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La memoria de la Otra Europa

Las crónicas de Juan fernández Krohn: El asesinato de Juan Ignacio González...

Las crónicas de Juan fernández Krohn: El asesinato de Juan Ignacio González...

 

Treinta años después (la otra cara de la Transición al descubierto)

Nunca hasta ahora oí siquiera hablar de él. Muchos aquí no lo creerán o les costará el creerlo, pero es rigurosamente cierto. El asesinato hace treinta años -muerto a tiros delante de la puerta de su domicilio- de Juan Ignacio González (Ramírez), joven fundador y dirigente del Frente de la Juventud junto con Pepe Las Heras -al que sí alcancé a conocer en mis años de la Universitaria madrileña-, no se habrá merecido la publicidad ni positiva ni negativa de otros hechos luctuosos que jalonaron tan lúgubremente la transición política, recordados y jaleados año tras año desde entonces en los medios.

Y eso les explicará a algunos lo que acabo de confesar; pero sólo en parte porque si no alcancé a conocer a aquel joven político malogrado ni oi hablar de él tan siquiera fue sobre todo porque sin que yo dejase de sentirme hijo de mi época a mi manera, la viví de una forma un tanto atípica como los que aquí me leen de seguro ya lo saben o adivinaron, hasta el punto que se puede decir incluso que me evadí en cierta forma -por la vía de la religión y sin sentirme un desertor de forma alguna- de la España de entonces y del ambiente que se vivía entre muchos jóvenes de mi edad en unos medios de gente joven que venían "grosso modo" a coincidir con mi estrato sociológico de procedencia.

La nostalgia de lo que no se vivió, quiero decir de un pasado anterior al de nuestra existencia en la tierra, es a veces mas fuerte que la que nos produce el pasado propio que vivimos en primera (o en cuarta) persona como lo experimenté yo mismo a menudo -tal y como ya lo tengo aquí señalado- paseándome junto a la playa, en la ciudad belga de Ostende, una cita a la que no falto varias veces al año hace ya mucho, en el tiempo que aquí llevo residiendo; y sintiendo irresistblemente de vuelta al mismo tiempo, a cada vez, todo un pasado, el de una época de Bélgica de cuando yo todavía no había nacido. Los años treinta (...)

Y confieso que visionando ahora ciertos vídeos conmemorativos del treinta aniversario del asesinato de Juan Ignacio González y de la época aquella que él marcó innegablemente con su vida y con su muerte -el Madrid de los años de la transición que por suerte o por desgracia me pillaron lejos, en el extranjero- me veo inundado de un sentimiento de añoranza, lo confieso, hacia un capítulo de la historia de España contemporánea que siento que me pertenece a mí también, mas si cabe que los que la vivieron de protagonistas en un primer plano (en cualquiera de los sectores de observación o de los bandos enfrentados entonces)

Y es en la medida que esa circunstancia de extrañamiento o expatriación que fue entonces la mía me permite hoy en cambio el proyectar sobre los sucesos aquellos una mirada mas ecuánime y objetiva si cabe y también mas global y panorámica. Y es la de una memoria visual y a la vez emanada de terceros; la mía propia, vista desde dentro y a la vez desde fuera, o si se prefiere desde el otro lado de la barrera.

Han pasado treinta años y el asesinato del dirigente del frente de la Juventud sigue sin verse esclarecido. El único que queda por esclarecer de todos los que dejó la transición política detrás suya. Lo que acierta a seguir proyectando una mancha sombría -me lo reconocerán aquí todos sean cuales sean su ideas o simpatías políticas e ideológicas- sobre aquella época convulsa de nuestra historia reciente y por el hecho mismo viene también a desvelar la "otra cara", o si se prefiere el verdadero rostro (inconfesable) de aquella. Y es la de una operación que se guisaron y se comieron entre unos pocos y que se dejó a muchos -como a mí- de una forma u otra en la cuneta...Y al precio de chivos expiatorios que pagaron injustamente entonces por los culpables verdaderos.

¿El GRAPO? ¿Servicios secretos (cualesquiera) por cuenta del gobierno (UCD) de entonces, los autores materiales del asesinato? La respuesta sigue en el aire tantos años transcurridos, y no deja de suscitar respuestas y explicaciones fecundas y frondosas como todos los grandes enigmas; unas mas fértiles o fecundas sin duda que las otras.

