sangre nueva de la irremisiblemente perdida Al Andalus. La llegada de una nueva horda fanática, digna heredera de los almorávides o almohades, como la de los benimerines, fue un esfuerzo inútil.
Este casi inacabable combate está jalonado de múltiples gestas y batallas, que no vamos a relacionar ni es el objeto de esta exposición. La referencia a los hechos históricos, no obstante, es necesaria para reforzar el concepto, la idea subyacente tras este suceder de acontecimientos, que no ocurrieron como los vientos alisios, ni fueron fruto de un choque zoológico entre especies distintas, que lo eran, sino que hubo algo más, había una Idea, un Principio común que alentó a todos los reyes de la Reconquista, y ante el que se identificaron todos los cristianos de aquende y allende los Pirineos.
Podemos recordar como ejemplo de este empeño común la decisiva batalla de las Navas de Tolosa, donde juntaron sus fuerzas Castilla, Aragón, Navarra y caballeros francos y alemanes.
Allí acudieron los caballeros de las Ordenes de Calatrava y Santiago, del Hospital y del Temple, los portugueses, leoneses, gallegos y asturianos que fueron por su propia iniciativa.
La batalla se había planteado como una Cruzada, querida y deseada por el pueblo de ambos lados de los Pirineos. El trovador Gravaudan la comparaba a las Cruzadas de Oriente: Saladino ha tomado ya Jerusalén, y los "perros marroquíes" amenazan a la Provenza: que "los Cruzados alemanes, franceses ingleses y bretones" -dice- vayan a España antes de que sea tarde.
Allí, en una de esas grandes ocasiones que vieron los siglos (parafraseando a Cervantes), Diego López de Aro, Señor de Vizcaya, vasallo del rey de Castilla, al mando de la vanguardia cristiana se lanzó resueltamente al combate. Fue rompiendo las líneas enemigas hasta que le fue imposible avanzar, pues el último cordón estaba protegido por soldados encadenados. A punto de fracasar en la embestida, mermado por una lluvia de flechas provenientes de un contingente de arqueros turcos, Alfonso VIII estuvo atento al momento crítico de la batalla y cargó creyendo que estaba casi perdida, despidiéndose antes del arzobispo de Toledo que le acompañaba "Arzobispo, muramos aquí yo y vos"... El choque fue brutal. Las cifras de combatientes varían, desde 60.000 a 12.000 por parte de los cristianos, hasta 150.000 o 22.000 por los musulmanes. La gloria de romper las cadenas que unían por las piernas a los defensores del recinto de Miramamolín correspondió al Rey de Navarra, que desde aquel 16 de julio de 1212 se incorporaron a su escudo.
La intención almohade iba más allá de la recuperación de la península. El plan pretendía remontar de nuevo los Pirineos. En las Navas de Tolosa se cortaron de raíz tales pretensiones. Según el historiador Paul Fregosi, su transcendencia es equivalente a la da Waterloo, el Marne o Stalingrado.
Prácticamente toda la campaña de recuperación exige enfrentarse a un enemigo que numéricamente era muy superior.
Tras la conquista de Granada
Con la conquista de Granada en 1492 se completaba la recuperación de territorio, pero aún quedaba pendiente la expulsión de los elementos alógenos que no cesarían de conspirar en situaciones muy delicadas para España en el tablero internacional.
Ese mismo año más de 150.000 judíos eran expulsados del solar que con su colaboración habían contribuido a arruinar. El mismo pueblo que había abierto las puertas de las ciudades para que los invasores musulmanes se hiciesen dueños de España la abandonaba el mismo año en que se recuperaba la patria perdida ocho siglos antes.
La península contaba en ese momento con una población que no llega a los ocho millones de habitantes
Quedaban los moriscos, que apoyaban en las costas a los piratas turcos. En ellos latía la esperanza de una inminente recuperación de la península y habían hecho del apoyo exterior un elemento que combinaban con la continua situación levantisca.
