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Matar al Perro

Matar al Perro Acabar con la vida de uno de estos fieles animales es a veces simplemente una cuestión de capricho para algunos. Hay un muestrario horrísono y horrendo, un muestrario de variaciones, donde la fiereza humana encuentra su lado más feo. No importa que haya dado lo mejor de su vida, tampoco que haya soportado una existencia a la que nadie podría llamar vida, cuando la ira o la rabia crece en el interior de alguno de nuestros especímenes de la raza humana de modo incontrolado, lo más fácil para liberarla es matar al perro.

Los hay que los matan lentamente, día a día, manteniéndolos atados a una breve cadena y abocados en el mejor de los casos a una fría e inhóspita caseta de cemento que chorrea agua y humedades. Ése no sabrá lo que es jamás una correría por el campo abierto, una caricia alentadora sobre su piel, unas palabras de su amo que comprenderá y escuchará con avidez.

Porque los perros también escuchan, sienten y hasta sufren. Para aquellos que deseen comprobarlo les basta solamente fijarse con detenimiento en sus ojos. En ellos siempre aletea el brillo que miles de generaciones de perros antes que éstos han ido acumulando para nosotros. La primera fue aquella que surgió del lobo salvaje, cuando se acercó temeroso a un poblado para recoger algún hueso sobrante que un humano arrojó lejos. Y así el acercamiento fue haciéndose más cotidiano, más frecuente, hasta que el lobo se trocó en perro.

Toda esta cadena de siglos de entendimiento se rompe de pronto cuando la vida del perro no vale más que un momento de furia. Cuando el cazador apunta al final de la jornada con su arma -algunos, no todos- al animal que no ha seguido bien los rastros y un disparo deja al can abatido en el monte, como queriendo compensar la propia frustración en el acto de matar al compañero amigo. Es de todos modos, comparándola con otras, una muerte misericordiosa. O eso dicen algunos. Hay otras en cambio mucho más asesinas, mucho más alevosas, como la que cierto sector innombrable llama «tocar el piano». Lamento tener que contarlo, pero consiste en lo siguiente: una vez finalizada la temporada de caza para los galgos, los que no han superado a juicio de algunos propietarios las expectativas puestas en ellos se les cuelga de un árbol o un poste, dejando que sus patas traseras apenas lleguen al suelo. El can muere lentamente estrangulado, mientras sus esfuerzos por hacer pie se asemejan al acto de tocar este instrumento.

Todo esto por fortuna puede cambiar dentro de muy poco si la reforma prometida por el Gobierno hace que el Código Penal contemple este tipo de actos como delitos. Hasta el día de hoy, sólo son punibles las muertes de nuestras mascotas si en ellas se demuestra «ensañamiento». Verdaderamente somos un país que ha sido hasta la fecha poco sensible con el sufrimiento animal. España, que ha dado un gran salto hacia adelante en las últimas décadas, ha dejado un vacío que sería necesario rellenar cuanto antes para el bien de todos. Pues para mi humilde opinión, matar al perro no es solamente matar un perro, es mucho más, es simplemente dejar que se muestre la sordidez de nuestro interior del modo más deleznable. Quien maltrata a un niño, quien agrede a un semejante, no es necesariamente aquel que mata a su perro, pero ambas crueldades van unidas de un modo indisoluble.

He sido, por otra parte, un niño que ha crecido contemplando como natural algunas crueldades con los animales, sin que a nadie se le ocurriera pensar que ésta era una de las peores educaciones para un infante. Era entonces lo corriente. Por ponerles un ejemplo suave, lo más socorrido para escarmentar a un can que osase adentrarse en gallinero o palomar ajeno, se le ataban unas latas vacías a la cola y se le administraba una dosis de gasolina en salva sea la parte, con el fin de animar su huida a la carrera durante más tiempo. Y de aquí para arriba.

Mientras escribo estas líneas veo a mi perra terrier tumbada cerca de mi mesa, esperando con paciencia infinita el momento de dar su paseo diario. No hay en sus ojos ni una muestra de reproche, solamente la comprensión de quien está acostumbrado a dar sin esperar recibir nada a cambio. Creo que lo sabe tan bien como yo, ya que fue rescatada antes de ser arrojada al río junto a sus hermanos, al formar parte de una camada no deseada. Lamentablemente, es hembra, y no he encontrado el equivalente para este sexo con el que pudiera haberla llamado «salvada de las aguas». Así que ya sabe, no mate al perro. Mate sus peores instintos con un disparo eficaz del raciocinio.

