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La memoria de la Otra Europa

In memoriam: José María Arrizabalaga Arcocha 32 años despues

 
 
Nueve disparos rompieron el silencio de la tarde en la biblioteca municipal de Ondárroa. Era el 27 de diciembre de 1978. Y quien quebrantó tan abruptamente el silencio, descerrajando nueve tiros cobardemente sobre su víctima desarmada, se dejó abierto el libro; el libro que fingía estar leyendo, el libro que no leía, el libro que no leyó y con el que disimulaba sus designios criminales.

Cuando encontró la ocasión favorable, el pistolero perpetró su cobarde asesinato, apretando el gatillo a bocajarro y su pistola alevosa escupió nueve balas del 9 milímetros Parabellum sobre su víctima. Después de cometer su atentado, el sicario se dio a la fuga.

Exánime, en el suelo, yacía José María Arrizabalaga Arcocha, Jefe de las Juventudes Tradicionalistas del Señorío de Vizcaya, que había entregado su alma a Dios. Jose Mari no tuvo tiempo para coger en sus manos la cadena del Rosario que siempre llevaba consigo.

Jose Mari era un bizarro ejemplar de la raza vasca. Un auténtico vasco que no tenía que falsificar sus apellidos para serlo. Un verdadero vasco que había mamado desde la cuna el amor a la Santa Religión y a España. Y por eso lo mataron los esbirros del extranjero.

A las cinco y media de la tarde la parroquia de Santa María de Ondárroa estaba a tente bonete. Una muchedumbre de vecinos se había congregado para el funeral. Con la rabia concentrada, alguno sin poder contenerse las lágrimas, la feligresía asistió al funeral: todos eran familiares y vecinos de Ondárroa y, entre los asistentes, no faltaban tampoco vecinos nacionalistas.

Sobre el féretro, la bandera rojigualda. En el féretro, el cadáver de Jose Mari Arrizabalaga, amortajado con el uniforme del Requeté, tocado con su boina encarnada, le habían puesto Santo Rosario en las manos y un paño anudado a su cabeza que le pasaba por debajo de sus viriles barbas.

A cencerros tapados quisieron darle sepultura. La Guardia Civil acordonó Ondárroa, obturando los accesos a la Muy Noble y Leal Villa. La Policía Armada se apostaba en las inmediaciones del templo parroquial. El párroco Jesús Garitaonaindía pidió que cesara la violencia. El celebrante, Padre Basterrechea, no pronunció homilía. Su Alteza Real Don Sixto Enrique de Borbón-Parma había querido asistir al sepelio, pero la Guardia Civil se lo impidió.

Años de vergüenza y asco. Años de insoportable discurso aborregado y embustero. Años de democracia dicharachera e inútil. Años de impostura, de guerra sucia encomendada a mercenarios y socialistas robando de los fondos reservados, dándole a los terroristas el gusto de justificar lo injustificable. Años... ¿Qué digo años? ¡Décadas, Señor Nuestro! ¡Décadas de intolerable pacifismo de gallos capones! Pobre España, ¿en manos de quién estás?

José María Arrizabalaga Arcocha tenía 27 años cuando ETA lo mató. Hoy se cumplen 32 años de aquel asesinato político. Pero si algo tenemos los tradicionalistas es memoria, y un corazón reverente para venerar a nuestros Caídos. Por eso mismo no olvidamos. Con todo lo que esa incapacidad de olvido trae consigo.

 

Fuente: Hispanismo.org

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