Entrevista a Riccardo Marchi (Xavier Casals)
Riccardo Marchi es historiador del Instituto de Ciências Sociais [ICS] de la Universidad de Lisboa que acaba de publicar dos interesantes estudios académicos sobre la extrema derecha portuguesa que recogen su evolución desde los años cuarenta hasta el fin del Estado Novo en 1974. Se trata de Folhas Ultras. As ideias da direita radical portuguesa (1939-1950) (ICS, Lisboa, 2009) e Impèrio, Nação , Revolução. As Direitas Radicais Portuguesas no fim do Estado Novo (1959-1974) (Texto, Alfragide, 2009). Sus aportaciones son interesantes, pues existe un notable vacío académico bibliográfico sobre este tema en el país vecino y permiten establecer unas primeras visiones comparativas entre la ultraderecha española y la lusitana.
De este modo, las tesis que sostienen sus trabajos (especialmente Impèrio) proyectan una evolución de la extrema derecha portuguesa similar a la española: constituye una suerte de aliada-enemiga de la dictadura; desaparece con el fin de la misma sin dejar una fuerza con representación permanente en el parlamento; presenta dos polos urbanos -Coimbra y Lisboa- de gran similitud con los de Barcelona y Madrid en España. Asimimo, dibuja una posición ambivalente del ultrapatriotismo portugués en relación al español: por una parte, el primero presenta cierta atracción por el segundo, visible en la seducción de las ideas falangistas entre medios lusos; por otra parte, predomina un recelo en este espectro ideológico ante las pretensiones unificadoras iberistas de la extrema derecha española.
Por todo ello nos ha parecido interesante entrevistar a Marchi. Agradecemos que haya accedido responder a nuestras preguntas, pues -como puede apreciarse- sus respuestas reflejan de modo sucinto sus tesis sobre la trayectoria que ha seguido la extrema derecha portuguesa desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta el presente.
En Folhas Ultras alude a la existencia de un neofascismo portugués carente de fascismo nacional. ¿Qué significa esta tesis?
La tesis quiere aludir al hecho de que la derecha radical portuguesa posterior al fin de la Segunda Guerra Mundial no se ha reconocido en la experiencia del nacional-sindicalismo de Rolão Preto (1893-1977) de los años treinta, que se considera comúnmente como la expresión por excelencia del fascismo lusitano. Tampoco se identificó plenamente con la Revolución Nacional de Salazar iniciada en 1933. En el primer caso, los pocos intelectuales militantes de la posguerra consideraron el nacional-sindicalismo apenas una expresión folclórica, privada de consistencia doctrinaria y estéril en términos de legado político; esta crítica fue reforzada por la trayectoria antisalazarista y antifascista de Rolão Preto después de la Segunda Guerra Mundial.
En relación a Salazar, y a las principales fuerzas que lo sustentaron, los neofascistas portugueses siempre tuvieron una clara conciencia de que el dictador no era un agitador de masas, un duce o un revolucionario, sino mas bien un conservador o un contrarrevolucionario. En suma, era un personaje óptimo para regir un régimen autoritario, pero insuficiente para representar un fascismo nacional. Así, en el Portugal de la postguerra los heredes ideológico del fascismo tuvieron que mirar hacia fuera de su patria para encontrar referencias militantes y doctrinarias.
En Impèrio, Nação , Revolução alude a un nacionalismo radical sin pasado. ¿En qué sentido?
En los años sesenta una parte considerable de la juventud portuguesa se politiza y radicaliza en sentido nacionalista, como consecuencia principalmente del estallido de la guerra colonial de África, entre 1961 y 1974. Los militantes nacional-revolucionarios tienen entonces en su bagaje cultural a los teóricos radicales del Integralismo Lusitano -un movimiento tradicionalista, católico y monárquico- y algunos de ellos incluso intentan inspirarse en el nacional-sindicalismo -que sus antecesores de los años 40 y 50 rechazan- como una forma de diferenciarse del salazarismo y procurar una síntesis entre revolución, nacionalismo y justicia social, pero sin grandes consecuencias.
Una vez más, el nacionalismo radical portugués no encuentra su inspiración en la tradición nacional de preguerra. Busca modelos militantes e ideológicos del género de los squadristi o los camisas viejas y no los halla en su patria. Es sintomático que los grupos radicales portugueses más dinámicos desde el punto de vista militante elijan sus modelos en el marco del neofascismo francés e italiano y que los más heterodoxos desde el punto de vista ideológico encuentren más su inspiración en el falangismo joseantoniano y en el nacionalismo revolucionario y el tercerismo sudamericanos que en las experiencias autóctonas portuguesas. Para la ultraderecha de esta segunda postguerra no existe un fascismo nacional en el que se pueda reconocer y al que pueda vincular su pensamiento y su lucha.
¿La dictadura favoreció a la extrema derecha?
Si hablamos de la extrema derecha asociándola a los seguidores de Salazar -o sea de los contrarrevolucionarios- o, como se diría en España, de los adeptos del nacional-catolicismo, tal vez sí. Pues estos vieron garantizado su ideario como pilar del régimen durante cuarenta años y han conservado la centralidad de sus valores en la cultura oficial del país, a pesar de los cambios en la cultura política europea de las derechas.