Autor: Gerardo Lombardero

Un crimen que no cesa: La experimentación con animales

Un crimen que no cesa: La experimentación con animales

La experimentación con animales en la investigación científica causa polémica en Italia, no sólo porque cada año se sacrifica a miles de seres vivos, sino también porque muchos la consideran inútil. Los defensores de los animales demandan la prohibición de esos experimentos, pero muchos biólogos aseguran que las pruebas se realizan con procedimientos que evitan sufrimiento innecesario, y productores de fármacos alegan que sin ellas no se descubriría la cura de muchas enfermedades.

Según cálculos aproximados, cada año se experimenta en el mundo con unos 100 millones de animales, en Europa hay 50 millones en riesgo de que se les use de ese modo.

Los efectos biológicos de unas 30 mil sustancias químicas se estudian en ratas, ratones, monos, conejos, cobayas o perros, de acuerdo con un informe de la Liga Italiana contra la Vivisección de Animales (LAV son sus siglas en italiano).

Ese informe indica que en Italia se mata a 70 mil animales anualmente, y que 70 por ciento de ellos son ratas y ratones, por ser los más fáciles de manejar, los que ocupan menos espacio en los laboratorios y los que más se reproducen, con un número anual de crías que va de 50 a 100.

Los autores del estudio destacan la crueldad e inutilidad de las pruebas de toxicidad de medicamentos u otros productos, en las que se obliga a los animales a ingerir o respirar barniz, pesticidas, desinfectantes y pegamentos, entre otras sustancias, o se recubre con ellas su piel y ojos para verificar si causan corrosión o irritación.

Así se causa a los animales náuseas, diarrea, temblores, disturbios en el comportamiento, convulsiones y hasta la muerte, por exposición a benceno, amianto, metanol, gasolina o dioxinas. “Los animales pagan el precio de los experimentos. Se los considera objetos, no sujetos de derechos. Sufren y terminan con anemia, convulsiones o hemorragias internas. Al final, mueren o los matan”, dijo a Tierramérica la responsable del sector Vivisección de la LAV, Roberta Bartocci.

Pero el director del Laboratorio de Biología del Desarrollo de la Universidad de Pavia, Carlo Alberto Redi, opina que han aumentado la sensibilidad de los investigadores y sus esfuerzos para evitar esos males, sobre todo en las jóvenes generaciones. “Hoy hay más respeto por el mundo animal, aunque en algunas situaciones es imprescindible usar seres vivos para probar medicamentos que curen las enfermedades”, dijo a Tierramérica.

En su laboratorio, Redi trabaja con unos tres mil ratones por año. Cada uno de ellos registrado y con una historia clínica. El laboratorio es inspeccionado con frecuencia y cada experimento debe ser autorizado por el Ministerio de Salud, explicó.

Los defensores de los animales alegan que la utilidad de muchos experimentos es nula, porque las sustancias no causan el mismo efecto en todas las especies. Por ejemplo, la aspirina provoca defectos congénitos en perros; la penicilina mata a las cobayas; y el flúor es cancerígeno en ratas. A la inversa, muchos animales no desarrollan enfermedades que aquejan a los humanos. La exposición prolongada al benceno puede provocar leucemia en seres humanos, pero en animales eso no ocurre.

El amianto causa en humanos, además de enfermedades respiratorias crónicas y graves, tumores malignos llamados mesoteliomas en pulmón y abdomen, pero los animales deben estar expuestos a una concentración de cien a mil veces superior para desarrollar ese tipo de cáncer del mesotelio (capa protectora de la mayoría de los órganos internos).

Además, la experimentación con animales ha traído consecuencias desastrosas para los seres humanos, según los activistas. La Talidomida se vendió como sedante y calmante de náuseas para embarazadas, tras ensayos con animales de los que se dedujo que era segura, pero produjo más de 12 mil casos de malformaciones de bebés.

Otros ejemplos, dicen los defensores de los derechos animales, son los del Opreno, usado contra la artritis, que mató a 61 personas y causó reacciones adversas graves a otras tres mil 500, y el Clioquinol, antidiarreico que provocó 30 mil casos de parálisis, ceguera o muerte en Japón.

Pero si estas experimentaciones no garantizan seguridad ni eficacia para los seres humanos ¿por qué se hacen todos los días? Según los defensores de los animales, la razón es comercial, y se relaciona en Italia, por ejemplo, con la existencia de 16 empresas acreditadas ante el Ministerio de Salud para realizar exámenes de toxicidad. Una de ellas es Italfarmaco, que trabaja para las industrias química y farmacéutica, tiene filiales en cinco países, da empleo a mil 400 personas y factura en promedio casi un millón de dólares por día.

La LAV pedirá al Parlamento Europeo la prohibición de esas pruebas, pero algunos especialistas consideran innecesaria esa medida. Luciano Caprino, profesor de farmacología de la Universidad de Roma Uno, dijo a Tierramérica que “las leyes que regulan la experimentación con animales son precisas y bien desarrolladas, y si alguien no las respeta, el trabajo científico no se publica y las autoridades sanitarias no avalan el procedimiento”.

