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La memoria de la Otra Europa

La marcha sobre Roma

La marcha sobre Roma

Una aproximación a los albores del fascismo 

Acercarse con curiosidad al fascismo a finales de nuestro siglo no es fácil. Son muchas las dificultades que se alzan entre el afán de conocimiento de las nuevas generaciones, y una información veraz y exacta del fenómeno fascista. Entre todas las dificultades, la primera que hallamos es la pérdida de significado del término fascista. Hoy en día, este significante no pasa de ser un epíteto vacío de contenido real, generalmente asimilado al empleo irracional de la violencia, al carácter autoritario de una persona o institución independientemente de cuál sea su ideología o significado político. Lo mismo sirve para descalificar al concejal que pretenda cerrar a una hora más temprana los locales nocturnos que a la dictadura que haga al caso, ya sea el militar de una república bananera o el reyezuelo tribal de alguna república del África negra. Utilizada así, esta expresión descalifica intelectualmente más al que lo lanza como ofensa, generalmente el politiquillo de turno, que al que lo recibe, generalmente como un tremendo insulto síntesis de todas las maldades.

La segunda dificultad, que sólo surge para aquellos que intentan forjarse su propio criterio, radica en la obtención de información veraz y suficiente entre la aluvión de propaganda generado por las potencias vencedoras en la última guerra mundial.

La tercera, y quizás más importante, es la de establecer qué es realmente el fascismo. ¿Es posible dar una definición del mismo? ¿Pueden englobarse en una misma categoría sistemas y regímenes tan dispares como el de la España de Franco y el heterogéneo y confuso ideario del partido falangista que le sirvió de soporte, el ‘Estado Novo’ de Salazar, la Croacia de Ante Pavelic, la Francia petenista o la del antiguo comunista Doriot, o los clásicos: el nacionalsocialismo alemán y el fascio italiano? Parece difícil, cuando menos, lograr reducir a la unidad en una categoría sistemática lo que ya nació como cauce de muy diversas corrientes, procedentes casi todas ellas del romanticismo y del irracionalismo del siglo anterior. Quizás pueda afirmarse, sin intención de dar una definición completa y acabada, ni de polemizar, que el fascismo es fundamentalmente un intento de dar respuesta a los problemas del hombre desde una perspectiva comunitaria, no colectivista, en la que el elemento espiritual y psicológico de los hombres no sea ignorado.

Mas, ¿cómo surgió el fascismo? Setenta y cinco años después, pocos parecen recordar que el fascismo tuvo su origen en la conjunción de distintas ideas, hechos y circunstancias sociales. En cuanto a las ideas, su paternidad debe atribuirse por igual al romanticismo nórdico y a la idea de romanidad clásica, y si no siempre reconocieron la paternidad de Hegel o de Nietzsche, ninguno negó la de Spengler, que estaba en el espíritu de la época. Venían a representar un regreso a lo sacro y al misticismo, frente al ideal agnóstico o ateo del liberalismo o del marxismo. El mismo léxico fascista toma elementos teológicos para su formación, como el carácter ‘carismático’ de sus líderes. En cuanto a los hechos, el fascismo no puede ser concebido sin la Gran Guerra y la crisis del socialismo, que dará lugar al comunismo soviético y al socialismo revolucionario bajo el nombre de fascismo. Por último, en cuanto a las circunstancias sociales, debe recordarse la crisis del Arte provocada por el marchantismo extraeuropeo y las vanguardias que representarán una ruptura con los sentimientos populares, ruptura que sólo será salvada por la incorporación de las nuevas artes y técnicas, como el cine o la publicidad, y el empleo por primera vez masivo y moderno de los medios de comunicación.

El fascismo, que pretendía ser una jerarquía, una tradición y un culto a la autoridad, supo hallar el equilibrio entre una absoluta modernidad en un marco tradicional de retorno a la esencia de cada pueblo, complaciéndose, en el caso italiano, en escoger como telón de fondo de sus celebraciones públicas las más genuinas ruinas romanas. Pero entremos en la época.

