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La memoria de la Otra Europa

LA LEALTAD TIENE UN NOMBRE LOS DIOSES TIENEN UN HÉROE

LA LEALTAD TIENE UN NOMBRE LOS DIOSES TIENEN UN HÉROE

Resulta difícil, incluso ahora, hablar de Hess y olvidar su muerte. Han pasado ya siete años desde su asesinato, y sin embargo pareciera haber sido sólo ayer.

Para quienes escribimos Pendragón, la historia que vamos a relatar sintetiza nuestra continua lucha por ser leales a la causa. En el mundo del señor oscuro, la figura de Hess brilla con una luz tan intensa que aún el enemigo debe reconocer su pureza y meditar profundamente en torno a ella.

Debe hacerlo pues, así como él, hay muchos -a su propio nivel y en sus propios términos- que serán leales a la causa hasta sus propias muertes.

Ello es parte del profundo desprecio hacia esta civilización, y también del compromiso absoluto hacia la venidera.

Porque vendrán hombres mejores, en mejores tiempos por mejores hombres. Y porque la sangre vertida por uno sólo que sea leal hasta el fin, significará la eterna derrota de los asesinos del héroe.

De los abyectos siervos del señor oscuro.

Rudolf Walter Richard Hess, nació el 26 de abril de 1894, en Alejandría, Egipto. Su familia era propietaria de una empresa de exportaciones e importaciones, gracias a la cual habían logrado un posición económica bastante sólida.

Desde niño, Rudolf recibió una firme educación teutónica. En 1908 fue alumno del “Pädagogium” de Godesberg-am-Rhein. De 1910 a 1914 estudió lenguas extranjeras en la Suiza francesa y luego ingresó a un colegio comercial en Hamburgo.

Al estallar la Primera Guerra Mundial, Hess, al igual que millones de jóvenes alemanes, tuvo la oportunidad de enrolarse, e ingresó al 1er regimiento Bávaro de infantería. Fue herido en 1916.
Una vez restablecido, participó en los combates de Rumania. Fue nuevamente herido en el año 1918. Posteriormente, en 1919, estuvo dedicado a actividades comerciales, estudios históricos y económicos. En 1921 volvió a ser herido al participar en la liberación de Munich.

Desalentado, producto del estado en que se encontraba Alemania después de la guerra, nació en él un fuerte sentimiento de justicia. Justicia por su patria, más que por el estado de miseria en que quedó su familia.

Indignado por los términos del Tratado de Versailles, Hess buscó la forma de poder lograr la verdadera justicia que deseaba.

Fue así como descubrió el Partido Nacional Socialista Obrero Alemán y, después de escuchar hablar por primera vez a Hitler una noche de abril de 1920, decidió integrarse a la organización.

El 1º de julio se convirtió en el décimo sexto miembro del recién fundado Partido Nacional Socialista, el que era considerado como un grupo radical marginal de unos pocos cientos de miembros.
Desde el comienzo, la dedicación de Hess iba más allá que la de un miembro normal del partido. Al cabo de unos meses, ya había formado un vínculo especial con Hitler.

En 1924, ambos fueron sentenciados a 5 años de prisión después de fracasar el intento por derrocar al gobierno bávaro, en lo que se conoció como el Putsch de la Cervecería.
Fue encerrado junto al Führer en la cárcel de Landsberg.

Allí, Hess se convirtió en el compañero más cercano de Hitler, y ayudó directamente a la creación de Mein Kampf. Ambos fueron liberados al cabo de un año.

Hess se transformó en el secretario privado del Führer, y su desempeño fue tan notable, que espontáneamente se formó un grupo de partidarios propio. De 1925 a 1932, Hess estuvo constantemente al lado de Hitler, desde las reuniones con los industriales alemanes para recaudar fondos, hasta las convocatorias masivas.