La transición -es decir el desmantelamiento o "voladura" a distancia, "controlada", del régimen anterior, como se la habrá acertadamente denominado- estaba pactada desde mucho antes de la muerte de Franco por intermedio del Vaticano que marcaba al Norte a la España surgida de la guerra civil desde el final de la segunda guerra mundial-como aquí ya lo tengo explicado- y no sólo en los capítulos mas propiamente reservados a la esfera de influencia de la política religiosa.

Y se encargarían de llevarla a cabo los tres mosqueteros de la Zarzuela -el monarca, Fernández Miranda y Adolfo Suárez (asesorados sin pausa y al minuto por la Nunciatura) (...)- sin dar cuentas a quienes fuera. Y por mas que tuviesen suerte y les saliesen al final "grosso modo" bien las cosas no pudieron evitar ciertos capítulos oscuros que teñirían fatalmente de oprobio, de verguenza y de bochorno sus trayectorias en el recuerdo, como lo fue la violencia que acompañaría, inseparable, al conjunto del proceso.

En los treinta años transcurridos desde entonces sin embargo, los medios no habrán dejado de apuntar como culpable en exclusiva de la violencia de la transición a "la ultra/derecha", una denominación servida como de encargo o de una pieza, que habrá valido para criminalizar impune e injustamente -como ahora ("mutatis mutandis") están haciendo los medios con los controladores aéreos- a tantos inocentes doblemente víctimas de persecución -y de vil asesinato incluso- y de discriminación ideológica. Pero obvio es el reconocer que como en el caso de la espiral de violencia que desembocó en la guerra civil -lo que aquí felizmente no ocurriría- la violencia de la transición la desataron primero los otros, "los correctos".

Y me refiero obviamente a la ofensiva terrorista de la ETA que llevaba ya haciendo estragos en España y en el seno de la sociedad española desde hacía una década y que alcanzaría por entonces, en la fase final de la transición política, niveles de paroxismo como lo ilustra el asesinato de Juan Ignacio, fueran quien fuesen sus autores.

Un fenómeno que conocería cierta forma de resaca tras el 23-F, que haría de 1983 -mi primer año (por entero) preso en la carcel portuguesa- el más sangriento de toda la larga historia de la banda terrorista (como tuve ocasión de registrarlo día a día gracias a un pequeño transistor y a los noticiarios españoles que me llegaban allí dentro)

"No hay fascismo sin la provocación del bolchevismo", escribió sagazmente el historiador alemán Nolte en una de las formulas mas logradas y divulgadas contenidas en sus escritos. Y análogamente no hubiera habido violencia de la ultra/derecha sin el chantaje permanente que la banda terrorista ETA -y sus compañeros del viaje del GRAPO y otros grupúsculos de extrema izquierda- infligía a la sociedad española desde hacía una década.

Los vídeos ahora publicados con ocasión del treinta aniversario del asesinato del líder del Frente de la Juventud son de una elocuencia muda e irresistible del impacto y relevancia del fenómeno de sociedad -y a la vez de masas- que protagonizaría aquel sector de la juventud madrileña de entonces -y en menor medida en otras ciudades y localidades españolas- minoritario y todo lo que se quiera pero de un protagonismo innegable inversamente proporcional a la significación marginal que se les atribuía entonces y se les sigue atribuyendo.

Unas imágenes inéditas para mi ya digo que ofrecen tantos años después el espectáculo propiamente inaudito de una manifestación de duelo multitudinaria, colectiva, solo comparable tal vez a la que a acompañaría al traslado de los restos de José Antonio desde Alicante hasta el Escorial al final de la guerra.

Así lo afirman los comentarios de los que uno de los vídeos se ve acompañado y por lo que deduzco ahora -completamente absorto- de las imágenes gráficas de aquello, pienso que no exageran. Entretanto se me habrá reprochado recientemente por algunos lectores el mostrarme acogedor sobremanera en mi blog de ciertos grupos o de individuos que sufren de marginalización -social e ideológica- desde hace décadas. Por el riesgo de criminalización que fatalmente para mi comportaría.

La extrema izquierda en España, y no digamos de puertas afuera, se vio "recuperada" -¡hace ya!- y perfectamente integrada en el proceso político normal propio de estados (democraticos) independientes y soberanos, en el ámbito de la UE al menos, como lo vengo presenciando -y también sufriendo en propia carne a veces- los largos años que llevo ya residiendo en Bélgica. ¿Y por qué no podría ser así con la (llamada) extrema derecha?