El tiempo previo a la Gran Guerra: la crisis del socialismo

En 1913, Mussolini era uno de los más radicales dirigentes del Partido Socialista Italiano y el joven director del diario del partido, Avanti. En él escribía: "Nosotros consideramos los acontecimientos con una satisfacción legítima, la misma satisfacción que ha de sentir el artista contemplando su propia obra. Si el proletariado italiano está adquiriendo una psicología, más ofensiva y feroz se lo debe a nuestro periódico". En aquel tiempo, el que sería Duce del fascismo, consolidaba su posición en el partido socialista e imponía la radicalización revolucionaria del socialismo en Italia. Aún no había sonado en Sarajevo el pistoletazo que acabaría con la vida del Archiduque Francisco Fernando, heredero de la corona del Imperio Austrohúngaro, y con la política al modo en que era entendida en el S. XIX, dando la señal de salida al concepto de política absoluta e inmisericorde que ha caracterizado al S.XX.

En 1914, los trabajadores de todos los países europeos marcharían a los frentes de batalla marcando con su paso el fin del internacionalismo socialista, dejando el socialismo convertido en mera pantomima socialdemócrata dominada por la masonería. El 18 de octubre, en las páginas del socialista Avanti, su director Mussolini dirá: "¿Es que queremos ser, como hombres o como socialistas, espectadores inertes de este drama grandioso?". Dos días después dimite de su cargo despreciando la indemnización económica que le correspondía, y funda Il Popolo d’Italia. En el congreso del 24 de noviembre hará una renovada profesión de fe socialista ante los delegados de toda Italia, de los que se despedirá con estas palabras: "¡Vosotros hoy me odiáis porque todavía me amáis! Estoy solo. Pero yo soy fuerte a pesar de estar solo. Es más: os diré que soy fuerte precisamente porque estoy solo. La decisión de abandonar el partido fue tomada decididamente al entender que ya no representaba los intereses de los trabajadores italianos".

El Mussolini de la guerra

Con el abandono del partido por parte de Mussolini y de los delegados que le eran afines, se inicia con una renovada profesión de fe socialista una nueva etapa del socialismo italiano que advertirá, igual que el francés, que la verdadera lucha de clases no se da entre clases sociales, entre clases económicas de un mismo pueblo, sino entre clases de hombres y de naciones. Así llegará a hacerse intervencionista, la guerra, el ideal de la Patria, de la identidad nacional, lo último que el capitalismo puede arrancar a los miserables, debía ser defendido de los internacionalismos representados por la usura y el comunismo.

Las naciones ricas, capitalistas, burguesas y plutócratas, explotan y esquilman a las humildes, incapaces o menos poderosas. Mussolini se convierte progresivamente en el defensor de una nueva clase de explotados: la de los italianos. Su prosa se verterá fieramente en el periódico alrededor del cual gira la vida política italiana: "La propaganda antiguerrera la ejercen los bellacos: los curas, los jesuitas, los burgueses, los monárquicos. ¡Los neutrales jamás dominaron los acontecimientos, sólo los padecieron! ¡Sólo la sangre pone en movimiento la rueda sonora de la Historia! ¡Lo inevitable se cumplirá: los viejos mundos de la vida política y social de Italia se convertirán en polvo miserable! No querer distinguir entre guerra y guerra y pretender oponerse a todas las guerras, sean las que sean, es una conducta propia de imbéciles".

El 24 de mayo de 1915 Italia entró en guerra contra Austria y Alemania. El 2 de septiembre Mussolini llegaba al frente, en el 11º Regimiento de Bersaglieri, como soldado. Previamente había rehusado el grado de oficial que le correspondía. Ascendido a cabo por méritos en el campo de batalla, Mussolini cayó en combate, como dijo de él el Morning Post británico: "lleno de heridas como César".

"Vittoria nostra, tu non sarai mutilata"

De nuevo en Milán tras el fin de la contienda, durante la celebración de la victoria se dirigió a los ‘arditi’, los soldados de asalto: "¡Arditi! ¡Compañeros de armas! Yo os defendí cuando los cobardes filisteos os difamaban...". Luego añadió: "El relámpago de vuestros puñales y el diluvio de vuestras bombas harán justicia de todos los miserables que pretendan cortar el camino a una Italia más grande". Contestaron levantando sus puñales: "A noi! A noi!". Se acababa de inventar el saludo ritual fascista.

