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La memoria de la Otra Europa

Tres escritores malditos.

Tres escritores malditos.

Robert Brasillach, el "James Dean" del fascismo frances 

En un frío amanecer del 6 de febrero de 1945, el escritor, dramaturgo y periodista Robert Brasillach fue fusilado por orden del general Charles de Gaulle. Tenía 36 años. La acusación: colaboracionismo con los ocupantes alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. Nacido en 1909 y de origen catalán, Brasillach 

integra el trío de escritores “malditos” junto con Louis 
Ferdinand Céline y Pierre Drieu la Rochelle. Como ellos, no escapó a la revancha impiadosa que los vencedores –cuando son enanos de espíritu– reservan a los vencidos, cuando tienen estatura intelectual.

El primero revolucionó la literatura con su novela Viaje al fin de la noche y fue definido como “el profeta de la decadencia europea”. Exiliado, encarcelado en Dinamarca y condenado al ostracismo a su regreso a Francia, murió ejerciendo su profesión de médico en hospitales para pobres. Recién ahora se reeditan sus novelas, que –según los críticos– despliegan “anárquica expresividad”, “pesimismo radical” y “nihilismo deslumbrante”.

Drieu la Rochelle se adelantó al destino: se suicidó. Un tiempo antes, redactó notas premonitorias: “Cuando uno inicia una aventura es necesario llegar hasta el fin y sufrir todas sus consecuencias”. Y también: “No se es víctima cuando se es héroe”.

Los tres combatieron en las trincheras durante la Primera Guerra Mundial. Brasillach quizá sea el menos conocido de este trágico terceto. Recién egresado de la carrera de Filosofía, publicó libros de teatro y poesía. Junto con su cuñado –Maurice Bardèche, profesor y crítico de literatura– redactó una voluminosa Historia del cine (1935), cuando ambos tenían 26 años, y una Historia de la guerra de España (1939), una de las primeras sobre el enfrentamiento civil.

No había cumplido tres décadas de vida cuando Brasillach ya era editor de la sección literaria del diario Action Française, del nacionalista monárquico ultracatólico Charles Maurras. Luego, se une al diario nacionalista Je suis Partout, en el que también colaboran los jóvenes Céline y Drieu la Rochelle.

Un “soviet” fascista

En 1936, el Frente Popular –una coalición de socialistas, comunistas y liberales– ganó las elecciones y el director de Je suis Partout, atemorizado por la posibilidad de represalias, renunció. La veintena de jóvenes redactores creó al año siguiente una cooperativa, caso excepcional en la prensa de ese tiempo, a la que denominaron “el soviet”, y eligieron director a Brasillach.

La publicación se convirtió en portavoz del fascismo internacional. Los seguidores italianos de Mussolini, los falangistas españoles y la Guardia de Hierro rumana, por ejemplo, tuvieron más espacio en Je suis partout que en los periódicos de sus propios países. Brasillach apunta sus dardos contra a los siete “poderes internacionales que dominan el mundo”: el comunismo, la socialdemocracia, la Iglesia católica, el protestantismo, la masonería, los trusts económicos y el judaísmo. Louis Ferdinand Céline también publicó textos contra los judíos.

En 1939 estalló la Segunda Guerra Mundial y, paradójicamente, muchos de los miembros de Je suis partout se alistaron en el ejército para combatir a los alemanes. Por el momento, el patriotismo puede más; después, todo cambia. Brasillach se enroló en 1940, cayó prisionero y fue enviado a un campo de concentración. Salió en libertad en marzo de 1941. 

En junio de ese año, publicó Journal d' un homme occupé, en el que afirmaba: “Esta guerra tiene que tener un sentido. Lo tiene para Alemania. Lo va a tener para Europa. Lo tendrá también, debe tenerlo, para nosotros”. Bajo la ocupación alemana, Je suis partout editó 300 mil ejemplares.

Brasillach abandonó la dirección del periódico en agosto de 1943. Un año más tarde, las fuerzas aliadas entraron a París y la publicación dejó de salir. Sus redactores fueron capturados. Unos murieron fusilados y otros terminaron condenados a trabajos forzados. Algunos lograron refugiarse en la España franquista.