Porque si se exceptúa el caso de Francia e Italia -verdaderamente atípicos, sobre todo por lo que se refiere a la operación audaz que se desarrollaría en los años de la presidencia Berlusconi en relación con los vencidos (fascistas y neofascistas) de la segunda guerra mundial y sus herederos y descendientes-, la regla en los países occidentales sigue siendo como digo la exclusión y la discriminación ideológica plasmada en una asimetría flagrante entre los extremos (en favor por cierto de la extrema izquierda)

Y el fenómeno en el caso español se ve además agravado por un bipartidismo rígido y excluyente que tiende a perpetuar el escoramiento a la izquierda de la política interior y exterior españolas. Como en el caso portugués, sin duda, pero con la diferencia que en Portugal el régimen anterior -el Estado Nuovo- fue derribado por la fuerza (...)

Nada a la derecha del PP. La regla (para entendernos) -que se habrá visto aplicada inflexiblemente hasta ahora- vendría a significar un deslizamiento gradual del principal partido de oposición hacia la izquierda -"verbi gratia" hacia la posiciones del PSOE y del conjunto de la izquierda guerracivilista en muchos temas- como lo habrá puesto de manifiesto el largo (y tortuoso) trayecto recorrido por ese formación política desde su fundación -a partir de la AP- en los años de la transición política. No es sólo pues una cuestión de complejos (o de "complejines") sino un problema estructural del régimen democrático (a la española) que que se nos viene infligiendo hace ya tanto a los españoles.

En mis años preso en la cárcel portuguesa -e incluso mas tarde en experiencia similar aquí en Bélgica- se me denegó sistemáticamente consideración ninguna a las motivaciones del gesto que me había llevado a caer preso. En los baremos de lo políticamente correcto tal y como se veían manejados entonces por los responsables de los servicios carcelarios portugueses directamente concernidos con mi situación penitenciaria, "preso de conciencia" venía a traducir "pacifista" o no/violento y así me vería aplicado "el reglamento" en consecuencia, sin ninguna clase de miramientos.

"Vocé é um preso como os outros" me oiría decir invariablemente allí dentro cada vez que me resistía a ser tratado indigna o inhumanamente y era por lo general de labios de vigilantes o funcionarios que no escondían sus simpatías políticas (de izquierdas) "En Portugal no hay presos políticos" me oí repetir a menudo también. Lo que venia a contradecir el caso flagrante de presos, presentes allí dentro, de "las Fuerzas Populares/25 de Abril"- un grupo terrorista de extrema/izquierda fundado y dirigido por Otelo de Carvalho en persona- que gozaban de unos miramientos que nunca se tuvo conmigo (español además para más señas)

Y fue así sin duda por culpa -en parte- de la amenaza terrorista que hacían planear sobre los responsables de los servicios penitenciarios portugueses -que acabarían llevando a la practica estando yo allí dentro en un caso de lo mas sonado. Y esa experiencia personal de persecución -y de discriminación- es indisociable lo reconozco del prisma personal que es el mío a la hora de abordar el fenómeno de la ultra/derecha de los años de la transición política en esta rememoración del asesinato de Juan Ignacio.

En Francia se dio un caso no sin analogías con el del dirigente del Frente de la Juventud -de un asesinato, hasta hoy no esclarecido, por móviles políticos o ideológicos mas que presumibles- que habrá venido siendo recordado y a la vez justificado en los sectores políticamente más correctos por la significación "negacionista" que se atribuía a la víctima, en una argumentación hipócrita y sibilina que venía justificar el asesinato por delito de opinión (en democracia)

En el caso de Juan Ignacio González no se dio ni eso tan siquiera. Fue escogido por joven, por idealista y pos sus dotes de mando y su carisma indiscutibles (como invariablemente se le recuerda) Y con él se vería alcanzada irremediablemente hasta hoy toda una hornada de gente joven -jovencísimos (de una media de edad que no venía a rebasar de mucho los veinte años)-, y de una franja generacional inmediatamente posterior a la mía.

Y es sin duda por el pasado irredento sobre todo que aún arrastran tantos años después; como yo sigo arrastrando el mío propio. Y de los que habré acabado -al cabo de las dudas y cavilaciones- por sentirme plenamente solidario en consonanica (¿por que debería negarlo después de todo?)

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