Italia había entrado en guerra para recuperar su propio ‘Gibraltar’, tierras irredentas ocupadas por extranjeros cuyo símbolo fue Fiume. La decepción italiana al final del conflicto fue terrible, el 98 de Italia dejaba a cuatro millones de proletarios y trabajadores italianos, que sólo tenían sus medallas, sus heridas y sus recuerdos de guerra, sin aquello por lo que arriesgaron sus vidas: ‘la Nación, la Patria, la Italia más grande’. El 16 de enero de 1919, Mussolini, el único portavoz autorizado de los ex combatientes, grita: "¡Señores del Gobierno, señores de la clase dirigente!: ¡tenéis que escucharnos!". Sin embargo, la gran burguesía hacía oídos sordos a las reivindicaciones populares, celosa de sus beneficios obtenidos mediante la especulación durante la guerra. Mussolini repetía sin cesar: "Venimos proclamando la necesidad de dar un contenido social interno a la guerra, no solamente para recompensar a las masas que han defendido a la Nación, sino también para vincularlas al porvenir de la Nación, y a su prosperidad".

La fundación del fascismo

El 21 de marzo de 1919 se forma en Milán el primer Fascio Milanese di Combattimento, a cuyo frente estaba el triunvirato formado por Ferrucio Vecchi, Michele Bianchi y Benito Mussolini. Sus miembros provenían de diversas fuerzas políticas. El día 23 se fundó la organización nacional, los Fasci Italiani di Combattimento. En ellos formaban anarcosindicalistas, republicanos, conservadores, socialistas disidentes, nacionalsindicalistas, futuristas como Marinetti, intelectuales como Giuseppe Bottai y hombres de acción como Roberto Farinacci. Los ‘arditi’ prestaron al movimiento su estilo y formas, la camisa y el fez negro con la calavera y el puñal, a todo lo cual se incorporó la frase populachera del dialecto romano ‘me ne frego!’ —¡qué me importa!—, con el entusiasmo de Mussolini, que escribió: "El orgulloso lema de los ‘squadristi’, escrito sobre las vendas de una herida, no es solamente una expresión de filosofía estoica o simplemente el resumen de una doctrina política: es la educación a la batalla, a la aceptación de los riesgos que ésta conlleva, es un nuevo estilo de vida ideal".

Del bautismo de fuego a Fiume

El 15 de abril de 1919 se produjo una concentración en la Arena de Milán. Exaltada la masa por los discursos de sus cabecillas, cien mil socialistas y anarquistas se dirigieron a la plaza del Duomo por la Via Mercanti con intención de aplastar a los escasos fascistas allí congregados. A su encuentro salieron los estudiantes del Politécnico, algunos fascistas y futuristas, el choque fue violentísimo y se saldó con varios muertos. Como represalia, los fascistas atacaron el Avanti, protegido por el ejército. En la acción murió un soldado. Aquella noche, Mussolini fue aclamado por el pueblo milanés bajo los balcones de Il Popolo d’Italia.

El 25 del mismo mes llegó el mensaje de Wilson con su infame y humillante decisión, servilmente acatada por el Gobierno. Wilson, presidente de los EE UU, se mostró inflexible durante la Conferencia de Paz: "Fiume no será nunca para Italia". Desde el 16 de mayo, la ciudad quedó bajo control de la Sociedad de Naciones. Mussolini viajó a Fiume para hablar contra Wilson y el Tratado de Versalles en el Teatro Verdi de la ciudad. Después del discurso, Host Venturi formó en el Campo de Marte un batallón de voluntarios con los asistentes al mitin. La tensión se puso de manifiesto en el choque entre los soldados franceses de la Sociedad y los de Italia. D’Annunzio, con 287 voluntarios y ‘arditi’, ocupó Fiume el 12 de septiembre al grito de: "Fiume o morte!". En octubre convocó un referéndum. Sobre 7155 votantes, 6999 votaron a favor de reintegrarse en Italia.

El ‘golpe’ de la izquierda y la crisis económica

A principios de 1920, el anarquista Enrico Malatesta, intentaría establecer un acuerdo con el Partido Socialista encaminado a efectuar su propia ‘Marcha sobre Roma’. Descubierto por Mussolini y publicado en Il Popolo d’Italia, los socialistas, sorprendidos, dieron marcha atrás temporalmente. Trotsky advertiría a los comunistas italianos: "La única carta seria la han perdido ustedes; el único hombre que hubiera podido hacer la revolución en serio".