Actualmente el Parlamento Europeo estudia un proyecto de Registro, Evaluación y Autorización de Sustancias Químicas, elaborado en 2003 y más conocido por sus siglas en inglés, REACH. La entrada en vigor de esa norma obligaría a los productores e importadores de sustancias químicas a registrar en una base de datos central información sobre su propiedad, modo de empleo y procedimientos de uso seguro. El objetivo declarado de esa iniciativa es proteger la salud y el ambiente, pero también la competitividad de la industria química de la Unión Europea, que factura unos 607 mil millones de dólares anuales y da empleo a 1,7 millones de personas.

Autor: Francesca Colombo

Ecologia y Judeocristianismo

Ecologia y Judeocristianismo

Joel Sangronis Padró

Para comprender plenamente la problemática ambiental de nuestro tiempo es menester remontarnos a las raíces del modelo cultural dominante en el mundo en que vivimos. Desde hace 500 años la mayor parte de las sociedades humanas coexisten bajo el influjo del modelo mejor conocido como "cultura occidental".

Este modelo cultural -hoy dominante en casi todo el mundo- se nutre fundamentalmente de 2 grandes fuentes: La filosofía griega por una parte y la teología judeocristiana por la otra.

El Judaísmo es la más antigua de las teologías denominadas "Abrahámicas", esto es, las religiones que provienen del pacto que hizo Dios con el patriarca Abrahám; las otras dos son el cristianismo y el islamismo.

Las dos primeras teologías comparten ciertos principios de fe cuya incidencia en el desarrollo del modelo cultural occidental, y por ende en la actual crisis ambiental mundial, es necesario resaltar: El Pecado y la Caída: Según la doctrina del pecado original contenida en el libro del Génesis, todo el mundo cayó bajo el poder del demonio debido al pecado original introducido por el ser humano.

Para el judeocristianismo - cuyo Dios es trascendente, no inmanente: crea y gobierna la naturaleza pero no se identifica con ella- la naturaleza a partir de la caída de Adán y Eva perdió el carácter sagrado que había tenido hasta entonces, (y que aun tiene para muchas otras formas de creencias), pasando a ser la antítesis de lo divino, de lo sagrado: corrompida, pecaminosa y decadente. Aun hoy, muchas congregaciones cristianas utilizan el término mundano, el mundo, es decir, el entorno, como sinónimo de pecado. El texto bíblico en este punto es concluyente: "maldita sea la tierra por tu causa" (Gen 3,17).

Si la tierra, la naturaleza, es un lugar maldito por Dios, un lugar de pecado y corrupción, es lógico comprender que cualquier forma de agresión, ignorancia o irrespeto hacia ella esté mas que justificado.

Al quedar la naturaleza desacralizada ningún acto del hombre en su contra fue considerado como malo o reprochable. Esta posición contrasta con la visión holística y sagrada que la mayoría de nuestros pueblos originarios tienen con su entorno. Hace cerca de diez años caminando en la Sierra de Perijá con un indígena Barí, me sorprendió observar como este le pedía permiso a un árbol antes de proceder a arrancar sus frutos; al inquirirlo sobre el respecto me explicó que, de no hacerlo así, el espíritu del árbol se negaría en posteriores oportunidades a ofrecerle sus frutos y que corría el riesgo de atraer sobre si el enojo del resto de espíritus que habitaban la sierra que era su hogar y la fuente de sustento para él y su gente.

 

De igual forma es interesante notar como uno de los ecosistemas mas respetados y menos intervenidos de Venezuela es la montaña de Sorte en el centroccidental estado de Yaracuy, pues al ser este ecosistema el asiento de la veneración y el culto animista de María Lionza, muy extendido entre la población venezolana, se considera que tanto la floresta como la fauna del lugar están protegidos por la diosa y por ende no pueden ser dañados so pena de atraer la ira de esta.

Es en el judeocristianismo donde se inicia la oposición hombre-naturaleza. Si el hombre de la antigüedad, del que los estoicos en occidente y las religiones y filosofías orientales (Hinduismo, Budismo, Taoísmo) son claros representantes, buscaban acomodar (y aun lo hacen) sus vidas y acciones a los ritmos de la naturaleza, el hombre judeocristiano tratará no sólo de negar y rechazar lo natural, sino de oponerse a ello y aun de destruirlo. Las palabras del Cristo en el nuevo testamento vienen a confirmar esta apreciación (mi reino no es de este mundo Jn 18,36)

