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La memoria de la Otra Europa

Heidegger y el retorno a los orígenes

Heidegger y el retorno a los orígenes

Hubo un filósofo, por encima del resto, que fue el compendio de la rebelión contra el nihilismo, o más bien de la voluntad de trascenderlo: Martin Heidegger. Su revuelta fue radical porque puso en juego todos los pilares de nuestra época, comenzando por el lenguaje: los "valores" del novecientos, sus devastaciones, su desarraigo, su elusión de la muerte, el dominio del Occidente y de la Técnica, el sentido del progreso, el dominio de la política y su declive. Para Heidegger, el novecientos no fue sino el apéndice agonizante del pensamiento occidental, su última e insensata manifestación en donde se consumió y se representó más vistosamente la pérdida del Ser y el cumplimiento exhaustivo de los recursos especulativos, de los residuos acumulados en el tiempo, de la falta de sentido.

El lenguaje de Heidegger es oscuro, a veces oracular, para no pocos incluso impenetrable; gira en torno a su propio decir, gusta en embarcarse en ejercicios hermenéuticos y filológicos que más de una vez embarrancan en las playas de la retórica o se desvían por los meandros del detalle y del preciosismo del perfecto alemán literario. En el temor de descarrilar de su sentido último o de banalizar y alterar su entendimiento, Heidegger opta por circunnavegar en el mar de su propio pensamiento. Por ello mismo, sólo violentando el extremo rigor del heideggerismo es posible extraer algunos puntos para poner bajo proceso a la moderrnidad. En este caso, más que en otros, la operación debe hacerse con sumo riesgo y cuidado, con plena conciencia de que el lenguaje heideggeriano es la imagen filológica del teorema de indeterminación de Heisenberg: cuanto gana en claridad lo pierde en exactitud, y viceversa. Quizás sea más justo, más correcto, reproducir los efectos que ha producido el heideggerismo sobre nuestro tiempo, hasta el punto de configurarse como la filosofía más radical del antinihilismo.

Respecto su tiempo, Heidegger produce una serie de cortocircuitos: el primado del hacer sobre el pensar, que ha sido –desde Marx hasta el pensamiento utilitarista– la bandera de los  nuevos  tiempos, encuentra en él un vuelco integral. A la undécima tesis marxiana sobre Feuerbach, que marcó el siglo con la irrupción de la filosofía en la historia a través de la ideología y del partido entendido como intelectual colectivo, contagiando todas las experiencias de nuestra era, se opone, radicalmente, la línea de Heidegger. En las páginas de su libro El camino hacia el lenguaje, Heidegger escribe que "El pensamiento no es el medio para el conocer, el pensar traza surcos en el campo del Ser". En otra de sus obras (¿Qué es filosofía?) recuerda aquello que escribiera Nietzsche a propósito del pensamiento que "debe emanar un fuerte aroma no muy diferente de un campo de trigo maduro en una tarde de verano". Auscultación del Ser. Pensamiento meditante versus pensamiento calculante, dice Heidegger. Pensamiento que excava en el Ser contra pensamiento que se resuelve en el hacer. Es propia de Heidegger la argumentación más inexorable sobre el marxismo, correctamente entendido por el filósofo en sus Seminarios como "el pensamiento de hoy, porque corresponde a la situación en la cual reina simplemente la autoproducción del hombre y de la sociedad". En efecto, según Heidegger, la autoproducción del hombre da origen al peligro de su autodestrucción; aquí, junto al marxismo, se golpea al corazón mismo del sueño prometeico del novecientos, la convicción de que la raíz del hombre sea el hombre mismo, como recitaba Marx en su libro Crítica de la filosofía del derecho en Hegel. Todavía existe un delgado hilo que parece enlazar a Heidegger y a Marx: esa especie de traza gnóstica, que empuja a Heidegger a individualizar nuestro destino en el signo de "una cárcel que portamos en nosotros de por vida". Pero la liberación de las cadenas, en Marx, adviene con la liberación del reino de la necesidad a través del ideal salvífico de la revolución; mientras que en Heidegger la única posibilidad de salvación consiste en poder remontar el olvido del Ser, que exilia al pensamiento occidental de la esfera de lo sacro. También Heidegger hipotetizó en sus Seminarios de Zollikon una insurgencia "contra la irresistible potencia de la Técnica", confiándola a "células de resistencia que, sin espectacularidad, retengan la meditación y preparen la inversión a la cual "se" llegará un día, cuando la desolación universal devenga insostenible".