Tras la caída del gobierno Nitti, el gobierno sucesivo de Giolitti ordenó la evacuación de Albania, permitió la ocupación de las fábricas, y después de firmar el Tratado de Rapallo con Yugoslavia, mandó bombardear a D’Annunzio para expulsarlo de Fiume.

En el verano de 1920 la huelga agraria causó la pérdida de la cosecha en la llanura del Po. Los piquetes marxistas dominaban la situación, los fascistas se enfrentaron a ellos asaltando las Cámaras del Trabajo, los locales socialistas y las Municipalidades. Bolonia, Ferrara y Módena cayeron bajo el control de los escuadristas.

En 1921 las huelgas se sucedieron hasta llegar a paralizar a Italia, aumentaron la miseria y el paro, se cerraron las fábricas izando sobre ellas la bandera roja con el martillo y la hoz, los miembros de la ‘guardia roja’, organización militarizada del Partido Socialista, fueron armados con fusiles y bombas de mano y adiestrados en los patios de las fábricas. Se crearon oficinas de prensa, cooperativas y se llegó a emitir moneda. Por último, los socialistas más radicales crean el Partido Comunista. Los choques con las escuadras fascistas eran inevitables. El 3 de abril, Mussolini, que ya empieza a ser llamado Duce, en el escenario del Teatro Comunale de Bolonia dirá: "Si la burguesía no sabe defenderse por sí sola, que no espere que la defendamos nosotros. Nosotros defendemos a la Nación. Queremos la fortuna material y moral del pueblo". La poetisa Ada Negri vio a los camisas negras como: "Jóvenes de cuerpo y alma tan resplandeciente que más bien parecen jóvenes reyes". Se reprodujeron las incursiones fascistas y las escaramuzas callejeras por toda Italia. La violencia alcanzó la intensidad de una guerra civil. Así se detuvo el intento golpista de la izquierda.

Los fascistas, al Parlamento

El 13 de mayo de 1921 se convocaron elecciones generales. Treinta y cinco fascistas entraron en el Parlamento, entre ellos Roberto Farinacci, Dino Grandi y Mussolini. Este último, en su discurso, se ofreció a todos para colaborar: "El fascismo no predica ni practica el anticlericalismo. Hay que reducir el Estado a su expresión puramente jurídica y política. La violencia no es para nosotros un sistema. Estamos dispuestos a desarmarnos si vosotros lo hacéis también. Y sobre todo, hemos de desarmar los espíritus".

El Primer Ministro Bonomi creyó poder detener los enfrentamientos por medio de medidas de fuerza. En Sazarna y en Módena, numerosos escuadristas fueron torturados por la policía o asesinados los comunistas. Se firmó a instancias de Mussolini el Pacto de Pacificación con los socialistas, al que no se adhirieron los comunistas, que continuaron con los ataques a los fascistas y a los restantes grupos nacionalistas. El acuerdo entró en vigor sin llegar a menguar el clima de guerra civil.

Fundación del Partido Nacional Fascista

El 4 de noviembre de 1921 se organizó la ceremonia al ‘milite ignoto’ —soldado desconocido—. Cuatro días después, en el Congreso del Fascio, se funda el Partido Nacional Fascista. Mientras, el Gobierno de Bonomi era paulatinamente desbordado por la extrema izquierda. La incapacidad de los partidos democristianos y liberales para mantener a raya a la revolución marxista, forzaba la intervención de las escuadras fascistas, no con el fin de mantener el orden establecido, como era deseo de las clases burguesas, sino para evitar una revolución de signo opuesto al propio. Ante las agresiones sufridas, el 15 de noviembre se denuncia el Pacto de Pacificación. El PNF proclama: "Nosotros sustituiremos al Estado cada vez que éste se muestre incapaz de combatir las causas y los elementos de la desintegración interior".

