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La memoria de la Otra Europa

MARCHA DE LAS ANTORCHAS 2013 - Discurso de Juan Antonio López Larrea

MARCHA DE LAS ANTORCHAS 2013 - Discurso de Juan Antonio López Larrea

 

 

La ASOCIACIÓN INMORIAM JUAN IGNACIO dedica este acto a Carlos Oriente; siempre estás en nuestros corazones.

Un año más en estas fechas del final del otoño, hemos salido a las calles para honrar a nuestros caídos.
Un año más, nuestras banderas se mezclan en el aire con el fuego de nuestras antorchas para elevarse desde el cielo de Madrid hasta allí donde ellos montan su guardia eterna.
Un año más estamos aquí para recordar que la generosa sangre por los nuestros vertida jamás será, ni estéril, ni olvidada.

“Señor, acoge con piedad en tu seno a los que mueren por España y consérvanos siempre el orgullo de que solamente en nuestras filas se muera por España y de que solamente a nosotros , honre el enemigo con sus mayores armas.”

No voy a hablar yo de caídos porque ya lo ha hecho y muy bien por cierto, mi camarada Marta en la alocución anterior. Yo voy a hablaros de lucha, de entrega, de ideales y de persecución.

LA SOLEDAD DE LA ESTIRPE

Los que hasta aquí hemos venido en esta fría noche, lo hemos hecho como consecuencia de una voluntad férrea y una fe en nuestros principios contra la que nada pueden ni las bravuconadas de la derecha, ni las agresiones de la izquierda.
Pero además estamos aquí como la consecuencia lógica de pertenecer a una estirpe que no se resigna a contemplar como deshacen su patria y como hunden en la miseria a su pueblo.
Hay muchos camaradas que han preferido quedarse en la seguridad de sus casas, refugiados al calor de sus estufas y mirando hacia otro lado cuando alguien como nosotros les recuerda la necesidad de tomar estas calles para evitar la disgregación programada de España.

No importa.

De hecho, nunca ha importado demasiado a los que nos reconocemos como herederos de una estirpe. Sabemos bien que la historia de España no la han escrito nunca los cobardes y si los audaces.
Y a éstos nunca les ha importado el número, sino el deber.
Quiero recordar aquí, tanto por su importancia histórica como por la lección que implícita, la historia del aeródromo de Tablada.
La noche del 17 al 18 de julio de 1936 fue una noche complicada en los acuartelamientos, noche de lealtades, de honor, de desencuentros y de decisiones difíciles. En las horas de incertidumbre el gobierno del Frente Popular acertó a armar en el aeropuerto militar de Tablada un bombardero, grande y poderoso que debía descargar su mortífera carga contra aquella milicia de fusil y manta al hombro que esperaba a pie firme en el estrecho su traslado a la península. Enterados en la sala de oficiales de que aquel avión ya estaba calentando motores; un solo hombre, el capitán Vara de Rey ante la falta de iniciativa de sus prudentes compañeros, tomó un arma y se dirigió a los hangares. Sin encomendarse a Dios ni al diablo y sin mediar palabra con la tropa que allí se encontraba comenzó a disparar al cárter del avión hasta que el motor se paró. Mientras tanto y prácticamente sin apenas darse cuenta, había sido gravemente herido por los soldados que debían haber pilotado aquel avión que nunca llegó a volar.
Aquella mañana las tropas de Franco cruzaron el estrecho.
El resto de la historia ya la conocéis.

En las horas vacilantes, cada corazón late por sí solo y resolverá su duda en función de la sangre que lo impulsa. Y la sangre que corre por nuestras venas es la de Pelayo en Covadonga, la de Roger de Lauria en Djerba, la de Rodrigo blandiendo a Tizona, la de Juan de Austria sobre la cubierta de la Real o Blas de Lezo desafiante frente a la armada británica, es la sangre de Luis Daoíz y de Pedro Velarde, es la sangre de Miguel Ezquerra.

Es esa soledad de la estirpe la que nos trae aquí y nos reconforta porque en el fondo, a nosotros nunca ha importado el numero de enemigos; así que ¿cómo vamos a darle importancia al número de fieles?
Y nuevamente tomo prestadas estrofas de la oración que Sánchez Mazas compuso en honor de aquellos que fueron nuestros primeros:

“Víctimas del odio, los nuestros no cayeron por odio, sino por amor, y el último secreto de sus corazones era la alegría con que fueron a dar sus vidas por la Patria.”