Patriarcalismo: (El hombre como centro del mundo). La tradición judeocristiana no solo es antropocentrista (genero humano), sino fundamentalmente androcentrista, es decir, masculina. El hombre, no el género humano, es el punto final de la creación; la mujer vino después como simple objeto de compañía, como una segregación toráxica del primer hombre. Las características femeninas y esencialmente maternas de las divinidades de las sociedades neolíticas, mediterráneas y germánicas en Europa y luego sus pares en América, asociadas al culto de la tierra y de la naturaleza, fueron perseguidas, deslegitimadas y execradas por la misoginia exacerbada del judeocristianismo. Gaia no es sino una de las innumerables diosas madres - genéricamente llamadas Venus en arqueología - que existían en dichas civilizaciones. A la tierra se le han dado innumerables nombres femeninos: África, Europa, Galia, Hispania, Germania, América, Asia, Grecia, Pachamama que revelan la importancia que, para la mayoría de las culturas antiguas, tuvo desde un comienzo el carácter femenino en la relación del ser humano con el entorno en que habitaban.

El judaísmo desde un principio excluyó hasta lo máximo el papel femenino en todo lo relacionado con su relación con la divinidad. No existen diosas ni se acepta la presencia de mujeres en el templo porque de antemano son tachadas de impuras. En contacto con las religiones paganas el cristianismo posteriormente adoptó la presencia femenina: la Virgen María primero y las santas posteriormente, pero asumiéndolas como excepciones a la regla de que todo lo femenino era pecaminoso y corrompido en su esencia.

Antropocentrismo: En el relato genesíaco Dios creó al hombre para que dominara sobre la tierra y sobre todo lo que en ella existiera. De hecho, el dominio sobre la tierra y el resto de los seres vivos no aparece como una simple posibilidad ¡es una orden!: "Procread y multiplicaos, y henchid la tierra; sometedla y sojuzgadla" (Gen 1, 28 ).

Posteriormente esta orden se repite y se refuerza a Noé: "Procread y multiplicaos, y llenad la tierra", añadiendo "que os teman y de vosotros se espanten todas las fieras y todas las aves del cielo; todo cuanto sobre la tierra se arrastre y todos los peces del mar los pongo en vuestro poder" (Gen 9, 2).

Como se puede observar, la naturaleza en el judeocristianismo parece haber sido creada única y exclusivamente para uso del hombre, un uso además fundado en la agresión, como puede deducirse de los términos "que os teman y de vosotros se espanten"; sin embargo, el mismo texto bíblico considera al hombre existencialmente inclinado al mal (Gn 8,21; Sal 51), por lo que de antemano la naturaleza queda condenada a ser administrada por un ser con tendencias al mal

Monoteísmo: Estos cultos monoteístas, (un solo Dios), califican de idolatría cualquier acto de adoración que no vaya dirigido a su único Dios, es decir, cualquier forma de veneración o sacralización de los elementos que conforman la naturaleza (bosques, ríos, lagos, animales, manantiales, montañas, etc.) es considerada como un pecado abominable.

La consecuencia del desencantamiento o desacralización de la naturaleza por parte de una de las fuentes de nuestro modelo cultural es que ha permitido asumirla como un objeto de valor mercantil, sujeta a las poderosas fuerzas del mercado, ajena totalmente al mundo espiritual, y por ende, desprotegida y vulnerable.

Uno de los padres de la iglesia católica, Santo Tomás de Aquino, cuya obra fue el puente que unió el pensamiento aristotélico con la teología cristiana expuso lo siguiente: "No preguntará Dios al hombre que trato dio a los animales; no se les juzgará tampoco por su comportamiento frente a la naturaleza, no obtendremos salvación- prosigue el Doctor de Aquino- diciendo al Señor: Es el mundo, gracias a nosotros, mas bello, mas útil, más fructífero".

Por su parte otro icono del pensamiento cristiano-occidental, San Agustín de Hipona acota que: "lo único importante para nuestra salvación es que guíe nuestros actos el amor a la divinidad", por lo que el amor a la naturaleza o al resto de la creación no tiene ningún valor a los ojos de Dios.

Ideología Tribalista de la Elección. La noción de pueblo elegido permitió desde un principio la exclusión y el rechazo de cualquier otra forma de ver y entender el mundo. El judeocristianismo mostró desde muy temprano una abierta hostilidad e intolerancia hacia toda forma de cultura "pagana" esto es, hacia toda cultura que no fuera la propia. Así, la noción de superioridad espiritual fue usada para alentar las guerras "santas", la inquisición, las conquistas y la esclavitud.

Como bien señala el teólogo brasileño Leonardo Boff: "las iglesias fueron cómplices de la mentalidad que condujo a la actual crisis mundial de la biosfera". De igual forma el documento final de la VIII Asamblea del Consejo Ecuménico de Iglesias reunidas en la ciudad australiana de Canberra acotó: "Cuando más insistía la teología en la trascendencia de Dios y su distancia del mundo material, tanto más la tierra era considerada como un simple objeto de explotación humana y como una realidad no espiritual".

 

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