1922: el año definitivo

Durante este año, la crisis económica continuaba con toda su gravedad, cayó el gobierno Bonomi y se formó el gobierno de Luigi Facta, un hombre aún más mediocre que su predecesor. En la primavera, cuarenta mil braceros fascistas al mando de Italo Balbo ocuparon Ferrara como protesta por las miserables condiciones de vida. Los sindicatos socialistas injuriaron a los que habían sido sus miembros. Los jornaleros, más de 400.000, se habían pasado a los sindicatos fascistas en toda la península italiana. La ofensiva alcanzó en junio su cenit. En julio, decía Mussolini: "Nuestros adversarios continúan llamándonos bandidos, canallas, bárbaros, esclavistas, bandoleros, vendidos. Nos importa un bledo. Vosotros publicáis, señores, inútiles palabras injuriosas. Nosotros os contestamos saboteando política y sindicalmente vuestros huesos. Con quirúrgica inexorabilidad".

El día 20 de julio es asesinado en Rávena un fascista por la izquierda. Italo Balbo y Dino Grandi ocupan la ciudad con miles de trabajadores fascistas. Los comunistas y socialistas declaran la huelga general. Durante el entierro de la víctima, al paso del cortejo fúnebre, se producen disturbios provocados por varios disparos efectuados desde la Casa del Pueblo, con pobres resultados para los agitadores marxistas que verían su sede devastada.

El 31 de julio, el sindicato socialista, que veía debilitada su fuerza por el abandono masivo de los obreros para engrosar el fascista, proclama, en una vuelta más de tuerca dentro de la táctica marxista del golpe de estado, la huelga general. Los fascistas dieron un ultimátum a la Confederación General del Trabajo y se dispusieron a frustrar la acción de la izquierda. El Gobierno mostró su ineptitud para dominar la situación, de nuevo se produjeron choques por toda Italia entre las milicias socialcomunistas y las fascistas.

A finales de julio de 1922, más de 700.000 trabajadores se habían afiliado a la Confederazione Nazionalle delle Corporazioni, sindicato del PNF. La derrota de la izquierda era evidente.

No toda la prensa democrática era hostil al fascismo. Éste contaba con las simpatías de la mayor parte de la opinión pública y de buena parte de la prensa sindicalista y católica, en especial entre las clases medias, disminuyendo la influencia y el apoyo entre las clases altas conforme se acercaban al poder. Como ejemplo, entre julio y septiembre de 1921 las subvenciones recibidas por el PNF descendieron un 20%.

La decisión final

Mussolini inició una campaña de propaganda con un discurso en Udine el 20 de septiembre. Por primera vez no planteaba el derrocamiento de la monarquía como un fin inexcusable. Realizaba así un desplazamiento de la monarquía hacia una posición de no beligerancia frente al fascismo. Mussolini sabía que sus ‘camisas negras’ no podían enfrentarse con éxito al Exercito Reale, y que colocando al trono al margen de las incipientes hostilidades se aseguraba la neutralidad de los militares.

A finales de mes, los fascistas junto con algunos elementos nacionalistas, ocuparon Bolzano y Trento. El día 6 de octubre, Mussolini consideraba junto a Balbo la ejecución de una incursión contra Roma que condujera al Partido Fascista al poder. El 7 de octubre, con el fin de contribuir a una imagen de moderación, Bianchi negaba, durante una entrevista publicada en el Giornale d'Italia, la inminencia de un movimiento revolucionario fascista. Al tiempo, en el medio rural, los ‘carabinieri’ y la gendarmería, al compás del resto de la sociedad rural, se inclinaban claramente por los fascistas.