Cuando el Führer asumió el poder en 1933, Hess fue nombrado Ministro del Reich. Pronto se destacó entre los miembros del Gobierno porque nunca empleó su rango para enriquecerse a sí mismo o a su familia.

El primer compromiso de Hess era con el partido, cosa que demostró en los primeros años de gobierno Nacionalsocialista. En vista de lo anterior, llegó a ser conocido como la conciencia del partido. No deseaba la guerra inminente y sus funciones eran más bien las de planificador y primer hombre de confianza del Führer, segundo en la línea de poder del partido.

En 1937, mientras se realizaban preparativos para las intervenciones militares en las fronteras del Reich, Hess estuvo apartado por un breve tiempo.

Su esposa estaba embarazada, y el 18 de noviembre, mientras Hess se encontraba en el refugio montañés del Führer, en Berghof, recibió la noticia de que tenía un hijo, al que decidió llamar Wolf -Lobo- en honor a Hitler, pues éste era el nombre que había usado en los primeros tiempos de lucha política. El propio Führer fue el padrino del niño, y asistió a la ceremonia de bautismo según el rito nacionalsocialista.

El 10 de mayo de 1941, Hess viajó a Escocia con el motivo principal de restaurar la paz y evitar que el conflicto bélico se hiciera mundial. Se ha señalado que fue aconsejado por Albrecht Haushofer, quien estaba en contacto con el Duque de Hamilton -un alto oficial de la Royal Air Force-, ante lo cual Hess decidió realizar el viaje para verle y presentar su iniciativa de paz.

Otro de los implicados en el contacto habría sido el ex Rey Eduardo VII de Inglaterra, el cual por esa época vivía en Francia. Él se habría comunicado con su hermano el Rey Jorge, quien estaría al tanto y a favor de la misión de Hess.

Cabe destacar que, ya que tanto Haushofer como su hijo, funcionario del Ministerio del Exterior Alemán -judío por madre- estaban al tanto del viaje de Hess, la información acerca del vuelo pudo haber seguido líneas paralelas.

Por una lado el Duque de Hamilton, por otro, los servicios de inteligencia ingleses a través de Haushofer, su hijo, o los propios judíos.

Haushofer integraba la resistencia contra el Führer, y -evidentemente- la información pudo llegar a los judíos a través de su hijo o su esposa. Esto es relevante, porque Hess podía haber llegado a hablar directamente con Lloyd George, a quien conocía en persona, y que lo había visitado en Alemania en 1936. Si Haushofer intervino en la decisión sobre el contacto, las cosas se aclaran un poco.

Según su hijo Wolf, Hess sostenía abiertamente que le guerra significaría la caída del Imperio Británico -como efectivamente sucedió-. El no podía entender por qué Inglaterra no se aliaba con Alemania.

Wolf piensa que la visión geopolítica de su padre acerca de esta alianza era el motivo principal del viaje a Inglaterra, al respecto señala enfáticamente:

"El principal motivo era restaurar la paz y evitar la segunda guerra mundial. En una oportunidad pude plantearle una pregunta histórica a través de canales no oficiales en Spandau. La pregunta fue: ¿Podemos suponer que no habría habido ataque a Rusia si tu misión de paz a Gran Bretaña hubiese tenido éxito?".

La respuesta fue: "¡Sí, por supuesto!".

Wolf posee esta respuesta por escrito.

No obstante lo anterior, también se ha señalado que la base del contacto -que entra en el terreno del esoterismo Hitleriano- habría sido que Hess era un iniciado de la Orden de Thule -la versión germana de la Golden Dawn (Alba Dorada) bretona-, por lo que la comunicación se habría dado en planos distintos a los puramente políticos, pues se ha señalado que el Duque de Hamilton pertenecía a la Golden Dawn.