Aquí se injerta el más implacable proceso al novecientos, a través de la reinmersión heideggeriana en las Raíces en una época dominada por el desarraigo y por la desorientación ("la desorientación como destino mundial es la verdadera cifra de la alineación de la cual hablaran Johann P. Habel y Marx", escribe Martin Heidegger en su Carta sobre el humanismo). "El arraigo estable del hombre de hoy en el propio terreno se ha reducido hasta el terreno de lo íntimo. Más aun: esta pérdida de raíces, la imposibilidad del hombre de enraizarse establemente en el propio terreno, depende del espíritu de la época en la cual hemos llegado a vivir" (escribe en su ensayo El abandono). Y repitiendo las palabras de Johann P. Habel, Heidegger escribe: "Estemos dispuestos o no a admitirlo, somos plantas que debemos crecer enraizadas en la tierra, a riesgo de no florecer nunca, ni menos dar frutos", y "es noble aquello que tiene un origen y permanece en el origen del propio ser". En otra ocasión, en sus Ensayos y discursos, Heidegger recuerda que la palabra "sanación" tiene en griego el sentido original etimológico de "regresar al hogar": "el convaleciente es aquel que recorre el mundo para retornar a la casa, esto es, para dirigirse a la morada de su destino".

El problema crucial de nuestro tiempo, así pues, sería este: "Si el antiguo modo de enraizarse del hombre se ha perdido, ¿podría encontrase entonces un nuevo fundamento, un nuevo terreno en el cual enraizarse?" De aquí la tentativa heideggeriana de situar las raíces no en el pasado, sino en nuestro futuro, en donde el origen coincide con el destino. "El inicio está ahora –escribe Heidegger al modo nietzscheano en su Discurso sobre la autoafirmación de la universidad alemana– no a nuestras espaldas, como un evento de los tiempos pasados, sino frente a nosotros y ante nosotros". Mejor se precisan sus reflexiones en Señales del camino, donde el recogerse en su esencia asume la modalidad de un retorno, pero agrega: "No se trata, naturalmente, de un retorno a los tiempos pretéritos en una tentativa de restaurarlos de manera artificial. Retorno, aquí, significa la dirección hacia aquella localidad (el olvido del Ser) de la cual la metafísica ha recibido y continúa teniendo su proveniencia". Se trata de un retorno al lugar en donde el pensar y el poetizar "siempre estuvieron". En la coincidencia del pensar y el poetizar resuena "la gracia del Ser": la poesía se aparece, entonces, como una evocación del origen, un estado auroral en donde se alberga la luz, la voz del Ser. En la poesía se recoge la espera por el inicio, el origen, las raíces.

Heidegger traza el sentido transpolítico de la "Konservative Revolution", reteniendo el trazo saliente del retorno al origen no como un retorno hacia atrás, sino como un atravesamiento/profundizamiento del nihilismo: así lo escribe en el admirable ensayo La línea, en diálogo con Ernst Jünger. Podemos hablar de la paradoja de un retorno al futuro. La intuición heideggeriana está en recogerse en la esencia del nihilismo, remontándolo (y en este caso el remontar es un sinónimo del proyectar) hasta encontrar sus raíces no nihilistas, en la convicción de que su cumplimiento coincida con su agotamiento. Del mismo modo la Técnica, destino del nihilismo y de la modernidad, no puede ser eludida o rechazada, porque incluso cuando nos evadimos del reino de la Técnica, la Técnica nos invade a nosotros; también nombrándola desde fuera permanecemos dentro. Similarmente, también en este caso la única vía es la búsqueda de las raíces de la técnica, sin caer en la trampa de considerarla como puro instrumento; porque en la esencia de la Técnica se alberga el crecimiento de aquello que salva, siguiendo un célebre verso de Hölderlin ("Allí donde está el peligro, allí también está la salvación"). También aquí se compendia todo el sentido de la "Konservative Revolution", que de algún modo ha sido definida como un modernismo reaccionario.