El día 16 de octubre, el Duce convocó a los jefes de las milicias en la sede del Fascio provincial en la calle San Marco de Milán. Acudieron: Mussolini, Grandi, de Vecchi, de Bono, Balbo, Teruzzi, Fara, Igliori, Ceccharini, Farinacci y Bianchi. Estos dos últimos, decididos partidarios de la insurrección, apoyaban la propuesta de Balbo y de Mussolini de hacerse con el poder en un golpe de audacia. Grandi, por el contrario, mantenía una táctica legalista. De Bono y de Vecchi adujeron la falta de preparación de la Milicia y la necesidad de aguardar un periodo de tiempo. Se decidió unificar el mando de la Milicia y la entrega de su jefatura a un triunvirato compuesto por Balbo, de Vecchi y el general de Bono, un militar de carrera recientemente retirado del servicio tras ejercer la jefatura del Ejército en Verona. Se decidió la insurrección en el primer momento que resultase posible. Acerca de la estrategia a utilizar, se decidió la formación de tres columnas: una cerca de Civitavecchia; otra en las proximidades de Monterotondo, para los contingentes de Emilia, Venecia y Lombardía, y la última en Tívoli, para las tropas de Marches, Abruzos, el Lacio y las regiones del Sur, el cuartel general estaría en Perugia, y las reservas se situarían en Foligno. Por último, Mussolini decidió que en cuanto comenzasen las acciones militares la jefatura del Partido debería resignar todas sus funciones en un cuadrunvirato integrado por los comandantes de la Milicia a los que se sumaría el Secretario del Partido, Bianchi.

El 22 del mismo mes se reunían en Bordighera los jefes de la Milicia para elaborar los planes del operativo. Su convicción acerca del triunfo se vio ratificada al conocer el triunfo en las elecciones locales de Reggio Emilia, un síntoma del apoyo popular que les confirmaba en sus planes de insurrección.

Se había convocado para el 24 de octubre en Nápoles el congreso del Partido, al que asistieron más de 40.000 fascistas. La primera reunión se efectuó en el teatro San Carlos. Al margen de reiterar el respeto por la corona, Mussolini dijo: "Nosotros los fascistas no pensamos entrar en el Gobierno por la puerta de servicio; nosotros los fascistas no pensamos renunciar a nuestra formidable progenie ideal contra un plato de lentejas ministeriales. Porque nosotros tenemos la visión que podemos llamar histórica del problema frente a la otra visión, que se puede llamar política y parlamentaria (...) Se trata de injertar en el Estado liberal toda la fuerza de las nuevas generaciones italianas hijas de la guerra y de la Victoria. (...) Esto es esencial a los fines del Estado. Y no sólo del Estado sino también de la Historia y de la nación (...) Por esto hemos reunido, encuadrado y férreamente disciplinado a nuestras legiones: porque si el choque hubiera de decidirse sobre el terreno de la fuerza, la victoria sea para nosotros. Nosotros somos dignos de ella". Al final del discurso, las siete mil personas que ocupaban el teatro expresaron un delirante entusiasmo. Por la tarde, minuciosamente preparado por el Foglio d’Ordine nº1 del mando de la milicia fascista, se celebró un gran desfile desde el campo de deportes hasta la plaza de San Ferdinando. Allí, vestido de negro y con una banda cruzada con los colores de Roma, Mussolini pasó revista a las legiones de camisas negras. Éstas prorrumpieron en gritos: "¡Roma! ¡Roma!: ¡Todos a Roma!". Mussolini improvisó: "Yo os digo con toda la solemnidad que el momento requiere: o nos entregan el gobierno o iremos nosotros a Roma para conquistarlo. Ya es sólo cuestión de días, quizá de horas. ¡Hay que coger por el cuello a la miserable clase dirigente!".

La noche del día 24 de octubre de 1922, el Presidente del Gobierno, Luigi Facta, telegrafió al rey: "Yo creo que ya ha sido abandonado todo proyecto de marcha sobre Roma". A la misma hora, en el hotel Vesuvio de Nápoles, Mussolini y los cuadrunviros —de Bono, Balbo, de Vecchi y Bianchi— establecían la movilización general de los camisas negras para el día 27 próximo, y el asalto a Roma para el 28 a las ocho de la mañana, el Congreso finalizó el día 26, los jefes de la Milicia habían partido hacia sus unidades el día anterior".

Las fuerzas políticas liberales desunidas y atemorizadas, maniobraron tratando de impedir lo que se perfilaba como inevitable. Giolitti ofrecía a los fascistas una modesta participación en un gobierno dirigido por él. El 27 de octubre, el prefecto de Milán telefoneó a Facta informando de que Giolitti buscaba una acuerdo con los fascistas. A la vez Mussolini llamaba a Salandra para inquirir si, en el caso de que se produjera la dimisión de Facta se le permitiría formar nuevo Gobierno. Salandra le instó a viajar a Roma para discutirlo. Mussolini se negó.

