Yukio Mishima
Su fama llegó a Europa poco después de su muerte. Hasta entonces fue un ilustre desconocido, incluso en los ambientes más conocedores de la literatura. El 26 de noviembre de 1970, los más grandes rotativos nacionales publicaron la foto de Mishima encaramado en el balcón de un cuartel del ejército japonés. Minutos después de aquella foto, se haría el hara-kiri. No era la primera tentativa de suicidio del escritor japonés; cuando era un desconocido, en los últimos años de la Segunda Guerra Mundial, enrolado voluntario en las escuadrillas "kamikazes", debía haberse estrellado contra algún barco americano si no hubiera sido porque una gripe de última hora le impidió morir por el emperador.
Mishima era un tipo sumamente extravagante en su proyección exterior; famoso escritor, candidato al Premio Nobel de Literatura, exhibicionista, atleta, director teatral, actor de cine, teatro, televisión y cabaret, escritor de una exhuberante prodigalidad, investigador de las inmemoriales tradiciones imperiales japonesas, coleccionista de espadas samurais y un largo etc., tales son los atributos que deben ir necesariamente unidos al nombre de Mishima. Sus doscientos cuarenta y cuatro volúmenes de gran calidad literaria atestiguan su personalidad. En España Barral y Caralt han editado algunos textos de los cuales, sin duda alguna, el más brillante de todos es "Caballos Desbocados".
Los escándalos de Mishima hicieron furor en el Japón de los años 50-60. No reparaba en besar a un travestí en una escena de cabaret para acto seguido cumplir con sus deberes de padre de familia; consideraba uno de sus momentos más felices el que una enciclopedia reclamara una foto suya para acompañar el vocablo "culturismo" y con la misma facilidad demandaba a otra revista que publicó sin permiso "una foto en la que parecía menos hercúleo". Hombre extremadamente controvertido, contradictorio, lo menos que puede decirse de él es que seguía la fórmula extremo oriental de "cabalgar al tigre", participando en la vida cotidiana y no como uno más, sino como una figura que atraía la atención, pero que en medio de sus excentricidades mantenía una sólida y tradicional visión del mundo. Algo más que imposible. Se puede decir que sus obras, y en especial "Caballos Desbocados", representaban la válvula de escape que Mishima tenía frente al Japon occidentalizado. Pero esta contradicción entre un "hombre tradicional" en su interior y un exhibicionista y genial literato en su aspecto público no podían durar mucho tiempo.
Justo mientras estaba escribiendo las páginas de "Caballos Desbocados", concibe la idea de formar el "Tateno kai", la "Sociedad del Escudo". Esta asociación era bastante más que una mera agrupación de extrema-derecha, de las que se pueden contabilizar en el Japón no menos de 500. Concebida como "el escudo que debía proteger al Japón, y especialmente al Emperador, de la embestida occidental" (de lo que de burgués, consumista y antitradicional tiene "lo occidental"), se podía asemejar a una orden mística y combatiente. Sus miembros, instruidos en las artes marciales, tenían una composición social interclasista. Quienes entraban en ella dejaban de pertenecer al mundo de lo contingente, dedicaban su tiempo a la práctica de las artes marciales y a dialogar con Mishima. El "Tate no kai" estaba concebida como una estructura de choque: su actuación primera sería también la última: su debut, una despedida. Mishikma pensó en quemar, inicialmente, a su medio centenar de hombres luchando con las manos desnudas contra los estudiantes del Zenkaguren (movimiento estudiantil de ultraizquierda japonés). Dicho enfrentamiento supondría la muerte de todos ellos aplastados por la orda izquierdista y obligaría a los militares a actuar, restableciendo el código del honor japonés y aboliendo las costumbres occidentales. Pero al producirse en 1969 una de las más gigantescas y violentas manifestaciones izquierdistas, y ser disuelta por los antidisturbios sin producirse ni una sola víctima, comprendieron que tal proyecto dejaba de tener interés: el emperador no estaba indefenso, tenía los "grises" locales. La acción derminativa debía ser otra.
Hasta llegar el 26 de noviembre de 1970, su tarea literaria había sido extraordinariamente pródiga, como hemos dicho. Tocó todos los temas que un autor puede tocar. Su genio parecía no tener límites y tan pronto escribía e interpretaba un libreto para café-teatro, no precisamente muy moralista, como concebía, escribía y dirigía una pieza nô o un kabuki (géneros típicamente japoneses). Tan pronto actuaba en el teatro intepretando obras de Mohére como en el papel de protagonista en su película "El rito del amor y de la muerte", película que terminaba con el hara-kiri del mismo Mishima en una escenificación perfecta de lo que luego sería su suicidio ritual en el despacho del general Morita. La poesía japonesa no tenía secretos para él, la novelística era su especialidad y, dentro de este género, la novela síntesis de las tradiciones japonesas fue su constante. La trilogía "Sed de amor", "Nieve de primavera" y "Caballos desbocados" son buenas muestras de cómo una novela estéticamente, perfecta, sea cual sea su ambientación, es asequible al público de cualquier latitud, aun a pesar de la localización geográfica de la trama. Si así ocurre con "El Quijote" o con el teatro de Shakespeare, otro tanto se puede decir de la producción de Mishima.
Pero la vida de Mishima se deslizaba rápidamente por la pendiente. La exposición-homenaje, que curiosamente se auto organizó en unos grandes almacenes de Tokio, fue un gran éxito. Allí estaban expuestas la totalidad de las ediciones de su obras, las fotografías por él más queridas (Mishima consideraba que mediante la cámara fotográfica el cuerpo podía apurar sus posibilidades hasta el límite) y en un puesto privilegiado la misma espada samurai que dos semanas después le acompañaría al despacho del general Morita, Aquella exposición revistió los caracteres de una despedida, pero sólo Mishima y los tres camaradas de la "Sociedad del Escudo" que habían sido seleccionados para protagonizar el "incidente" lo sabían.
Aquel día de diciembre del 70, cuando en España las turbulencias desatadas por el proceso de Burgos apenas dejaban espacio para noticias de otro tipo que no fueran las relacionadas con el orden público, Yukio Mishima "tuvo el placer de morir", demostró ser el último samurai. Japón se sorprendió de que el gesto de Mishima fuera comprendido y acogido por la joven generación. Su ejemplo debía de servir para algo.
Autor: Ernesto Milá
3 comentarios
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