Habían fracasado las dos políticas emprendidas para asimilarlos. Primero se encargó a Fernando de Herrera, primer arzobispo de Granada, que intentase convertirlos al Cristianismo. Como tardaban en llegar los resultados y las conversiones eran nulas, los Reyes Católicos cambiaron de política e hicieron al Cardenal Cisneros encargado del asunto. La propuesta incluía el perdón para los sublevados a cambio del bautismo. Esta medida fue nefasta en una doble dirección. Por un lado fomentó las falsas conversiones, pues insurrectos musulmanes sabían que, si las cosas les iban mal, al final siempre les quedaba la opción de bautizarse y esperar tiempos mejores para intentarlo otra vez. Que fue lo que habría de suceder. Y por otro lado enfurecía a los líderes ortodoxos, que tenían sometida a su grey y la lanzaban en armas contra la población española. Así fue como comenzó la primera insurrección de las Alpujarras.
En 1502 hubo un edicto de expulsión para los musulmanes de Castilla y León. La expulsión no fue completa y más adelante Carlos I se lamentaría de la política de paños calientes seguida por sus abuelos, ante el problema que habían dejado a las generaciones futuras. En 1526 el Emperador tuvo que emplear fortísimos recursos militares para reprimir la sublevación de Segorbe y Espadán. En la represión intervinieron, entre otras tropas, cuatro mil soldados alemanes.
Pero los problemas no se paraban ahí, sino que, con el apoyo morisco, Barbarroja asaltó Valencia en 1529, llevándose numerosos cautivos.
Dicho con otras palabras, los moros seguían en España. La monarquía española tenía una venda en los ojos que le impedía acometer con realismo el problema. Por un lado la creencia en las conversiones (las hubo, pero mucho más menguadas que lo que deseaba y que alguna historiografía afirma en tributo al idolatrado mestizaje), que ahorrase recursos militares tan útiles en otras latitudes. Por otra parte estaban los intereses económicos de parte de la aristocracia, que se verían quebrantados de llevarse a cabo la total expulsión de los invasores.
Y como el problema no se había acometido correctamente, nuevamente, en 1568, estalló una nueva sublevación. La que se recuerda como Guerra de las Alpujarras, que no fue una guerra menor. El plan era consolidar una base para el desembarco de sus hermanos turcos o africanos que tanto ansiaban. Felipe II tuvo que hacer frente a la realidad, nombrando comandante de las fuerzas españolas a Don Juan de Austria. Hasta 1570 no se logró la victoria.
Eran años decisivos para Occidente, donde el papel de Francia destacó por una descarada traición a los valores de nuestra civilización, apoyando a los turcos en todo cuanto pudo. Esta política era ocultada al pueblo, ejerciendo la monarquía francesa una estricta censura de su política pro-turca al tiempo que se transmitía una imagen de la potencia asiática muy conmovedora para la mentalidad francesa, mientras se denigraba la política española.
Occidente se lo jugó todo en Lepanto (1571), donde el contingente más numeroso lo aportó España, así como la dirección del combate, secundada por italianos de Venecia y el papado. Y allí Europa adquirió otra deuda impagable con España.
Pero el problema musulmán continuaba dentro de la España peninsular y los moriscos seguían dando refugio a los piratas que desembarcaban en las costas mediterráneas. Imaginad las presiones que sufrió la monarquía, desde que toma la decisión de la expulsión, en 1582, hasta el comienzo de su ejecución unos años después. Los nobles alegaban el grave perjuicio que para la economía española supondría la pérdida de tanta mano de obra. Pero un contingente tras otro tuvo que ir a los puertos, completándose la expulsión definitiva 1614.
Es decir, que desde 711 que entran hasta 1614 que se les termina de echar han pasado más de 900 años. En este último empujón Romeu de Armas estima la cantidad en 500.000 los musulmanes expulsados, que respecto al total de habitantes, era un porcentaje importante en términos absolutos. Pero en realidad la proporción era mayor, pues había zonas de la península absolutamente vacías de alógenos, y por lo tanto esa cantidad hay que referirla a las zonas mediterráneas, llegando a estimarse que en Valencia la población morisca suponía más del 20% del total, según unas fuentes. Otras la sitúan en el 30%.
Que hubo quebranto económico nadie lo niega, pero se imponía la salvaguarda de intereses superiores a los económicos, sin los cuales éstos también acaban por venirse abajo.
