Desde el ABC: Rudolf Hess; El suicidio del último nazi
Según la versión oficial, el jefe del partido nazi se ahorcó a los 93 años con un cable eléctrico en la cárcel de Spandau, pero muchos dudan aún de aquella tesis.
El suicidio, «lait motiv» de la muerte de la mayoría de los mandatarios del Tercer Reich, acabó también con la vida de Rudolf Hess, el útlimo representante del terror nazi. Desde el propio Hitler y su esposa, Eva Braun; al ministro de propaganda, Goebbels, junto a su mujer y sus cinco hijos; pasando por el lugarteniente del «Führer», Göring… hasta Hess, el líder del partido nazi, que (según la versión oficial) se quitaba la vida a los 93 años.
«El hombre que soportó impasible millones de muertes, no pudo resistir su soledad», publicaba ABC tal día como hoy de 1987. El prisionero más antiguo de la Segunda Guerra Mundial ponía fin a casi cincuenta años de encierro en Spandau, «la prisión mejor protegida del mundo», después de que fuera condenado en el Juicio de Núremberg por las decisiones tomadas como ministro Hitler.
El único inquilino de Spandau
Desde 1966 hasta 1987 fue el único inquilino de aquella fortaleza controlada por las cuatro potencias vencedoras y proyectada para albergar a 500 prisioneros. En ella estuvieron recluidos muchos de los líderes nazis sentenciados también en Núremberg, pero fueron muriendo o siendo liberados hasta 1966. Los dos últimos: Albert Speer y Baldur von Schirach, ministro de guerra y líder de las Juventudes Hitlerianas, respectivamente.
Era vigilado por 600 soldados y 50 agentes, en una prisión de 696 celdas para él solo
Pero la condena de Rudolf Hess era de cadena perpetua y desde 1966 le vigilaban a él solo 600 soldados rusos, estadounidenses, británicos y franceses, además de 50 agentes de Alemania Occidental, en una prisión de 696 celdas que costaba cerca de 100 millones de pesetas de entonces al año.
Las medidas de seguridad para un hombre que ya era anciano eran impensables: la circundaba una primera línea eléctrica, luego un muro de seis metros de altura que contaba con numerosas cabinas acristaladas de vigilancia y, por último, un contramuro de cinco metros de alto que, durante la noche, lo iluminaban potentísimos focos.
Entre el suicidio y el asesinato
Según la versión oficial de la primera autopsia, Hess había muerto estrangulado con un cable eléctrico, alegando que se trataba de un suicidio. Pero la familia dudó de la tesis oficial y encargó una segunda autopsia, que determinó que su muerte fue por asfixia y no por suspensión. Desde entonces, el misterio rodeó siempre la muerte del político nazi, dudándose entre la tesis oficial del suicidio y la del asesinato.
Si los suicidios del «Führer» y los demás mandatarios se produjeron tras el desenlace de la Segunda Guerra Mundial y el fracaso de la aventura imperial nazi, la de Hess, 46 años después, sugirió alguna sospecha: «¿Por qué este hombre, de noventa y tres años, ha esperado a suicidarse hasta 1987? ¿Por qué, casualmente, los interrogatorios a que se sometió a Hess durante su estancia en Inglaterra no pueden publicarse hasta el año 2017, treinta años justos desde 1987? ¿Por qué un Cuerpo de guardia que ha cuidado del prisionero durante tantos años le ha dejado entrar solo en una cabaña del jardín, donde apareció ahorcado?», se preguntaba ABC.
Su hijo, Wolf Rüdiger Hess, mostró su desacuerdo con el dictamen, asegurando que su padre se encontraba en buenas condiciones psicológicas y que el tipo de suicidio que se le imputaba era físicamente imposible para él.
Margaret Thatcher
Dos años después de aquello, el gobierno de Margaret Thatcher se negaba a facilitar a la Policía británica los informes relativos a las sospechosas circunstancias de su muerte, tales como los que recogía la investigación oficial realizada por los servicios de información de las Fuerzas Armadas.
La sombra del misterio sobre el suicidio del que fuera la mano derecha del «Fuhrer» crecía. Según la BBC, una enfermera que cuidó del dirigente alemán durante sus últimos cinco años de vida, el prisionero fue asesinado. Y según el funcionario que halló el cuerpo 40 minutos después de que falleciera, el reo mostraba huellas de un forcejeo para defenderse, además de asegurar que sus manos se hallaban completamente inutilizadas por la artritis y «no podía hacer ni el nudo de los zapatos».
«No trato de juzgarle, pero como hijo existen algunas preguntas que me gustaría que me respondiera», comentaba Wolf a ABC en 1970. Aquellas dudas no pudieron ser saciadas jamás, pues tenía prohibido hablar de los años comprendidos entre 1933 y 1945 durante la media hora de visita al mes a la que tenía derecho.
Fuente: ABC
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