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La memoria de la Otra Europa

Drieu la Rochelle: No se es víctima cuando se es héroe

Drieu la Rochelle: No se es víctima cuando se es héroe

Yo era débil, profundamente débil. Hijo de pequeños burgueses atemorizados, pusilánimes. En mi infancia soñaba con una vida sosegada, confinada. He tenido siempre miedo de todo”, narra Pierre Drieu la Rochelle, nacido en 1893.

Novelista, cuentista, poeta, ensayista y crítico, está convencido de que “hay una inmensa burguesía que lo absorbe todo y que engulle a los aristócratas, los campesinos, los obreros: la burguesía, instrumento de la democracia, ese inmenso pantano pútrido fuera del cual ya no se encuentra nada”. Y también considera: “La extrema civilización engendra la extrema barbarie”.

El joven que tenía “miedo de todo”, combate con valor en la Primera Guerra Mundial; así lo demuestran sus heridas y condecoraciones. Al regresar de ese frente de batalla descrito magistralmente –desde distintas perspectivas– por su compatriota Louis Ferninand Céline en Viaje al fin de la noche y por el alemán Ernst Jünger en Tempestades de acero, Drieu la Rochelle se acerca a la Acción Francesa. Pero a diferencia de la mayor parte de los intelectuales fascistas franceses, él sólo tiene esporádicos contactos con el grupo de Charles Maurras. Prefiere las relaciones con artistas surrealistas y simpatizantes del comunismo, como Louis Aragón y André Breton. Y a pesar de su declarado racismo, muchos de sus amigos son judíos a los que protege.

Entre sus primeros ensayos políticos se cuentan El joven europeo (1927), Ginebra o Moscú (1928), Europa contra las patrias (1931) y Socialismo fascista (1934). Sus creaciones literarias incluyen El hombre cubierto de mujeres, Gilles, Estado civil, Agente doble, Diario de un hombre engañado, El hombre a caballo, Una mujer en la ventana, Relato secreto, El fuego fatuo y Exordio, además de Memorias de Dirk Raspe y Diarios, que no alcanzó a terminar.

En uno de aquellos enfrentamientos de trinchera a trinchera, Drieu intercambió balazos con Jünger, entonces joven teniente alemán, muchas más veces herido y condecorado. Ambos se enterarán del episodio después y reconstruirán el hecho, en conversación de caballeros en París, en tiempos de ocupación militar y colaboracionismo civil. Durante la Segunda Guerra, Jünger vestirá nuevamente uniforme, esta vez con el grado de oficial superior. Aplacados sus ímpetus guerreros, el autor de Tempestades de acero preferirá –antes que aburridas reuniones con sus rígidos camaradas de armas– las cultas tertulias en las que se charla de historia, literatura y poesía. Drieu la Rochelle, Luis Ferdinand Céline y Robert Brasillach serán sus interlocutores preferidos.

La “distracción de Madame Ocampo”

Drieu relata experiencias que resultan interesantes para Jünger. El ex combatiente francés visitó Argentina en 1933, donde dio conferencias en el aristocrático Jockey Club, conoció a Jorge Luis Borges –otro escritor contradictorio y torturado– y se convirtió en uno de los primeros críticos en reconocer su talento. En agosto de ese año publicó un elogioso comentario sobre la erudición del escritor argentino –que entonces tenía 33 años– en la revista Megáfono, en el que declara que Borges vaut le voyage (“Borges vale el viaje”). Pero su relación más intensa en Buenos Aires fue con Victoria Ocampo, directora durante cuarenta años de la revista cultural Sur.

Hermosa, inteligente y culta, Victoria Ocampo (1890-1979), fue la primera de seis hijas de un matrimonio de la clase alta argentina. Educada desde niña por una institutriz francesa y otra inglesa, practicó esos idiomas en las largas estadías familiares en Europa y los dominó perfectamente. Su padre acostumbraba a viajar con dos vacas en el barco, para que las hijas bebieran leche fresca en el largo viaje a través del Atlántico. En una aristocrática familia de fines del siglo XIX, la vida de una joven estaba tradicionalmente reglamentada. Su destino estaba escrito en manuales de buenas maneras, repetido en costumbres de época; naipes descubiertos que no dejaban lugar al azar ni a lo imprevisto. Victoria rompió todas las reglas de la época y, a pesar de su conservadurismo, fue “vanguardista”. Carina Blixen escribe En “La vaca más hermosa de la Pampa” (El País, Montevideo, primero de noviembre de 2002):

Pierre Drieu La Rochelle, a quien Victoria conoció en París en 1929, escritor conflictivo que apoyará la ocupación nazi en Francia y que pondrá fin a su vida cuando la liberación de París, fue su amante. La llama su “hermosa novilla”, en culta referencia a Homero, o “la vaca más hermosa de la pampa”. La ironía forma parte de la irreverencia del trato amoroso, pero no oculta la puesta en lugar. Drieu, torturado y sagaz, a quien Borges recuerda como “muy inteligente”, también se consideraba la “distracción de Madame Ocampo”.