Nuestra gente ha caído víctima del odio, ciertamente.
Pero no del odio de un adversario concreto, sino del odio irracional de todos ellos.
Porque recordemos que mientras a Juan Ignacio lo asesinaban los servicios secretos españoles, la chusma separatista de Eta asesinaba al menos a 12 falangistas durante la transición, en Francia caía Duprat víctima de un atentado organizado por el Mossad; en Italia caían asesinados por el marxismo, o incluso por la propia policía, no menos de 30 camaradas. Y recientemente, en Atenas fueron abatidos por pistoleros supuestamente anarquistas, dos camaradas de Amanecer Dorado.
La inmensa mayoría de estos asesinatos quedó impune.
Resulta chocante que en esto de matar fascistas en cualquier parte de la vieja Europa, sí se pongan de acuerdo todas las ideologías políticas y estamentos sociales.
Paralelamente, resulta chocante la “buena salud" que gozan los autodenominados grupos “antisistema“ de la extrema izquierda. Tan identificados con el parlamentarismo liberal y con esa herramienta de control del obrero en que se han convertido los sindicatos, que a veces te dan ganas de gritar: ¡que se besen!, ¡que se besen! …

Izquierda y derecha son las dos caras del mismo problema; el sistema es el problema.
Pero mientras tanto, ellos siguen aprobando leyes para reforzar la persecución del fascismo. Setenta y pico años después de su derrota, el fascismo sigue siendo el gran enemigo a batir.

En breves fechas aquí, en España, el gobierno derechista sacará adelante la “reforma“ de la justicia cuyo momento estelar será precisamente la persecución ideológica hacia los que disentimos abiertamente de este sistema.
La democracia se convierte así en el paradigma del pensamiento único, de tal manera que ser disidente se convertirá en sinónimo de proscrito.
Pues bien, entérese Sr. Gallardón y entérense bien nuestros enemigos en general, a nosotros nos importa un pepino. No es usted el primero, ni será el último, que sueña con hacernos desaparecer físicamente e incluso borrar cualquier huella de nuestra existencia de los libros de historia.
De esa historia que ustedes falsean, de esos libros con los que ustedes pretenden hacer una pira.

No importa.

No importa porque la verdad siempre, al final, resplandece y de la misma manera que nosotros llevamos la antorcha que otros nos pasaron, nuevas manos cogerán, de las nuestras encallecidas, el relevo.

“Ante los cadáveres de nuestros hermanos, a quienes la muerte ha cerrado sus ojos antes de ver la luz de la victoria, aparta, Señor, de nuestros oídos las voces de los fariseos.”

Así que, aquí estamos. Podéis perseguirnos, podéis prendernos. Y evidentemente, podéis asesinarnos. Pero lo que nunca, nunca, podréis tener, es la razón.
Por este motivo, pese a los días difíciles que intuimos, con la segura mirada de nuestros caídos, levantamos nuestras palmas al cielo, sonreímos y afirmamos: no importa, el mañana nos pertenece.
Y con el maestro Vitali, proclamamos nuestra eterna disidencia con el mundo moderno.

 

Ser disidente es llevar una espada de luz, por los laberintos de la edad oscura.

 

Ser disidente es sentir a cada paso la soledad de la estirpe, apretando nuestros corazones.

Ser disidente es optar por las alturas, y también por los abismos.

Ser disidente es arrojarse sobre el acero desnudo de la espada.

Ser disidente es ver el rostro de hueso de nuestros muertos, como un espejo blanco en las tinieblas cotidianas.

 

Ser disidente es el último lobo de Europa en la caverna,

 

el águila dormida en las alturas,

 

el ciervo bramando, en la profundidad de los bosques.

 

Ser disidente es dormir sobre puñales, y despertar iluminado por los ojos de los niños, de Dresde, de Berlín, y de Hiroshima.

 

Ser disidente es ocupar las calles, hasta dominarlas.

 

Ser disidente es asediar el tiempo del silencio, con banderas que estallan acercándose en el viento.

 

Ser disidente es ser siempre el último en retroceder y el primero en avanzar.

Ser disidente es, ser el último hombre de pie, si es necesario con el sol por testigo y la llama eterna de los nuestros por bandera
CAMARADAS, POR UNA EUROPA LIBRE,
¡¡ARRIBA ESPAÑA

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