Es bien sabido que -en un comienzo- el Führer no tenía intención de atacar directamente a Inglaterra. Reconocía la relativa equivalencia racial de Albión -la blanca-, también Engeland -la tierra de los angeles- con Alemania y la esfera de naciones europeas de origen Indo-Ario (tema que trataremos en próximos números). Ello quedó de manifiesto en la playa de Dunkerque, cuando el ejército inglés estaba en manos de la decisión del Führer. Esta "especial deferencia" debió tener motivos más que puramente políticos o militares.

En la esfera de la esoteria nacional-socialista, la lucha contra la tierra de Merlín y Arturo significaba una especie de fratricidio espiritual (más evidente aún en lo físico), a lo que sólo se debía llegar como última consecuencia.

Ya fuese por los motivos anteriores, o quizá más probablemente por otros que aún desconocemos, Hess, pilotando un caza Messerschmitt de dos motores que había equipado con tanques de combustible extra, se dirigió directamente hacia la finca escocesa del duque de Hamilton, a mil quinientos kilómetros de distancia.

Dejó atrás a su esposa Ilse y a Wolf, que por entonces ya tenía tres años y medio.
La navegación de Hess, de noche y sin equipo moderno, fue muy eficiente. Logró llegar a dieciocho kilómetros de la finca del Duque.

Descendió en paracaídas al suelo y al encontrar a un agricultor en un campo cercano, pidió que lo llevaran ante Hamilton.

Inicialmente, Churchill se rehusó a creer la noticia de que el secretario de Hitler había llegado al campo para negociar una paz separada. Cuando los oficiales británicos se reunieron con Hess, oyeron una propuesta que les pareció poco realista, y que ya habían rechazado anteriormente.
Churchill se negó a reunirse con Hess e inmediatamente lo arrestó como prisionero de guerra, en lugar de tratarlo como a un ministro del gabinete, como él exigía.

Se afirma que no existen pruebas sustanciales de que Hitler hubiese estado al tanto del viaje de Hess a Escocia. Lo cierto es que a la mañana siguiente del vuelo, el Führer recibió un mensaje de Hess en el que éste le informaba de la misión y le indicaba que -si algo salía mal- “Usted puede negarme en cualquier momento... decir que soy loco”.

Durante varios días los británicos no difundieron una sola palabra acerca de la llegada de Hess, y Hitler esperaba que no hubiese llegado, que el avión se hubiera estrellado en el mar del Norte. Cuando finalmente los británicos anunciaron que Hess era prisionero, Hitler ordenó que fuera borrado de la memoria del partido, que todos los cuadros de él fueran removidos de cada oficina del NSDAP y que todos cuantos lo ayudaron fueran castigados.

Dentro del año, Hess fue eliminado oficialmente del partido. Fueron arrestados asistentes, ordenanzas, secretarios y choferes. Algunos estuvieron en campos de concentración hasta 1944. Wolf estima que estas medidas fueron planeadas anticipadamente por Hitler en caso de que la misión de Hess fracasara.

El 15 de junio, un mes después de su llegada, y viendo la evidente negativa de negociar de los británicos, Hess intenta un suicidio. Se lanza desde un rellano de un primer piso, quebrándose el fémur.

Temerosos de otro intento de suicidio, así como de cualquier posibilidad de rescate, los británicos aislaron a Hess en una remota finca de campo con un contingente de tropa, un médico y varios psiquiatras.

Durante su confinamiento, sufrió una serie de enfermedades, que los británicos calificaron como “psicosomáticas”. Sin embargo, el hijo de Hess, Wolf, mediante cartas enviadas por su padre, se enteró del trato que su éste recibía en la prisión por parte de los guardias, lo que podría haber acarreado más de algún deterioro físico y mental. La luz no era apagada durante las noches, y las rondas que los guardias realizaban eran tan ruidosas, que le impedían descansar.