Como hoy, también entonces se metía la cabeza debajo del ala para no hacer frente a los problemas. Aún en 1605 se reunían en Toga, Valencia, síndicos moriscos para preparar la sublevación general, con la presencia de observadores de otros países enemigos de España. Era escandaloso que aún entonces se intentasen políticas de apaciguamiento o asimilación, dada la experiencia que venía aconteciendo desde 1492.
El creciente peso de los intereses económicos de la clase adinerada también aquí iba a cruzarse con el bien general. Respecto a la postura del clero, la Iglesia había dado no sólo el visto bueno, sino alentado la medida. ¡Qué lejos queda Juan de Ribera, a la sazón Arzobispo de Valencia, de ese ridículo personaje llamado Padre Pateras! Mientras que aquél alentaba a la expulsión de niños y ancianos incluidos, éste se dedica en las playas del sur de España a dar cobijo a los invasores marroquíes.
Como decíamos antes, el sentimiento de repugnancia era recíproco. Es un fenómeno que recogen distintos cronistas del largo periplo de convivencia forzosa. Así, Mártir de Anglería, a principios del siglo XVI, en el transcurso de su embajada a Egipto, se preguntaba “por qué esta raza bárbara y salvaje de hombres nos tiene desde su origen en tan poco y por qué razones piensa este pueblo grosero desprovisto de toda clase de virtudes, encenegado en la liviandad, enredado en errores detestables, privado totalmente de razón”.
José de Cadalso, en “Cartas Marruecas” nos informa del elevado concepto que de nosotros tienen los marroquíes: “En el imperio de Marruecos todos somos igualmente despreciables en el concepto del emperador y despreciados en el de la plebe”
La auténtica impresión que percibían los hispanos hay que buscarla en sus propios escritos, en los de aquella época, no en los panegiristas de la cultura global. Así lo recoge un documento medieval: “Las sus caras dellos negras como la pez, el fremoso dellos era negro como la olla, así luzían sus oios como candelas (…) . La vil yente de los africanos que se non solíe preciar de fuerça nin bondad, et todos sus fechos fazie con art et eganno” (Primera Crónica de las Crónicas de los Reyes de Castilla, del Rey Don Pedro Primero, por Pero López de Ayala)
Cuando tratan de describir a los “hermanos hispanos” de “Latinoamérica”, por decirlo en lenguaje políticamente correcto, Diego de Ocaña habla así de las indias: “Me pareció este traje más lascivo que el de las moriscas de Granada, que pintan hasta la media pierna; que al fin aquellas están cubiertas con ropa y estotras andan desnudas con unas carnes como un alabastro” (Fray Diego de Ocaña, “A través de la América del sur”). Y en Tucumán da cuenta de que los indígenas “trabajan poco; son muy viciosos, en particular las mujeres, y esto es en general en todas las Indias, tener las mujeres mucha libertad; y así viven, como dicen, en el Paraíso de Mahoma, comiendo mucho y durmiendo sin cuidado de trabajar”.
Y Reinaldo de Lizárraga, un fraile viajero, coetáneo de Ocaña dice que “los mapuches creen que después de muertos van allá de la otra parte del mar, donde tienen muchas mujeres y se emborrachan; es el paraíso de Mahoma” (Reinaldo de Lizárraga,”Descripción del Perú, Tucumán, Río de la Plata y Chile”). Es decir, cuando se trataba de expresar el máximo aborrecimiento hacia un comportamiento social, se le encontraba un paralelismo o semejanza con el mundo musulmán.
Una prueba más del “crisol de razas” habido en la Península es la extendida creencia popular de que se evitasen “nodrizas moriscas o marranas por el riesgo de que a través de su leche inocularan creencias, hábitos culturales o la maldad intrínseca a su comunidad a los tiernos infantes, provocando la eclosión exitosa de las montañesas (de hecho santanderinas, asturianas y gallegas) que a sus buenas dotes físicas sumaban la seguridad de no estar contaminadas de moros en grado alguno” (Serafín Fanjul , obra citada)
Asimismo hay que negar la derivación del flamenco de cantes árabes o beréberes.
A quienes afirman que el español o castellano está penetrado de arabismos, hay que recordarles que “El Quijote” tiene un arabismo por cada doscientas palabras, o, lo que es lo mismo, unos cinco arabismos por cada mil palabras.
