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La memoria de la Otra Europa

Juan Antonio Lopez Larrea: Elegía de una mañana de otoño

Juan Antonio Lopez Larrea: Elegía de una mañana de otoño

Recuerdo aquella mañana como si hubiera sido ayer.

Era una mañana tan fría del otoño madrileño que hasta el sol se refugió entre las nubes.

O tal vez fuera porque incluso a él avergonzaba asomarse aquel día. Quizás.

Quizás supiera que la ignominia iba a prolongarse durante 32 años.

Quizás supiera que la inmundicia nunca saldría de los despachos en los que se urdió.

Quién sabe.

Quién sabe si tal vez nos hubiera calentado, aliviando los músculos crispados y dejando un reguero de color en nuestra palidez, de haber sabido que la noble sangre vertida por verdugos la noche anterior, iba a alumbrar un camino de fe inquebrantable a jóvenes que aún estaban por nacer .

Quién sabe.

Quién sabe si cuando un bastardo ordena quitar la vida de un hombre bueno, el producto de su silencio es una verdad rebelada a gritos.

Quién sabe.

Quién sabe si algún día la verdad vencerá a la mentira; la lealtad a la traición; el coraje a la cobardía y el amor a la felonía.

Quién sabe.

Quién sabe si el sometido derrocará a su opresor; si tercamente anotará en un papel el nombre de su amo cada cuatro años o volverá a oír latir en su corazón el de aquellos que descubrieron nuevos mundos, surcaron océanos desconocidos y fueron forjadores de imperios.

Quién sabe.

Quién sabe si mi pueblo, reo de indolencia, complice por omisión, esclavo del bocadillo a las 10 y del puente de Mayo, se rebelará como al francés el dos de mayo, como al moro en Covadonga, como al hereje en Utrecht.

Quién sabe.

Quién sabe si el orgullo derrotará al temor, la patria a la mentira, el trabajo a la usura.

Quién sabe, yo no.

Poco sé, tan solo lo que aprendí.

Buenos maestros no me faltaron. Hijo y nieto de obreros y campesinos, obrero soy . Noble mi gente, de raza y estirpe española, de esa España áspera y silenciosa, que con sudor extrajo de la tierra el pan que en su mesa puso y que con esfuerzo propio hizo grande esta tierra.

Benditos sean que me enseñaron a amar.

A amar a los que nos quieren, a amar el suelo que piso y a nunca dejar de amar a los que se fueron.

Poco mas sé, acaso lo que la vida me ha ido mostrando.

Pero aprendí lo necesario para afirmar que antes he de ver abrirse cielos e infiernos, que faltar a mi juramento para con mi patria.

Sé que nunca seré de aquellos que son fusilados de espaldas.

Sé, que mil años que viviera, seguiría clamando justicia para mi camarada asesinado; porfiando contra todo y contra todos.


Porque aquella fría mañana del otoño madrileño, aquella mañana en que hasta el sol se avergonzaba, aquella mañana en que llevamos a hombros a Juan Ignacio, aquella mañana me heló el corazón de por vida.

Juan Antonio Lopez Larrea

 

 

In memoriam Juan Ignacio

 

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