También existe una carta del 15 de septiembre de 1949, en que un capitán de Spandau reconoce haber destruido "por razones de seguridad" las drogas que le habrían dado a Hess durante su prisión en Inglaterra. Se han publicado los diarios de los guardianes, entre 1941 y 1945, que demuestran que le daban drogas y lo envenenaban. Finalmente, lo mismo se afirma en el libro "El hombre más solo del mundo" del Coronel norteamericano Eugene Bird, quien fuera director de Spandau y logró ganar la confianza de Hess.

El 30 de agosto de 1945, Hess es acusado, junto con otros veinte miembros del partido, como criminal de guerra. Debido al vuelo de Hess de 1941 a Inglaterra, el caso en su contra se hizo complicado para los aliados. Los cargos que se le imputaban se referían a acciones que se habrían llevado a cabo en Rusia y en campos de concentración alemanes, mientras él estaba preso en una cárcel británica. No estuvo presente en ninguna de las conferencias de Hitler cuando se discutían los planes para la defensa.

Había estado fuera de Alemania durante la guerra. Pero de todos modos Hess fue acusado en los cuatro cargos del proceso de Nuremberg: “conspiración para librar una guerra agresiva”, “delitos contra la paz”, “crímenes de guerra” y “crímenes contra la humanidad”.

La esencia del caso en contra de Hess fue que había sido “un temprano y rendido partidario de Hitler” (N.R.: en justicia, también debía acusarse al 98% de los alemanes de este cargo) y que “había apoyado lealmente las medidas represivas tomadas contra los judíos”.

Hess fue el último acusado trasladado a Nuremberg, donde llegó el 8 de octubre de 1945. Para entonces Hess, de cincuenta y un años, había estado en una cárcel británica desde mayo de 1941 hasta el final de la guerra, es decir, todo el tiempo que duró la II Guerra Mundial.

Los británicos sabían que él sería un acusado difícil cuando en enero de 1944 le escribió una carta a su esposa, Ilse, afirmando:

“He perdido por completo la memoria; todo lo pasado se ha desdibujado como si estuviera detrás de una niebla gris. Ya no puedo recordar siquiera las cosas más comunes. Por qué ha sucedido esto, no lo sé” (algo tendrían que ver las drogas que se le administraban en ello).

En Nuremberg, la amnesia continuó. Aunque los fiscales eran muy escépticos sobre su pérdida de memoria, Hess actuó de manera convincente durante los interrogatorios y en el juicio: no recordaba su vuelo a Inglaterra y no reconocía a Göering o a Karl Haushofer ni a ninguno de sus secretarios. Cuando se le mostró una fotografía donde aparecía él con Ilse y Wolf, los reconoció pero no pudo recordar ningún detalle.

Aconsecuencia de la incapacidad que demostró para recordar casi todo lo que fuera de importancia, la contribución de Hess a su defensa fue mínima, aunque el doctor Alfred Seidl, su abogado, presentó todos los argumentos legales necesarios afirmando la inocencia de su cliente.

Hess se negó a testimoniar en su propia defensa y no se llamó a ningún testigo.

El mayor impacto del juicio se produjo cuando el doctor Seidl presentó el protocolo secreto del Pacto de No Agresión Soviético-Germano del 23 de agosto 1939. Este pacto incluía un protocolo adicional que revelaba que, a cambio de la no agresión, Rusia podría quedarse con Estonia y Letonia, además de Finlandia y Besarabia. Esta prueba ponía en evidencia que Rusia no tenía derecho alguno para juzgar a ningún acusado por los mismos crímenes que ella había cometido, y por lo tanto, el tribunal no era competente. Sin embargo, estos hechos fueron ignorados por el tribunal, pero la revelación del protocolo de todos modos aplicó un fuerte golpe de propaganda para los rusos. Ellos culparon a Hess por la revelación y nunca se lo perdonaron.