Al margen de las implicaciones culturales y políticas del heideggerismo, reaflorar periódicamente las sombras "nazis" sobre Heidegger en un intento de neutralizar, a través de la demonización, el alcance y la incidencia histórica de su pensar. Los "compromisos" de Heidegger con el régimen nacionalsocialista son evidentes (por otra parte, él mismo escribe que quien piensa en grande yerra también en grande y que "todo aquello que es grande está en la tempestad"), y la asonancia de algunas de sus tesis con aquellas que circulaban en los ambientes nacionalsocialistas son innegables, pero es necesario subrayar con claridad al menos tres cosas: Primero, en Heidegger permanece un desprecio por la condición política que lo sitúa fuera de todo posible "engagement". Él, como revelara en sus cursos universitarios sobre Hölderlin, en los años del nacionalsocialismo, se reconocía en la Antígona de Sófocles, "impolítico" en su sentido de "suprapolítico", despreciando la autonomía de la política y sus formas dominantes en el novecientos, pues estarían condenadas todas ellas en cuanto son formas del "olvido del Ser" en donde el poder está subordinado a la Técnica. En segundo lugar, Hannah Arendt recuerda que sus cursos universitarios durante la década de 1930 estaban centrados en el proceso a las ideas nietzscheanas de voluntad y de potencia, en las cuales podía evidenciarse la esencia misma del nazismo y de otros muchos regímenes modernos. Comentando el ensayo de Jünger El Trabajador, Martin Heidegger escribía en 1933 "En la actualidad domina en el ámbito planetario la voluntad de potencia y todo –comunismo, fascismo y democracia liberal– se encuentra hoy en esta realidad". En fin, no pueden leerse, a no ser como simple propaganda demonizadora, las palabras de Heidegger en 1933 a la luz de los supuestos y mucho más que discutibles campos de exterminio. En cualquier caso no hay un nexo entre sus palabras en defensa del arraigo espiritual en la sangre y en la tierra de un pueblo y los delirios del racismo. En todo caso se puede marginalmente observar que Heidegger (como, por lo demás, también Spengler y Schmitt, por ejemplo) se sentía más cercano al fascismo italiano que al nacionalsocialismo. En su libro sobre Heidegger, Nolte recuerda cómo Mussolini había protegido al filósofo alemán (como hizo también con Jünger, o con Niekich, o incluso con Freud) a través de Roberto Alfieri, su embajador en Berlín.

En el pensamiento heideggeriano y en su obra vigorosa quedan muchas trazas de antimodernismo a través del replanteamiento de los grandes tabúes del siglo, no sólo sobre la comunidad y el arraigo, sino también sobre la muerte y lo sacro. Bastará recordar su implacable crítica a nuestra época señalada por el rechazo supersticioso de la muerte: "La cotidianidad –escribe en El Ser y el Tiempo– es inseparable del tomar cuidado y del rehuir el obstáculo tétrico e inactivo del pensar la muerte... referida al "más tarde". De aquí la desviación de la vida auténtica que caracteriza nuestra condición contemporánea. Pero pensar la muerte, pensarse en el umbral del morir, desvelando la condición humana, es también el origen para pensar el otro gran convidado de piedra de nuestro tiempo: lo sacro. Lo sacro recorre constantemente las páginas heideggerianas sobre el Ser y su revelación, para explicitarse por fin en su célebre invocación: "Ahora, sólo un Dios puede salvarnos". Porque "la filosofía no podrá producir ninguna inmediata modificación del estado actual del mundo (...) y resta como única posibilidad la de preparar, en el pensar y en el poetizar, una disponibilidad para la aparición de un Dios o para la ausencia del Dios de la decadencia, pues en la presencia del Dios ausente nosotros decaemos". Pero un vuelco de la condición actual, agrega, sólo será posible "a partir del mismo lugar del mundo del cual surgió el moderno mundo técnico"; por lo tanto "no hay un lugar trámite para la asunción del budismo zen o de otras experiencias orientales del mundo. Para cambiar el modo de pensar es necesaria la ayuda de la tradición europea, y de su reapropiación. El pensamiento viene modificado sólo por aquel pensamiento que tiene el mismo origen y el mismo destino". El occidente deberá encontrar en sus raíces la energía para cruzar el nuevo milenio. Es aquí sonde se injertan las memorables páginas de Heidegger contra el americanismo. Escribía en 1942: "Hoy sabemos que el mundo anglosajón del americanismo está decidido a aniquilar a Europa, es decir, a la Patria y el inicio de lo que es occidental. Aquello que es inicial es indestructible". Subrayando la equivalencia metafísica entre los EEUU y la Unión Soviética bajo el signo del dominio de la Técnica desencadenada, Heidegger anota, a mediados de la década de 1930, en las páginas de su Introducción a la metafísica, "su ilimitado materialismo y su invasión demoníaca (en el sentido de destrucción maléfica) que ataca todo valor, toda espiritualidad, destruyéndola y haciéndola pasar por mentira". En 1960 su crítica al americanismo trasciende los horizontes europeos para referirse a la totalidad del planeta: "Si hoy los pueblos subdesarrollados, de los cuales tanto se habla, deben recibir en donación las prestaciones, los sucesos y los útiles de la Técnica moderna, esta demanda, me temo, vendrá acompañada de la destrucción de todo lo que les es propio y connatural, el reemplazo de todo lo que les es natural por aquello que les es extraño y foráneo".

Destrucción y extirpación. En una palabra: desarraigo. El mal del novecientos según Martin Heidegger.

Autor: Marcello Veneziani. Traducción: Santiago Rivas

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