Es decir, un número de extranjerismo razonable y que cualquier idioma toma de su vecino, pero que en el caso del español es insignificante si tenemos en cuenta que el árabe no era vecino, sino que estaba dentro.
Y respecto a la fonética de las palabras españolas de origen árabe, es tan diferente respecto a la de los hablantes de este idioma, que éstos difícilmente reconocerían aquéllas (Serafín Fanjul, “Al-Andalus contra España”)
En cuanto a qué términos relevantes se introdujeron en nuestra lengua, sólo algunos referentes a oficios, aperos agrícolas, etcétera,
Es necesario rubricar dos hechos de capital significado: que la estructura gramatical de todas las lenguas hispanas quedó intacta tras la invasión y que no se produjo introducción terminológica de “voces de etimología árabe referentes a la vida moral o espiritual, o tan siquiera a nociones abstractas” (Serafín Fanjul, o.c.)
Dicho de otro modo, significa que la anatomía intelectual, el modo de pensar, de reflexionar, había quedado a salvo de la invasión. No sólo eso, sino que además los conceptos que circulaban por ella continuaban perteneciendo al tronco común indoeuropeo.
El Islam, la religión
Al enfrentarnos al estudio del Islam nos encontramos con una religión con obligaciones simples. Esta es una de las características que reclaman la atención del observador, su sencillez. Sencillez que comienza por la aparente resolución de los complejos problemas teológicos que se presentan en otras religiones.
Mahoma pretendió traer a la humanidad la tercera y definitiva religión bíblica, a través de la revelación por él recibida, contenida en un libro llamado Corán, dividido en ciento catorce capítulos o suras.
Por principio se parte de la fe en el Dios único, pero de esencia monolítica, valga la expresión, sin articulación alguna, si la comparamos con el monoteísmo cristiano. Esta simplicidad se proyecta también sobre el ethos, sobre la moral que se exige a todo musulmán, que se contiene en unos preceptos muy fáciles de entender.
Primero se exige la expresión de la fe coránica. “No hay más Dios que Alá y Mahoma es el enviado de Alá”. Esta fórmula es el reconocimiento de la conversión, de algún modo puede compararse al bautismo cristiano. Desde ese momento el creyente pasa a formar parte de la comunidad islámica y Alá le abraza para siempre. La comunidad también, pero con un abrazo que puede ser de muerte si decide un día cambiar sus creencias.
La oración diaria, que ha de rezarse cinco veces.
El ayuno durante el mes del Ramadán, un mes de estrictas prohibiciones diurnas, pero de noches tolerantes.
La limosna es otro de sus preceptos.
Al menos una vez en la vida ha de peregrinarse a La Meca. Se trata de un viaje ritual: a la llegada al santuario el peregrino dará siete vueltas a la Kaaba. El rito comprende otros extremos, que confirman los antecedentes preislámicos, pero es evidente la resonancia del rito sabeo, que citábamos el principio de la exposición.
Otras obligaciones incluyen la prohibición de comer carne de cerdo ni de animales cuya sangre no se haya vertido. Asimismo le queda prohibido al creyente beber vino.
Se permiten hasta cuatro esposas simultáneas, aunque esta norma no fue tan estricta con el Profeta, a quien Alá le autorizó a tener doce.
“¡Profeta! Declaramos que te son lícitas tus esposas: aquellas a las que diste tus dotes, a las que posee tu diestra porque Alá te las ha dado, a las hijas de tu tío paterno, a las hijas de tus tías paternas, a las hijas de tu tío, etcétera, etcétera”. Así hasta doce. El Corán prosigue en los siguientes términos tan tolerantes para el Profeta: “Aparta de ellas a las que quieras; atrae hacia ti a las que quieras y a la que quieras de aquellas a las que apartaste. No cometes transgresión. Eso es completamente adecuado para que alivies su mirada, para que se pongan tristes y para que se satisfagan con lo que les das”. (suras 33, 49 y 51).
Es particularmente llamativo el papel tan participativo de la mujer, tal como se desprende de este mismo texto. El Profeta aparta esposas, recupera, vuelve a apartar, vuelve a coger, en fin.