Tampoco Hess ayudó en su propio caso cuando se le dio la oportunidad de hacer una declaración final. Fue la primera declaración de Hess en el juicio y sorprendió a personal del tribunal porque su estado mental se había estado empeorando, con la incapacidad de recordar de un día al otro. Hess ofreció un discurso vago, criticando a algunos de sus coacusados por sus “desvergonzadas expresiones sobre el Führer” y comparando el juicio con los juicios de purga en Moscú de la década del ’30. Göering tiró repetidamente de la manga de Hess mientras le susurraba: “¡Calle! ¡Calle!”. Hess lo ignoró.

Finalmente, cuando sólo habían pasado veinte minutos, el tribunal lo interrumpió y solicitó una rápida conclusión. Hess se quejó de que al testimoniar no se le hubieran formulado todas las preguntas que él deseaba contestar. Entonces concluyó con voz firme:

“Se me permitió trabajar por muchos años de mi vida bajo el más grande hijo que ha producido mi pueblo en su historia de mil años. Estoy feliz de saber que he cumplido mi deber con mi pueblo, mi deber como alemán, como Nacionalsocialista, como leal seguidor del Führer.

No lamento nada. Si debiera comenzar todo de nuevo, volvería a actuar como lo hice, aun cuando supiera que al final debería morir en la hoguera.

No importa lo que haga la gente, algún día estaré en el tribunal del Eterno. Le responderé a Él y sé que Él me juzgará inocente”.

Como Hess no se arrepintió de nada, su actitud generó antipatía. Ninguno de los jueces estaba dispuesto a considerar con indulgencia a un hombre que públicamente reafirmaba su fe en Hitler y estaba orgulloso de no tener remordimientos. Los dos delegados rusos votaron por la ejecución, los dos norteamericanos y uno de cada par de los jueces británicos y franceses votaron por la encarcelación de por vida. Un delegado francés sentenció darle veinte años y el juez británico restante se abstuvo.

La sentencia final fue de prisión perpetua.

Hess fue el único acusado que fue hallado culpable -además de la conspiración- de sólo dos de los denominados “crímenes contra la paz”. Fue juzgado con las mismas bases que todos los demás. Nadie validó el hecho de que estuvo en Alemania sólo durante los nueve primeros meses de la guerra.

De los sentenciados, Hess también fue el único que se negó a ver a su familia. Le escribió a su esposa: “Me he negado firmemente a encontrarme contigo o con toda otra persona en las circunstancias que considero muy poco dignas”.

Después de la sentencia, le fueron arrebatados todo el material de lectura y de escritura de su celda. Durante el invierno, la calefacción fue cerrada por tres días. El 17 de octubre de 1946, Hess sufrió un violento ataque de calambres intestinales. Siete veces pidió un médico, antes de que llegara uno -cinco horas después de su ataque. Aunque sólo le dieron bicarbonato de soda, al día siguiente los guardias norteamericanos se rehusaron a darle medicina.

Posteriormente, Hess fue trasladado varias veces de celda, cada una de las cuales carecía de calefacción y tenían ventanas rotas. El 20 de octubre de 1946, Hess presentó un petitorio de catorce puntos quejándose de deficiencias y hostigamientos. Pero antes que se trataran esos puntos, el 18 de julio de 1947, él y sus compañeros de prisión fueron trasladados a Berlín-Spandau.

Spandau, un edificio parecido a una fortaleza, fue construido por el Káiser Guillermo en 1875, y fue pensado para albergar a seiscientos prisioneros. Durante el gobierno Nacionalsocialista sirvió como centro de interrogatorios. En 1947, los siete convictos y los NS sobrevivientes eran los únicos habitantes de Spandau.

A cada uno se le conocía por un número, y Hess se convirtió, por los siguientes cuarenta años de su vida, en el prisionero número 7.

Luego de la muerte de su madre, en octubre de 1951, Hess expresó signos de tristeza. En una carta escrita a su hijo Wolf, dice: “Es un mundo triste, lleno de sufrimiento acechando en el trasfondo, siempre pronto a atacarnos de repente, que culmina en la inmensa solemnidad de la hora de la muerte".