La primera noche de la movilización, las escuadras fascistas habían ocupado la mayor parte de las ciudades armados con fusiles, pistolas y algunas pocas granadas y ametralladoras, para las que apenas había munición. Con grandes dosis de audacia se hicieron con el control de los medios de comunicación, oficinas de Correos, Prefecturas, etcétera. Los cuadrunviros habían establecido su cuartel general en el Hotel Brufani de Perugia, tal y como estaba planeado. Al tiempo, Mussolini, para no alertar al gobierno, se dejaba ver en el Teatro Manzoni asistiendo a una representación de ‘El Cisne’ de Molnar. A lo largo de todo el día habían estado llegando noticias alarmantes a Roma. El gobierno Facta se reunió y acordó su dimisión. El Primer Ministro marchó a ver al rey. Tras la entrega de su renuncia, que fue rechazada, habló de la necesidad de defender Roma y de proclamar el ‘estado de sitio’. El rey consideró esta proclamación como una medida imprudente y prematura.

En Perugia las tropas fascistas estaban acuarteladas y su dominio de la situación era absoluto. Los cuadrunviros creyeron oportuno suspender la acción durante cuarenta y ocho horas. Cuando Farinacci recibió la orden en Crémona, se puso en contacto por teléfono con Mussolini y le advirtió del desastre que en un momento así podía producir la indecisión. Mussolini se mostró de acuerdo. Lo cierto era que el plan no se había ejecutado conforme a lo acordado y tan sólo se habían producido diversos choques violentos esporádicos, y además al cuadrunvirato le faltaba de Vecchi que aún estaba en Roma regateando acuerdos. La confusión reinaba en el mando revolucionario.

Mussolini envió a Constancio Ciano a Roma a continuar las negociaciones. Éste debía pedir como mínimo las carteras de Gobernación, Justicia, Guerra, Trabajo, Educación y Obras Públicas, así como la disolución del Parlamento. Esto no era más que una maniobra táctica. Antes de que Ciano llegase a Roma se agravó la inestabilidad política de Facta. A las 3:30 de la madrugada, Bianchi telefoneaba al secretario del dimitido Primer Ministro conminando a Facta para que no provocase un derramamiento de sangre innecesario. A las 5:00 de la madrugada, Facta convocó al Gabinete urgentemente. En contra de su opinión, se decidió la proclamación del ‘estado de sitio’ a mediodía. A las 8:30 horas de la mañana la proclama figuraba en las paredes de la ciudad de Roma. El Consejo ordenó al general Pugliese, comandante militar de Roma, la defensa a ultranza de la capital con sus 25.000 hombres. Facta se dirigió a entrevistarse nuevamente con el rey en Villa Savoia con el fin de que firmase la declaración. El rey, decidido a no agravar la situación, y sintiéndose seguro en su posición, se negó a acceder a la petición del hasta entonces Jefe del Gabinete. Facta admitió su escasa autoridad tras su dimisión. De nuevo ante sus ministros, Facta se mostró decepcionado. Ante la presión de éstos, volvió a visitar al rey con la pretensión de que se declarase el ‘estado de guerra’, obteniendo idénticos resultados. Víctor Manuel III se negó a firmar una vez más sabiendo que era la forma más conveniente de actuar para salvar su Corona. Su respuesta fue: "No voy a constituir un Gobierno durante la violencia, lo abandono todo y me voy al campo con mi mujer y con mi hijo".

El Estado Mayor fascista estaba casi aislado de las acciones desarrolladas en provincias. Sólo mantenían contacto con las columnas que caminaban, bajo un frío severo y una lluvia torrencial, hacia Roma. La marcha dio comienzo entre grandes dificultades. Apenas estaba armada la décima parte de los hombres que se dirigieron a Roma. Al término del día 27 los fascistas se apostaban en Santa Marinella, Monterotondo, Tívoli y otras localidades cercanas a Roma, con tropas llegadas de Milán, Turín, Génova, Bari y Palermo. A las 0:45 del día 28, llega la noticia de la declaración del ‘estado de sitio’ y la orden de detener a los dirigentes del movimiento. En ese momento se hizo caso omiso de esta noticia. Ya habían caído Florencia, al mando de Farinacci, una ciudad a la que se había llegado a llamar ‘Fascistopolis’, Verona, Trieste, Venecia, Padua, Piacenza, Ferrara, Bolonia, Módena...