Por eso alguien le preguntó: “¡Oh, enviado de Alá! ¿Cómo podemos saber si (la mujer) concede su permiso?” El dijo: “Su silencio (indica que ha concedido su permiso)” (hadiz 7, 51-52, 62.42.67)
Una niña de nueve años tuvo la dicha de recibir en sus entrañas la unión carnal con el Profeta, a la que tenía por esposa desde hacia tres, pero, en gesto de sublime continencia, demoró durante ese tiempo la consumación del matrimonio.
“Narró Aisha que el profeta se casó con ella cuando tenía seis años de edad y consumó el matrimonio cuando tenía nueve años y después siguió con ella nueve años” (h. 7,50,62.39.64)
El Corán incluye preceptúa la guerra santa como medio de santificación. Es éste un concepto ante el que hay que reconocer al Profeta su gran astucia, pues en base a la yihad, así la llaman, el Islam adquirió su gran dimension geográfica. Se puede decir que primero ha ido siempre por delante la conquista, luego llegaron las “conversiones”.
“Haced la guerra a los que no creen en Dios ni en el día último, a los que consideran prohibido lo que Dios y su apóstol han prohibido y a aquellos hombres de las Escrituras que no profesan la creencia de la verdad. Hacedles la guerra hasta que paguen el tributo a todos sin excepción, aunque estén humillados” (s. 9, 28)
Podríamos traer más referencias a la yihad, pues son numerosas las referencias coránicas y hadices. Aunque posteriormente se le ha dado por intérpretes posteriores un carácter de guerra interior, de combate interno del hombre contra las potencias inferiores, lo cierto es que la primera manifestación yihad consistió en la toma de La Meca por la fuerza de las armas.
En cualquier caso, es evidente el componente guerrero del Islam, el cual no es privativo de él, sino que existe en otros credos. San Bernardo, mentor espiritual de la Orden del Temple, alentaba así a los combatientes cristianos: “Alegraos, bravos guerreros, si vivís y conquistáis en el Señor; pero alegraos aún más y dad gracias si morís y marcháis a uniros con Él. Esta vida puede ser fructífera y la victoria es gloriosa, pero una muerte santa en la vía de la rectitud es aún más valiosa. Si ciertamente ‘bienaventurados son los que mueren en el Señor’, cuanto más no lo serán los que murieron por Él”.
Hay pues un cierto paralelismo, que no semejanza, entre la yihad y la cruzada. Mientras que aquella tiene un carácter “erga omnes”, contra todos los infieles, la cruzada se hace por el resarcimiento de un daño grave para el honor de los cristianos, como fue en su día la caída de Jerusalén, o, en tiempos más recientes, la lucha contra el comunismo en la década de 1930.
Pero no cabe duda de que el concepto de yihad es una idea que denota vigor por parte de la fe que hace de ella su instrumento, y el Islam con la predicación de la guerra santa demuestra su vitalidad.
Naturalmente que esto es un desafío para la mentalidad modernista, para quien los desplantes violentos de algunos grupos islámicos causan rubor y escándalo, mientras disfrutan de los placeres hedonistas de una sociedad que se ha construido sobre una victoria lograda a base de masacrar al enemigo, llegando a la utilización de bombas atómicas, sin que los pilares de su humanismo no temblasen lo más mínimo.
Creo que frente a un mundo en completa decadencia, el componente guerrero del Islam contiene un gran atractivo que ha polarizado la atención de ciertos sectores de la intelectualidad europea, críticos con la decadencia que vive nuestra civilización. Dicho magnetismo ha hecho, que, incluso, algunos hayan llegado a profesar la fe mahometana.
La depravación cada vez más evidente por la que cae nuestra sociedad provoca movimientos de asimiento a planteamientos sólidos, que de alguna manera supongan una detención en el camino de caída. La reciente legalización en España del “matrimonio” entre homosexuales es la evidencia escandalosa de que el final de Occidente está aquí ya. Las fuerzas del abismo emergen con descaro y pretenden ocupar el lugar que siempre han ocupado los valores principios rectores en cualquier sociedad sometida a norma, de cualquier latitud y época.
Es tal el vacío espiritual, la falta de referencias desde adentro, que es explicable el paso dado por algunos, así como el peligro que representa el Islam como alternativa colectiva.