Las reglas de la prisión eran -por decirlo de algún modo- estrictas. Hasta diciembre de 1948, los prisioneros no podían conversar entre ellos sin que se los castigara y, hasta 1956, tampoco podían recibir ninguna visita.

A partir de esa fecha, se les permitió recibir una visita personal de quince minutos cada dos meses y -si estaban enfermos- podían quedarse en la cama sin violar las reglas.

Por su parte, en junio de 1947, Ilse, la esposa de Hess, fue recluida en un campo de desnazificación en Göggigen, cerca de Augsburg, no siendo liberada sino hasta después de quince meses.

A mediados de la década del ’50, el número de prisioneros se redujo a tres. Konstantin von Neurath, el protector de Bohemia y Moravia, fue el primero en ser liberado en 1954. Tenía ochenta y un años y su sentencia de quince años fue reducida a ocho por su mala salud. Vivió otros dos años.
En 1955, Erich Raeder, ex almirante en jefe de la marina, fue liberado tras cumplir nueve años de su sentencia a cadena perpetua. La razón de la temprana liberación también fue la mala salud, y vivió otros tres años en libertad.

En 1956, el almirante Karl Dönitz -legalmente (incluso, democráticamente) el sucesor de Hitler en el poder- fue liberado tras cumplir toda su condena de diez años.

Finalmente, en 1957, Walter Funk, sucesor de Schacht como presidente del Reicshbank y ministro de Economía, fue dejado en libertad, a pesar de su condena a prisión perpetua, tras cumplir once años. También su salud urgió a su liberación, tras lo cual vivió otros tres años.
En 1966, tanto Albert Speer como Baldur von Schrach cumplirían su sentencia a veinte años de cárcel.

Hess sería el último y el único prisionero de Spandau. Su familia tuvo la esperanza de que fuera liberado, ya que era inadmisible la mantención de la fortaleza para mantener allí a un solo hombre. Wolf e Ilse comenzaron una lucha abierta por su libertad. El 1º de octubre de 1966, fecha en que fueron liberados los dos últimos compañeros de Hess, emitieron una Declaración a todas las personas pensantes del mundo. Ésta solicitaba que la sentencia de Nuremberg debía considerarse cumplida después de veinticinco años y afirmaba que el largo encarcelamiento de Hess era una: “situación cruel, hasta ahora desconocida en los anales del derecho moderno, y ni fue prevista ni deseada por la Corte de Nuremberg”.

El destino que a Hess le había correspondido, fue “un subsiguiente agravamiento de la sentencia impuesta originalmente, y tal vez sea un proceso de extinción más terrible incluso que las ejecuciones de Nuremberg”.

En 1967, un grupo de ciudadanos internacionales dieron su apoyo al movimiento de “Liberación para Rudolf Hess”. Se reunieron más de cuatrocientas mil firmas en cuarenta paises, entre las cuales se encontraban las de algunos judíos importantes, que se adhirieron por motivos estratégicos.
Mientras Wolf Hess luchaba en generar una opinión pública favorable para libertar a su padre, el doctor Seidl, abogado de Hess, trataba de mejorar las condiciones de Spandau. Incluido en la propuesta de “privilegios especiales” de Seidl, de nueve puntos, estaba que se le permitiera a Hess usar un reloj, pasar sesenta minutos en el jardín en lugar de 30, tener un timbre en la celda para llamar a un guardia en caso de enfermedad, poder hacer su propio té o café así como tomar más de un único baño semanal, y poder decidir por sí mismo cuándo apagar la luz de la celda.

Los aliados acusaron recibo de la carta de Seidl pero no hicieron los cambios por otros cuatro años.
En 1969, la salud de Hess empeoró. Contaba ya con setenta y cinco años. A mediados de noviembre sufrió de insoportables dolores de estómago y comenzó a rechazar el alimento. Cuatro días después fue llevado al Hospital Militar Británico en Berlín, donde se le diagnosticó una úlcera al duodeno perforada. Las cuatro potencias custodias consideraron innecesario informar a la familia de Hess.