Si entendemos como extrema derecha las corrientes nacional-revolucionarias y fascistas que veían en las revoluciones nacionales de los años veinte y treinta unos modelos para refundar la comunidad nacional, pienso que no. En este caso, la extrema derecha se ha acomodado a la sombra del régimen, se ha acostumbrado al paternalismo de Salazar, se ha contentado del conservadurismo del Estado Nuevo como el máximo de revolución posible en aquellas contingencias históricas. Ha perdido así la capacidad de renovar su pensamiento político, de elaborar nuevas síntesis, de representar una alternativa viable. Ha mantenido una posición de marginalidad impuesta por el régimen, como sus congéneres en otros países de Europa occidental, sin todavía disfrutar de la condición de ser una fuerza de oposición anti-sistema que permite a muchos de los camaradas que actúan en las democracias iniciar caminos y promover experiencias interesantes e innovadoras desde el punto de vista ideológico y de la acción política.
En sus estudios alude Coimbra y Lisboa como dos núcleos muy distintos de extrema derecha. ¿Qué papel tiene cada uno?
Bueno, hay una distinción casi ontológica entre las ciudades de Lisboa y Coimbra. Lisboa es identificada con la capital; con la proximidad al poder y a las instituciones; con la oficialidad de régimen. Coimbra, por el contrario, es el símbolo de la autonomía, principalmente intelectual, representada por una de las más antiguas universidades de Europa, por sus repúblicas de estudiantes (comunidades autogestionarias de universitarios), por su vida bohemia. Ello repercute en todos los medios sociales y políticos, incluso en la extrema derecha. Entre 1945 y 1974 (y tal vez antes), todas las iniciativas más arrojadas, las heterodoxias, las experimentaciones de la extrema derecha portuguesa se han producido y vivido en Coimbra mucho más que en Lisboa. Es lo mismo que ha pasado en España con el ambiente neofascista de Barcelona respecto al de Madrid.
¿Por qué la descolonización no favoreció el ascenso de la ultraderecha?
La descolonización no solo desfavorece el ascenso de la ultraderecha, sino que causa su desaparición física como actor político en el Portugal democrático. La razón es que la élite de la derecha radical más joven, más interesante e activa desde el punto de vista de la elaboración cultural e de la acción política surge en el Portugal de los años sesenta y setenta en torno al mito del imperio, de la defensa intransigente de una cierta idea de Portugal: la patria multirracial, pluricontinental, no solo europea, sino también africana y asiática al mismo tiempo: Portugal abarca desde el Minho (región del interior metropolitano) hasta Timór (en Insulíndia). Al concluir el proceso de descolonización en 1975 termina abruptamente esta concepción de Portugal, pues éste se reduce únicamente al territorio europeo. Desaparece así un elemento que ha influido el imaginario colectivo de las generaciones de los años sesenta radicalizándolas en el campo del nacionalismo imperial.
Mis actuales intereses de investigación se dirigen a percibir porque esta élite política radical no ha conseguido (o no ha querido) reelaborar un nuevo proyecto político acorde con la realidad postcolonial, manteniéndose en su tradición político-cultural. Fuera de esta élite, han existido partidos de la extrema derecha que se han mantenido activos después de la descolonización, pero pertenecen más a la tradición del nacional-catolicismo o del conservadurismo más vigoroso, que a la del nacionalismo revolucionario y del neofascismo. Igualmente, no han logrado conquistar la derecha sociológica portuguesa, que prefirió dirigir su voto útil a los partidos moderados de centroderecha, percibidos como garantes suficientes de políticas anticomunistas y anti-socialistas.
Por fin, los movimientos y partidos de la extrema derecha activos en Portugal en los últimos 25 años (por ejemplo el Partido Nacional Renovador) ya no tienen nada a ver con la tradición del nacionalismo radical portugués de cariz imperial, que -por el contrario- rechazan, sino más bien con el emerger en Europa de una ultraderecha anti-inmigración, identitaria y defensora del Welfare chauvinist o de un Estado del Bienestar para los autóctonos.
¿Por qué ha habido tan pocos contactos entre la ultraderecha española y la portuguesa?
Para explicar los pocos contactos, se pueden apuntar dos tipos de razones: unas de carácter histórico-cultural y otras más ligadas a las contingencias históricas de los años sesenta.
En el primer caso, debe señalarse que los nacionalistas portugueses siempre tuvieron una relación difícil con España, pues la han considerado una amenaza a la soberanía nacional, a la independencia. En este sentido, la restauración de la independencia en 1640 siempre ha tenido un lugar destacado en su imaginario colectivo y aún celebran hoy con manifestaciones el 1 de diciembre [de 1640] como día del orgullo nacional. Este sentimiento de desconfianza se ha visto consolidado por las aspiraciones de una unificación ibérica muchas veces explícita por parte de los ultranacionalistas españoles (incluyendo a la Falange).
En el segundo caso, el elemento más importante de estos “pocos contactos” ha sido sin duda la ausencia en España de la “cuestión colonial”, que llevó a los nacionalistas portugueses a sentirse mucho más solidarios y próximos al ultranacionalismo francés que combatía por Argelia. Esta comunión de lucha ha apretado los lazos luso-franceses mucho más que los luso-españoles.
A pesar de todo, la escasez de intercambios culturales y personales entre portugueses y españoles de Falange, SEU, etc., a lo largo de los años 50, 60 y 70, no ha impedido que las relaciones se volviesen más operativas durante la transición portuguesa, cuando los militantes de la extrema derecha portuguesa refugiados en Madrid se benefician de la ayuda y colaboración fundamental de los camaradas españoles en su acción contrarrevolucionaria.
Marchi ha abierto un blog donde recoge los comentarios de militantes o exmilitantes de extrema drecha y de los medios de comunicación sobre su libro: http://imperionacaorevolucao.blogspot.com/
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