Pero no nos confundamos. Observemos un detalle significativo: el Islam también ha sido adoptado por gentes provenientes de las antiguas fuerzas materialistas de disolución de nuestra cultura. Excomunistas y elementos pretendidamente anti-sistema han adoptado la propia fe mahometana o una filia por el Islam, porque creen haber encontrado en él una herramienta renovada para asestar a Occidente el golpe mortal que el comunismo no pudo dar.
Como pequeña muestra de esta actitud ignominiosa, tenemos la de J. Goytisolo, en su obra “Reivindicación del conde Don Julián”, con una frase que resume cuanto tratamos de advertir: “La patria es la madre de todos los vicios: y lo más expeditivo y eficaz para curarse de ella consiste en venderla, en traicionarla” (pág. 134), “hacer almoneda de todo: historia, creencias, lenguaje: infancia, paisajes, familia: rehusar la identidad, comenzar a cero”( p. 135)
Cuando comencé a estudiar más detenidamente el Islam, hace dos años, me reclamó mi atención su significado literal. Islam significa sumisión, estar sometido a Dios.
Creo que en esta expresión se halla la quintaesencia de la religión mahometana. No propone simplemente creer, sino creer sometido.
Y lo cierto es que noté cierta repugnancia. Todo el atractivo que pueda tener una propuesta teológica tan simple como la coránica, se esfuma al percibir que el precio de la fe que nos reclama su dios es la total sumisión.
Esta teología sitúa al creyente inmediatamente en una actitud fatalista, inclinado ante un destino que entra en él por cada uno de sus poros, en manos de un dios que está más próximo que su yugular.
Occidente
Nada tiene que ver con la religiosidad que ha caracterizado al hombre de Occidente, que desde tiempos remotos ha tenido una actitud de sujeto activo ante la vida y ante la muerte, lo cual, para la mentalidad agarena, es una irreverencia.
Lejos de la sumisión, el hombre occidental ha mantenido una actitud viril ante sus dioses, en épocas del politeísmo, o ante Dios, ya en tiempos de la Cristiandad «Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti», S.Agustín
Hasta cierto punto parecería que el hombre europeo ha mantenido una actitud de desafío frente a la divinidad. Así podemos recordar el expresivo mito de Prometeo, el titán que roba el fuego a Zeus par dárselo a los hombres.
Como dije al principio, no pretendo realizar una exposición de tipo metafísico, pero es imprescindible referirnos a algunos elementos de este carácter para apreciar la incompatibilidad de idiosincrasia entre Occidente y el Islam.
El fuego que Prometeo entrega a los hombres procede del mismo logos celestial, que Zeus se negaba a entregar a la especie humana, la inteligencia creadora proveniente del dios superior, Urano.
Occidente ha manifestado desde tiempos inmemoriales una actitud insumisa ante el destino, no se ha conformado con un mundo lleno de incertidumbre y con el fuego del verbo, de la razón domesticadora de fuerzas muy superiores a él, las ha ido sometiendo y poniendo a su servicio.
Este es en mi opinión es el mito de Prometeo, no es una rebelión contra Dios, sino la actitud que precisamente Dios espera de nosotros, de los hijos de Occidente, que no se rinden ante la fatalidad, ante el destino.
Nosotros somos las antípodas del Islam.
Nosotros tenemos proclividad al logos, ellos al pathos, a un dios pathético, sin verbo, inmanifestado, inescrutable, ante el que todo movimiento indagatorio por parte de la razón resulta una osadía, una incompostura.
Pero eso es precisamente lo que ha sido Occidente desde siempre, una irreverencia, pero no ante la divinidad, sino ante todo cuanto pueda significar fatalidad o destino, al que no vamos a inmolar nuestra razón ni nuestra libertad, piedras angulares de los conceptos de dignidad y mérito.
Por tanto, en nuestros hechos históricos hemos ido afirmando nuestra voluntad de dominio ante un mundo hostil, pero al que hemos plantado cara, desde Platón y Aristóteles, hasta las últimas herramientas que salen de los laboratorios de los ingenieros. Entre todos ellos existe una continuidad, de modo que sin aquéllos no serían posible éstas.
Por nuestra actividad creadora, por ese culto al logos divino, fue posible el descubrimiento de las Indias Occidentales y la circunvalación del mundo. América guarda la misma distancia desde las costas europeas que desde las norteafricanas, pero fue España y no el Islam quien realizó la proeza.