El 28 de octubre transcurrió entre negociaciones. Federzoni solicitó de Mussolini su presencia en Roma para tomar parte en unas conversaciones en Palacio. Éste, sabedor de la debilidad del gobierno, contestó que no le era posible abandonar Milán. En su lugar llegó a Roma Constanzo Ciano con la petición ya señalada. Mientras tanto, el rey se entrevistaba con los antiguos políticos y con De Vecchi, autoerigido portavoz del fascismo en Roma. El resultado de estas consultas fue el encargo a Salandra de formar gobierno. Salandra planeó integrar al Duce en el gobierno. Una vez más, Mussolini rehusó el ofrecimiento.

Las dos principales líneas de ferrocarril del Norte habían sido cortadas dejando incomunicada la ciudad por tren. Hacia el mediodía del día 28 era clara la falta de coherencia y de combatividad del Gobierno. Al inicio de la noche, el general Pugliese retiró las tropas a sus acuartelamientos. Todavía el día 29 el liberal Salandra hizo un último intento de formar gobierno con la participación de Mussolini, un compromiso radicalmente rechazado por éste. Salandra, habiendo comprendido su fracaso, le hizo saber al rey la conveniencia de encargar al líder fascista la formación de gobierno. A primeras horas de la tarde del día 29, el general Cittadini telefoneó al Duce fascista transmitiéndole el encargo del rey de formar Gobierno. Mussolini exigió un telegrama, un parte por escrito de su victoria. Cuando lo recibió, no habiendo tren para trasladarse a Roma, pasó la tarde preparando una edición especial de Il Popolo d'Italia. Después, ordenó a Cesare Rossi la destrucción de los locales del Avanti y del Gustizia. Al caer la noche llegaba al Quirinal. Allí recibió, solemnemente, el encargo de formar gobierno.

En realidad, el aspecto militar de la Marcha fue un rotundo fracaso, el mando de la Milicia no tuvo el control sobre la situación en ningún momento. A las inmediaciones de Roma sólo pudieron llegar unos catorce mil hombres, al margen de los tres mil en la reserva de Foligno, mal armados, sin alojamiento ni apoyo logístico de ningún género, y en clara desventaja numérica frente a las fuerzas del Ejército, bien armadas, descansadas y con suficientes pertrechos. Afortunadamente para los fascistas nunca llegaron a tener que combatir, fue la voluntad firme y decidida de Mussolini lo que derribó un parlamentarismo que ya estaba maduro para la desintegración.

El nuevo Gobierno quedó formalmente constituido el día 31 de octubre de 1922, con tres ministros fascistas, dos socialdemócratas y con otros de diversas tendencias, desde la derecha a la izquierda, pero excluida la extrema izquierda, y con Mussolini como presidente, ministro del Interior y de Asuntos Exteriores de forma interina. El cuadrunvirato no había demostrado ninguna capacidad durante la revolución. Tan sólo De Vecchi se había mostrado útil, y de hecho fue el único de sus cuatro miembros que entró en el gobierno. Mussolini ordenó avanzar a sus columnas y entrar en Roma. En realidad, era innecesario, mas quiso recompensar así a los que le habían seguido. Las legiones fascistas desfilaron por las calles de Roma: desde la Piazza del Popolo, pasando por el estrecho Corso Umberto, hacia la Piazza Venezia, subiendo por el empinado desfiladero de la Via 4 de Novembre para llegar ante el balcón del Quirinal y formar en posición de firmes en absoluto silencio, desfile que se prolongó durante más de seis horas. Después de la gran parada, el nuevo Duce ordenó el regreso de los fascistas a sus casas. El mismo día 31, los camisas negras iniciaron la vuelta a sus puntos de origen desde la Estación Termini en sesenta trenes especiales. Comenzaba el mito de la puntualidad de los trenes fascistas. Así, con una revolución incruenta, se inició un nuevo periodo de la Historia: la Era Fascista, veinte años de Italia con sus luces y sus sombras.

Autor: Francisco José Fernandez

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