Los colaboradores más asiduos de Sur fueron Adolfo Bioy Casares,  Eduardo Mallea,  Gabriela Mistral, Octavio Paz, Alfonso Reyes y el mismo Borges. En sus páginas se publicaron –en muchos casos por primera vez para lectores argentinos, hispanoamericanos e incluso españoles– excelentes traducciones de autores extranjeros, como Albert Camus, T. S. Eliot, William Faulkner, Graham Greene, Aldous Huxley, William Joyce, Carl Jung, André Malraux, Alberto Moravia, Dylan Thomas y Virginia Woolf. Sur también dejó testimonio de los tiempos, tensiones y antagonismos que le tocó vivir durante cuatro décadas: liberalismo-totalitarismo, universalismo-nacionalismo, elitismo-populismo.

El escritor argentino Ricardo Güiraldes era dueño de lo que en Argentina se conoce como “estancia”, una gran extensión de tierra dedicada fundamentalmente a la ganadería. Se llamaba La porteña y estaba ubicada en San Antonio de Areco, al norte de la provincia de Buenos Aires. El capataz era Segundo Ramírez Sombra, un gaucho de la provincia de Santa Fe, al que Güiraldes tomó como modelo para la novela campestre Don Segundo Sombra. Según Borges, “con buen sentido literario, omitió el Ramírez que no dice nada y así quedó Don Segundo Sombra. Que está muy bien, porque Segundo presupone un primero y Sombra presupone una forma que la proyecta”. El personaje se hizo famoso, y Güiraldes llevó a su campo a Drieu La Rochelle y otros escritores, como José Ortega y Gasset, para que lo conocieran.

Un nacionalismo con banderas sociales y revolucionarias

Al año siguiente de su visita a Argentina, ya de regreso en París, Drieu participa en los disturbios callejeros –e intento de golpe de Estado­– en protesta por el “caso Stavisky”, un escándalo de corrupción que compromete al gobierno. Francia está sumergida en un pantano político, social y, si se hurga un poco más, también ético. El régimen está totalmente desacreditado (de 1933 a 1940 se suceden 15 gobiernos). El sistema constitucional es débil; el Parlamento, ineficaz. El poder es apenas formal: carece de prestigio y autoridad moral. La gota que derrama el vaso es la revelación de que algunos banqueros sobornan a políticos y funcionarios.

Entre ellos se encuentra uno de origen judío: Serge Alexander Stavisky. Se descubre que este hombre de negocios reparte dinero a conservadores, liberales y socialistas, a representantes de la burguesía y la policía. En enero de 1934, Stavisky se suicida –muy misteriosamente– en la cárcel de Bayona. Del 6 al 9 de febrero, nacionalistas y comunistas salen a protestar violentamente en las calles. A partir de esos hechos, Drieu considera que es posible generar un nacionalismo con banderas sociales y revolucionarias, un nuevo movimiento distante de la calcificada, reumática y prostática Acción Francesa dirigida por el monárquico Charles Maurras. Ese año, Drieu publica Socialismo fascista.

Acerca de las ideas políticas de los escritores colaboracionistas, un “Frente Antisistema” virtual que divulga estudios sobre el fascismo en Internet, cita a un tal M. Paltier, quien razona: “Tres hombres tan distintos el uno del otro como Drieu, Céline o Brasillach, ¿pueden «comulgar» en un mismo altar? Dentro de esta generación, Drieu representa sin duda el papel de «fascista de izquierda»”.

“La oposición al capitalismo fue el primero de todos sus temas. La idea de una federación de estados europeos, el segundo”, puntualiza Alistair Hamilton en La ilusión del fascismo. El historiador alemán Ernst Nolte, alumno de Heidegger y autor de La disputa de los historiadores, afirma que los fascistas franceses figuran entre los pocos que renovaron las doctrinas desarrolladas en esa época desde Italia o Alemania. Armin Mohler, secretario particular de Ernst Jünger hasta 1953 y autor de La revolución conservadora en Alemania - 1918-1932, cataloga a Drieu como “la más importante figura de la generación fascista” francesa.

Como Céline, casi al final de la guerra Drieu también reflexiona amarga y autocríticamente sobre los errores que cometió el fascismo y que lo arrastraron a la derrota. Según él, son tres: llevó la guerra en forma clásica en lugar de hacerlo como “guerra revolucionaria”, frenó la “revolución social” y no supo construir el “europeismo”.