Los hombres del desierto pretenden imponernos su repugnancia hacia las imágenes y todas las artes plásticas. Ellos sienten aversión hacia todo lo que sea helenismo. En cambio, para nosotros nunca ha habido inconveniente en dar imagen antropomórfica a los dioses, porque siempre hemos encontrado sugestiva la idea del dios hecho hombre, Mientras que para el Islam todo esto es materia de escándalo, pura idolatría.
Si aparentemente el Islam podría parecer una religión viril por su actitud combativa, sin embargo una observación más detenida revela que el sentido del guerrero musulmán responde a la actitud fatalista que exige la entrega de la propia voluntad por la victoria de la Umma a cualquier precio, incluido el suicidio en combate del soldado coránico.
La Umma, o comunidad de los mahometanos, es un magma incompatible con la máxima expresión occidental de comunidad social, el Imperio, que es nuestro concepto de Ecumene.
Mientras que aquélla tiende a formar una masa indiferenciada, de razas entremezcladas, bajo la férula de un despotismo implacable, el Imperio tiende a una articulación orgánica de estamentos y razas, basado en el respeto de la diferencia.
En su última expresión histórica, el Sacro Imperio Romano-Germánico, establece la doctrina de las dos espadas, la temporal y la espiritual. Por el contrario, esta separación es ajena a la Umma, para la cual, el cumplimiento de la ley no es como un deber religioso, sino que es un deber religioso
Pero hoy no estamos en tiempos de Imperio y los dioses parecen habernos abandonado, o quizá sea que nosotros los hemos abandonado a ellos.
En cualquier caso es evidente que somos presos de demonios internos y externos. Por internos entendemos aquellos que han llevado a la utilización inicua de nuestras destrezas, de la perversión de la ciencia y de la técnica, puestas al servicio de la degradación del género humano. En fechas recientes, se ha aprobado en España la utilización de embriones para extraer de ellos elementos útiles para un hermano ya nacido. Se ha abierto la puerta para la incubación de hombres plenamente formados, de los que se les irán extrayendo órganos al servicio del que pague por ello.
Podríamos continuar dando detalle de la lepra que corroe nuestra piel, pero el cometido de hoy está orientado hacia ese demonio exterior que ya está entre nosotros, que anda por nuestra calles a cientos de miles, quizá ya a millones, pues las estadísticas de los musulmanes residentes en España se nos ocultan,
Hoy también tenemos a los Witiza, Don Julián y Opas. Los hubo ayer y no hay época sin grandes traidores. Pero a mayor dificultad, mayor empeño y entrega para ser dignos de nuestros antepasados.
No creáis la falsificación de la historia que se nos trata de imponer. Entre la Cristiandad española y el Islam invasor no se produjo el crisol de razas, que falsamente se predica desde las factorías de la multiculturalidad, ni una simbiosis de pueblos, sino por el contrario lo que efectivamente sucedió fue una antibiosis, según feliz expresión de Sánchez Albornoz
La tarea no es fácil, pues la historia nos enseña que no fueron pocos los muladíes, los acomodaticios que se avinieron a transigir con las corrientes triunfantes en su tiempo. Pero fueron suficientes cuarenta, cuarenta asnos salvajes -como dice la crónica árabe- en una insignificante cueva en las montañas del norte, para volver a recuperar la España perdida.
España es un pueblo de frontera, y sabremos ser dignos del papel que la providencia nos ha encargado, en el sur del continente. Nosotros, después de ocho siglos, nos reintegramos a la comunidad de pueblos de la que formamos parte, y devolvimos a Europa su extremo suroccidental. No todos los pueblos pueden decir eso. Recordad el caso de los eslavos en los Balcanes, ahí hay una bolsa musulmana, que es como un puñal de Turquía en medio del continente.
Llegados a este punto, recuerdo la claridad del análisis histórico de Onésimo Redondo, aquel que fundó las Juntas Castellanas de Actuación Hispánica, posteriormente integradas en las JONS, y más tarde en la Falange
Hagamos nuestro su pensamiento, no consintamos que España se convierta para siempre en una prolongación del continente oscuro.
Juan Álvarez
Gijón, 14 de mayo de 2005
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