“La vida es una broma de mal gusto”

El escritor se entregó voluntariamente porque la Resistencia Francesa detuvo a su madre y su hermana. El 19 de enero de 1945, comenzó el juicio: no hubo etapa de instrucción, se efectuó un único interrogatorio y, como piezas acusatorias, se exhibieron sus artículos. El jurado lo condenó a muerte.

La novelista Simone de Beauvoir siguió de cerca el juicio a Brasillach y consideró que fue “un juzgamiento simbólico, no judicial”. Casi todos los intelectuales franceses antinazis enviaron al general Charles de Gaulle –sin éxito– una solicitud de clemencia: Albert Camus, Jean Cocteau, André Malraux, François Mauriac, Paul Valéry...

Brasillach transformó la espera del pelotón de fusilamiento en horas fecundas. Redactó Cartas escritas en prisión y Poemas de Fresnes, considerado su testamento literario. En cierta forma, recuerda al periodista Julius Fucik, patriota checoslovaco ejecutado por la Gestapo el 8 de septiembre de 1943 y autor del conmovedor Reportaje al pie del patíbulo, traducido a ochenta idiomas. Separados por idioma, geografía e ideología, uno y otro escriben en sus celdas mientras esperan la muerte. Y por extraña coincidencia ambos convocan a la alegría.

El 9 de junio de 1943, Fucik traza las últimas líneas de su manuscrito: “Y lo repito una vez más: por la alegría hemos vivido, por la alegría hemos ido al combate, por la alegría morimos. Que la tristeza nunca sea asociada mi nombre”.

“Encerrado entre cuatro muros de cemento y sin más esperanza que la de morir bien”, como lo describe el dramaturgo Jean Anouilh, Brasillach redacta párrafos como los que siguen:  “No pierdas la sonrisa ni siquiera cuando te vayan a ejecutar. La vida es una broma de mal gusto; en vez de centrarte en el «mal gusto», céntrate en la «broma». Si buscas justicia en vez de tranquilidad en este mundo democrático, suicídate. Para vivir hoy hay que saber reírse de la estúpida realidad”.

“¿Merecía morir por sus palabras?”

Robert Brasillach es autor de Presencia de Virgilio (1931), El proceso a Juana de Arco (1932), El hijo de la noche (1934), Los cadetes del Alcázar (1936), Los siete colores (1939), La conquistadora (1943) y Poemas (1944). Luego de su muerte se publicaron Carta a un soldado de la clase 60 (1946), Antología de la poesía griega (1950), Berenice (1954), El París de Balzac (1984) y Hugo y el snobismo revolucionario (1985). Años más tarde, en su libro The Collaborator, la historiadora inglesa Alice Kaplan lo calificará como “el James Dean del fascismo francés”.

En los últimos años muchos críticos literarios “descubrieron”, tardíamente, que Brasillach fue puesto de espaldas al paredón de fusilamiento por su filosa capacidad intelectual más que por sus “crímenes de guerra”. Lo cierto es que no cometió ninguno: no delató, no torturó, no asesinó a nadie. Sus principales armas fueron la palabra y la escritura.

En un artículo titulado, precisamente, “El James Dean del fascismo francés”, el periodista y escritor mexicano José Luis Durán King se pregunta: “¿Por qué un escritor fue culpado por lo que ocurrió en Francia entre los años 1940 y 1945? ¿Por qué este escritor y no los otros? ¿Cuándo las palabras son al mismo tiempo nociones y acciones? ¿Merecía Brasillach morir por sus palabras?”. Y más adelante responde: “Es difícil aceptar sin perder el aplomo que alguien merezca ser enviado al cadalso por sus discursos”. Y quizá es por eso que Durán King recuerda que “sólo en Francia –se rumoraba en aquella época– el mal uso de las palabras puede conducir a la picota”.

Uno de los versos del tango “La última curda” (letra de Cátulo Castillo y música de Aníbal Troilo, 1956) dice que “la vida es una herida absurda”. Buen epitafio para este filósofo, dramaturgo y poeta cuyo “crimen” –literalmente imperdonable– fue pensar diferente. 

Giselle Dexter es historiadora uruguaya residente en Estados Unidos y 
Roberto Bardini es periodista argentino radicado en México

* Último de una serie de tres artículos
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II - Drieu la Rochelle: “No se es víctima cuando se es héroe”

Giselle Dexter
© Roberto Bardini

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