En 1944 escribe acerca del nacionalsocialismo: “Esta revolución no fue llevada hasta sus últimas consecuencias en ningún campo (...). Ha respetado en medida exagerada al personal del régimen capitalista y de la Reichswher [el ejército alemán tradicional]. Se ha demostrado incapaz de transformar una guerra de conquista en una guerra revolucionaria”. ¿De estas afirmaciones se desprende que los que traicionaron a Hitler fueron los generales convencionales, los empresarios, los industriales y los operadores financieros, los mismos enemigos –a final de cuentas– del marxismo o las corrientes populares en cualquier país del mundo? “La incapacidad alemana, la incapacidad fascista, es incapacidad europea”, se lamenta Drieu.

En un portal de Internet llamado Línea de sombra, Fernando Márquez, su creador, dice que Drieu tuvo “el alma de un burgués en rebeldía contra sí mismo” y fue “un antihéroe con ínfulas de titán que se agitaba marcado por un destino trágico”.

Medida de Francia , uno de sus primeros ensayos, contiene profecías casi alucinantes. Muchas de ellas podrían haber sido escritas hoy mismo, describiendo el final del siglo XX: “Europa se federará, o se devorará o será devorada (...). Ya no hay más que categorías económicas, sin distinciones espirituales, sin diferencias en las costumbres (...). Ya no hay más que «modernos», gentes en los negocios, gentes con beneficio o con salario, que sólo piensan en eso y que no discuten más que de eso. Todos carecen de pasiones, son presa de los vicios correspondientes (...); se pasean satisfechos por el universo de baratija en que se ha convertido el mundo moderno, donde muy pronto no penetrará ningún brillo espiritual”. Fernando Márquez afirma:

Drieu acabó por dar el salto hacia adelante, asumiendo una dinámica totalmente rupturista, abandonando lastres mundanos en pulsión ascética. Abrazado a la ilusión de una izquierda arraigada, ecológica, con tierra, con sangre, con memoria, creyó encontrar esa izquierda hipotética en el fascismo (“Hay que ser fascista, porque el fascismo es la única forma de comunismo que pueden asimilar las nacioncitas envejecidas de Occidente”, frase no exenta de miga si pensamos en cómo nunca ha triunfado en Europa Occidental un régimen comunista, en contraste con la Europa del Este).

Cuando relata su participación en las protestas por el caso Stavisky, en febrero de 1934, en las que se movilizaron activistas del Partido Comunista y grupos nacionalistas, Drieu parece bastante alejado del fascismo: “Comunistas, patriotas, no es lo mismo... Y, sin embargo, estaban muy cerca los unos de los otros. En determinado momento, a eso de las diez del martes, en la rue Royale, la multitud que se precipitaba hacia la plaza de la Concordia para sufrir la gran descarga de las once cantaba lo mismo La Marsellesa que La Internacional. Me habría gustado que aquel momento durara siempre (...). Ahora me juntaré con cualquiera que eche este régimen al suelo, con cualquiera, con cualquier condición”.

En la novela Gilles, Drieu escribe: “ Nada se hace sino en la sangre. Hay que morir sin cesar para renacer sin cesar”. En Estado civil, memorias de infancia, recuerda: “Cada noche, durante años, esperaba encontrarme al día siguiente distinto de como me había acostado, impaciente con el yugo de mi debilidad, resuelto por fin a ejercer el maravilloso poder de la voluntad”. Y en el cuento Agente doble desafía: “En fin, matadme, soy eterno”. Dedica un texto al suicidio, Relato secreto: “No creía en absoluto, al matarme, hallarme en contradicción con la idea de inmortalidad que siempre había sentido viva en mí”.

Un “judío honorario, colaborador y resistente a la vez”

Fernando Márquez también menciona el “período judío” de Drieu en los agitados años 20: esposa judía, amantes judías, amigos judíos de la alta y media burguesía. Y cita al crítico Bernard Frank, colaborador de Le Nouvel Observateur , autor de artículos sobre Jean Paul Sartre y André Malraux: “Drieu forma parte de esa familia espiritual que podríamos llamar «enjudiados». Tienen relaciones bastante especiales con los judíos, casi carnales. Drieu tuvo una mujer judía y un montón de amigos judíos. Probablemente se sentía bien con ellos. Y viceversa. Tenían en común ese gusto por charlas metafísicas y de dinero”. Por eso su posterior antijudaísmo resulta tan perturbador: contradice el dicho acerca de que “el antijudío odia lo que no conoce”. Pero “hasta su antijudaísmo es heterodoxo respecto al de otros fascistas”, observa Márquez:

“Lo que menos me gusta de los judíos es que son burgueses y transforman en burgués todo aquello que tocan”. Y que hace, del Drieu visto a sí mismo (con disgusto) como judío honorario, émulo anímico de tantos judíos auténticos que, hoy como ayer, critican y han criticado frontalmente su estereotipo social. [Como el cantante] Leonard Cohen estudioso de la Cábala y alérgico al Talmud, profundamente crítico con los desmanes sionistas y cuyo detonante para lanzarse a interpretar sus propias canciones fue la teutónica Nico(...) o Noam Chomsky, responsable de la frase más dura dicha jamás sobre el destino final del estado israelí: “Ganarán todas las batallas, menos la última”.

Durante la ocupación alemana, Drieu es “colaborador y resistente a la vez”, dice Márquez. Recuerda a los olvidadizos que, como director de la Nouvelle Revue Francaise, se atrevió a convertirse en “paraguas protector de escritores desafectos y de origen judío”. El propio Drieu relata, como si se encogiera de hombros: “Los amigos judíos que he ocultado están en la cárcel o han huido. Me ocupo de ellos y les hago algún que otro favor. No veo contradicción alguna en ello. Acaso la contradicción de los sentimientos individuales y de las ideas generales es el principio mismo de toda humanidad. Se es humano en la medida en que le hacemos trampas a nuestros dogmas”. Y algo más para tomar en cuenta:

Sus artículos cada vez más críticos contra el Reich, que le harán objeto de amenazas de muerte por parte de las autoridades alemanas: “Ha escrito usted un artículo a sabiendas de que no iba a salir. No es la primera vez. Quizá pretende usted que le fusilemos. Si continúa enviando artículos de este tipo, no sólo le fusilaremos a usted, sino a toda la redacción del periódico”. Su stalinismo de los últimos tiempos: “Lenin y Stalin se parecen más a la crudeza de Nietzsche que Hitler” (...). El texto Exordio, pensado para ser leído ante un tribunal que lo juzgase: “Sí, soy un traidor. Sí, he estado en inteligencia con el enemigo. Yo aporté al enemigo la inteligencia francesa. Si ese enemigo no fue inteligente, no es culpa mía. Sí, yo no soy un patriota corriente, un nacionalista cerrado: soy un internacionalista. No sólo soy un francés, soy un europeo. Vosotros también lo sois, lo sepáis o no. Pero hemos jugado y he perdido yo. Reclamo la muerte”. (...) Vivió hasta el final su condición de “agente doble” (...): “Siempre me ha gustado juntar y mezclar los problemas contradictorios: nación y Europa, socialismo y aristocracia, libertad y autoridad, misticismo y anticlericalismo”.

“Creo en el comunismo”, finalmente

En agosto de 1944, Drieu intenta suicidarse dos veces: la primera, con luminal; la segunda, ya en el hospital, cortándose las venas. Fiel a sí mismo, había escrito: “Me gustaría formar parte de la cofradía de los suicidas. Finalmente, es una noble cofradía”. Luego de esas dos tentativas, escribe los últimos párrafos de sus Diarios. No consigue concluir las Memorias de Dirk Raspe, pero deja en claro que “la política me interesa poco porque creo que el destino ya está trazado”. Y confiesa sin una pizca de lamentación: “Nunca volveré a encontrarme en el estado maravilloso en que viví los últimos meses antes del suicidio. Yo, que estaba tan poco versado en cuestiones de mística, encontré un método bastante bueno para un ascetismo brutal”.

En sus Diarios especula: “Moriré a manos de los comunistas, prefiero que me maten ellos en lugar de los milicianos gaullistas. Pero creo en el comunismo, y me doy cuenta muy tarde de la insuficiencia del fascismo. Por lo demás, consideraba el fascismo sólo como una etapa hacia el comunismo. Pero es imposible convertirse en comunista: en la práctica, se opone a ello mi esencia burguesa”.

Pero no lo matan ni los comunistas ni los gaullistas, quienes hubieran competido por ejecutarlo gustosamente. Él mismo se les adelanta a unos y a otros. La tercera es la vencida: un día de marzo de 1945, Pierre Drieu la Rochelle traga el contenido de tres tubos de somníferos y, por si acaso, respira todo el gas que puede en la cocina. Un tiempo antes, ha escrito: “Cuando uno inicia una aventura es necesario llegar hasta el fin y sufrir todas sus consecuencias”. Y también: “No se es víctima cuando se es héroe”. Tiene 45 años.

Giselle Dexter es historiadora uruguaya residente en Estados Unidos y
Roberto Bardini es periodista argentino radicado en México

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