Luego de esta experiencia, Hess decide finalmente ver a su familia. El 8 de diciembre de 1969, solicita al directorio de Spandau “una visita de mi esposa y mi hijo, si es posible en la mañana del 24 de diciembre. Es la primera visita en 28 años y por lo tanto solicito que no haya testigos presentes en la habitación al comienzo del encuentro”.

Hess ofreció permitir que los aliados grabaran la entrevista, prometió no estrechar la mano de su esposa o su hijo y preguntó si durante la media hora de tiempo permitido podrían hacer un almuerzo de Navidad, “con testigos presentes”. Los aliados aprobaron la solicitud para el encuentro, pero ninguno de los privilegios.

Hess recibió a su familia en un cuarto de trece metros cuadrados, al que se accedía mediante un pasillo en el cual había cuatro guardias con ametralladoras. Su hijo relata el encuentro así: “Cuando entramos en el cuarto, él estaba sentado a una mesa ubicada en el centro. Mi madre empezó a precipitarse hacia él, pero le recordé que no se permitía estrecharle la mano. Se lo veía sorprendentemente bien. Aunque estaba delgado, no se lo veía demacrado y lucía un buen color en el rostro, tal vez por las transfusiones de sangre. A pesar de que los cuatro directores y un guardia estaban sentados alrededor de nosotros, pudimos charlar bien con él.

El estaba muy alerta. Todos nos controlamos muy bien, dada la situación. Me daba cuenta de que mi madre estaba al borde de las lágrimas, pero mi calma ayudó a que se controlara. Yo me había acostumbrado a ejercitar la autodisciplina con los años y eso me resultó útil en ese encuentro”.
El guardia empezó a hacer una cuenta regresiva cuando todavía quedaban cinco minutos. Cuando Wolf e Ilse Hess se marchaban, miraron hacia atrás y vieron a Rudolf Hess apoyado en la mesa y agitando una mano en señal de saludo.

Durante varios meses Hess estuvo en el hospital. Pese a la manipulación sionista de la prensa impedía que el caso fuera dado a conocer, los medios se interesaron por la historia y se creó presión para la posible liberación, especialmente en Gran Bretaña. Sin embargo, el 13 de marzo de 1970, toda esperanza se esfumó cuando, a los setenta y siete años, y apenas recuperado de una peligrosa enfermedad, Rudolf Hess fue devuelto a la cárcel de los aliados.

Cada año, los británicos, los norteamericanos y los franceses afirmaban que estaban dispuestos a liberar a Hess, pero lo soviéticos rechazaban la propuesta. Sin embargo, nadie puede probar que hubiese alguna intención para aprobar la liberación, pues las reuniones de las cuatro potencias eran secretas y nunca se hicieron públicas las minutas.

A Hess se le prohibió el acceso a la información sobre la guerra y el Nacionalsocialismo. Además, se monitoreaba severamente el contacto mundano con su familia. Se le permitía escribir una sola carta por semana a un miembro inmediato de la familia. El máximo de 1300 palabras siempre fue censurado. Las mismas restricciones fueron aplicadas a la familia. Una vez por mes -dos veces en diciembre, para Navidad- recibía una sola visita de una hora de un pariente inmediato. Esa visita debía ser solicitada con dos semanas de anticipación y la hora y la fecha la determinaban las autoridades de Spandau. En general, los cuatro directores estaban presentes en todas las reuniones familiares.

Mientras las conversaciones eran en alemán, siempre había intérpretes presentes. Todo contacto personal estaba prohibido. Si se violaba alguna de esas normas, la reunión se interrumpía de inmediato. En una ocasión, cuando Hess nuevamente fue hospitalizado, instintivamente su hijo le tendió el brazo y tomó la mano de su padre para un apretón rápido pero firme. Fue la primera y la última vez que Hess tocó a su hijo desde que éste tenía tres años. Como consecuencia de ese apretón, los británicos reprendieron a Wolf oficialmente y le advirtieron que toda otra actividad prohibida podría acarrearle la prohibición de ver al padre.

Desde mayo de 1941, hasta su muerte, es decir, casi medio siglo, Hess vio a su hijo en 102 oportunidades, por un total de tiempo acumulado correspondiente a cuatro días, siempre en presencia de guardias y guardianes de la cárcel.

El 22 de febrero de 1977, Hess trató de cortarse una de las arterias con un cuchillo. Estuvo próximo a la muerte, pero luego siguió una larga recuperación. El 28 de diciembre de 1978, sufrió un ataque que lo dejó casi ciego del ojo derecho y con la vista deteriorada en el izquierdo.

El 4 de enero de 1979, por instancia de Wolf y del doctor Seidl, Hess escribió a los directores de Spandau y por primera vez personalmente solicitó su libertad. Su petición fue breve:

“Debido a las malas condiciones de mi salud y porque me gustaría ver a mis dos nietos, solicito que se me libere de la prisión. Estoy convencido de que sólo me queda poco tiempo de vida y deseo señalar que en otros tres casos hubo una liberación prematura”.

La petición de Hess fue seguida de cuarenta días de silencio hasta que se le informó oralmente que se rechazaba lo solicitado.

Al año siguiente, en noviembre, Rudolf Hess volvió a solicitar la liberación. Después de tres semanas, los aliados volvieron a rechazar el pedido. En agosto de 1982, a los ochenta y ocho años, Hess tuvo un ataque de pleuresía que puso en riesgo su vida. Este se vio complicado por un dramático deterioro del corazón causado por dos pequeños ataques. Se quejaba incesantemente de dificultades respiratorias, de calambres intestinales y de visibles erupciones de la piel. En este estado, Hess decidió agregar condiciones a su pedido de liberación. Informó a los directores que aceptaría, al ser liberado, no expresar ninguna opinión política ni histórica ni tener relación alguna con la política. Esta vez las tres potencias occidentales contestaron por escrito, todas rechazando la petición. Una vez más, los soviéticos ignoraron por completo la solicitud de Hess.

El 17 de agosto de 1987, a las dieciséis y diez minutos -según el informe médico- Rudolf Hess dejó de existir. Hubo distintas versiones oficiales acerca de las causas de su muerte. La más difundida fue que el prisionero de 93 años "se había suicidado ahorcándose con un cable eléctrico". Pero inmediatamente surgieron otras versiones que contradecían la primera.

Como sabemos, posteriormente se comprobó que su muerte no había sido suicidio, -sino un premeditado asesinato cometido por agentes del MI5 inglés-, como hasta hoy aseguran los informes oficiales.

Al rememorar esa fecha, hoy nos queda la sensación agridulce de que -si bien no hay nada que el enemigo deje de hacer para vencer nuestro ideal- ese día cometió uno de los mayores errores en el camino hacia su derrota: el mundo -pese a lo que se diga- no creyó en sus palabras. Por primera vez desde 1945 la verdad fue nuevamente saboreada. Y la verdad fue dicha desde un principio por Hess.

Porque en sus propias palabras:

"Se me permitió trabajar por muchos años de mi vida bajo el más grande hijo que ha producido mi pueblo en su historia de mil años. Estoy feliz de saber que he cumplido mi deber con mi pueblo, mi deber como alemán, como Nacionalsocialista, como leal seguidor del Führer. No lamento nada. Si debiera comenzar todo de nuevo, volvería a actuar como lo hice, aun cuando supiera que al final debería morir en la hoguera. No importa lo que haga la gente, algún día estaré ante el tribunal del eterno. Le responderé a El y sé que El me juzgará inocente".

Extraido de la web de Acción Chilena:

http://www.accionchilena.cl/Historia/

 

 

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